Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

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Más cerquita de Dinamarca

Un nuevo acercamiento. Ha sido esta mañana, con el danés que cada miércoles alegra el día (y la vista) a las mujeres del edificio en el que trabajo.

En un intento de hacerme la encontradiza (sé que llega hacia mediodía) he bajado a las 12.03 horas a fumar un cigarro.

Había unas cinco o seis mujeres más, completamente peripuestas. Y ha llegado él. Alto, atractivo, fantástico. Con una camisa blanca de manga larga y unos pantalones verde militar.

Ya en la puerta, me ha sonreído. «Fumando, ¿eh?», me ha dicho. «Sí, un poco», le he respondido. Y me ha preguntado: «¿Me vuelves a dar fuego? Rauda y veloz he desenfundado el mechero, que tenía oculto en un bolsillo del vaquero.

Hemos estado hablando, ante las miradas de mis compañeras de espera. Que si hacía fresquito para ser julio, que si hace ya dos años que vivía en Barcelona, que le gustaba la ciudad pero que los barceloneses éramos un poco cerrados…

Vamos, nada importante. Cuando he acabado mi cigarro él ha tirado el suyo, que estaba a medias. «Subo contigo», me ha dicho. Y hemos ido juntos en el ascensor.

En la breve ascensión, me ha pedido mi móvil. Yo me he puesto roja como un tomate. Me lo ha hecho notar que, al momento, él, muy educado, me ha dicho algo así como «si no te parece un atrevimiento, claro».

Me he reído y se lo he dado. Ha dicho que me llamará un día para ir a tomar algo. Esta semana no pienso separarme del teléfono ni un segundo. El tío está cañón.

Una visita inesperada

El danés que viene todos los miércoles al edificio en el que trabajo ha hecho hoy una visita sorpresa.

Me he encontrado con él cuando yo salía a fumar el primer cigarro del día, a eso de las 11.30.

Me ha sonreído y yo le he devuelto la sonrisa. Me ha saludado y yo le he devuelto el saludo mientras intentaba ponerme, de la forma más natural que podía, el piti entre los labios.

He pasado de hacer algún movimiento sexy. La última vez que traté hacerme la interesante ante un tío fue en una discoteca.

Quise apoyarme en la barra mientras le miraba y, como soy muy mala con eso de las distancias, me caí todo lo larga que soy.

Al caso, que él ha hecho el amago de entrar y, cuando la puerta automática se ha abierto, se ha girado y ha venido hacia mí.

«¿Tienes fuego?», me ha dicho.

«Claro», le he respondido mientras acercaba mi mechero, todo fuego, hacia su boca.

Hemos fumado juntos y hemos hablado de tabaco. Hemos coincidido en lo beneficioso que es no poder fumar en la oficina y de tener que hacerlo en la calle.

Cuando he acabado el cigarro, me he ido. He estado en un tris de esperarme a que acabara él el suyo y subir juntos en el ascensor, pero me ha parecido forzado.

«Hasta la próxima», le he soltado sonriente.

«Nos vemos pronto», ha sido su respuesta.

La hora coca cola ‘light’ existe

Hace años, creo que en los 90, un refresco puso en marcha una exitosa campaña publicitaria: La hora coca cola light. En ella, varias oficinistas esperaban el momento del desayuno de los obreros que trabajaban en su edificio (o del limpiador de cristales, según las versiones).

El anuncio era este:

Entonces, yo era una tierna adolescente con las hormonas lo suficientemente desarrolladas como para saber que el tío estaba cañón-cañón.

Igualmente, era inocente y creía que cosas así no sucedían en los lugares de trabajo. ¡Cuán equivocada estaba!

En el edificio donde está mi oficina pasa algo similar. Todos los miércoles, hacia las 12 tiene lugar el día D- hora H que yo, hasta hoy, desconocía. Y la puerta está bloqueada por un grupo de unas siete u ocho mujeres.

Este mediodía le he preguntado al portero por qué había tanta fémina suelta por ahí. «Pero Carlota, ¿no lo sabes? Yo pensaba que bajabas por lo mismo que ellas», me ha respondido. Y me lo ha explicado todo.

Me ha comentado que en una de las plantas, los miércoles recibe la visita de un ejecutivo extranjero (danés o algo así) que las lleva a todas loquitas.

Al poco rato ha bajado el muchachote. Alto, fuerte, castaño con ojos claros, sonrisa blanca, radiante y amable… Un hombretón.

Vamos, que el miércoles que viene, hacia el mediodía, estaré como un clavo en la puerta.

Con la cabeza en otro sitio

Estos días no he actualizado el blog porque mi cuerpo, mi mente y mi espíritu se han fundido en uno. Lo han hecho aquí:

aquí:

y aquí:

Como es tradición con mis amigas, hemos dado la bienvenida al verano con un viaje. Y, como es tradición también, nos hemos largado a Ses Illes més belles des món (con todo nuestro respeto a todas las demás), las Baleares.

Nuestros objetivos durante estos días, y no por este orden: dormir, comer, tomar el sol, bañarnos en el mar, salir y pasarlo bien. Los hemos cumplido, y con creces.

La lástima es cuando vuelves a casa, con un elegante y suave morenito matizado a base de cremas protectoras de factor 50, que una es muy blanca, y te das de bruces con la cruda realidad.

Día soleado y tener que trabajar. Ver como los estudiantes están de vacaciones y van a la playa mientras tú te diriges a la oficina. Ir a coger el Cercanías y notar como un palomo defeca en tu hombro.

Así está siendo mi primer día post vacacional. Ni que decir que tras la experiencia con la paloma he tenido que volver a casa a cambiarme la camisa…

¿Nos gusta que nos hagan sufrir?

Tengo un amigo que sostiene que a las chicas nos gustan más «los cabroncetes que los buenos tíos». Yo siempre he sostenido que no es así. Me gusta que me lleven en bandeja y sentirme como una reina.

Pero ayer dudé. Mientras miraba unos capítulos atrasados de House me dio por pensar quién me atrae más. Si House o Wilson.

Me decidí por el primero. Su sarcasmo, su mala leche y ese puntito de hijoputa me parecen muy sexies. No sé por qué.

Es más, con esos ojitos azules le encuentro hasta atractivo y, por qué no, guapo. Supongo que esto último es porque por el halo que les da a muchos el salir por la tele. Y, claro, te montas el cuento de la lechera y te ‘enamoras’ del personaje, que no de la persona.

Porque no debemos olvidar que House es Roger Charleston en una de mis películas favoritas, Los amigos de Peter. Y, aunque la he visto millones y millones de veces, nunca había mirado lascivamente a Hugh Laurie. Al contrario, me parecía más soso que un trozo de merluza hervido sin sal ni laurel.

En cambio, Wilson… Ahora no me pone tanto (por no decir nada). Y eso que cuando interpretó al pobre Neil Perry en El club de los poetas muertos me tenía loquita…

Pero ahora, ni frío ni calor. Diría incluso que me aburre.

¿Tendrá razón mi amigo y nos gustan malotes?

Quiero más bodas bacanales (Parte 2)

Con mucha demora, por la que me quiero volver a disculpar, os quiero contar cómo acabó la boda de mi prima.

Efectivamente, mi amiga y el canoso-morboso no pertrecharon el acto, todavía. No tenían condones a mano.

Así que, todos, entre risas, decidimos ingerir el pato estriado que nos pusieron por segundo plato y por el que, seguro, mi prima había pagado una pasta.

La merienda-cena transcurrió con alegría en la mesa calificada como “la de los amigos solteros”, de la que yo siempre formo parte.

Así, se comió poco, se bebió mucho y se rió más. Llegado el postre, un pastel que no probé, el canoso desapareció por arte de magia tras mirar a mi amiga. Ella también fue abducida en décimas de segundo.

No supe de ella hasta un cuarto de hora después, cuando mi prima, medio escandalizada, me vino a buscar. “Controla lo que hace tu acompañante. Está abajo”, me dijo mientras yo estaba intentado robar un paquete de tabaco de otra mesa.

Pensé lo peor, que les había dado un arranque de exhibicionismo a ella y su nuevo fichaje y estaban dándole que te pego en el hall.

Bajé hasta allí y no les encontré. Hasta que, de golpe y porrazo, la vi salir del baño adaptado. “Calla, qué vergüenza. Tu prima nos ha pillado cabalgando”, fue lo primero que atinó a decir mientras recogía las lentejuelas de su vestido.

“¿No habéis cerrado la puerta? ¿Qué habéis hecho cuando la habéis visto?”, dije partiéndome de risa. Me respondió rotunda: “Pues seguir. ¿Qué vamos a hacer?”.

Localizada mi amiga, con tabaco recién robado en mi bolso y una barra libre esperando, ¿qué hacía yo allí abajo, al lado de los baños? Decidí subir a la sala donde se realizaba el baile.

Había costado arrancar, pero a las 4 de la mañana mi cuerpo pedía más fiesta. sólo había un problema: la sala cerraba… Antes de irme, recogí a mi amiga y sonreí al maitre, un chico bastante atractivo que no me quitó ojo en toda la noche.

En la puerta del restaurante se me acercó y me regaló una rosa del jardín. Muy bucólico todo hasta que mi prima se presentó. “¿Qué haces que no estás con tu recién estrenado marido?”, le pregunté. A lo que me respondió: “Arreglando tu futuro”.

Le al chico tendió un papel en el que, según me dijo después, estaba escrito mi número de teléfono.

El maitre me ha llamado un par de veces. Quiere quedar. Yo le he dicho que no.

Quiero más bodas bacanales (parte 1)

Quien se inventó la frase «la realidad supera la ficción» se quedó corto. Muy corto. Cortísimo. Y si hubiera sido uno de los invitados de la boda a la que fui el sábado se habría dado cuenta de ello.

La tarde empezó muy romántica, en una preciosa iglesia y acabó como una auténtica bacanal en el elitista restaurante.

Sabéis que yo no daba un duro por esa celebración (si no contamos los 300 euros que solté en la cuenta bancaria de los novios y los 20 euros de la peluqueria, el traje, lo aproveché de una boda anterior, que no está el horno para bollos y para algo se lleva el rollo vintage, ¿no?) pero al final tengo que reconocer que el esfuerzo valió la pena.

Ver a la abuela del novio, medio borracha o borracha entera, bailando como una descosida el Walking on sunshine, de Katrina and the Waves no tiene precio.

La señora hacía movimientos espasmódicos, jaleada por los amigos de los novios. Estaba pletórica. Pero la pobre no acabó bien la noche. Una ambulancia la vino a buscar al restaurante: se rompió algo cuando fue al baño. Un mal pis le jodió la velada. Eran las once y media de la noche.

Mejor le fue a la amiga que me acompañó, que ligó (por decirlo finamente) con un canoso de muy buen ver, amigo del ya marido de mi prima segunda. Una sonrisita por aquí, otra por allí y un «si quieres, nos vemos en el baño». Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, entre los entremeses y el primer plato.

«Carlota, bajo un momento», me dijo con la mirada puesta en el canosito. «Por supuesto, tómate tu tiempo», le respondí sonriendo en dirección al chaval, que ya bajaba las escaleras.

Y me quedé mirando a la mesa de los niños, que tenía justo enfrente. ¿Sabrán ellos lo que se cuece en los servicios de este restaurante?, me pregunté mientras veía como engullían su plato de macarrones.

Un golpe seco en la frente rompió mi ensimismamiento. Le sucedió otro, y otro, y otro. Eran los críos. Me habían adoptado como diana y se divertían tirándome las piedrecitas del barroco centro de mesa. Y sus padres, riéndoles la gracia.

Menuda metáfora: mi amiga echando un quiqui y yo, el objetivo del centro de tiro del chiquipark. Necesitaba una solución, al menos tenía que parar los golpes, y fui a lo que casi nunca falla: el soborno.

Saqué un billete y me acerqué a la chiquimesa. «Os doy cinco euros para chuches si paráis con las piedrecitas», les solté con una sonrisa de oreja a oreja. «Vale», me dijeron los tres o cuatro bombarderos.

Superado el primer problema, me llegó el segundo. Mi amiga me tiraba de la americana del esmoquin. Iba algo despeinada, pero todo lo demás en su sitio. «Joder, hija, qué rapidez», le dije. «No, no… Si es que no…», me respondió.

¿Qué le habría pasado?

Soy un poco cotilla

Ya me he apuntado al gimnasio, era uno de mis propósitos para este año. Hace ya casi un mes que voy a la piscina y estoy encantada. Sobre todo por el monitor que tienen unas encantadoras abuelitas que están aprendiendo a nadar. Está buenísimo.

A pesar de todo, intento ir a mi rollo. Me pongo en el carril número 4, cerca de la escuela de sirenas jubiladas, que se colocan del 1 al 3, y de su monitor, por supuesto.

Hoy, mientras descansaba mirando al mar (es lo mejor de esta piscina, las vistas) he escuchado la conversación de dos amigas que tenía en los carriles del otro lado.

«Me siento utilizada por los hombres», decía la del gorro de colores, que arrastraba las eses. Al parecer es relaciones públicas de algo y, por lo que explicaba, los últimos rollos que ha tenido han sido gracias a eso.

El problema, según decía, es que cree que los ¡cinco! tíos que se acuestan con ella (o ella con ellos) lo hacen para entrar gratis en ese sitio en el que trabaja.

En ese punto, he decidido reincorporarme al nado y he hecho unas cuantas piscinas más, siempre ojo avizor por si las colegas se volvían a detener y seguían con su charla.

Y así han hecho, y yo he descansado otra vez. La amiga de la leona sexual que se siente utilizada le ha hablado claro. «¿No crees que estás exagerando? No creo que nadie se tire a alguien que no le gusta para no pagar 20 euros«, le ha dicho.

«Es más, creo que tu les utilizas más a ellos que ellos a ti. Con la excusa de que les pones en la lista de entrada, te los trajinas», ha añadido.

He estado a punto de dar un salto a lo Gemma Mengual y empezar a aplaudir las salidas de una y de otra. Pero no. He hecho tres piscinas más y me he ido a la ducha, envidiando la gran memoria de la chica del gorro de colores, capaz de acordarse de los nombres de todos sus amantes.

Hacer el amor en un coche

Buenas! Vuelvo a estar aquí. Antes que nada, quería pedir disculpas por no actualizar últimamente el blog.

Como muchos sabéis, me he mudado de casa y de ciudad. Los que hayáis vivido (sufrido) algo similar creo que me entenderéis perfectamente.

Pero ahora parece que ya vuelve a ir todo sobre ruedas… O eso creo. Además, el hacer limpieza me ha servido para encontrar papeles que estaban escondidos en mi habitación.

Entre ellos, localicé los resultados de una encuesta (no sé cuándo ni por qué la guardé) sobre los mejores coches para hacer el amor.

Estos son:

– Fiat Stilo (creo que este ya no comercializan)

– Seat León

– Fiat Grande Punto

– Volkswagen Golf

– Ford Focus

– Renault Twingo

– Honda Civic

– Volkswagen Fox

– Ford Fiesta

– Renault Clio

He probado el 60% de los citados en el listado. Precisando, lo he hecho en un León, un Focus, un Twingo, un Civic, un Fiesta y un Clio.

Si bien ninguno es cómodo (a no ser que se haga sobre el capó), me han sacado de algún que otro aprieto. Siempre con resultado satisfactorio. Y, para qué negarlo, a veces me ha dado hasta morbo.

¿A vosotros os gusta hacerlo en el coche?

Una enfermera le está matando

Mi amigo Jocky está desesperado. De todos mis amigos creo que es el que lleva una vida más sana. No fuma, casi no bebe alcohol, su alimentación es de las más equilibradas, hace deporte…

En los últimos dos meses ha cambiado mucho. Su tez brillante está opaca y hace unas ojeras impresionantes. Ha adelgazado cinco kilos.

Jocky culpa de su “mala cara” a su último ligue, una enfermera que, dice, le está matando.

El hecho es que conoció a la chica en un cursillo de cocina. Él volvió encantado. “Es tan maja… Y tiene una marcha… ¡Es una máquina del sexo! ¡Un sueño!”, me decía entonces con sonrisa picarona.

Ahora su sueño se ha convertido en su pesadilla. Cuando ella sale del hospital, hacia las diez de la noche, va directa a casa Jocky. Cenan cualquier cosa y… ¡A darle candela!

“Nos pasamos toda la noche haciéndolo. Dormimos muy poco y, claro, a las siete de la mañana, cuando me suena el despertador, me cuesta un mundo levantarme. Ella se despierta conmigo y se va a su casa a dormir pero yo… ¡Yo me voy a trabajar!”, me contaba hace unos días.

Dice que, con tanto cansancio acumulado, no rinde en el trabajo. “Y ella está tan fresca”, se lamenta.

El colofón fue hace unos días. Después del enésimo polvo, Jocky se dio cuenta de que había sangre dentro del condón y se asustó. Ella se rió y le dijo: “Esto es una venita, hombre, no pasa nada”.

Él, creo que con razón, se mosqueó. Y le dejó las cosas claras. Atribuyó la hemorragia a la sobredosis de sexo y le espetó: “Mira, bonita, en el mundo habrá muchas pollas, pero yo sólo tengo una”.

Jocky quiere descansar y se ha ido de viaje. Hoy llega a Perú. A ver si puede recuperar fuerzas y desengancharse de ella…