Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

Archivo de mayo, 2008

No puedo dejar de fumar

Uno de los propósitos que me he impuesto para este año es dejar de fumar. Y no lo logro ni a la de tres. Prometo que lo he intentado, pero soy incapaz.

Mi relación con el tabaco es de amor odio. Cuando era adolescente le comía la olla a mi padre con los peligros que conllevaba. Él aguantaba estoico mis peroratas mientras daba una bocanada a su Ducados. Aún recuerdo su olor.

No sé por qué, si por quererme hacer la adulta, la moderna o la rebelde, encendí mi primer cigarrillo. Tendría unos 15 años y lo acompañé de medio cubata de vodka con limón en una fiesta del cole. Pillé un globo de órdago.

Con los años, he fumado más o menos. Pero no recuerdo un día sin que el humo de los cigarrillos haya penetrado, al menos en una ocasión, en mis pulmones.

Algunos días de estos meses, sólo he fumado dos o tres cigarrillos. Y me planteo: para dar caladitas, ¿no te valdría más la pena dejarlo? Pero no. Aunque sepa que es muy malo, me gusta fumar y me puede el mono. ¿Para qué pasarlo mal?

El otro día, en el trabajo, bajé a la calle a fumar. Fue a media tarde. Cuando llegué, tenía un correo electrónico en la bandeja de entrada. Era de una de mis compañeras. El asunto, “Con cariño”. Llevaba este adjunto:

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“¡Qué asco!”, pensé. A las dos horas se me había olvidado. Hasta hoy, que es el día mundial sin tabaco. Feliz jornada. Me voy a fumar el segundo cigarrillo del día.

Sexo por teléfono… Y en el tren

Los continuos problemas del servicio de Cercanías en Barcelona hacen que los usuarios pasemos mucho tiempo en los vagones de unos trenes que, día tras día, acumulan retrasos.

Cada uno de los viajeros pasamos el tiempo como buenamente podemos. Yo me lo intento tomar con filosofía y aprovecho para leer, escuchar música, mirar el paisaje o cotillear conversaciones de desconocidos, una de mis grandes aficiones.

Hoy había decidido leer, en el tren de las 10.09 hay bastante silencio porque no va mucha gente. Y tengo entre mis manos una novela que me ha atrapado completamente.

El caso, que iba tranquilamente juntando letras cuando cuatro palabras han perturbado mi tranquilidad: «Tengo la polla tiesa».

Las ha dicho, susurrando lo suficientemente alto para que mis oídos lo captaran y se me encendieran las señales de alarma, el hombre que tenía delante de mí.

Era un yuppie muy barcelonés, de esos de gafas de pasta y de diseño, maletín de piel y de diseño y peinado con gomina y de diseño. Tendría unos treinta y tantos.

Me he quedado de piedra y he dejado de leer aunque he mantenido el libro abierto encima de mi falda. Disimuladamente he mirado a su paquete y, efectivamente, había izado velas.

Menos mal que por fin luce el sol y me he podido ocultar tras mis gafas, que son más grandes y más oscuras que las de Isabel Pantoja.

He intentado poner atención a lo que decía y entre el traqueteo, que lo tenía enfrente y que se ponía la mano para taparse la boca sólo he podido entender que la compañera de juegos del yuppie estaba de viaje y volvería a casa mañana por la mañana.

Que tenía muchas ganas de volverla a ver y de estar con ella. Y que, en cuanto se reencontraran, le haría maravillas en el sofá, la cama, la cocina, el baño…

Y justo en ese momento, la megafonía del tren ha anunciado mi estación. He maldecido que, por primera vez esta semana, el tren no fuera con retraso.

¿Nos gusta que nos hagan sufrir?

Tengo un amigo que sostiene que a las chicas nos gustan más «los cabroncetes que los buenos tíos». Yo siempre he sostenido que no es así. Me gusta que me lleven en bandeja y sentirme como una reina.

Pero ayer dudé. Mientras miraba unos capítulos atrasados de House me dio por pensar quién me atrae más. Si House o Wilson.

Me decidí por el primero. Su sarcasmo, su mala leche y ese puntito de hijoputa me parecen muy sexies. No sé por qué.

Es más, con esos ojitos azules le encuentro hasta atractivo y, por qué no, guapo. Supongo que esto último es porque por el halo que les da a muchos el salir por la tele. Y, claro, te montas el cuento de la lechera y te ‘enamoras’ del personaje, que no de la persona.

Porque no debemos olvidar que House es Roger Charleston en una de mis películas favoritas, Los amigos de Peter. Y, aunque la he visto millones y millones de veces, nunca había mirado lascivamente a Hugh Laurie. Al contrario, me parecía más soso que un trozo de merluza hervido sin sal ni laurel.

En cambio, Wilson… Ahora no me pone tanto (por no decir nada). Y eso que cuando interpretó al pobre Neil Perry en El club de los poetas muertos me tenía loquita…

Pero ahora, ni frío ni calor. Diría incluso que me aburre.

¿Tendrá razón mi amigo y nos gustan malotes?

Quiero más bodas bacanales (Parte 2)

Con mucha demora, por la que me quiero volver a disculpar, os quiero contar cómo acabó la boda de mi prima.

Efectivamente, mi amiga y el canoso-morboso no pertrecharon el acto, todavía. No tenían condones a mano.

Así que, todos, entre risas, decidimos ingerir el pato estriado que nos pusieron por segundo plato y por el que, seguro, mi prima había pagado una pasta.

La merienda-cena transcurrió con alegría en la mesa calificada como “la de los amigos solteros”, de la que yo siempre formo parte.

Así, se comió poco, se bebió mucho y se rió más. Llegado el postre, un pastel que no probé, el canoso desapareció por arte de magia tras mirar a mi amiga. Ella también fue abducida en décimas de segundo.

No supe de ella hasta un cuarto de hora después, cuando mi prima, medio escandalizada, me vino a buscar. “Controla lo que hace tu acompañante. Está abajo”, me dijo mientras yo estaba intentado robar un paquete de tabaco de otra mesa.

Pensé lo peor, que les había dado un arranque de exhibicionismo a ella y su nuevo fichaje y estaban dándole que te pego en el hall.

Bajé hasta allí y no les encontré. Hasta que, de golpe y porrazo, la vi salir del baño adaptado. “Calla, qué vergüenza. Tu prima nos ha pillado cabalgando”, fue lo primero que atinó a decir mientras recogía las lentejuelas de su vestido.

“¿No habéis cerrado la puerta? ¿Qué habéis hecho cuando la habéis visto?”, dije partiéndome de risa. Me respondió rotunda: “Pues seguir. ¿Qué vamos a hacer?”.

Localizada mi amiga, con tabaco recién robado en mi bolso y una barra libre esperando, ¿qué hacía yo allí abajo, al lado de los baños? Decidí subir a la sala donde se realizaba el baile.

Había costado arrancar, pero a las 4 de la mañana mi cuerpo pedía más fiesta. sólo había un problema: la sala cerraba… Antes de irme, recogí a mi amiga y sonreí al maitre, un chico bastante atractivo que no me quitó ojo en toda la noche.

En la puerta del restaurante se me acercó y me regaló una rosa del jardín. Muy bucólico todo hasta que mi prima se presentó. “¿Qué haces que no estás con tu recién estrenado marido?”, le pregunté. A lo que me respondió: “Arreglando tu futuro”.

Le al chico tendió un papel en el que, según me dijo después, estaba escrito mi número de teléfono.

El maitre me ha llamado un par de veces. Quiere quedar. Yo le he dicho que no.

Odio la primavera

Antes que nada, disculparme por no haber actualizado el blog. La culpa, de la primavera. Me machaca, me chafa, me hunde.

No me gusta. Yo soy de enteros, no de medias tintas. Me gusta que haga frío o calor, sobre todo calor…

La primavera me produce astenia, cansancio y alergias. Y no soy la única.

Ayer mismo, en el metro, escuché una conversación entre dos chicas. Estuve a punto de entrometerme, pero me pareció demasiado. No las conocía de nada. Así que saqué mi MP4 y grabé lo que decían. Transcribo la charla. Coincido con ellas. ¿Y vosotros?

Chica 1 (C1): Joder, qué ganas tengo que llegue el verano. Y aparcar la ropa, los calcetines, los abrigos… Sol y fines de semana en la playa.

Chica 2 (C2): Calla, calla, que me excito. Este tiempo me mata. Por mí, la primavera y el otoño podrían desaparecer. Y el invierno también. A tomar por saco.

C1: Entonces no nos podríamos poner vestidos con botas, que a mi me mola nucho. Yo eliminaría el otoño y medio invierno. Y el resto, verano y un mes de primavera.

C2: Nada, nada. La primavera también fuera, que no sabes nunca qué ponerte. Dejamos un mes de invierno y ya está.

C1: ¿Y qué hago con las chaquetas de entretiempo y los calcetines de media? ¿Lo tiro todo? No, hombre, no. Al menos debería haber 15 días de primavera, de transición. Sin primavera, ¿qué harían los médicos alergólogos? Engrosarían las listas del paro, y no está el horno para bollos.

C2: Bueno, venga, compro 15 días de primavera. Para que todo el mundo pueda comer y tú puedas llevar calcetines de media.