Hace algunas semanas vio la luz el fruto anhelado por los más nostálgicos y masoquistas del lugar, una granada que te encadena al Hades con sólo probar una de sus semillas, un manjar infernal conocido como Dark Souls II. Aunque poco conocida por el gran público, esta franquicia logró ganarse en 2011 los favores de una amplia y pasional minoría encantada de sufrir por pura diversión.
Las críticas iniciales no decepcionaron a nadie, las posteriores tampoco, pero a medida que pasaban los días, más y más gente probaba el juego, más y más gente avanzaba en la aventura y más y más gente descubría elementos no demasiado satisfactorios que mitigaban el furor inicial.
No hay más que leer los comentarios de los usuarios en unas cuantas páginas web especializadas (españolas y extranjeras) para darse cuenta de que las virtudes de Dark Souls II no son tantas y que esta secuela está lejos de hacerle sombra al juego que la precedió o incluso al Demon’s Souls original.
El defecto más obvio es tiene que ver con el acabado visual. Ni el nivel gráfico ni el diseño artístico están a la altura de lo mostrado en los primeros vídeos del juego que se publicaron. No hace falta avanzar mucho para comprobar lo feísimos y poco cuidados que son algunos entornos. Además, las texturas, algunas pobres animaciones y ciertos fallos estropean aún más el resultado final.
Pero, por desgracia, el mayor problema llega a nivel jugable, en el diseño de niveles y situaciones, mucho menos afortunado que en el primer Dark Souls. Gran parte de los fallos procede de un cambio muy criticado, el hecho de que los enemigos no vuelvan a aparecer una vez que se les ha matado un número determinado de veces. Esto complica el desarrollo de varias maneras. Por ejemplo, es posible perder puntos de experiencia no gastados si se muere y los enemigos de los que se había obtenido ya no aparecen.
Peor aún, por culpa de está limitación del respawn, muchos retos difíciles contra varios adversarios pueden superarse con la sencilla y aburrida estrategia de limitarse a matar siempre al mismo enemigo hasta que deja de aparecer, después ir a por el siguiente y así sucesivamente hasta que sólo queda uno.
Para colmo, tal y como comenta un buen amigo mío, la gracia del primero es que era exigente pero casi nunca injusto, lo que hacía que el enganche y el deseo de superación fueran muy intensos. En esta secuela, algunos de los pasajes más difíciles lo son por desproporcionalidad, retos injustos que minan la moral del jugador y no motivan.
Dicho esto, me parece obvio que Dark Souls II no es como Dark Souls, pero entiendo que tal era el ansia por jugarlo, que a la mayoría le ha bastado con el hecho de que conserve algo de la esencia de su predecesor. Que conste que no estoy diciendo que sea un juego malo, ni siquiera mediocre, es un juego notable por encima de la media de los habituales títulos de acción y aventura, pero que no brilla tanto como muchos han querido hacer ver.
¿Estáis de acuerdo o a vosotros sí os ha convecido este Dark Souls II?