Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

El poder de quemar las calles y aterrorizar una ciudad

La vida quería seguir con sus cosas, negocios, premios, comercio, vida social… la política ya había desaparecido. La gente quería seguir con sus cosas, pero las llamas subían desde los containers y les obligaban a salir de sus casas a las calles llenas de humo y barricadas.

El gobierno, cualquiera de ellos, estaba pensando más o menos en cómo seguir siéndolo indefinidamente, y en cuál sería el momento de decir algo, incluso, llegado el caso, de hacer algo. La ciudad ardía por los ocho costados, las carreteras estaban cortadas por las autoridades, que encabezaban las marchas y nadie distinguía ya entre los pacíficos y los que arrojaban piedras, según el tiempo y el lugar.

Había dudas filosóficas y prácticas de si estaba siendo una revolución o solo una algarada algo más larga de lo conveniente, había dudas estratégicas y tácticas en discusión, mientras los tsunamiteros solo lo hacían por divertirse, por vivir noches de gran intensidad y porque al prender fuego a las calles y plazas sentían que tenían poder, que les estaban viendo en medio mundo (el otro medio porfiaba en guerras más oscuras, sin interés), que estaban destruyendo una ciudad emblemática, hiperturística… el poder de la calle.

Aquello ya no iba de independencia sino de revolución.

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