Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

Perdiendo el oremus

Se deshace el país, se configura de otra forma; podría desaparecer, pero tardaría, aunque todo va tan rápido ahora. Se deshace el país, se remodela todo. Bloques enteros basculan en un glaciar que se va. Todo dentro de las leyes, según designios viciados de origen, presiones y poderes ya remotos, compromisos, medias vidas, 45 años, medias verdades, turbios negocios, chanchullos, parches, ñapas, arreglos. Lo que vino a ser y es la política.

La demolición le ha tocado a Sánchez, un apellido común, pronto olvidado en series estadísticas que nadie querrá estudiar, para qué si ya lo sabrán los robots auxiliares, bases de datos infinitas, servidores que con el tiempo serán desconectados por falta de agua, de electricidad, por demasiado consumo, y así se deshizo un país, o quizá se formateó de otra manera, desaparecer no es fácil, se puede arruinar, endeudar (más, hasta qué punto del PIB), desmontar la endeble democracia ya algo deteriorada.

Le tocó esa época a Sánchez, ya en los anales del preolvido en plena gloria, vagas memorias de números oxidables como lagartijas crucificadas al sol, se acabó el agua potable pero antes se la beneficiaron los que apuntalaban el poder, el poder de mandar y sancionar y castigar y hasta de promulgar leyes, aunque a partir de cierto momento ya no era necesario ni había medios para tanto así, se olvidó la gramática,  se trataba de publicar decretos, edictos, ucases, simples órdenes ejecutivas ilegibles  con un batallón de antidisturbios que ya venía a ser la legitimidad, antes de que se amolara todo y accediera al mando un epítome del populismo que ya nadie lo llamaba así y decretara su mando vitalicio (se veía joven) y detener o confinar y vigilar a las exiguas mínimas fuerzas opositoras que ni falta hizo porque ya no quedaban ganas ni apoyos y la plebe solo quería comer y agua casi potable.

Tampoco en el ancho mínimo mundo había autoridad y nadie osaba nombrar la palabra democracia, excepto cuando respondía a emisiones del régimen que la había usurpado más o menos en todas partes. Igual que el cambio climático había ido llegando por oleadas hasta que ya se vio que en efecto era eso y no fenómenos síquicos o extraterrestres (de todo se llegó a decir), igual que subían las mareas y anegaban playas y ciudades se secaban los ríos y aun nevaba a ratos en el Himalaya.

La desbandada, universal, sin destino ni rumbo, era un simple vaivén de miles de millones de personas, cientos de miles personas centenarias sanísimas, delgadas, esbeltas gimnásticas, maratonianas, cientos de miles de –si hubieran tenido hijos– bisabuelos en marcha con la mochila y los 0,7 nietos en un carrito de mano en pos de una tierra no prometida the vaste land, la diáspora anunciada, el destino y sus guadañas, toda esa gente de aquí para allá, caravanas deshaciéndose, Mad Max en las carreteras con hierbajos, el zahorí era el mejor pagado, con doble o triple escolta tenían que ir por esos campales donde solo quedaba polvo y coches relucientes sin nada que echarse al depósito o a la batería ni agua para el radiador.

Como no había dinero ni milicias para vallas ni para púas y cuchillas el control era aleatorio, a suerte y verdad, manadas de helicópteros autónomos, enjambres de drones artillados que se veces se desorientaban ellos también y se disparaban entre sí como fuegos artificiales sin motivo, a veces disparaban a las multitudes errantes con mochiletas roñosas de los Simpson o de otras celebridades y carritos con enseres o mantas y trapos y enfermos que enseguida se curaban para poder seguir la marcha, largos recorridos, pueblos itinerantes a ninguna parte, bandas desarrapadas, raigones ya muy masticados, sesos secos de vacas comidas sobre la marcha, avanzábamos como una constelación de plagas arrastrando los pies, el último modelo de zapatillas deportivas de ciento cuarenta euros, trekking postrero, zapatillas muy sólidas, indestructibles en las primeras millas, la ONU había recomendado esos modelos para la que se nos venía encima, era una posibilidad, por si acaso, pura prospectiva inmediata inmisericorde, llevar perros fuertes y sanos (no había otros), cantimploreas, bidones, carritos no chirriantes, que el ruido desquicia a los que no saben a dónde van, y las zapatillas irrompibles, al menos dos mil kilómetros, y nada de móviles, que pueden atraer a los drones autónomos que quizá no obedecen a nadie o sí vete a saber. Y esa era la proyección para el año del cambio real, cuando Europa ni siquiera pudo saber de sí y América volvió a enzarzarse y hasta China perdió el oremus y entró en debacle total, etc.

 

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