Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

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Una visita inesperada

El danés que viene todos los miércoles al edificio en el que trabajo ha hecho hoy una visita sorpresa.

Me he encontrado con él cuando yo salía a fumar el primer cigarro del día, a eso de las 11.30.

Me ha sonreído y yo le he devuelto la sonrisa. Me ha saludado y yo le he devuelto el saludo mientras intentaba ponerme, de la forma más natural que podía, el piti entre los labios.

He pasado de hacer algún movimiento sexy. La última vez que traté hacerme la interesante ante un tío fue en una discoteca.

Quise apoyarme en la barra mientras le miraba y, como soy muy mala con eso de las distancias, me caí todo lo larga que soy.

Al caso, que él ha hecho el amago de entrar y, cuando la puerta automática se ha abierto, se ha girado y ha venido hacia mí.

«¿Tienes fuego?», me ha dicho.

«Claro», le he respondido mientras acercaba mi mechero, todo fuego, hacia su boca.

Hemos fumado juntos y hemos hablado de tabaco. Hemos coincidido en lo beneficioso que es no poder fumar en la oficina y de tener que hacerlo en la calle.

Cuando he acabado el cigarro, me he ido. He estado en un tris de esperarme a que acabara él el suyo y subir juntos en el ascensor, pero me ha parecido forzado.

«Hasta la próxima», le he soltado sonriente.

«Nos vemos pronto», ha sido su respuesta.

La hora coca cola ‘light’ existe

Hace años, creo que en los 90, un refresco puso en marcha una exitosa campaña publicitaria: La hora coca cola light. En ella, varias oficinistas esperaban el momento del desayuno de los obreros que trabajaban en su edificio (o del limpiador de cristales, según las versiones).

El anuncio era este:

Entonces, yo era una tierna adolescente con las hormonas lo suficientemente desarrolladas como para saber que el tío estaba cañón-cañón.

Igualmente, era inocente y creía que cosas así no sucedían en los lugares de trabajo. ¡Cuán equivocada estaba!

En el edificio donde está mi oficina pasa algo similar. Todos los miércoles, hacia las 12 tiene lugar el día D- hora H que yo, hasta hoy, desconocía. Y la puerta está bloqueada por un grupo de unas siete u ocho mujeres.

Este mediodía le he preguntado al portero por qué había tanta fémina suelta por ahí. «Pero Carlota, ¿no lo sabes? Yo pensaba que bajabas por lo mismo que ellas», me ha respondido. Y me lo ha explicado todo.

Me ha comentado que en una de las plantas, los miércoles recibe la visita de un ejecutivo extranjero (danés o algo así) que las lleva a todas loquitas.

Al poco rato ha bajado el muchachote. Alto, fuerte, castaño con ojos claros, sonrisa blanca, radiante y amable… Un hombretón.

Vamos, que el miércoles que viene, hacia el mediodía, estaré como un clavo en la puerta.

Sexo por teléfono… Y en el tren

Los continuos problemas del servicio de Cercanías en Barcelona hacen que los usuarios pasemos mucho tiempo en los vagones de unos trenes que, día tras día, acumulan retrasos.

Cada uno de los viajeros pasamos el tiempo como buenamente podemos. Yo me lo intento tomar con filosofía y aprovecho para leer, escuchar música, mirar el paisaje o cotillear conversaciones de desconocidos, una de mis grandes aficiones.

Hoy había decidido leer, en el tren de las 10.09 hay bastante silencio porque no va mucha gente. Y tengo entre mis manos una novela que me ha atrapado completamente.

El caso, que iba tranquilamente juntando letras cuando cuatro palabras han perturbado mi tranquilidad: «Tengo la polla tiesa».

Las ha dicho, susurrando lo suficientemente alto para que mis oídos lo captaran y se me encendieran las señales de alarma, el hombre que tenía delante de mí.

Era un yuppie muy barcelonés, de esos de gafas de pasta y de diseño, maletín de piel y de diseño y peinado con gomina y de diseño. Tendría unos treinta y tantos.

Me he quedado de piedra y he dejado de leer aunque he mantenido el libro abierto encima de mi falda. Disimuladamente he mirado a su paquete y, efectivamente, había izado velas.

Menos mal que por fin luce el sol y me he podido ocultar tras mis gafas, que son más grandes y más oscuras que las de Isabel Pantoja.

He intentado poner atención a lo que decía y entre el traqueteo, que lo tenía enfrente y que se ponía la mano para taparse la boca sólo he podido entender que la compañera de juegos del yuppie estaba de viaje y volvería a casa mañana por la mañana.

Que tenía muchas ganas de volverla a ver y de estar con ella. Y que, en cuanto se reencontraran, le haría maravillas en el sofá, la cama, la cocina, el baño…

Y justo en ese momento, la megafonía del tren ha anunciado mi estación. He maldecido que, por primera vez esta semana, el tren no fuera con retraso.

¿Nos gusta que nos hagan sufrir?

Tengo un amigo que sostiene que a las chicas nos gustan más «los cabroncetes que los buenos tíos». Yo siempre he sostenido que no es así. Me gusta que me lleven en bandeja y sentirme como una reina.

Pero ayer dudé. Mientras miraba unos capítulos atrasados de House me dio por pensar quién me atrae más. Si House o Wilson.

Me decidí por el primero. Su sarcasmo, su mala leche y ese puntito de hijoputa me parecen muy sexies. No sé por qué.

Es más, con esos ojitos azules le encuentro hasta atractivo y, por qué no, guapo. Supongo que esto último es porque por el halo que les da a muchos el salir por la tele. Y, claro, te montas el cuento de la lechera y te ‘enamoras’ del personaje, que no de la persona.

Porque no debemos olvidar que House es Roger Charleston en una de mis películas favoritas, Los amigos de Peter. Y, aunque la he visto millones y millones de veces, nunca había mirado lascivamente a Hugh Laurie. Al contrario, me parecía más soso que un trozo de merluza hervido sin sal ni laurel.

En cambio, Wilson… Ahora no me pone tanto (por no decir nada). Y eso que cuando interpretó al pobre Neil Perry en El club de los poetas muertos me tenía loquita…

Pero ahora, ni frío ni calor. Diría incluso que me aburre.

¿Tendrá razón mi amigo y nos gustan malotes?

Quiero más bodas bacanales (Parte 2)

Con mucha demora, por la que me quiero volver a disculpar, os quiero contar cómo acabó la boda de mi prima.

Efectivamente, mi amiga y el canoso-morboso no pertrecharon el acto, todavía. No tenían condones a mano.

Así que, todos, entre risas, decidimos ingerir el pato estriado que nos pusieron por segundo plato y por el que, seguro, mi prima había pagado una pasta.

La merienda-cena transcurrió con alegría en la mesa calificada como “la de los amigos solteros”, de la que yo siempre formo parte.

Así, se comió poco, se bebió mucho y se rió más. Llegado el postre, un pastel que no probé, el canoso desapareció por arte de magia tras mirar a mi amiga. Ella también fue abducida en décimas de segundo.

No supe de ella hasta un cuarto de hora después, cuando mi prima, medio escandalizada, me vino a buscar. “Controla lo que hace tu acompañante. Está abajo”, me dijo mientras yo estaba intentado robar un paquete de tabaco de otra mesa.

Pensé lo peor, que les había dado un arranque de exhibicionismo a ella y su nuevo fichaje y estaban dándole que te pego en el hall.

Bajé hasta allí y no les encontré. Hasta que, de golpe y porrazo, la vi salir del baño adaptado. “Calla, qué vergüenza. Tu prima nos ha pillado cabalgando”, fue lo primero que atinó a decir mientras recogía las lentejuelas de su vestido.

“¿No habéis cerrado la puerta? ¿Qué habéis hecho cuando la habéis visto?”, dije partiéndome de risa. Me respondió rotunda: “Pues seguir. ¿Qué vamos a hacer?”.

Localizada mi amiga, con tabaco recién robado en mi bolso y una barra libre esperando, ¿qué hacía yo allí abajo, al lado de los baños? Decidí subir a la sala donde se realizaba el baile.

Había costado arrancar, pero a las 4 de la mañana mi cuerpo pedía más fiesta. sólo había un problema: la sala cerraba… Antes de irme, recogí a mi amiga y sonreí al maitre, un chico bastante atractivo que no me quitó ojo en toda la noche.

En la puerta del restaurante se me acercó y me regaló una rosa del jardín. Muy bucólico todo hasta que mi prima se presentó. “¿Qué haces que no estás con tu recién estrenado marido?”, le pregunté. A lo que me respondió: “Arreglando tu futuro”.

Le al chico tendió un papel en el que, según me dijo después, estaba escrito mi número de teléfono.

El maitre me ha llamado un par de veces. Quiere quedar. Yo le he dicho que no.

Lo que faltaba. Voy de boda

Ya lo dicen, ya. Las desgracias nunca vienen solas. Y es que después de dos semanas un poco fastidiada de salud (dolores varios y un resfriado de tres pares de narices) este fin de semana me toca ir de boda.

Se casa una prima segunda y, como no, me ha invitado. A veces dudo si este tipo de invitaciones son «de corazón» o son para sacarte cuatro perras. No dejan de ser personas con las que has tenido un roce mínimo.

No se trata de una prima-hermana, ni de una amiga, ni de alguien con quien hayas convivido o quieras… Es una prima segunda, con la que he coincidido básicamente en BBC (Bodas, bautizos y comuniones).

Muchos pensaréis que yo podría haber rechazado la invitación. Cierto. Pero, me pilló de flojera y, en según qué momentos, no sé decir que no.

Además, me aseguró que podía llevar «a un amigo, o amiga, o lo que quieras… Como eres tan rarita». Así que le respondí que iría con un par de colegas. Al menos tendremos barra libre. Y si yo soy rarita, ella que lo pague.

En fin, que nunca me han gustado estos acontecimientos. De hecho, según cuenta la leyenda familiar, mi primer gran enfado fue en mi bautizo. Yo, como cabe de esperar, no lo recuerdo.

El segundo, y este sí que lo tengo en mi memoria, fue en la primera comunión. Asqueada de tener que ir con un vestidito (obligué a mis padrinos a que al menos me lo compraran corto) blanco y rosa, exigí a mi madre lucir mis relucientes zapatos de charol negro. Mis favoritos.

La cosa acabó mal. Me tragué la hostia antes de entrar a la iglesia.

Ah! Al final llevé los zapatos blancos que me habían comprado mis padres para la ocasión. Semanas después los llevamos al zapatero y los teñimos de negro. Aún deben correr por casa…

Soy un poco cotilla

Ya me he apuntado al gimnasio, era uno de mis propósitos para este año. Hace ya casi un mes que voy a la piscina y estoy encantada. Sobre todo por el monitor que tienen unas encantadoras abuelitas que están aprendiendo a nadar. Está buenísimo.

A pesar de todo, intento ir a mi rollo. Me pongo en el carril número 4, cerca de la escuela de sirenas jubiladas, que se colocan del 1 al 3, y de su monitor, por supuesto.

Hoy, mientras descansaba mirando al mar (es lo mejor de esta piscina, las vistas) he escuchado la conversación de dos amigas que tenía en los carriles del otro lado.

«Me siento utilizada por los hombres», decía la del gorro de colores, que arrastraba las eses. Al parecer es relaciones públicas de algo y, por lo que explicaba, los últimos rollos que ha tenido han sido gracias a eso.

El problema, según decía, es que cree que los ¡cinco! tíos que se acuestan con ella (o ella con ellos) lo hacen para entrar gratis en ese sitio en el que trabaja.

En ese punto, he decidido reincorporarme al nado y he hecho unas cuantas piscinas más, siempre ojo avizor por si las colegas se volvían a detener y seguían con su charla.

Y así han hecho, y yo he descansado otra vez. La amiga de la leona sexual que se siente utilizada le ha hablado claro. «¿No crees que estás exagerando? No creo que nadie se tire a alguien que no le gusta para no pagar 20 euros«, le ha dicho.

«Es más, creo que tu les utilizas más a ellos que ellos a ti. Con la excusa de que les pones en la lista de entrada, te los trajinas», ha añadido.

He estado a punto de dar un salto a lo Gemma Mengual y empezar a aplaudir las salidas de una y de otra. Pero no. He hecho tres piscinas más y me he ido a la ducha, envidiando la gran memoria de la chica del gorro de colores, capaz de acordarse de los nombres de todos sus amantes.

«Tengo una enfermedad, el desestrés»

El sábado me invitaron a una fiesta de cumpleaños. Era de una conocida de una conocida de una amiga mía. Entre los invitados había una chica que me pareció especialmente graciosa, Meri. Iba vestida con una camiseta verde y una minifalda negra. Tenía un tipazo.

Aparentemente era muy fina: morena con el pelo liso y largo y con los ojos azules, muy bien vestida y peinada, sonriente. Pero cuando hablaba… Le salía la vena arrabalera que tenía dentro. Me hizo tanta gracia que me pasé revoloteando a su alrededor buena parte de la fiesta, observándola y escuchando lo que decía.

La chavala, muy complaciente, escuchó a otra chica que corría por allí y que tenía un «gran problema». Al parecer no tenía nada que hacer en su trabajo. «Me aburro. Me paso el día leyendo la prensa o tomando cafés», le decía. Meri, rauda y veloz, le solucionó en un momento el quebradero de cabeza: «Mira, pava, esto se arregla con un par o tres de cubatas».

A medida que la fiesta avanzaba y que el alcohol iba haciendo mella, Meri se me confesó: «No estoy bien, tía, tengo una enfermedad«, me soltó de golpe. Yo me preocupé. Con lo sanota que se la veía…

«¿Qué te pasa?», le pregunté. «Sufro desestrés. Como voy tan liada durante la semana, cuando llega el finde me da el desestrés y me quedo como una marmota, no paro de dormir. Al parecer, es algo normal. Lo vi en un reportaje de la 2″, me explicó complaciente. Yo le puse remedio con su misma medicina y le respondí: «Mira, guapa, esto se arregla con un par o tres de cubatas». «Tienes razón», me dijo, «¿quieres un pelotazo?».

Le dije que no y me fui a buscar a mis amigas. Se lo conté en el baño. Fue en ese momento cuando decidimos marcharnos de allí. Nos montamos la fiesta por nuestra cuenta.

Hacer el amor en un coche

Buenas! Vuelvo a estar aquí. Antes que nada, quería pedir disculpas por no actualizar últimamente el blog.

Como muchos sabéis, me he mudado de casa y de ciudad. Los que hayáis vivido (sufrido) algo similar creo que me entenderéis perfectamente.

Pero ahora parece que ya vuelve a ir todo sobre ruedas… O eso creo. Además, el hacer limpieza me ha servido para encontrar papeles que estaban escondidos en mi habitación.

Entre ellos, localicé los resultados de una encuesta (no sé cuándo ni por qué la guardé) sobre los mejores coches para hacer el amor.

Estos son:

– Fiat Stilo (creo que este ya no comercializan)

– Seat León

– Fiat Grande Punto

– Volkswagen Golf

– Ford Focus

– Renault Twingo

– Honda Civic

– Volkswagen Fox

– Ford Fiesta

– Renault Clio

He probado el 60% de los citados en el listado. Precisando, lo he hecho en un León, un Focus, un Twingo, un Civic, un Fiesta y un Clio.

Si bien ninguno es cómodo (a no ser que se haga sobre el capó), me han sacado de algún que otro aprieto. Siempre con resultado satisfactorio. Y, para qué negarlo, a veces me ha dado hasta morbo.

¿A vosotros os gusta hacerlo en el coche?

San Valentín ya pasó

Por fin es el día después. San Valentín ya ha pasado, como siempre, a todo gas y anunciándose a bombo y platillo. No me gusta esta fecha. Y no porque no sea romántica, que lo soy. Ni porque sea una amargada, que no lo soy.

Quizás por esta idea idealizada que tengo del amor, cuando he tenido pareja me he esforzado porque fuera san Valentín a cada momento, cada día.

Creo que las relaciones se han de cuidar minuto a minuto, y no una, dos o tres veces al año. Cuando quieres, quieres siempre y para siempre (o al menos eso crees).

Hoy leía unas declaraciones que la modelo Heidi Klum, una de las mujeres más bellas que hay en la capa de la tierra, hacía a la edición francesa de la revista Elle.

Ella prefiere «hacer de cada día de mi vida uno especial». Quizás por eso la modelo y su marido, el atractivísimo Seal, ayer pasaron la velada en casa.

¿Cómo lo vivisteis vosotros?