Como cada mañana que me apetece, hoy he ido a nadar un rato a la piscina del gimnasio en el que estoy apuntada desde hace unos meses.
Me he puesto el bañador, he salido a la piscina, he hecho unos largos y, cuando he considerado, he regresado al vestuario, camino de las duchas.
Allí, me he encontrado con las mismas mujeres de siempre: mayores, jóvenes y alguna que otra adolescente que, como están de vacaciones, matan su tiempo libre tonteando con uno de los salvavidas que hay y que está como un panecillo recién horneado.
Hasta aquí, todo normal. Pero en la ducha me ha pasado algo que nunca me había sucedido: una chica de unos 35 o 36 años, con la que alguna vez he intercambiado palabras de cortesía, me ha tocado el culo.
El hecho ha sido ridículo. Ha ido así: Ambas en bolas. Yo, enjabonándome el pelo. Ella me pregunta qué tal va el mes de julio. Yo le respondo que bien. Y, cuando menos me lo esperaba, pas-pas. Me ha dado dos cachetes en el trasero.
Me he puesto roja, amarilla, azul… Me he apartado un poco y he seguido enjabonándome el pelo. Al salir de la ducha se lo he comentado a una señora mayor encantadora que está aprendiendo a nadar. Me ha dicho que no soy la única a quien le ha sucedido.
La verdad es que, a pesar del azoramiento inicial, no le voy a dar más importancia al hecho en sí.
Pero mi problema es el siguiente: a partir de ahora, ¿qué hago cuándo la vea en la piscina? Siempre que voy está…