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Abril-Leal: Camelot en Castellana,3

El libro del ex ministro de Economía, José Luis Leal, («Hacia a libertad») me ha abierto los ojos y me ha iluminado zonas claves de nuestra transición de la Dictadura a la Democracia. ¡Enhorabuena y gracias, José Luis!

Cubierta del libro de Leal

Si estoy convencido de que, a pesar de los pesares, hay nobleza y generosidad en la acción política es porque compartí (1978-1980) el sueño de Camelot en el palacete de Castellana, 3. Servir a los intereses generales de España, a las órdenes directas del ministro José Luis Leal e indirectas del vicepresidente Fernando Abril Martorell, marcó mi admiración y lealtad por aquel equipo reducido y eficaz que promovió y cumplió los Pactos de la Moncloa, imprescindibles para poder aprobar, con estabilidad socio económica, la Constitución más larga y provechosa de nuestra historia. Los demócratas le debemos mucho a esa pareja de patriotas.

José Luis Leal con su esposa Joseline y Fernando Abril Martorell.

Yo ganaba allí muy poco dinero, comparado con el sueldo anterior y posterior de redactor jefe de El País, pero nunca gané tanta felicidad por la satisfacción del deber cumplido al servicio de la Democracia. Era como hacer otra vez la «mili», pero de verdad. Una de las mejores etapas de mi vida.

En la planta baja de Castellana, 3, despachaba yo cada día con José Luis Leal, ministro de Economía, condiscípulo juvenil del rey emérito, luchador anti franquista, exiliado, doctor por la Sorbona, sabio entre los sabios y, sobre todo, poeta.

Leal estudió con el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón.

En ocasiones, también me tocaba asistir al vicepresidente Abril Martorell, que trabajaba, a cualquier hora del día o de la noche, en el primer piso, al que se accedía a trompicones por un viejo ascensor barroco que llamábamos «la bombonera». El primer día, me sorprendió que el despacho del ministro fuera más del doble de grande que el del vicepresidente, un político que valoraba más el contenido que el envoltorio de los muchos problemas que se echaba a sus anchas espaldas.

En el equipo de Abril-Leal había muy pocos funcionarios y procedían de todos los colores políticos. A nadie se le preguntó por su origen o sus afinidades ideológicas. Importaba la entrega a los ideales básicos de consolidar la Democracia y construir un país más justo y próspero. Esto que digo, en favor aquellos dirigentes generosos, eficaces y honestos, les parecerá cuento chino a muchos desencantados por la polarización y la corrupción política de nuestros días. La verdad, en ocasiones, parece increíble. Pero, lo crean o no, esa es mi verdad, vivida en primera persona y contaba con toda la honestidad de que soy capaz.

Al cabo de más de medio siglo de ejercicio del Periodismo, también he llegado a la conclusión de que, en situaciones graves y extraordinarias, la sociedad produce líderes extraordinarios. Lo queramos o no. Por eso, emergieron entonces personajes excepcionales, quizás irrepetibles, como Fernando Abril Martorell, José Luis Leal, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, el teniente general Gutiérrez Mellado, el cardenal Tarancón y, naturalmente, sé por qué lo digo, el teniente general Andres Cassinello, el creador del CNI de Suárez. Fueron hombres capaces de actuar y llegar a acuerdos patrióticos cuando estábamos al borde del abismo. La izquierda y la derecha desconocían la fuerza del contrario y tenían miedo. Los vencedores de la guerra civil temían a la revancha violenta de los vencidos y los perdedores, a una nueva dictadura de los franquistas sin Franco. El miedo compartido (y algo de generosidad, no digo que no) nos hizo demócratas.

Ahora estoy disfrutando mucho con la lectura de las memorias de mi antiguo jefe, José Luis Leal, una figura demasiado modesta y que fue clave para llevar a buen puerto la Transición española. Aunque estuve en aquel Camelot, como el último de los becarios, desde el otoño del 78 al invierno del 80, el libro me aclara ahora muchos secretos, usos y costumbres de aquellos tiempos que yo solo sospechaba. El objetivo era no volver a las andadas de otra guerra civil. Quitar la razón al gran poeta Ángel González que nos decía: «La historia de España es como la morcilla de mi pueblo: se hace con sangre y se repite». Gracias a gigantes políticos, como los que he nombrado en el párrafo anterior, se equivocó el poeta. También se equivocaron mis colegas de la prensa extranjera que, al morir el tirano, volaron hacia España en busca de otra guerra fratricida. Era costumbre. Decepcionados, tuvieron que marcharse con sus plumas a otra parte.

El libro de José Luis Leal, editado por Turner, será presentado mañana lunes, 12 de diciembre, a las 19:00 h. en la Fundación Carlos de Amberes, calle Claudio Coello, 99, Madrid. No te lo pierdas.

En Claudio Coello, 99, a las 19:00 h del lunes 12 de diciembre, con Leguina y García Vargas, dos viejos amigos.

En mi libro de memorias, «La prensa libre no fue un regalo», he intentado describir y, a veces, explicar, torpe y brevemente, lo que hacíamos desde aquel antiguo palacete, algo versallesco y nada funcional, que había sido ocupado antes por Azaña, Carrero Blanco y Suárez.

Copio y peo, a continuación, algunas páginas de mi libro en las que me refiero, de pasada, a los trabajos de aquella Corte del rey Arturo en la que respirabamos el sueño de una España mejor, más libre y más justa que la que no deparó el tirano Francisco Franco durante su ominosa y cruel Dictadura de vencedores contra vencidos.

Abril-Leal. Pag. 354

Abril-Leal. Pag. 355

Abril-Leal. Pag 356

Abril-Leal. Pag. 357

Abril-Leal. Pag. 358

Abril-Leal. Pag. 359

Abril-Leal. Pag. 360

 

 

Mi libro en Babelia ¿Qué más puedo pedir?

El País, donde pasé tantos años felices, me ha dado esta mañana una alegría. Mi colega Rafael Fraguas publica hoy en Babelia un artículo interesante sobre mi libro de memorias personales y periodísticas. Gracias, querido Rafa. Comprendo tus criticas por la descripción que hago de algunos aspectos casi religiosos del comunismo que nunca me gustaron. También reconozco y valoro positivamente en mi libro la contribución extraordinaria que muchos comunistas, empezando por Santiago Carrillo, hicieron a la Transición de la Dictadura a la Democracia. Lo cortés no quita lo valiente.
En su edición digital, que copio y pego a continuación, su comentario sobre «La prensa libre no fue un regalo» es más amplio que en la versión impresa. Me ha sorprendido la foto de la Agencia EFE (que yo desconocía) sobre los preparativos de la manifestación en protesta por el secuestro y las torturas que sufrí en marzo de 1976 por un comando de la Guardia Civil de Campano, un general del bunker franquista.
EL PAÍS

‘La prensa libre no fue un regalo’, recuerdos de un combate inacabado

José Antonio Martínez Soler relata los avatares del periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional

Manifestación en Madrid en marzo de 1976 en la que 300 periodistas se solidarizaban con José Antonio Martínez Soler, secuestrado, torturado y amenazado de muerte si no abandonaba el país.
Manifestación en Madrid en marzo de 1976 en la que 300 periodistas se solidarizaban con José Antonio Martínez Soler, secuestrado, torturado y amenazado de muerte si no abandonaba el país.EFE
Los libros de memorias, cuando son sinceros, se asemejan a aquellos melones cuya tajadura descubre un suculento contenido. La dulce pulpa de los testimonios veraces surge así ante nuestros ojos. Pero, para saborearla, será preciso quitar las numerosas pipas o pepitas que la envuelven. Es el caso de La prensa libre no fue un regalo (Marcial Pons Editores), memorial del veterano periodista y gestor de medios, José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947). La pulpa de este interesante libro la compone una trepidante narración, descrita con amenidad y desenvoltura, sobre los avatares del Periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional. Proceso coral y de masas que Martínez Soler individúa amparándose en un género que, como tal, se lo permite.

Prosa limpia, libre y ligera, acreditada por cinco décadas de oficio, con una destreza especialmente didáctica acuñada, sobre todo, en la Prensa económica. Destacó como director, subdirector o redactor-jefe de numerosas publicaciones, ora fundadas, impulsadas por él mismo, así como en distintos programas de la televisión estatal. Nada que objetar sobre la elevada carga testimonial, familiar y de relaciones amistosas y profesionales desplegada por el autor, materias tan sagradas como la subjetividad de sus percepciones, ante las cuales la crítica debe obligadamente plegar velas.

Empero, las pipas del melón abierto por el autor conciernen a las distintas interpretaciones opinables que le cabe extraer de los hechos por él así tratados. Las numerosas alusiones y referencias a la libertad de expresión que el libro contiene demandan su atinencia obligada y explícita al derecho a la información, atributo patrimonial que pertenece a la sociedad, no únicamente al individuo. Desprovista de tal condición, la libertad no dejaría de ser un privilegio, caro y seductor, pero meramente privado.

Por otra parte, el autor hace alarde reiterado de anticomunismo, actitud inelegante hacia los profesionales comunistas que, desde el Movimiento Democrático de Periodistas, se arriesgaron a sufrir y sufrieron persecución judicial y marcaje policial tras haberse volcado en defenderle a él, secuestrado y malherido por delincuentes de uniforme vestidos de civiles, metralleta en mano. Martínez Soler se esfuerza en demostrar, en sus juicios y valoraciones ideológicas, que en aquella turbulenta y esperanzadora transición política, el antifranquismo no implicaba necesariamente ser anticapitalista, ni ser contrario a la política estadounidense en su conjunto, tomas de posición consideradas ayer y hoy como señas de identidad de la izquierda real.

Numerosas pinceladas esmaltan la narración, donde aflora un entusiasmo creativo amparado en la iniciativa que ha de presidir el quehacer periodístico. Pero el entusiasmo es tanto y tan contagioso que esconde algún índice de adanismo, sobre todo en lo que se refiere a su paso por TVE. En cuanto a distintos emprendimientos empresariales personales, la línea entre la propiedad de los medios y el oficio de los profesionales queda casi siempre nítidamente demarcada, pero no obstante, hay iniciativas que persiguen repicar y marchar en procesión simultáneamente, con curiosos resultados, como los obtenidos por el autor en tales iniciativas.

Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España

Amenidad, interés y euforia singularizan este libro donde la sorpresa y la emoción dan paso, también, al estupor de unos hechos tan irrepetibles como los vividos por la sociedad española, en general y desde la Prensa democrática, en particular, durante aquel trance sociopolítico. El miedo fue, para el autor, la clave de aquel histórico tránsito; razón no le falta; pero ante y frente al temor se irguió la audacia de generaciones anteriores que laboraron tan arriesgadamente para que la suya disfrutara de las mieles del triunfo. Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España. Mas, cuando aquel equilibrio se torció luego, algunos de los demonios conjurados entonces reaparecieron y hoy se asoman con altanería en la escena, como un siniestro ritornello. Libros como este dan cuenta de aquellas batallas ganadas para la libertad por el autor y numerosos otros periodistas, en la guerra que la democracia libra contra una parte del pasado que, en verdad, merecía ser hecho añicos.

Portada de 'La prensa libre no fue un regalo', de José Antonio Martínez Soler.

La prensa libre no fue un regalo

Autor: José Antonio Martínez Soler.

Editorial: Marcial Pons, 2022.

Formato: tapa blanda (576 páginas, 31,35 euros) y e-book (euros).

Mi libro en la edición impresa de El Pais

Artículo de Rafa Fraguas

España eres tú, querido Iñaki

Anoche vi, no sin cierta tristeza, la despedida periodística de Iñaki Gabilondo en Movistar con su «última» pregunta a varios entrevistados de campanillas: «¿Qué (diablos) es España?.

Iñaki Gabilondo , el gran escuchador

Desde mi sofá me dieron ganas replicarle al gran escuchador: «¿Y tú me lo preguntas? España eres tú». Eso pensé yo anoche. Y hoy leo la columna del joven Jordi Amat en El País que concluye con la misma línea: «España podrías ser tú». Sin conocernos, ambos hemos llegado a la misma conclusión, una conclusión cargada de esperanza y buena leche sobre el presente y el futuro de nuestro país. Aquí abundan los Iñakis moderados, dialogantes, esperanzados, firmes en sus principios, duros con las espuelas y blandos con las espigas… Aunque los entrevistados hurgaron, incluso se regodearon, en nuestras heridas históricas, el programa resultó equilibrado y digno del maestro Gabilondo. Me gustó.

Columna de Jordi Amat, uno de los invitados de Iñaki, en El Pais de hoy.

La pregunta, pese a pecar de repetitiva desde el Desastre del 98, es pertinente en estos momentos de zozobra por la polarización política (mucho de boquilla) y los discursos de odio de los extremistas. Sin embargo, no veo razón para tanto pesimismo y desasosiego como dejaba entrever Iñaki en su despedida (que no me creo) de los micrófonos. Basta con leer y/o viajar para comprobar que España no es diferente, como vendía Fraga, ministro de Franco y padre del PP. En lo fundamental, nos parecemos mucho a los demás países europeos y, en lo accesorio, podemos sacar pecho frente a varios de ellos.

Recordaba anoche una frase que, sobre la Transición de la Dictadura a la Democracia, me dijo el profesor Galbraith en los años 80, paseando por en el yard de la Universidad de Harvard: «Es increíble lo que habéis conseguido en España». Me sentí orgulloso y agradecido, por la parte pequeña que me tocaba. Ya vale de flagelarnos más de lo imprescindible.

Cito al profesor Galbraith en el Epílogo de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

Me sorprendió que, entre tantos sabios invitados, apenas se mencionaran los orígenes medievales de España (cristianos, musulmanes y judíos) que son la base de la posterior leyenda negra contra el imperio que tanta sospecha vertió sobre «limpieza» religiosa de los españoles. Aquel «melting pot» de las tres culturas (que convivían y se mataban, volvían a convivir y a matarse) tuvo una enorme influencia en los debates académicos sobre el ser de España que protagonizaron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros.

Durante largas y ricas conversaciones, tales debates se han repetido en las sobremesas de mi casa. Hace poco, encontré en una foto/joya de aquellas tertulias en mi sótano.

Juan Marichal, Solita Salinas, mi esposa Ana Westley, Gabriel Jackson y un servidor, en el comedor de mi casa.

Pese a mi costumbre de gran hablador, en esas reuniones con tales maestros y amigos yo me convertía en un obligado (y embobado) escuchador. Como el Iñaki de anoche.

Mi madre tenía la costumbre de hablarme cuando yo salía en la tele. Solía decirme: ¡Qué estropeado estás, hijo mío! Pues anoche estuve a punto de hacer de apuntador y hablarle yo al colega Gabilondo que aparecía en la pantalla. Me hubiera gustado contarle la frase que aprendí de Alfonso Escámez, un aguileño que llegó de botones a presidente del Banco Central, el primero de España. La atribuía San Agustín:

«Cuando me considero soy un pecador, pero cuando me comparo soy un santo».

Pues eso, querido Iñaki. Ya quisieran los colegas europeos tener entre ellos a un periodista, uno solo, como tú.  Levanta esa moral y disfruta a tope de la jubilación.  Que 80 años no es nada…

Y enhorabuena por tu carrera profesional que admiro y envidio (no sé en qué orden). Suerte en las próximas décadas.

 

 

Gloriosa Expo de Bernardo Pérez sobre la Transición

Bernardo Pérez Tovar, amigo y colega de tantos años en El País, se decidió ayer a mostrarnos por primera vez sus fotos de la Transición. Su Expo retrospectiva de 45 años de foto periodismo está abierta en la Alhondiga de Segovia. No os la perdáis.

Bernardo Pérez, maestro del foto periodismo, fotografiado ayer por César Lucas, otro de los grandes maestros.

Es una muestra gloriosa de la Democracia, de lo que hemos mejorado, sufrido y gozado desde la muerte del tirano Francisco Franco. Y no digamos desde que se construyó este granero del siglo XV.  Los de mi edad hemos visto todas esas fotos en las páginas de El País.

Con Bernardo Pérez ayer en su Expo. Gracias, Maysun, por hacernos esta foto.

Sin embargo, pasear por ellas, todas juntas y revueltas, te da un chute de nostalgia y felicidad, de orgullo patrio, con pinchazos de dolor y de ternura. Porque el autor en un profesional entero, con un compromiso ético con la realidad, «su» realidad, sabio, tierno y compasivo.

Bernardo Pérez, con mi chica (awestley.com). Antes de ser corresponsal del New York Times, Ana fue foto periodista. Y muy buena. Lo cuento en mis memorias.

En tres páginas de mis memorias periodísticas (que copio) cuento el reportaje gráfico que hizo Ana Westley (casi recién casados) en la Quinta Avenida de Nueva York.

«Ruega a Dios, Ella te ayudará». Pag 127

«Ruega a Dios. Ella te ayudará». Pag. 128

«Ruega a Dios. Ella te ayudará». Pag. 129

Dijo Bernardo ayer que lo único objetivo del periodismo es el utensilio que se adapta a la cámara y que, por algo, se llama así: «el objetivo». Y no le falta razón. Nos pasa también a los «plumillas». Lo único objetivo es el teclado. Sin, embargo, viendo las fotos de su realidad, !qué hermosa profesión compartimos!

Bernardo con Maysun, otra estrella del foto periodismo, autora de la foto que hay detrás de ellos.

Bernardo nos dice en la tertulia que «las fotos son nuestro pasado». Mas aún, somos nuestros recuerdos. Y allí están nuestros recuerdos gráficos colgados en este bello edificio medieval de Segovia. Hubo en la tertulia un punto de pesimismo por las «fake news», la ola digital y el retroceso del periodismo independiente, («en proceso de extinción», dijeron) y que yo me atreví a contradecir. A pesar de todo, nunca antes estuvimos mejor que ahora. Pero eso da para más de un tertulia, incluso para otro libro. Y ahora tengo que ponerme a cocinar.  No me da tiempo.

Por cierto, gracias Bernardo, por hablar de mi libro «La prensa libre no fue un regalo», un corte publicitario que me hizo sentirme alguien, entre tantos maestro del periodismo.

 

Cena en El Narizotas de Segovia, ante la estatua de Juan Bravo, un apellido que le iría muy bien a Bernardo.

Anoche no tuve que cocinar para mi chica. Nos dimos un homenaje en un restaurante segoviano que solíamos frecuentar en nuestros últimos 53 aniversarios… juntos.

Y como broche de oro a una tarde espléndida llegó… ¡la lluvia! ¡Qué placer! Menos mal que no me separo del paraguas de repartidor del diario 20 minutos que me reglaron en mi cena de despedida.

Fijaos si soy o no soy un hombre con suerte. El martes pasado me crucé casualmente con Bernardo en el puerta del Ateneo. Disfrazado de motorista, me dio una voz: ¡JAMS! No le reconocí. En cuanto se quitó el casco, nos dimos un abrazo como los de hace años, me hizo una foto, muy cariñosa, y me anunció la Expo que se inauguró ayer.

Retrato de un servidor, obra de Bernardo Pérez. ¡Cómo no le voy a querer!

Bernardo disparó su móvil y me sacó toda la luz (interior y exterior) que yo no tengo. Presumido como soy, coloqué la foto inmediatamente en mi perfil del blog de 20 minutos y en todos los perfiles de mis redes sociales.

Mi perfil en el blog de 20 minutos «Se nos vio el plumero» con la foto que me hizo Bernardo ya incorporada.  Gracias, maestro. ¡Qué honor!

 

 

Emoción máxima en la Feria del Libro

Este libro («La prensa libre no fue un regalo»), que presenté ayer en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro de Madrid, lo escribí pensando en mis tres hijos y mis dos nietos. Con todo mi amor, a ellos lo dedico. Los cinco nacieron y están creciendo en libertad. Afortunadamente, no saben lo que es vivir bajo una dictadura tan cruel como la del general Franco, el amigo de Hitler y Mussolini, que sufrimos sus padres y abuelos.

Portada de mi último libro, ya a la venta.

Debido al confinamiento por tan larga pandemia del Covid, he tenido la oportunidad de escribir esas memorias profesionales y, en parte, personales de un mundo que casi no existe. Hablo de una época de lucha por conquistar la libertad, arrebatada por un golpe de Estado en 1936, una guerra civil (1936-1939) y una larga postguerra de represión violenta por parte de a Dictadura franquista hasta que, muerto el tirano en 1975, recuperamos la libertad por la que habíamos luchado en la clandestinidad.

Así quedó mi cara quemada, tras el secuestro y las torturas que sufrí tras la muerte del dictador Francisco Franco

La prensa ayudó como pudo a esa transición a la Democracia. Lo cuento en estas páginas. Es un libro en el que pueden reconocerse muchos padres y abuelos para los que la libertad, como el oxígeno, se valora más cuando falta. Por eso, pienso también que podría ser un buen regalo para la lectura veraniega de hijos y nietos a los que nunca les faltó la libertad en España. Ayer tuve la suerte de que mi nieto Leo viniera a la Feria del Libro a darme un abrazo, cuando solo quedaban ya dos ejemplares por vender. Anuncié la presentación del libro hace unos días en las redes, pero nunca imaginé que sería algo tan emocionante.

Con mi nieto Leo y los dos últimos ejemplares del sábado 4, en la Feria del Libro

Poco antes, Miguel Iceta, ministro de Cultura, de quien soy fan, pasó a saludarnos por nuestra caseta de la Feria. Visita que agradezco. Aunque es mucho más joven que yo, el ministro aprobó y compartió conmigo el título del libro.

Con Miguel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro «La prensa libre no fue un regalo».

Tuve, además, la fortuna de compartir la caseta 67 con el gran Juan Eslava Galán, cuyas obras tanto he disfrutado. En la foto, con Pedro Pons, Juan Eslava y mi hijo Erik Martinez Westley, un trío de ases.

MIguel Iceta, ministro de Cultura y Deportes, se fue inmediatamente a Paris para acompañar al rey Felipe VI en la final gloriosa de Roland Garros que ganó -¡cómo no!- nuestro gran Rafa Nadal.

Hoy he disfrutado con la victoria de Nadal (14 copas de Roland Garros) y ayer, con las visitas inesperadas a la caseta de la Feria del Libro de amigos y colegas de Cambio 16, Doblón, El Pais, TVE, 20 minutos, etc, que no había visto en años, y de colegas de tallasmadera.com, mi actual audiencia cautiva favorita, con quienes, gubia en mano, he compartido muchas anécdotas que ahora verán en el libro que generosamente compraron. A todos ellos, muchas muchas gracias.

 

Exilio, oposición interior y transición democrática, según Villares

En el venerable salón de actos del Ateneo de Madrid, el profesor Ramón Villares rindió ayer un singular homenaje a los cientos de miles de españoles exiliados que perdieron la guerra civil y, desde su largo y penoso destierro, contribuyeron a la transición pacífica desde la dictadura de Franco a la Constitución democrática de 1978. Su último libro, «Exilio republicano y pluralismo nacional» (Ed. Marcial Pons), fue presentado ayer por el autor y por Ángeles Egido y Antonio García Santesmases.

Portada del libro de Ramón Villares.

De sus intervenciones y de la lectura del ensayo de Villares se desprende una cierta ingratitud por parte de la oposición interior al franquismo (el exilio interior) hacia los hombres y mujeres del exilio exterior, que mantuvieron vivos los ideales democráticos de la II República y nos cedieron una parte importante de su legado histórico. La deuda que tenemos los demócratas españoles con quienes sufrieron tan largo destierro y ayudaron a la Transición sigue pendiente. Los exiliados de la España peregrina, convertidos por Franco (con ayuda del «hisopo eclesial») en apátridas, en no españoles, mimaron durante décadas los valores republicanos y, en su momento, cambiaron incluso, no sin dolor, república por democracia, europeísmo, reconciliación entre vencedores y vencidos y pluralismo nacional. Este libro, con minuciosa documentación y rigor histórico, viene a saldar una parte de dicha deuda.

Contraportada de libro de Villares.

El profesor Villares une exilio y transición mediante un análisis de gran finura intelectual y delicadeza en el tratamiento de los hechos históricos. Me gustó regresar ayer a mi Ateneo, olvidado por la pandemia, y saludar a colegas interesados por los españoles «transterrados», tal como los llamaba mi maestro Juan Marichal que siempre llevó España a sus espaldas.

Con Solita Salinas, Juan Marichal y mi hijo David, en su casa de Cambridge (Mass).

Sus clases y tertulias, al otro lardo del Atlántico, me cambiaron la vida, cuando tuve que huir de la Dictadura, tras sufrir secuestro, torturas y un fusilamiento simulado, a los tres meses de la muerte del dictador, por miembros de la Guardia Civil del franquista general Campano. En algunos capítulos, el libro de Villares me ha producido varios ataques de nostalgia, pues cita a exiliados notables como Juan Marichal y José Ferrater Mora, con quienes compartí clases y veladas inolvidables en sus casas de Massachusetts y Pensilvania. O a Vicente Llorens, secretario del presidente Juan Negrín, experto en el exilio tanto como en la Literatura Española.

Con los exiliados Solita Salinas, Juan Marichal (con boina) y Vicente Llorens y su esposa Amalia, en una excursión a Plumb Island y Newburyport (Mass) a los pocos meses de la muerte de Franco.

El ensayo se cierra con un epílogo titulado «La canción del exilio» en el que escribe: «Los exiliados se habrían llevado, como cantó Léon Felipe, lo mejor de la cultura española. La España de Franco se quedaría con la «hacienda, el caballo y la pistola», pero qué importaría todo aquello, <<si yo me levo la canción>>.

<<El legado político del exilio>>, según Villares, <<fue más decisivo del que los protagonistas en el interior de la transición democrática quisieron reconocer, porque, a fin de cuentas, en el pecado del adanismo se lleva la penitencia de descubrir que siempre hay una <<caja de música>> en la que se guarda otra versión del pasado que no pasa».  Ayer pudimos escuchar en el Ateneo de Madrid unas notas agridulces de esa <<caja de música>>

Gracias, profesor Villares, por su libro. También, por estampar en él su firma. Mi ejemplar, lleno de notas a lápiz, ya vale más.

Autógrafo. «Para José Antonio Martínez Soler, que conoce la transición de primera mano».

 

El SUT, embrión de la Transición, en imágenes

Acabo de recibir el libro «El SUT, imágenes de una España diferente». Duros y emocionantes recuerdos (que raspan el corazón) de aquella España pobre y sufridora bajo el franquismo. Me ha dado un ataque de nostalgia. También de agradecimiento hacia quienes hicieron posible esa experiencia (empezando por el padre Llanos) que nos hizo mejores personas.

Portada del nuevo libro del SUT

Mi paso por las Campañas de Alfabetización, a bordo de mi Unidad Móvil, proyectando documentales y películas y promoviendo debates en la plaza de los pueblos, es inolvidable.

Con mi Unidad Móvil por Sierra Morena (Jaén)

También mantengo extraordinarios recuerdos de mis compañeros y directivos del SUT (Servicio Universitario del Trabajo).

El núcleo duro del Servicio Universitario del Trabajo (SUT) en 1966. Sentado en primera fila (con bufanda) delante de Teresa García Alba, la jefa.

Nos creíamos capaces de cambiar el mundo. De mejorarlo. La verdad es que, en la convivencia con obreros y campesinos, salimos ganando los universitarios miembros del SUT que pasábamos los veranos en Campos de Trabajo o Campañas de Alfabetización. Mirando por el retrovisor, ahora pienso que aquella experiencia, que acabó como el rosario de la aurora, fue un embrión de la Transición. Valió la pena.

Preparando carteles para captar universitarios voluntarios para el SUT. Agitación y Propaganda (agitprop) era lo mío.

Contraportada de libro

Hicimos grandes amigos durante aquellos veranos y la mayoría salimos más anti franquistas que cuando entramos en el SUT. Al Régimen de Franco, que pagaba los gastos, le salió el tiro por la culata.

Emma Beltrán (luego Emma Cohen) era la primera actriz del Teatro Universitario de Barcelona que actuó por toda la Sierra Morena.  Con 18 años, Emma nos enamoró a todos.

 

Vacuna anticorrupción de Juan Carlos I a Felipe VI

El fracasado Golpe de Estado del 23-F vacunó al Ejército español contra futuras infecciones golpistas. Ya nadie lo duda.

Adolfo Suárez y el tte. general Gutierrez Mellado, héroes del 23-F, se enfrentan a los golpistas.

Por la misma razón, yo pienso que los indicios de delitos de Juan Carlos I, investigados por la Fiscalía, han vacunado ya a su hijo Felipe VI contra futuras tentaciones delictivas e infecciones de corrupción. «No hay mal que por bien no venga», dice el refrán.

El rey emérito, en su exilio voluntario, con el mandamás de los Emiratos Árabes Unidos.

Hay veces que «el azar ordena el caos». No sé si, ayer, 3 de septiembre, fue el azar, la casualidad o la premeditación astuta de dos instituciones del máximo nivel lo que motivó la audiencia del rey Felipe VI a Dolores Delgado, la fiscal General del Estado. Desde luego, el encuentro no pudo ser más oportuno… y llamativo.

Felipe VI recibe a Dolores Delgado, fiscal general del Estado

Ese mismo día, la fiscalía del Tribunal Supremo confirmó que mantiene abiertas tres diligencias de investigación por supuesto cobro de comisiones del rey emérito y por indicios de blanqueo de capitales, delitos contra la Hacienda, cohecho y tráfico de influencias.

Juan Carlos I, El Golfo, con sus amigos (y presuntos benefactores) de Arabia Saudita.

El rey Juan Carlos I aún no ha sido acusado de ningún delito, pero los indicios de la fiscalía apuntan a que se trata de un golfo redomado que se creyó impune para amasar una fortuna como comisionista internacional. Un rey poco de fiar.

El 23-F vacunó al Ejército y al Rey contra intentonas golpistas, pero no contra la corrupción..

La mayoría de sociedad española, que tanto aplaudió y admiró al rey emérito cuando favoreció la transición de la Dictadura a la Democracia, y dio la puntilla al Golpe de Estado del 23-F, ya le ha condenado por sus presuntas prácticas corruptas. Yo mismo, sin ir más lejos. Y no es para menos.

Al rey Juan Carlos siempre le gustó la riqueza, los lujos, el sexo fuera del matrimonio y la buena vida… con el dinero ajeno. Todo eso era público y notorio, pero era muy difícil encontrar pruebas fehacientes de que financiara sus excesos con dinero robado impunemente a los españoles. Muchos miramos para otro lado. Quizás por miedo, más que justificado, nos convenía proteger la imagen publica del rey golfo.

Hubo gente de buena fe que atribuyó al emérito su ansia de amasar (y ocultar) una gran fortuna al recuerdo de la pobreza que rodeó a su padre, don Juan de Borbón, en el exilio. El hijo de Alfonso XIII vivía modestamente en Villa Giralda (Portugal) mantenido por las donaciones frugales y limosnas de los monárquicos que le apoyaban. Carecía de herencia y su hijo Juan Carlos no recibió ninguna en metálico. De su pobre padre (porque era pobre) solo heredó la Corona. Claro que iba pensionada.

El padre del rey emérito se sorprendió, más de una vez, al ver con qué facilidad tiraba su hijo el dinero. ¿Para qué quería tanto? Hay quien piensa que, desde el primer día, el rey golfo se propuso «no hacer el tonto como su padre», en el caso de que tuviera que irse deprisa y corriendo al exilio por un Golpe de Estado (lo que pasó a su cuñado, el rey Constantino, y estuvo a punto de pasarle a él mismo el 23-F) o por una victoria electoral republicana (lo que pasó a su abuelo Alfonso XIII).

Al final, el Golfo acabó en un triste y vergonzoso exilio voluntario, buscado por él mismo, desprestigiado para siempre, rodeado de las peores compañías que puedan imaginarse. Desde que se conocieron los primeros indicios de delitos, Felipe VI le quitó el sueldo oficial a su padre y rompió públicamente con sus comportamientos lujosos y presuntamente delictivos. Incluso nos mostró una ridícula comida familiar (ridícula, sí, pero my  oportuna) con la reina y sus hijas tomando un plato de sopa que parecía de avecrem o las del domine Cabra.

Afortunadamente, los hijos no tienen por qué comportarse como sus padres. El pésimo ejemplo moral recibido de su padre debe haber hecho mella en el rey Felipe VI. Por eso, pienso que Juan Carlos I ha inyectado una triple vacuna anticorrupción a su hijo Felipe VI. Ojalá no me equivoque.

 

 

 

Chuletas ricas, entre la tumba de Franco y El Pardo

No lo puedo negar. Conducir hoy desde la puerta del Palacio de El Pardo, donde impunemente vivió el dictador, hasta la tumba donde finalmente reposan sus restos, en el cementerio de Mingorrubio, me dio un poco de yu-yu.

La tumba del dictador, a pocos metros de mis chuletas de cordero.

¿Inquietante, al cabo de tantos años? La tapia larga con sus garitas vacías, a un lado, y los pinares sin ciervos, al otro. Aflojé la marcha. Me dio por recordar. Mira por dónde.

Confeccionando las páginas del semanario Doblón el día que «se fue el caimán»

Entre el Palacio y el cementerio, paré a compartir chuletas con un buen amigo en la terraza de Flora, con vista a los montes de El Pardo. Al primer bocado, desapareció el yu-yu. «Las penas con pan son menos», decía mi abuela. ¡Qué ricas!

Chuletas de cordero, entre el palacio de El Pardo y la tumba de Franco.

A pesar de los pesares, recomiendo pasear por El Pardo. ¿Perdonar? Casi siempre. ¿Olvidar? Nunca.

El Palacio del tirano.

Hablamos, como no, de «Nacho de noche», el ex ministro (brevísimo) de Suárez, que dijo anteayer, ante Pablo Casado, que Franco no dio un golpe de Estado en 1936. Al morir el «caudillo de España por la gracia de Dios» (lo dicen sus monedas), algunos franquistas del «búnker» se escondieron y otros se convirtieron en demócratas. Tenían sus razones.

Portada del semanario Doblón que yo dirigía cuando murió el tirano. Aprovechamos un sello de 2 pesetas (ampliado).

Los reformistas de UCD tomaron el relevo y ayudaron a los anti franquistas a parir la Constitución. El joven José María Aznar estuvo en contra. De 1978 a 1996 se fortaleció la Democracia. Fracasado el golpe de Estado el 23-F de 1981, el miedo volvió a habitar entre nosotros y hubo alternancia pacífica en el Poder. Lo nunca visto desde la rebelión militar de Franco en 1936. España, en Europa, dio un salto de gigante. Cuando Aznar sustituyó a Felipe González, en 1996, los restos franquistas empezaron a salir de su búnker y a enseñar su patita. Ser envalentonaron. Algunos, pocos, desenterraron el hacha fratricida. Entonces fue cuando, poco a poco, entre una derecha intolerante, a veces ruin, y una izquierda acomplejada y miedica, se empezó a joder la Democracia en España.

Luego vino el 11-M de 2004, la matanza yihadista de Atocha por la guerra de Irak. La derecha moderada no pudo o no supo separarse de las mentiras y el rencor de José María Aznar, «el hombrecillo insufrible» (según Helmut Kohl). Desaparecido Rubalcaba, la izquierda tampoco tuvo suerte con sus líderes.  Y en esas estamos… caminando hacia los extremos, sobre todo por VOX a la extrema derecha del PP y los otros nacionalistas, vascos y catalanes, a su aire. Me gustaría ver hoy juntos a Fernando Abril Martorell y a Alfonso Guerra, parteros de la Constitución, buscando salidas pacificadoras como en 1978. Un sueño imposible.

En 1978, con una buena mezcla de nobleza y miedo, fuimos capaces de llegar acuerdos constituyentes para no volver a las andadas, y de hacer la Transición de la Concordia, cuando las diferencias entre izquierda y derecha eran abismales. ¿Por qué son ahora tan imposibles los acuerdos de Estado entre la derecha y la izquierda si las diferencias son mucho menores que antes?

Regresaré a El Pardo en busca de respuestas… y de ricas chuletas. (Continuará)

El SUT nos hizo mejores personas

Lo recuerdo como si fuera ayer. Para los franquistas, el SUT se había convertido en un nido de rojos. Por eso, lo persiguió y lo cerró sin contemplaciones. Sobre esa historia tan singular acaba de salir un libro que recomiendo a mis hijos y a todos los del 15-M. Considero aquella experiencia personal, enriquecedora y silenciada, como el embrión de la Transición. Sé por qué lo digo. Yo estuve allí. Una de las fotos que incluye este libro me ha provocado un golpe de nostalgia. No es para menos. Fijaos que chaval, con 19 años (¡y qué mata de pelo!), sentado en un vehículo Willis del Ministerio de Agricultura. Procedía de la ayuda norteamericana a Franco a cambio de instalar las bases nucleares en España. .

Con 19 años, micrófono en mano y subido en este Willis, daba charlas y proyectaba películas por los pueblos de Sierra Morena.«

Acabo de comprar el libro «Una juventud en tiempo de dictadura. El Servicio Universitario del Trabajo (1959-1969)«, dirigido por el historiador Miguel A. Ruiz Carnicer. Su portada es muy expresiva de lo que hacíamos los «sutistas», durante los veranos, en los campos de trabajo y en las campañas de alfabetización.

 

Portada del libro, editado por Catarata.

Yo entré allí con 18 años y salí con 20 cuando la Dictadura, que lo había financiado, decidió perseguirlo y cerrarlo. Le había salido el tiro por la culata. El prólogo de la «sutista» Manuela Carmena, ex alcaldesa de Madrid, lo dice todo. Y la contraportada del libro lo resume así:

Contraportada del libro sobre la historia del SUT

Entre los ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Xabier Arzalluz y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, José Luis Leal, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Paco Fernández MarugánJuan Anlló, etc.

Lo leeré con gusto. Gracias a sus autores, los franquistas no consiguieron silenciar del todo aquella experiencia humana y política tan maravillosa.

Portada del documental «La transición silenciada», de Miguel Ángel Nieto.

Y gracias, también, al periodista Miguel Ángel Nieto (ex redactor del diario El Sol), autor de «La transición silenciada», espléndido documental producido por Diagrama y emitido por las televisiones autonómicas.

Por la miseria y la pobreza que compartimos con la España rural en las campañas de alfabetización y en los campos de trabajo (solo durante los veranos), creo que  el SUT nos hizo mejores personas. Recién casados, en mayo de 1969, influido por las experiencias previas del SUT, Ana Westley y yo decimos ir de viaje de novios… a Las Hurdes. Dura e inolvidable experiencia.

Durante los dos años y pico que participé en el SUT, aprendí mucho también sobre agitación y propaganda (Agitprop). Como dice mi querida Cristina Almeida: «Gracias, SUT».

Aquí estoy preparando carteles y pancartas del SUT para movilizar conciencias y captar universitarios para las campañas de alfabetización y los campos de trabajo.

He repasado mis memorias inéditas («Y seguimos vivos. Recuerdos de un periodista que sobrevivió a la Dictadura») y no me resisto a copiar y pegar aquí el capítulo 7 («Enseñando a leer en Sierra Morena») donde cuento mi experiencia en el SUT. Paciencia. Tiene 5 ó 6 folios. El que avisa no es traidor.

Enseñando a leer en Sierra Morena

Capítulo 7                                                              

Ningún hueso roto. Yo creo que la presencia de ancianos y niños en la manifestación de Baeza hizo que “los grises” no se emplearan a fondo. Sus golpes no eran tan fuertes como yo me temía. Mientras retrocedíamos, primero lentamente, y luego a la carrera, aguanté y recibí, con gusto, los primeros golpes de “los grises”.

Fue mi bautizo, inmerecido, como activista. Lo suficiente para contarlo. La próxima vez, si no tenía que proteger a ancianos y niños, escaparía de la primera fila. Me dijeron que los grises sacaban fotos de los que encabezaban las manifestaciones para ficharlos. Tomé nota. Aprendí a correr antes de que me alcanzaran otra vez en las manifestaciones estudiantiles. Estoy haciendo memoria, y creo que, aunque me tuvieron a tiro, nunca más volvieron a zurrarme con sus porras. En las protestas universitarias solo tuve caídas y tropezones. No tenía, ni tengo, madera de mártir. Tampoco era yo (ni soy) muy valiente. Mi heroísmo, lo saben quienes me conocen bien, era de pura fachada. En Baeza, reaccioné así por instinto animal al igual que los demás jóvenes. Yo era un pardillo y, sin pensar en las consecuencias, me sentí obligado a proteger a los más débiles. No fue una reacción racional sino, mas bien, zoológica.

En dos semanas, mira por dónde, no quedó ni rastro de los moratones en piernas, brazos, culo y espalda que me hicieron en Baeza. No así la impresión tan profunda que me causó aquella experiencia política, poética y solidaria. Los “Paseos con Antonio Machado” se me quedaron grabados por mucho tiempo. En realidad, hasta hoy. Hace diez o quince años volví con mis hijos al lugar de los hechos. La cabeza de bronce del poeta, que permaneció escondida hasta que recuperamos la democracia, estaba, al fin, en su sitio. Emocionante recuerdo.

En el autocar que nos trajo de Baeza a Madrid no paramos de cantar y reír hasta que, muy entrada la noche, empezamos a dar algunas cabezadas. Al final, el sueño nos venció y salvó a nuestras gargantas de una afonía grave. Misión cumplida.

A los pocos días, todo el Colegio Mayor sabía quiénes habíamos acudido a Baeza. Casi mejor. Estaba harto de disimular. Me apunté inmediatamente al SUT (Servicio Universitario del Trabajo). Pensé que eso me protegería. El SUT dependía del SEU y financiaba sus actividades con dinero del Régimen. También me atrajo el hecho de que estaba lleno de rojos y de falangistas anti franquistas. Una cosa compensaba la otra.

Los jóvenes del 15-M de 2011 que, como mi hijo menor, dormían en la Puerta del Sol, algunas ONGs y quienes sueñan con la regeneración democrática de España podrían encontrar inspiración, paternalismo aparte, en la memoria del SUT de los años 50 y 60.

Hace poco, al cabo de medio siglo, una treintena de sutistas (ex miembros del SUT) cargados de canas, arrugas, calvas y alguna barriga cervecera, nos reunimos en Madrid. Nos habían convocado historiadores de la Universidad de Zaragoza para apoyar una investigación sobre nuestra pequeña historia. (1)

Además del natural ataque de nostalgia y de un cariñoso intercambio de viejos afectos, la reunión de jubilados nos sirvió para reflexionar sobre quiénes éramos, cuál fue la evolución de nuestra conciencia social y qué inquietudes políticas nos movían en el mundo universitario (de 1950 a 1968) en plena dictadura franquista.

En aquellos veranos intensos se produjeron intercambios de experiencias en dos direcciones. El efecto era muy enriquecedor, sobre todo para los estudiantes. Trabajábamos en fábricas, minas, talleres, granjas, explotaciones de todo tipo y en campañas provinciales de alfabetización. Enseñábamos a leer y escribir a los adultos y ancianos analfabetos que lo desearan. Vivíamos y comíamos en sus casas. De vez en cuando íbamos a comer a una casa distinta para repartir el coste entre los alumnos. La mayoría eran pobres de solemnidad.

Una mezcla explosiva

 La mezcla de universitarios, socialmente inquietos, con obreros y campesinos, al borde de la miseria y con la rabia contenida, era explosiva. No era, pues, de extrañar que los gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento y el propio Ministerio de la Gobernación escribieran alarmados “mensajes urgentes del SUT” a la dirección nacional del SEU en Madrid.

Por eso, de vez en cuando, las autoridades del franquismo abrían y cerraban cíclicamente nuestras actividades, tan contradictorias e incomprensibles para quienes aplicaban la política represiva de la Dictadura.

La letra misma del himno del SUT de aquella época no deja de ser chocante para los universitarios de hoy, tan abocados al paro o al mileurismo. Con la música de “Santa Bárbara bendita, tralaralará, tralará, patrona de los mineros…” cantábamos una estrofa que decía “somos universitarios que queremos ser obreros, mira Marusiña, mira, mira, como vengo yo”.

Los archivos del SUT, del SEU y del Movimiento fueron indebidamente purgados o quemados. Los historiadores lo tienen muy difícil para conectar con los miles de universitarios que pasamos voluntariamente los veranos en cientos de campos de trabajo (minas, fábricas, talleres, granjas, etc.), llevando teatro y cine, y enseñando a leer y escribir a miles de analfabetos en las Campañas de Educación Popular de Granada, Jaén, Cáceres, Almería, León, etc.

Recuerdo muy bien, por ejemplo, las actuaciones espectaculares del Teatro Universitario (el TEU de la Universidad de Barcelona), montando y desmontando sus escenarios en las plazas de los pueblos de Sierra Morena, en Jaén. Movían tablones enormes bajo un sol de fuego. Al atardecer, como en La Barraca de García Lorca, dejaban boquiabiertos a los vecinos. Una explosión de cultura, nunca vista por los serranos. Francamente emocionante. Obras de Cervantes, García Lorca, Lope de Rueda o los hermanos Álvarez Quintero fueron interpretadas, por primera vez, en las aldeas más olvidadas de Sierra Morena.

Los actores de aquel Teatro Español Universitario que se unieron a la Campaña de Alfabetización del SUT eran, para empezar, Mario Gas y Emma Cohen, primer actor y primera actriz respectivamente. Ahí queda eso. Más que una iniciativa franquista (que se hacía, desde luego, con el dinero del Régimen de Franco) me parecía una herencia milagrosa de las Misiones Pedagógicas de la II República

“Los amores de don Perlimplín con Belisa en su jardín” y la “Tragicomedia de don Cristobal y la señá Rosita” son obras de García Lorca que nunca olvidaré, por el efecto que me causó aquel público entregado, embobado. Aún conservo grabada de forma indeleble en mi cerebro una de las canciones de Belisa o de la señá Rosita. De vez en cuando la canto:

“Por el aire van / los suspiros de mi amante / por el aire van / van por el aire.

A la flor / a la pitiflor / a la verde oliva / y bajo los rayos del Sol / se peina mi niña”. 

La bella Emma Cohen, estudiante de Derecho, primera actriz del TEU por los montes de Jaén, nos enamoró a todos. No me extrañó que pronto enamorara también al grandísimo Fernando Fernán Gómez con quien compartió su vida. Mario Gas estuvo genial. Pocos años después, tampoco me sorprendió su meteórica carrera hacia el éxito como actor y director teatral.

Por algo el SUT, aquella válvula de escape del franquismo para canalizar (quizás, controlar) las inquietudes sociales de los jóvenes, acabó como el rosario de la aurora. Los jerarcas de la Dictadura querían mejorar, a toda costa, la imagen exterior de España. Franco, reconocido por Estados Unidos y por la ONU, estaba llamando a la puerta de Europa. La Comunidad Económica Europea le daba con la puerta en las narices. Desde que me apunté al SUT, me mandaron a un par de conferencias y seminarios de organizaciones universitarias europeas semejantes a la nuestra. Creo que me eligieron por ser uno de los pocos que podía chapurrear francés.

Curas comunistas como el padre Llanos

Algunos entraron en el SUT como partidarios del franquismo, con raíces falangistas, o de Acción Católica. Muchos de ellos salieron, desde luego, listos para engrosar las filas de partidos y organizaciones políticas de la oposición clandestina a la Dictadura.

Apenas queda rastro oficial de aquellas actividades tan singulares, paternalistas, incluso revolucionarias, protagonizadas por una mezcla incomprensible de falangistas, curas obreros, comunistas, socialistas, democristianos y hasta frailes y monjas.

Había una combinación excitante de pavor y disimulo, de idealismo e ingenuidad. Los sutistas comenzábamos nuestra labor inspirados por la catequesis marxista del padre José María Llanos, fundador del SUT y ex capellán del Frente de Juventudes. Cuentan que el padre Llanos fue confesor de Franco. No lo pude confirmar. Lo que sí está confirmado es que dirigió los ejercicios espirituales del dictador en 1943, y luego acabó en el Partido Comunista. Típica evolución de muchos sutistas. El cura del SUT vivió entre los pobres de El Pozo del Tío Raimundo en Vallecas y participó en la fundación del sindicato ilegal Comisiones Obreras. Nunca fue detenido. Algunas biografías atribuyen a Franco una orden permanente sobre el padre Llanos: “A ese, ni tocarlo”.

La protección que parecía disfrutar el fundador del SUT no se extendía, desde luego, a sus seguidores en los campos de trabajos o campañas de alfabetización. Las actividades veraniegas de los sutistas acababan, a menudo, con huelgas, disturbios y persecuciones de la policía y la Guardia Civil por toda España.

A más de uno, su paso por el SUT, con su eventual ficha policial, le amargó la mili o le perjudicó en su carrera profesional. Para la mayoría, fue una experiencia que, en buena medida, cambió nuestras vidas. Yo creo que nos hizo -perdón por la inmodestia- mejores personas. Desde luego, más antifranquistas.

Varios fundadores del SUT nos recordaron recientemente, con una pequeña mezcla de amargura e ilusión, que los que ganamos, como siempre, fuimos nosotros. Nuestros amigos y anfitriones temporales (obreros y campesinos) siguieron con sus miserias y sus peleas objetivas.

El SUT, embrión de la Transición

 Conocimos la realidad, o sea, la miseria económica, social y cultural de España. Inflados de ingenuidad y buena fe, quisimos cambiarla. Digamos que, con el SUT, al franquismo le salió el tiro por la culata. Un disparo de bajo coste cuyos efectos noté al cabo de mucho tiempo.

Diez años más tarde, viví la Transición como miembro del equipo del vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell. En aquel proceso de reconciliación y cambio, pude reconocer a algunos viejos colegas del SUT que fueron valiosos para la recuperación de las libertades. También recordé los valores del compromiso social que habíamos adquirido conviviendo con obreros y campesinos en los campos de trabajo y las campañas de alfabetización.

Por eso, y esto no lo hago solo por presumir, creo que no vendría mal dejar alguna huella escrita de aquellas aventuras paternalistas/revolucionarias, idealistas/ingenuas, pero -eso sí- honradas y solidarias, para las generaciones venideras. Claro que para eso están los historiadores.

En el verano de 1966, me alisté en la campaña de alfabetización del SUT en la provincia de Jaén. Meses antes, como un mindundi recién llegado, colaboré con el equipo directivo en la organización y en la comunicación externa. O sea: agitación y propaganda para captar estudiantes. Una vez en Jaén, me sorprendieron con una tarea muy singular, incluso divertida. Mi trabajo consistía en ofrecer y comentar documentales cinematográficos sobre temas agrícolas, tratamiento de plagas, cooperativismo, etc., y películas antiguas, a modo de cine fórum, por todos los pueblos, aldeas y pedanías de Sierra Morena que tuvieran luz eléctrica. La pantalla solía ser cualquier pared blanca o desconchada de la Iglesia o de alguna casa de la plaza del pueblo.

Contaba con una furgoneta gris. Venía con conductor incluido, Fernando, empleado del ministerio de Agricultura, que se integró muy bien con los miembros del SUT. Su camioneta estaba equipada con micrófono, cuatro altavoces, focos, proyector de películas y documentación y folletos sobre las charlas de divulgación agraria para repartir entre los campesinos de la región que supieran leer.

Quienes me conocieron de mayor, y me tienen por parlanchín irremediable, no me van a creer. Lo sé. Sin embargo, debéis creerme si os digo que lo primero que tuve que superar fue el pavor que tenía a hablar ante un público desconocido, micrófono en mano, y a provocar debates con los espectadores. Lo superé y estuve mucho tiempo orgulloso de ello. Hablar en público. Otra beca.

El ministerio de Agricultura puso a nuestra disposición su Unidad Móvil nº 1 y todo su material de divulgación y entretenimiento. Me dijeron que aquel armatoste gris oscuro, entre ambulancia y coche fúnebre de los años cincuenta, vino a España dentro del paquete de ayuda del presidente Eisenhower al general Franco, a cambio de utilizar nuestro territorio para sus bombarderos atómicos en la guerra fría contra Rusia.

No era broma. Unos meses antes, en enero de ese mismo año, habían caído sobre Palomares (Almería), muy cerca de mi antigua casa de La Rumina (Mojácar), cuatro bombas atómicas que, sin estallar, contaminaron de plutonio radiactivo las tierras que yo había recorrido de niño para vender nuestros tomates en la alhondiga de Cuevas.

En Almería me alimenté con el queso americano amarillo y la leche en polvo, que se te pegaba irremisiblemente en el cielo de la boca. Con aquel viejo Jeep Willys del ministerio de Agricultura probé otro de los regalos de aquella “Cruzada por la Libertad”, tan hipócrita, de los Estados Unidos.

Para los españoles, no tuvo nada que ver con la libertad. Nada más lejos. EE. UU. predicaba democracia y apoyaba dictaduras. El presidente norteamericano vino a España para abrazar y apoyar al tirano Francisco Franco, viejo aliado de Hitler y Mussolini en la guerra civil y en la segunda guerra mundial. Hizo de traductor en aquella visita el general norteamericano Vernon Walter, ayudante del presidente Eisenhower.

Permitidme ahora un pequeño salto en el tiempo. En 1988, entrevisté al general Walter en Nueva York, donde era embajador de su país ante la ONU. Él hizo de traductor entre Franco y Eisenhower en Madrid. Al apagar la grabadora, le reproché la hipocresía de su país cuando él acompañó a su presidente a ver a “nuestro” dictador. Un debate fuerte. Ya lo creo. Le conté que, de niño, yo llevaba a los marineros de la VI Flota yanqui a Las Perchas, el barrio de putas de Almería. Por dinero. Luego pintábamos “Yanqui go home” cerca del Puerto. El general se refugió en el pragmatismo del mal menor para derrotar al comunismo.

No le quise decir que el Jeep Willys de la ayuda norteamericana a la Dictadura me había venido muy bien en Sierra Morena. De maravilla.

(1) Entre los más ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Xabier Arzallus, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Antonio Hormigón y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Juan Anlló, José Luis Leal, etc.

Mis memorias inéditas de la Transición y el Periodismo, escritas para mis hijos y nietos durante el largo confinamiento de la Covid 19.