Las crisis de pareja dan mucho juego. Todos nos creemos con derecho a opinar acerca de los problemas de otros y damos soluciones sin pensar, dando por sentado que tenemos razón.
En mi caso, la “mala racha”, como dice mi señora madre, que están pasando unos amigos de la familia ha capitalizado las conversaciones de los saraos navideños. Para preservar su intimidad, y con todo mi respeto, me referiré a la pareja como teniente O’Neil (ella) y soldadito de plomo (él).
Según explicó la madre de la teniente O’Neil, están mal desde el verano. Me sorprendió. Hace 20 años que son pareja y de puertas hacia fuera han tenido una buena relación, aunque creo que ella es posesiva y mandona y él, un auténtico calzonazos.
Al conocer la noticia de la crisis, todo el mundo empezó a opinar. Que si ella es una sargento, que si él es mandao de su mujer… “El problema es que las parejas de hoy en día ya no tienen paciencia”, dijo uno de mis tíos, que ronda los 70. ¡Con la iglesia hemos topado! ¡La santa paciencia es la que yo tengo al escuchar semejantes barbaridades!
Es decir, que si uno de los dos miembros de la pareja ha dejado de querer al otro, si alguien es infiel (y es cazado en el acto), si no se soportan, si llevan vidas incompatibles… Uno de los dos, da igual quien, tiene que hacer de tripas corazón y aguantarse.
Supongo que la cara que yo pondría sería un poema, porque mi señora madre me dio una patada que casi me gangrena la pierna derecha. Menos mal que me sonó el móvil. ¡Salvados por la campana!
Era la teniente O’Neil, sollozando: “Lo sabes, ¿no? Él (el soldadito) y yo estamos fatal. Creo que me pone los cuernos, aunque lo niega”.
Le pregunté si el sufrido soldado de plomo le había dado motivos para pensar eso. “Está raro, ya no es el hombre que yo conocí”, me explicó compungida.
¿Hombre? ¡Si se conocieron cuando tenían 17 años y ahora acaban de cumplir 37! ¡Pues menos mal que no son como entonces! En la vida tenemos que evolucionar, ¿no?
Andaba yo absorta en estos pensamientos cuando la teniente O’Neil, en tono más confidente si era posible, me dejó ir el motivo por el que según ella su soldadito le es infiel: “Se rasura el vello del pubis. Antes no lo hacía nunca”.
Toma, toma, toma razón de peso donde los haya para pensar que tu pareja te es infiel. Así que, para estar a la altura de la conversación, decidí poner un tono peliculero. “Querida, si vas a basar tu acusación en esa prueba, lo llevas crudo ¿No crees que igual habéis caído en la rutina o que os habéis dejado de querer?”, le dije.
Se mosqueó. «Carlota, tu vives en la parra», me espetó. Probablemente viviré en otro mundo, pero no creo que sólo eso sea un motivo para pensar que tu pareja te es infiel. ¿O sí? ¿Qué le digo a la teniente cuando la vea para fin de año?