Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

Archivo de febrero, 2008

Hacer el amor en un coche

Buenas! Vuelvo a estar aquí. Antes que nada, quería pedir disculpas por no actualizar últimamente el blog.

Como muchos sabéis, me he mudado de casa y de ciudad. Los que hayáis vivido (sufrido) algo similar creo que me entenderéis perfectamente.

Pero ahora parece que ya vuelve a ir todo sobre ruedas… O eso creo. Además, el hacer limpieza me ha servido para encontrar papeles que estaban escondidos en mi habitación.

Entre ellos, localicé los resultados de una encuesta (no sé cuándo ni por qué la guardé) sobre los mejores coches para hacer el amor.

Estos son:

– Fiat Stilo (creo que este ya no comercializan)

– Seat León

– Fiat Grande Punto

– Volkswagen Golf

– Ford Focus

– Renault Twingo

– Honda Civic

– Volkswagen Fox

– Ford Fiesta

– Renault Clio

He probado el 60% de los citados en el listado. Precisando, lo he hecho en un León, un Focus, un Twingo, un Civic, un Fiesta y un Clio.

Si bien ninguno es cómodo (a no ser que se haga sobre el capó), me han sacado de algún que otro aprieto. Siempre con resultado satisfactorio. Y, para qué negarlo, a veces me ha dado hasta morbo.

¿A vosotros os gusta hacerlo en el coche?

Voy a desvelar ‘El Secreto’

Desde hace un par de meses ha ido pasando de mano en mano un libro entre mis amigos. Se trata de El Secreto, de Rhonda Byrne.

“Es genial”, “me ha cambiado la vida”, “todo el mundo se lo tendría que leer”, “debería ser de lectura obligatoria”… Son algunas de las perlas que se decían cuando nos veíamos. Y semana tras semana un nuevo amigo se unía a la “pandilla el secreto”.

“Te lo tienes que leer Carlota, ayuda un montón”, me decían. Yo me negaba en rotundo. Nunca he leído un libro de autoayuda a excepción de El alquimista y Veronika decide morir de Paulo Coelho, si se pueden considerar como tal.

Tanto me comieron la olla que el viernes decidí ir a mi librería de referencia, a ver si lo encontraba.

Hablé con mi librero, que se quedó atónito cuando me vio ojeando el pequeño volumen de tapa dura y color marrón. “¿Tú con eso?”, me preguntó. Le expliqué que mis amigos iban como locos con El Secreto. “Sí, no sé que pasa con él. Tiene un éxito tremendo. Se vende como rosquillas. Algo tendrá”, me dijo.

Este fin de semana he mirado listados con los libros más vendidos, y ahí está. En el primer puesto del ranking del no ficción. Así que pagué los 21 euros que cuesta y me lo he leí.

Simplificando, viene a decir que eres lo que piensas. Y que si piensas en positivo, solo te pasarán cosas buenas. Eso sí, te lo tienes que creer no vale hacer el paripe.

Cito un ejemplo que la autora que, según dice, era una desgraciada hasta que empezó a aplicar el secreto en su vida cotidiana.

Si piensas que tienes que hacer muchos pagos y que sólo acumulas deudas, recibirás facturas en tu buzón. En cambio, si piensas que vas a ingresar dinero, recibirás cheques. Eso sí, en el caso que te llegue una factura, debes ponerte tan contento como si tuvieras en tus manos una inyección de dinero.

Y así con todo lo que te importa. La salud, los amoríos, las relaciones personales, el trabajo… Yo he empezado a aplicar hoy el método y en mi buzón sólo había dos cartas. La factura del gas y la de la luz. He intentado ponerme contenta. Y me ha costado. ¿Creéis que funciona?

San Valentín ya pasó

Por fin es el día después. San Valentín ya ha pasado, como siempre, a todo gas y anunciándose a bombo y platillo. No me gusta esta fecha. Y no porque no sea romántica, que lo soy. Ni porque sea una amargada, que no lo soy.

Quizás por esta idea idealizada que tengo del amor, cuando he tenido pareja me he esforzado porque fuera san Valentín a cada momento, cada día.

Creo que las relaciones se han de cuidar minuto a minuto, y no una, dos o tres veces al año. Cuando quieres, quieres siempre y para siempre (o al menos eso crees).

Hoy leía unas declaraciones que la modelo Heidi Klum, una de las mujeres más bellas que hay en la capa de la tierra, hacía a la edición francesa de la revista Elle.

Ella prefiere «hacer de cada día de mi vida uno especial». Quizás por eso la modelo y su marido, el atractivísimo Seal, ayer pasaron la velada en casa.

¿Cómo lo vivisteis vosotros?

Mi madre le da al rollo zen

Hace poco más de un mes que he vuelto a vivir con mi madre. Exactamente hoy se cumple un mes y once días. De momento todo va mejor de lo esperado. Tocaré madera. Tenemos pequeños roces, pero normales en cualquier convivencia.

En general nos va bien. Nos cuidamos, charlamos, reímos, vemos la tele, cenamos juntas e, incluso, algún día hemos ido a comer…

En fin, que todo sería maravilloso si no fuera por un pequeño detalle. Entre las nuevas aficiones de mi señora madre está la filosofía oriental en el sentido más amplio de las palabras.

Se apuntó a tai chi, yo la animé porque durante unos años lo practiqué y me parecía genial (mea culpa), y su vida ha dado un giro.

Cuando llego a casa de trabajar, el comedor apesta a incienso. A mí no me gusta ese olor, se me clava en la garganta. Es muy desagradable cenar las delicatessen que cocinamos con esa sensación. Lo peor es que ahora me ha encargado que le compre una cajita de barritas en una tienda india que hay al lado de mi trabajo en la que hacen descuentos del 50%. La pela es la pela.

Además, me ha vetado el paso a la terraza (el único lugar del piso donde fumo) hasta las 10 de la mañana. Dice que es su momento de recogimiento, en el que practica tai chi y coge energías para el nuevo día que empieza, y no puedo salir. Así que si quiero echarme el primer piti de la jornada o mirar el mar o dejar que el pelo se seque un poco con la ventisca o tender el albornoz, me jodo y no lo hago.

Ha quitado el espejo de cuerpo entero que teníamos en el pasillo porque, dice, rebota las energías y hace que no fluyan con normalidad. Ahora sólo puedo ver si voy bien vestida de cintura para arriba.

Por no hablar del grito que me pegó el domingo, que aún me tiemblan las orejas. Salía yo del baño con prisas porque, como siempre, llegaba tarde al cine, y oigo: «CARLOTAAAAAAAAAAAAAAAA, ¿adónde te crees que vas?».

El caso, que me había dejado la tapa del baño levantada (debe ser la tercera o la cuarta vez que lo hago en toda mi vida) y se había mosqueado. «¿No ves que se me escapa el feng shui?», me preguntó. Sí, a mi madre se le escapaba el feng shui.

Y así estamos. El otro día pensé apuntarla a un curso de informática o de tecnología, a ver si se quita de la cabeza tanto rollo zen. Pero en seguida rechacé la idea. A ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad y voy a crear una pequeña geek oriental…

No quiero una cuenta vivienda

Acabo de llegar del banco. Hasta ahora, siempre que no he vivido en mi casa, he estado en pisos de alquiler.

Hace unos días, mientras veía House, me planteé sentar la cabeza y abrir una cuenta vivienda. Así, dentro de cuatro años, me vería obligada a comprar un pisín (a piso no llego, como muchas personas de mi edad).

Por ese motivo he ido hoy al banco, con todas mis libretas, dos, bajo el brazo y una sonrisa temerosa en los labios porque, si he de decir la verdad, no lo tenía muy claro.

Términos como euríbor, tipos de interés, Ibex… Si bien sé lo que son soy incapaz de comprenderlos. Básicamente porque el pensamiento abstracto me ha parecido extremadamente complicado desde siempre.

“¿Estás segura de que te vas a comprar un piso dentro de cuatro años, Carlota?”, me ha preguntado sorprendido el director de la oficina cuando le he expuesto mi iniciativa. “Bueno, hombre, sí, ¿no? Quiero decir que si ahorro…”, le he respondido indecisa.

La verdad es que previsiones tan grandes a tan largo plazo siempre me han dado miedo. ¿Quién sabe cómo voy a estar yo en el 2012? ¿Voy a estar sola o acompañada? ¿Tendré trabajo? ¿Podré hacer frente a la hipoteca? ¿Cómo será mi nómina, si la tengo?

Encima, el otro día leía que la mitad de los jóvenes de entre 26 y 35 años serían pobres si no recibieran ayuda de sus padres. ¡Nos habrán jodido!

En fin, que he cambiado la cuenta vivienda por una cuenta de ahorro. Quizás en el fondo sean la misma cosa, pero al menos no me siento presionada por la forma. ¿He hecho bien?

Una enfermera le está matando

Mi amigo Jocky está desesperado. De todos mis amigos creo que es el que lleva una vida más sana. No fuma, casi no bebe alcohol, su alimentación es de las más equilibradas, hace deporte…

En los últimos dos meses ha cambiado mucho. Su tez brillante está opaca y hace unas ojeras impresionantes. Ha adelgazado cinco kilos.

Jocky culpa de su “mala cara” a su último ligue, una enfermera que, dice, le está matando.

El hecho es que conoció a la chica en un cursillo de cocina. Él volvió encantado. “Es tan maja… Y tiene una marcha… ¡Es una máquina del sexo! ¡Un sueño!”, me decía entonces con sonrisa picarona.

Ahora su sueño se ha convertido en su pesadilla. Cuando ella sale del hospital, hacia las diez de la noche, va directa a casa Jocky. Cenan cualquier cosa y… ¡A darle candela!

“Nos pasamos toda la noche haciéndolo. Dormimos muy poco y, claro, a las siete de la mañana, cuando me suena el despertador, me cuesta un mundo levantarme. Ella se despierta conmigo y se va a su casa a dormir pero yo… ¡Yo me voy a trabajar!”, me contaba hace unos días.

Dice que, con tanto cansancio acumulado, no rinde en el trabajo. “Y ella está tan fresca”, se lamenta.

El colofón fue hace unos días. Después del enésimo polvo, Jocky se dio cuenta de que había sangre dentro del condón y se asustó. Ella se rió y le dijo: “Esto es una venita, hombre, no pasa nada”.

Él, creo que con razón, se mosqueó. Y le dejó las cosas claras. Atribuyó la hemorragia a la sobredosis de sexo y le espetó: “Mira, bonita, en el mundo habrá muchas pollas, pero yo sólo tengo una”.

Jocky quiere descansar y se ha ido de viaje. Hoy llega a Perú. A ver si puede recuperar fuerzas y desengancharse de ella…