Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

Con la cabeza en otro sitio

Estos días no he actualizado el blog porque mi cuerpo, mi mente y mi espíritu se han fundido en uno. Lo han hecho aquí:

aquí:

y aquí:

Como es tradición con mis amigas, hemos dado la bienvenida al verano con un viaje. Y, como es tradición también, nos hemos largado a Ses Illes més belles des món (con todo nuestro respeto a todas las demás), las Baleares.

Nuestros objetivos durante estos días, y no por este orden: dormir, comer, tomar el sol, bañarnos en el mar, salir y pasarlo bien. Los hemos cumplido, y con creces.

La lástima es cuando vuelves a casa, con un elegante y suave morenito matizado a base de cremas protectoras de factor 50, que una es muy blanca, y te das de bruces con la cruda realidad.

Día soleado y tener que trabajar. Ver como los estudiantes están de vacaciones y van a la playa mientras tú te diriges a la oficina. Ir a coger el Cercanías y notar como un palomo defeca en tu hombro.

Así está siendo mi primer día post vacacional. Ni que decir que tras la experiencia con la paloma he tenido que volver a casa a cambiarme la camisa…

¿Shakira o Beyoncé?

Esta mañana estaba escuchando la radio y el locutor ha dicho que creía que la cantante de La quinta estación era muy guapa. «Lástima de ese pelo que lleva engominado», ha añadido.

No estoy de acuerdo con él. Precisamente porque es tan guapa se puede permitir el lujo de peinarse así.

Recuerdo un día, en que una atractivísima amiga mía de origen italiano se presentó en una cena con el pelo engominado. Me dejó alucinada. Era, desde mi punto de vista, una de las mujeres más bellas del lugar. No sé si los chicos que también asistieron pensaron lo mismo que yo.

Siempre he pensado que hombres y las mujeres tenemos conceptos muy dispares acerca de la belleza y el atractivo.

Y ahora acabo de hacer una encuesta en mi trabajo que lo constata. He preguntado a las diez personas que me rodean, seis mujeres y cuatro hombres, a quién prefieren: Beyoncé o Shakira.

Ellas lo tenían claro, Shakira. Ellos, también: Beyoncé. ¿Un buen culo puede eclipsar tanta dulzura?

No puedo dejar de fumar

Uno de los propósitos que me he impuesto para este año es dejar de fumar. Y no lo logro ni a la de tres. Prometo que lo he intentado, pero soy incapaz.

Mi relación con el tabaco es de amor odio. Cuando era adolescente le comía la olla a mi padre con los peligros que conllevaba. Él aguantaba estoico mis peroratas mientras daba una bocanada a su Ducados. Aún recuerdo su olor.

No sé por qué, si por quererme hacer la adulta, la moderna o la rebelde, encendí mi primer cigarrillo. Tendría unos 15 años y lo acompañé de medio cubata de vodka con limón en una fiesta del cole. Pillé un globo de órdago.

Con los años, he fumado más o menos. Pero no recuerdo un día sin que el humo de los cigarrillos haya penetrado, al menos en una ocasión, en mis pulmones.

Algunos días de estos meses, sólo he fumado dos o tres cigarrillos. Y me planteo: para dar caladitas, ¿no te valdría más la pena dejarlo? Pero no. Aunque sepa que es muy malo, me gusta fumar y me puede el mono. ¿Para qué pasarlo mal?

El otro día, en el trabajo, bajé a la calle a fumar. Fue a media tarde. Cuando llegué, tenía un correo electrónico en la bandeja de entrada. Era de una de mis compañeras. El asunto, “Con cariño”. Llevaba este adjunto:

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“¡Qué asco!”, pensé. A las dos horas se me había olvidado. Hasta hoy, que es el día mundial sin tabaco. Feliz jornada. Me voy a fumar el segundo cigarrillo del día.

Sexo por teléfono… Y en el tren

Los continuos problemas del servicio de Cercanías en Barcelona hacen que los usuarios pasemos mucho tiempo en los vagones de unos trenes que, día tras día, acumulan retrasos.

Cada uno de los viajeros pasamos el tiempo como buenamente podemos. Yo me lo intento tomar con filosofía y aprovecho para leer, escuchar música, mirar el paisaje o cotillear conversaciones de desconocidos, una de mis grandes aficiones.

Hoy había decidido leer, en el tren de las 10.09 hay bastante silencio porque no va mucha gente. Y tengo entre mis manos una novela que me ha atrapado completamente.

El caso, que iba tranquilamente juntando letras cuando cuatro palabras han perturbado mi tranquilidad: «Tengo la polla tiesa».

Las ha dicho, susurrando lo suficientemente alto para que mis oídos lo captaran y se me encendieran las señales de alarma, el hombre que tenía delante de mí.

Era un yuppie muy barcelonés, de esos de gafas de pasta y de diseño, maletín de piel y de diseño y peinado con gomina y de diseño. Tendría unos treinta y tantos.

Me he quedado de piedra y he dejado de leer aunque he mantenido el libro abierto encima de mi falda. Disimuladamente he mirado a su paquete y, efectivamente, había izado velas.

Menos mal que por fin luce el sol y me he podido ocultar tras mis gafas, que son más grandes y más oscuras que las de Isabel Pantoja.

He intentado poner atención a lo que decía y entre el traqueteo, que lo tenía enfrente y que se ponía la mano para taparse la boca sólo he podido entender que la compañera de juegos del yuppie estaba de viaje y volvería a casa mañana por la mañana.

Que tenía muchas ganas de volverla a ver y de estar con ella. Y que, en cuanto se reencontraran, le haría maravillas en el sofá, la cama, la cocina, el baño…

Y justo en ese momento, la megafonía del tren ha anunciado mi estación. He maldecido que, por primera vez esta semana, el tren no fuera con retraso.

¿Nos gusta que nos hagan sufrir?

Tengo un amigo que sostiene que a las chicas nos gustan más «los cabroncetes que los buenos tíos». Yo siempre he sostenido que no es así. Me gusta que me lleven en bandeja y sentirme como una reina.

Pero ayer dudé. Mientras miraba unos capítulos atrasados de House me dio por pensar quién me atrae más. Si House o Wilson.

Me decidí por el primero. Su sarcasmo, su mala leche y ese puntito de hijoputa me parecen muy sexies. No sé por qué.

Es más, con esos ojitos azules le encuentro hasta atractivo y, por qué no, guapo. Supongo que esto último es porque por el halo que les da a muchos el salir por la tele. Y, claro, te montas el cuento de la lechera y te ‘enamoras’ del personaje, que no de la persona.

Porque no debemos olvidar que House es Roger Charleston en una de mis películas favoritas, Los amigos de Peter. Y, aunque la he visto millones y millones de veces, nunca había mirado lascivamente a Hugh Laurie. Al contrario, me parecía más soso que un trozo de merluza hervido sin sal ni laurel.

En cambio, Wilson… Ahora no me pone tanto (por no decir nada). Y eso que cuando interpretó al pobre Neil Perry en El club de los poetas muertos me tenía loquita…

Pero ahora, ni frío ni calor. Diría incluso que me aburre.

¿Tendrá razón mi amigo y nos gustan malotes?

Quiero más bodas bacanales (Parte 2)

Con mucha demora, por la que me quiero volver a disculpar, os quiero contar cómo acabó la boda de mi prima.

Efectivamente, mi amiga y el canoso-morboso no pertrecharon el acto, todavía. No tenían condones a mano.

Así que, todos, entre risas, decidimos ingerir el pato estriado que nos pusieron por segundo plato y por el que, seguro, mi prima había pagado una pasta.

La merienda-cena transcurrió con alegría en la mesa calificada como “la de los amigos solteros”, de la que yo siempre formo parte.

Así, se comió poco, se bebió mucho y se rió más. Llegado el postre, un pastel que no probé, el canoso desapareció por arte de magia tras mirar a mi amiga. Ella también fue abducida en décimas de segundo.

No supe de ella hasta un cuarto de hora después, cuando mi prima, medio escandalizada, me vino a buscar. “Controla lo que hace tu acompañante. Está abajo”, me dijo mientras yo estaba intentado robar un paquete de tabaco de otra mesa.

Pensé lo peor, que les había dado un arranque de exhibicionismo a ella y su nuevo fichaje y estaban dándole que te pego en el hall.

Bajé hasta allí y no les encontré. Hasta que, de golpe y porrazo, la vi salir del baño adaptado. “Calla, qué vergüenza. Tu prima nos ha pillado cabalgando”, fue lo primero que atinó a decir mientras recogía las lentejuelas de su vestido.

“¿No habéis cerrado la puerta? ¿Qué habéis hecho cuando la habéis visto?”, dije partiéndome de risa. Me respondió rotunda: “Pues seguir. ¿Qué vamos a hacer?”.

Localizada mi amiga, con tabaco recién robado en mi bolso y una barra libre esperando, ¿qué hacía yo allí abajo, al lado de los baños? Decidí subir a la sala donde se realizaba el baile.

Había costado arrancar, pero a las 4 de la mañana mi cuerpo pedía más fiesta. sólo había un problema: la sala cerraba… Antes de irme, recogí a mi amiga y sonreí al maitre, un chico bastante atractivo que no me quitó ojo en toda la noche.

En la puerta del restaurante se me acercó y me regaló una rosa del jardín. Muy bucólico todo hasta que mi prima se presentó. “¿Qué haces que no estás con tu recién estrenado marido?”, le pregunté. A lo que me respondió: “Arreglando tu futuro”.

Le al chico tendió un papel en el que, según me dijo después, estaba escrito mi número de teléfono.

El maitre me ha llamado un par de veces. Quiere quedar. Yo le he dicho que no.

Odio la primavera

Antes que nada, disculparme por no haber actualizado el blog. La culpa, de la primavera. Me machaca, me chafa, me hunde.

No me gusta. Yo soy de enteros, no de medias tintas. Me gusta que haga frío o calor, sobre todo calor…

La primavera me produce astenia, cansancio y alergias. Y no soy la única.

Ayer mismo, en el metro, escuché una conversación entre dos chicas. Estuve a punto de entrometerme, pero me pareció demasiado. No las conocía de nada. Así que saqué mi MP4 y grabé lo que decían. Transcribo la charla. Coincido con ellas. ¿Y vosotros?

Chica 1 (C1): Joder, qué ganas tengo que llegue el verano. Y aparcar la ropa, los calcetines, los abrigos… Sol y fines de semana en la playa.

Chica 2 (C2): Calla, calla, que me excito. Este tiempo me mata. Por mí, la primavera y el otoño podrían desaparecer. Y el invierno también. A tomar por saco.

C1: Entonces no nos podríamos poner vestidos con botas, que a mi me mola nucho. Yo eliminaría el otoño y medio invierno. Y el resto, verano y un mes de primavera.

C2: Nada, nada. La primavera también fuera, que no sabes nunca qué ponerte. Dejamos un mes de invierno y ya está.

C1: ¿Y qué hago con las chaquetas de entretiempo y los calcetines de media? ¿Lo tiro todo? No, hombre, no. Al menos debería haber 15 días de primavera, de transición. Sin primavera, ¿qué harían los médicos alergólogos? Engrosarían las listas del paro, y no está el horno para bollos.

C2: Bueno, venga, compro 15 días de primavera. Para que todo el mundo pueda comer y tú puedas llevar calcetines de media.

Quiero más bodas bacanales (parte 1)

Quien se inventó la frase «la realidad supera la ficción» se quedó corto. Muy corto. Cortísimo. Y si hubiera sido uno de los invitados de la boda a la que fui el sábado se habría dado cuenta de ello.

La tarde empezó muy romántica, en una preciosa iglesia y acabó como una auténtica bacanal en el elitista restaurante.

Sabéis que yo no daba un duro por esa celebración (si no contamos los 300 euros que solté en la cuenta bancaria de los novios y los 20 euros de la peluqueria, el traje, lo aproveché de una boda anterior, que no está el horno para bollos y para algo se lleva el rollo vintage, ¿no?) pero al final tengo que reconocer que el esfuerzo valió la pena.

Ver a la abuela del novio, medio borracha o borracha entera, bailando como una descosida el Walking on sunshine, de Katrina and the Waves no tiene precio.

La señora hacía movimientos espasmódicos, jaleada por los amigos de los novios. Estaba pletórica. Pero la pobre no acabó bien la noche. Una ambulancia la vino a buscar al restaurante: se rompió algo cuando fue al baño. Un mal pis le jodió la velada. Eran las once y media de la noche.

Mejor le fue a la amiga que me acompañó, que ligó (por decirlo finamente) con un canoso de muy buen ver, amigo del ya marido de mi prima segunda. Una sonrisita por aquí, otra por allí y un «si quieres, nos vemos en el baño». Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, entre los entremeses y el primer plato.

«Carlota, bajo un momento», me dijo con la mirada puesta en el canosito. «Por supuesto, tómate tu tiempo», le respondí sonriendo en dirección al chaval, que ya bajaba las escaleras.

Y me quedé mirando a la mesa de los niños, que tenía justo enfrente. ¿Sabrán ellos lo que se cuece en los servicios de este restaurante?, me pregunté mientras veía como engullían su plato de macarrones.

Un golpe seco en la frente rompió mi ensimismamiento. Le sucedió otro, y otro, y otro. Eran los críos. Me habían adoptado como diana y se divertían tirándome las piedrecitas del barroco centro de mesa. Y sus padres, riéndoles la gracia.

Menuda metáfora: mi amiga echando un quiqui y yo, el objetivo del centro de tiro del chiquipark. Necesitaba una solución, al menos tenía que parar los golpes, y fui a lo que casi nunca falla: el soborno.

Saqué un billete y me acerqué a la chiquimesa. «Os doy cinco euros para chuches si paráis con las piedrecitas», les solté con una sonrisa de oreja a oreja. «Vale», me dijeron los tres o cuatro bombarderos.

Superado el primer problema, me llegó el segundo. Mi amiga me tiraba de la americana del esmoquin. Iba algo despeinada, pero todo lo demás en su sitio. «Joder, hija, qué rapidez», le dije. «No, no… Si es que no…», me respondió.

¿Qué le habría pasado?

Lo que faltaba. Voy de boda

Ya lo dicen, ya. Las desgracias nunca vienen solas. Y es que después de dos semanas un poco fastidiada de salud (dolores varios y un resfriado de tres pares de narices) este fin de semana me toca ir de boda.

Se casa una prima segunda y, como no, me ha invitado. A veces dudo si este tipo de invitaciones son «de corazón» o son para sacarte cuatro perras. No dejan de ser personas con las que has tenido un roce mínimo.

No se trata de una prima-hermana, ni de una amiga, ni de alguien con quien hayas convivido o quieras… Es una prima segunda, con la que he coincidido básicamente en BBC (Bodas, bautizos y comuniones).

Muchos pensaréis que yo podría haber rechazado la invitación. Cierto. Pero, me pilló de flojera y, en según qué momentos, no sé decir que no.

Además, me aseguró que podía llevar «a un amigo, o amiga, o lo que quieras… Como eres tan rarita». Así que le respondí que iría con un par de colegas. Al menos tendremos barra libre. Y si yo soy rarita, ella que lo pague.

En fin, que nunca me han gustado estos acontecimientos. De hecho, según cuenta la leyenda familiar, mi primer gran enfado fue en mi bautizo. Yo, como cabe de esperar, no lo recuerdo.

El segundo, y este sí que lo tengo en mi memoria, fue en la primera comunión. Asqueada de tener que ir con un vestidito (obligué a mis padrinos a que al menos me lo compraran corto) blanco y rosa, exigí a mi madre lucir mis relucientes zapatos de charol negro. Mis favoritos.

La cosa acabó mal. Me tragué la hostia antes de entrar a la iglesia.

Ah! Al final llevé los zapatos blancos que me habían comprado mis padres para la ocasión. Semanas después los llevamos al zapatero y los teñimos de negro. Aún deben correr por casa…

Voy a ser una supernanny

Esta noche voy a hacer de canguro. No ejerzo de ello desde tiempos de la facultad. Estoy muy nerviosa.

La verdad es que me llevo de maravilla con los dos críos que voy a cuidar durante toda la noche, y que tienen 7 y 4 años. Son tan fantásticos como sus padres, una pareja amiga mía, pero eso no es óbice para que esté atacada.

Es demasiada responsabilidad. ¿Y si se caen y se hacen daño? ¿Y si se les atraganta la sopa o la tortilla? ¿Y si se aburren? ¿Y si echan de menos a sus papás? ¿Y si me preguntan de dónde vienen los niños? ¿Qué hago? ¿Qué les digo?

La última vez que estuve con ellos fue una tarde. Creo que lo llevé bien. Si no contamos que, como no tenía ninguna película infantil a mano, deleité a los pequeños con el DVD de U2 Go Home, Live at Slane Castle, y les instruí sobre Bono, The Edge y demás.

Pero esta vez no me van a pillar en bragas. Llevo en mi bolsa verde de fin de semana Madagascar y Peter Pan. Y un libro de cuentos. Porque, lo he de reconocer, la última vez la cagué con el de Caperucita y no quiero volver a caer en el error.

La pequeña me pidió que le relatara todo lo que rodea el «abuelita, abuelita, que orejas más grandes tienes». Pero no me acordaba. Así que decidí hacer una Carlota’s mix story, mezclando a Blancanieves, la Cenicienta, los tres cerditos, Candy, Candy, Juana y Sergio y, si me llega a apurar, meto ahí hasta al mismísimo House y su Lupus.

Con todo, la niña me puso ojos de plato y me soltó: «Yo no me lo sabía así». Yo le respondí: «Es una nueva versión que me explicaron ayer. Está chulo, ¿no?».

No sé si por pena o por inocencia ella me dio la razón. Hoy no me pilla. Mañana os cuento cómo me ha ido.