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Soria, fiesta de la poesía entre ardillas y palacios

Visión rápida de Soria capital. Google te deja en el parking del Olivo, en el centro, ya peatonalizado. En esta visita de dos días y medio Soria es una calle este-oeste gobernada por la presencia de Machado, Becquer y Gerardo Diego. En una punta está el Duero, en la otra la Alameda de Cervantes, que tiene un célebre templete de música edificado en torno a un árbol, una espiral a la gloria, cerrado con una cadena.

En esa alameda se ha celebrado del 31 de julio al 6 de agosto la 16 edición de Expoesía Soria (programa pdf), una feria del libro poético un sinfin de actos en torno a la poesía y la cultura. Yo he ido con mi mujer, Pilar Clau, que firmaba con  editorial Olifante su libro Mujer de otoño, (entrevista en 20Minutos) y han sido unos días estupendos.

Al salir del parking Soria muestra sus palacios intitucionales, robustos caserones de siglos, una iglesia imponente, el edificio de la diputación provincial, con ocho estatuas negras delante de la fachada, la fortaleza de la delegación de Hacienda, rematada con un intimidante torreón: entre hacienda y la diputación se alza un túmulo de piedra coronado por un pebetero donde arde un fuego día y noche. El viajero veloz no tiene tiempo de indagar qué significa esa llama y si no fuera por una foto de emergencia creería que ha sido una pesadilla.

La Alameda de Cervantes, andando desde la feria de los poetas, se convierte en un bosque delicioso donde las ardillas comen de la mano, brincan por los árboles y se hacen selfies con los visitantes. No hay nada más poético que ese desayuno entre la hierba.

La feria es algo inaudito, todo poetas departiendo sobre el arte más imposible, el más sutil y esquivo, tan superfluo como necesario. Las casetas son de cuento y el árbol templete de la música incita a saltarse la cadena que lo cierra, trepar por la escalera en espiral y recitar desde lo alto Con diez cañones por banda.

Hay un ambiente extraordinario, quizá porque es una feria más de pasión que de negocio, aunque los editores –según explica uno de ellos– son el gremio más satisfecho de cómo van las ventas en estos años. Aleluya.

Soria subyuga sin aspavientos. La paz de Soria, la segunda capital más pequeña después de Teruel.

Es un pueblo con Gerardo Diego sentado en el centro en el porche leyendo en un velador. Machado tiene otra efigie con silla delante del instituto que lleva su nombre. Y Leonor, sentada también en su silla de bronce delante de Santa María la Mayor (que muestra un paso de Jesús entrando en Jerusalén en la burreta provisto de volante). Luego está la ascensión al Espino, donde está el olmo seco y la tumba de Leonor.

Pasear por la ruta este-oeste entre el Duero y la Alameda de las Ardillas Poetas es lo mejor, tomar un café en el Casino –en la falsa o buhardilla hay un museo tan entrañable como modesto de los tres poetas que nutren a la ciudad– y trepar por las callejuelas interminables con la boca abierta: llenas de caserones y palacios del XVI, edificios torturados, con las ventanas tapiadas (en la plaza mayor, casi al lado del ayuntamiento), es vivir en otros siglos en perfecta armonía con las tiendas de Mango y las cosas del siglo (del siglo XX). En la medular calle de El Collado está la Librería y Papelería Las Heras, que ya es para perderse.

La España vacía es también la España lenta, las carreteras son de 90 km/h, aunque a trozos se engalanen de autovía.

En Soria está la Fundación que custodia el archivo y la memoria de Juan Antonio Gaya Nuño. Abre por la tarde.

Maravilla Soria. Para quedarse.

 

La escultura de Gerardo Diego lleva una gota de agua en la nariz porque estaban regando la calle y la manga riega salpica.

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