Un nuevo acercamiento. Ha sido esta mañana, con el danés que cada miércoles alegra el día (y la vista) a las mujeres del edificio en el que trabajo.
En un intento de hacerme la encontradiza (sé que llega hacia mediodía) he bajado a las 12.03 horas a fumar un cigarro.
Había unas cinco o seis mujeres más, completamente peripuestas. Y ha llegado él. Alto, atractivo, fantástico. Con una camisa blanca de manga larga y unos pantalones verde militar.
Ya en la puerta, me ha sonreído. «Fumando, ¿eh?», me ha dicho. «Sí, un poco», le he respondido. Y me ha preguntado: «¿Me vuelves a dar fuego? Rauda y veloz he desenfundado el mechero, que tenía oculto en un bolsillo del vaquero.
Hemos estado hablando, ante las miradas de mis compañeras de espera. Que si hacía fresquito para ser julio, que si hace ya dos años que vivía en Barcelona, que le gustaba la ciudad pero que los barceloneses éramos un poco cerrados…
Vamos, nada importante. Cuando he acabado mi cigarro él ha tirado el suyo, que estaba a medias. «Subo contigo», me ha dicho. Y hemos ido juntos en el ascensor.
En la breve ascensión, me ha pedido mi móvil. Yo me he puesto roja como un tomate. Me lo ha hecho notar que, al momento, él, muy educado, me ha dicho algo así como «si no te parece un atrevimiento, claro».
Me he reído y se lo he dado. Ha dicho que me llamará un día para ir a tomar algo. Esta semana no pienso separarme del teléfono ni un segundo. El tío está cañón.