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Periodista por accidente, gracias a Balbín

Le debo haber dedicado más de medio siglo al Periodismo. Gracias, maestro. Hacía tiempo que no veía a José Luis Balbín y su muerte me ha impactado más de lo pudiera imaginar. Quise enviarle el borrador del capítulo de mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» dedicado a mi relación con él. No lo hice a tiempo para poder compartir unas risas. Y lo lamento. Me hice periodista gracias a él. Nunca se lo agradecí lo suficiente. Y siento mucho su muerte. Descansa En Paz, maestro.

José Luis Balbín con su pipa

Esta es la prueba de imprenta del capítulo de mi libro dedicado a Balbín. Acaba de ser publicado por Marcial Pons, pero mi viejo amigo José Luis (por unas semanas, ¡Ay!) ya no podrá leerlo.

Cubierta de La prensa libre no fue un regalo

La prensa libre no fue un regalo.indb 38 18/4/22 11:59 Primera parte. Dictadura 39

Periodista por accidente

Después de pasar las vacaciones de verano en Almería, regresé a Madrid para estudiar tres carreras distintas, a la vez, durante el curso 1965-1966: Arquitectura, Ciencias Políticas y Periodismo. Creía que podía con todo.

En septiembre de 1965, conocí al periodista José Luis Balbín en una de las primeras tertulias de mi colegio mayor. Era un joven delgado, alto y sabiondo, casi pedante. Aquel día vino sin pipa. Lo trajo otro colegial para que nos hablara del periodismo. Yo era un aspirante a tal oficio, cargado de dudas, y Balbín trabajaba ya en la sección de Internacional del diario vespertino Pueblo.

Su periódico, como mi colegio, era propiedad del sindicato vertical de Franco, el único autorizado en España, obligatorio para todos los trabajadores y empresarios. Su nombre oficial era Organización Sindical. Uno de los pilares del nacionalsindicalismo franquista era la prohibición de la huelga y del cierre patronal. La presunta paz social estaba, pues, garantizada por ley. La paz de los cementerios, sostenida por la represión violenta de toda disidencia y el miedo consiguiente a disentir en público.

En cuanto el joven periodista empezó a hablarnos sobre James Meredith, el primer negro que había entrado en la Universidad de Misisipi, escoltado por los agentes federales del presidente Kennedy, me percaté de que era un demócrata, no precisamente amigo de la dictadura de Franco.

Unos meses después de la charla de Balbín, en 1966, Meredith fue tiroteado. Sobrevivió al atentando de milagro, y, lejos de arredrarse, siguió luchando contra el racismo con su «Marcha contra el miedo». Lo que más me perturbó entonces, y aún hoy, fue la compatibilidad moral que pudo encontrar el joven negro entre sus ideales antirracistas y su convivencia con los políticos racistas del sur de Estados Unidos.

«Este James Meredith tiene una doble vida, como la nuestra», pensé entonces. Más tarde supe que los dos partidos norteamericanos, el Demócrata y el Republicano, estaban plagados de racistas en los estados exesclavistas del Sur. Salvando las distancias, no sabía si era un oportunista o se habría alistado en el Partido Republicano para dinamitarlo desde dentro. Con esa intención, desde el sindicato clandestino de estudiantes, nosotros queríamos infiltrarnos en el SEU.

La prensa libre no fue un regalo.indb 39 18/4/22 11:59 40 José Antonio Martínez Soler

Golpe de Estado en Indonesia

José Luis Balbín me invitó a visitar la redacción de su periódico cualquier día después de cenar, cuando él hacía su turno de guardia. Allí fui de inmediato. Subí a su planta en un ascensor montacargas sin puertas. Me mostró la sala de redacción, prácticamente vacía por la hora, así como los teletipos que no paraban de escupir rollos de papel con noticias en su mayoría internacionales. «Si llega algo gordo, urgente, suena esta campanilla de alerta», me explicó.

Recortó las noticias de internacional, las ordenó en unas carpetas, y solo pegó dos tomas en un folio y corrigió el texto. Lo demás era morralla. Me fijé lo mejor que pude. Allí aprendí que había que subrayar las letras que debían ir en mayúsculas y poner los acentos. El teletipo lo picaba todo en minúsculas y sin acentos. También, que había que escribir a máquina, en otro folio, el titular de la noticia, el antetítulo y el subtítulo o sumario, si lo llevaban. Si la noticia procedía de varias fuentes, se hacía lo que él llamaba un «refrito», mezcla de todas las versiones, y se firmaba como Agencias.

Con el folio del titular, Balbín envolvió el otro folio con las dos tomas del teletipo revisadas y pegadas. Metió el rollo en una lata cilíndrica. Me fascinó el sistema de comunicación con el taller. Bastaba con meter la lata en un tubo. Como en un tobogán, aquella salió disparada, varios pisos abajo, hasta el taller. La rotativa, en la planta baja, parecía un armatoste gigante en la bodega de un transatlántico. Nada que ver con las máquinas planas del Yugo, el diario de Almería. Otro día fui al diario Pueblo a la hora precisa para ver, sentir, la rotativa en acción. El suelo de hormigón parecía temblar bajo mis pies mientras la rotativa escupía ejemplares del periódico a gran velocidad.

Balbín me pidió un favor: si podía ir a estudiar algunos días, durante un par de horas, en su mesa de redacción, después de cenar, en tanto que él recibía clases de alemán cerca del periódico. Él me llamaría por teléfono por si había ocurrido algo. Acepté encantado. Pasé dos noches, plácidas y aburridas, repasando en su mesa mis Materiales de Construcción de segundo de Arquitectura. Al regresar de su clase nocturna de alemán, Balbín revisaba los teletipos, que yo había recortado y ordenado por países. Nada de interés para publicar, salvo lo procedente de alguna zona del mundo donde entonces era de día.

En la tercera noche, a finales de septiembre o primeros de octubre, me sobresaltó la campanilla de alarma del teletipo de la Agencia La prensa libre no fue un regalo.indb 40 18/4/22 11:59 Primera parte. Dictadura 41 EFE. ¡Qué nervios! Era casi medianoche y Balbín se retrasaba. Yo estaba prácticamente solo en la redacción.

Busqué ayuda. Únicamente quedaba un redactor, bastante mayor, medio dormido en un sillón, en la esquina opuesta a la pecera de los teletipos. De un salto, me puse frente al rollo de noticias de EFE Internacional, que a gran velocidad inundaba ya el suelo de papel. Y Balbín sin llamar.

El teletipo daba la alarma continuamente con cada noticia y soltaba tomas sin parar. Todas sobre el mismo asunto: «Movimiento de tropas en Indonesia». Cada una más confusa que la anterior. «Anulada la noticia número…». «Urgente: Golpe de Estado en Indonesia». Yo alucinaba, mientras vivía en directo aquel presunto golpe de Estado militar. Creía estar oyendo los cañonazos y oliendo la sangre en directo. Cada noticia desmentía la anterior. Todo era muy confuso y, a la vez, emocionante. Aún no hablaban de disparos ni de muertos. Y José Luis Balbín sin aparecer.

Sukarno y Suharto. Nunca olvidaré los nombres de estos dos generales indonesios. Aquella noche no tenía ni idea que quién era quién. Afortunadamente, al cabo de casi una hora de noticias y desmentidos, EFE transmitió un resumen de todo lo ocurrido hasta ese momento en Indonesia. ¡Qué alivio!

Era una crónica que a mí me pareció perfecta: el golpe de Estado del general Suharto, jefe del Ejército, había triunfado, pero el presidente Sukarno, que se había apoyado en el Partido Comunista prochino, no había huido, como se dijo, sino que seguía de presidente, con menos poderes y controlado por el golpista. Estados Unidos celebró el golpe. Se temía una persecución inminente contra los comunistas indonesios. En pocos años, miles de militantes del Partido Comunista de Indonesia desaparecieron o fueron ejecutados.

Me olvidé de las crónicas parciales y me concentré en el resumen. Ni corto ni perezoso, me puse manos a la obra. Pegué varias tomas de la crónica general de EFE, subrayé las mayúsculas, puse los acentos y, en otro folio, buscando cada tecla, escribí lentamente con los dedos índices: «Intento de golpe de Estado en Indonesia». Debajo, un sumario de lo ocurrido. Metí los tres folios en la lata cilíndrica y la despaché por el tubo hasta el taller.

Muy poco después apareció un señor mayor preguntando por José Luis Balbín. Le dije que había salido un momento a la calle, pero que lo de Indonesia ya estaba en el taller. Respiró aliviado. Se marchó. Al poco, llegó Balbín corriendo, sudando. Lo había oído todo en la radio del taxi. Le dije en voz baja: «Lo tuyo de Indonesia La prensa libre no fue un regalo.indb 41 18/4/22 11:59 42 José Antonio Martínez Soler ya está en el taller». Bajó nervioso, temiéndose un desastre. Al regresar, todo colorado, sacó una botella de un armario y me invitó a una copa.

Al día siguiente, a mediodía, miré los ejemplares amontonados en un quiosco de prensa. El diario Pueblo, con el mismo titular que yo escribí, llevaba impreso en primera página mi trabajo tal cual: «Intento de golpe de Estado en Indonesia». No habían cambiado ni una coma. «Ya soy periodista», pensé. Prematuramente, sin duda.

Muchos años más tarde, le dije a Balbín, que dirigía y presentaba entonces el programa La Clave en TVE, que yo era periodista por su culpa. Se echó a reír. Apenas recordaba la noche del golpe de Estado en Indonesia que fue tan importante para mi vocación incipiente. Para él, una más, careció de importancia. Para mí, aquella noche me abrió el camino hacia la profesión más hermosa del mundo.

El diario, el único libro para este oficio

No fue solo mi curiosidad, insaciable entonces tanto como ahora, lo que me llevó a cambiar de carrera profesional. Fue la necesidad de ganar pronto unas pesetas para mantenerme por mi cuenta sin tener que depender de mis padres. Mi curiosidad me conducía, desde luego, más allá de una escuela técnica, aunque la de Arquitectura tuviera, a mi juicio interesado de entonces, el barniz humanista de la creación artística. Me influyó bastante más comprobar que los colegas que estudiaban Periodismo escribían colaboraciones para revistas y periódicos y cobraban por pieza publicada. Conseguir ingresos inmediatos, como ellos, fue lo que me empujó hacia el periodismo. O sea, fue por dinero. No por amor.

Sin beca para pagar mis estudios, por no haber superado todas las asignaturas de primero de Arquitectura, mis padres me ayudaban algo económicamente. Me sentía fatal.

Tras la experiencia de una sola noche en el diario Pueblo, concebí la esperanza, casi la locura, de trabajar como periodista en el escalón más bajo posible. Una temeridad. Indagué entre mis compañeros del colegio mayor y de la escuela de Periodismo de la Iglesia donde estaba preparando mi examen de ingreso. Tuve la posibilidad de publicar alguna colaboración en el diario YA, heredero de El Debate, de la Editorial Católica, ligado a la escuela. Fracasé. Ni siquiera sabía escribir a máquina. Solamente con dos dedos y buscando cada tecla.

Esquela de Balbín

 

Periodista por accidente

Balbín, pag. 40

Balbín Pag 41

Balbín. Pag 42

 

 

El SUT nos hizo mejores personas

Lo recuerdo como si fuera ayer. Para los franquistas, el SUT se había convertido en un nido de rojos. Por eso, lo persiguió y lo cerró sin contemplaciones. Sobre esa historia tan singular acaba de salir un libro que recomiendo a mis hijos y a todos los del 15-M. Considero aquella experiencia personal, enriquecedora y silenciada, como el embrión de la Transición. Sé por qué lo digo. Yo estuve allí. Una de las fotos que incluye este libro me ha provocado un golpe de nostalgia. No es para menos. Fijaos que chaval, con 19 años (¡y qué mata de pelo!), sentado en un vehículo Willis del Ministerio de Agricultura. Procedía de la ayuda norteamericana a Franco a cambio de instalar las bases nucleares en España. .

Con 19 años, micrófono en mano y subido en este Willis, daba charlas y proyectaba películas por los pueblos de Sierra Morena.«

Acabo de comprar el libro «Una juventud en tiempo de dictadura. El Servicio Universitario del Trabajo (1959-1969)«, dirigido por el historiador Miguel A. Ruiz Carnicer. Su portada es muy expresiva de lo que hacíamos los «sutistas», durante los veranos, en los campos de trabajo y en las campañas de alfabetización.

 

Portada del libro, editado por Catarata.

Yo entré allí con 18 años y salí con 20 cuando la Dictadura, que lo había financiado, decidió perseguirlo y cerrarlo. Le había salido el tiro por la culata. El prólogo de la «sutista» Manuela Carmena, ex alcaldesa de Madrid, lo dice todo. Y la contraportada del libro lo resume así:

Contraportada del libro sobre la historia del SUT

Entre los ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Xabier Arzalluz y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, José Luis Leal, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Paco Fernández MarugánJuan Anlló, etc.

Lo leeré con gusto. Gracias a sus autores, los franquistas no consiguieron silenciar del todo aquella experiencia humana y política tan maravillosa.

Portada del documental «La transición silenciada», de Miguel Ángel Nieto.

Y gracias, también, al periodista Miguel Ángel Nieto (ex redactor del diario El Sol), autor de «La transición silenciada», espléndido documental producido por Diagrama y emitido por las televisiones autonómicas.

Por la miseria y la pobreza que compartimos con la España rural en las campañas de alfabetización y en los campos de trabajo (solo durante los veranos), creo que  el SUT nos hizo mejores personas. Recién casados, en mayo de 1969, influido por las experiencias previas del SUT, Ana Westley y yo decimos ir de viaje de novios… a Las Hurdes. Dura e inolvidable experiencia.

Durante los dos años y pico que participé en el SUT, aprendí mucho también sobre agitación y propaganda (Agitprop). Como dice mi querida Cristina Almeida: «Gracias, SUT».

Aquí estoy preparando carteles y pancartas del SUT para movilizar conciencias y captar universitarios para las campañas de alfabetización y los campos de trabajo.

He repasado mis memorias inéditas («Y seguimos vivos. Recuerdos de un periodista que sobrevivió a la Dictadura») y no me resisto a copiar y pegar aquí el capítulo 7 («Enseñando a leer en Sierra Morena») donde cuento mi experiencia en el SUT. Paciencia. Tiene 5 ó 6 folios. El que avisa no es traidor.

Enseñando a leer en Sierra Morena

Capítulo 7                                                              

Ningún hueso roto. Yo creo que la presencia de ancianos y niños en la manifestación de Baeza hizo que “los grises” no se emplearan a fondo. Sus golpes no eran tan fuertes como yo me temía. Mientras retrocedíamos, primero lentamente, y luego a la carrera, aguanté y recibí, con gusto, los primeros golpes de “los grises”.

Fue mi bautizo, inmerecido, como activista. Lo suficiente para contarlo. La próxima vez, si no tenía que proteger a ancianos y niños, escaparía de la primera fila. Me dijeron que los grises sacaban fotos de los que encabezaban las manifestaciones para ficharlos. Tomé nota. Aprendí a correr antes de que me alcanzaran otra vez en las manifestaciones estudiantiles. Estoy haciendo memoria, y creo que, aunque me tuvieron a tiro, nunca más volvieron a zurrarme con sus porras. En las protestas universitarias solo tuve caídas y tropezones. No tenía, ni tengo, madera de mártir. Tampoco era yo (ni soy) muy valiente. Mi heroísmo, lo saben quienes me conocen bien, era de pura fachada. En Baeza, reaccioné así por instinto animal al igual que los demás jóvenes. Yo era un pardillo y, sin pensar en las consecuencias, me sentí obligado a proteger a los más débiles. No fue una reacción racional sino, mas bien, zoológica.

En dos semanas, mira por dónde, no quedó ni rastro de los moratones en piernas, brazos, culo y espalda que me hicieron en Baeza. No así la impresión tan profunda que me causó aquella experiencia política, poética y solidaria. Los “Paseos con Antonio Machado” se me quedaron grabados por mucho tiempo. En realidad, hasta hoy. Hace diez o quince años volví con mis hijos al lugar de los hechos. La cabeza de bronce del poeta, que permaneció escondida hasta que recuperamos la democracia, estaba, al fin, en su sitio. Emocionante recuerdo.

En el autocar que nos trajo de Baeza a Madrid no paramos de cantar y reír hasta que, muy entrada la noche, empezamos a dar algunas cabezadas. Al final, el sueño nos venció y salvó a nuestras gargantas de una afonía grave. Misión cumplida.

A los pocos días, todo el Colegio Mayor sabía quiénes habíamos acudido a Baeza. Casi mejor. Estaba harto de disimular. Me apunté inmediatamente al SUT (Servicio Universitario del Trabajo). Pensé que eso me protegería. El SUT dependía del SEU y financiaba sus actividades con dinero del Régimen. También me atrajo el hecho de que estaba lleno de rojos y de falangistas anti franquistas. Una cosa compensaba la otra.

Los jóvenes del 15-M de 2011 que, como mi hijo menor, dormían en la Puerta del Sol, algunas ONGs y quienes sueñan con la regeneración democrática de España podrían encontrar inspiración, paternalismo aparte, en la memoria del SUT de los años 50 y 60.

Hace poco, al cabo de medio siglo, una treintena de sutistas (ex miembros del SUT) cargados de canas, arrugas, calvas y alguna barriga cervecera, nos reunimos en Madrid. Nos habían convocado historiadores de la Universidad de Zaragoza para apoyar una investigación sobre nuestra pequeña historia. (1)

Además del natural ataque de nostalgia y de un cariñoso intercambio de viejos afectos, la reunión de jubilados nos sirvió para reflexionar sobre quiénes éramos, cuál fue la evolución de nuestra conciencia social y qué inquietudes políticas nos movían en el mundo universitario (de 1950 a 1968) en plena dictadura franquista.

En aquellos veranos intensos se produjeron intercambios de experiencias en dos direcciones. El efecto era muy enriquecedor, sobre todo para los estudiantes. Trabajábamos en fábricas, minas, talleres, granjas, explotaciones de todo tipo y en campañas provinciales de alfabetización. Enseñábamos a leer y escribir a los adultos y ancianos analfabetos que lo desearan. Vivíamos y comíamos en sus casas. De vez en cuando íbamos a comer a una casa distinta para repartir el coste entre los alumnos. La mayoría eran pobres de solemnidad.

Una mezcla explosiva

 La mezcla de universitarios, socialmente inquietos, con obreros y campesinos, al borde de la miseria y con la rabia contenida, era explosiva. No era, pues, de extrañar que los gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento y el propio Ministerio de la Gobernación escribieran alarmados “mensajes urgentes del SUT” a la dirección nacional del SEU en Madrid.

Por eso, de vez en cuando, las autoridades del franquismo abrían y cerraban cíclicamente nuestras actividades, tan contradictorias e incomprensibles para quienes aplicaban la política represiva de la Dictadura.

La letra misma del himno del SUT de aquella época no deja de ser chocante para los universitarios de hoy, tan abocados al paro o al mileurismo. Con la música de “Santa Bárbara bendita, tralaralará, tralará, patrona de los mineros…” cantábamos una estrofa que decía “somos universitarios que queremos ser obreros, mira Marusiña, mira, mira, como vengo yo”.

Los archivos del SUT, del SEU y del Movimiento fueron indebidamente purgados o quemados. Los historiadores lo tienen muy difícil para conectar con los miles de universitarios que pasamos voluntariamente los veranos en cientos de campos de trabajo (minas, fábricas, talleres, granjas, etc.), llevando teatro y cine, y enseñando a leer y escribir a miles de analfabetos en las Campañas de Educación Popular de Granada, Jaén, Cáceres, Almería, León, etc.

Recuerdo muy bien, por ejemplo, las actuaciones espectaculares del Teatro Universitario (el TEU de la Universidad de Barcelona), montando y desmontando sus escenarios en las plazas de los pueblos de Sierra Morena, en Jaén. Movían tablones enormes bajo un sol de fuego. Al atardecer, como en La Barraca de García Lorca, dejaban boquiabiertos a los vecinos. Una explosión de cultura, nunca vista por los serranos. Francamente emocionante. Obras de Cervantes, García Lorca, Lope de Rueda o los hermanos Álvarez Quintero fueron interpretadas, por primera vez, en las aldeas más olvidadas de Sierra Morena.

Los actores de aquel Teatro Español Universitario que se unieron a la Campaña de Alfabetización del SUT eran, para empezar, Mario Gas y Emma Cohen, primer actor y primera actriz respectivamente. Ahí queda eso. Más que una iniciativa franquista (que se hacía, desde luego, con el dinero del Régimen de Franco) me parecía una herencia milagrosa de las Misiones Pedagógicas de la II República

“Los amores de don Perlimplín con Belisa en su jardín” y la “Tragicomedia de don Cristobal y la señá Rosita” son obras de García Lorca que nunca olvidaré, por el efecto que me causó aquel público entregado, embobado. Aún conservo grabada de forma indeleble en mi cerebro una de las canciones de Belisa o de la señá Rosita. De vez en cuando la canto:

“Por el aire van / los suspiros de mi amante / por el aire van / van por el aire.

A la flor / a la pitiflor / a la verde oliva / y bajo los rayos del Sol / se peina mi niña”. 

La bella Emma Cohen, estudiante de Derecho, primera actriz del TEU por los montes de Jaén, nos enamoró a todos. No me extrañó que pronto enamorara también al grandísimo Fernando Fernán Gómez con quien compartió su vida. Mario Gas estuvo genial. Pocos años después, tampoco me sorprendió su meteórica carrera hacia el éxito como actor y director teatral.

Por algo el SUT, aquella válvula de escape del franquismo para canalizar (quizás, controlar) las inquietudes sociales de los jóvenes, acabó como el rosario de la aurora. Los jerarcas de la Dictadura querían mejorar, a toda costa, la imagen exterior de España. Franco, reconocido por Estados Unidos y por la ONU, estaba llamando a la puerta de Europa. La Comunidad Económica Europea le daba con la puerta en las narices. Desde que me apunté al SUT, me mandaron a un par de conferencias y seminarios de organizaciones universitarias europeas semejantes a la nuestra. Creo que me eligieron por ser uno de los pocos que podía chapurrear francés.

Curas comunistas como el padre Llanos

Algunos entraron en el SUT como partidarios del franquismo, con raíces falangistas, o de Acción Católica. Muchos de ellos salieron, desde luego, listos para engrosar las filas de partidos y organizaciones políticas de la oposición clandestina a la Dictadura.

Apenas queda rastro oficial de aquellas actividades tan singulares, paternalistas, incluso revolucionarias, protagonizadas por una mezcla incomprensible de falangistas, curas obreros, comunistas, socialistas, democristianos y hasta frailes y monjas.

Había una combinación excitante de pavor y disimulo, de idealismo e ingenuidad. Los sutistas comenzábamos nuestra labor inspirados por la catequesis marxista del padre José María Llanos, fundador del SUT y ex capellán del Frente de Juventudes. Cuentan que el padre Llanos fue confesor de Franco. No lo pude confirmar. Lo que sí está confirmado es que dirigió los ejercicios espirituales del dictador en 1943, y luego acabó en el Partido Comunista. Típica evolución de muchos sutistas. El cura del SUT vivió entre los pobres de El Pozo del Tío Raimundo en Vallecas y participó en la fundación del sindicato ilegal Comisiones Obreras. Nunca fue detenido. Algunas biografías atribuyen a Franco una orden permanente sobre el padre Llanos: “A ese, ni tocarlo”.

La protección que parecía disfrutar el fundador del SUT no se extendía, desde luego, a sus seguidores en los campos de trabajos o campañas de alfabetización. Las actividades veraniegas de los sutistas acababan, a menudo, con huelgas, disturbios y persecuciones de la policía y la Guardia Civil por toda España.

A más de uno, su paso por el SUT, con su eventual ficha policial, le amargó la mili o le perjudicó en su carrera profesional. Para la mayoría, fue una experiencia que, en buena medida, cambió nuestras vidas. Yo creo que nos hizo -perdón por la inmodestia- mejores personas. Desde luego, más antifranquistas.

Varios fundadores del SUT nos recordaron recientemente, con una pequeña mezcla de amargura e ilusión, que los que ganamos, como siempre, fuimos nosotros. Nuestros amigos y anfitriones temporales (obreros y campesinos) siguieron con sus miserias y sus peleas objetivas.

El SUT, embrión de la Transición

 Conocimos la realidad, o sea, la miseria económica, social y cultural de España. Inflados de ingenuidad y buena fe, quisimos cambiarla. Digamos que, con el SUT, al franquismo le salió el tiro por la culata. Un disparo de bajo coste cuyos efectos noté al cabo de mucho tiempo.

Diez años más tarde, viví la Transición como miembro del equipo del vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell. En aquel proceso de reconciliación y cambio, pude reconocer a algunos viejos colegas del SUT que fueron valiosos para la recuperación de las libertades. También recordé los valores del compromiso social que habíamos adquirido conviviendo con obreros y campesinos en los campos de trabajo y las campañas de alfabetización.

Por eso, y esto no lo hago solo por presumir, creo que no vendría mal dejar alguna huella escrita de aquellas aventuras paternalistas/revolucionarias, idealistas/ingenuas, pero -eso sí- honradas y solidarias, para las generaciones venideras. Claro que para eso están los historiadores.

En el verano de 1966, me alisté en la campaña de alfabetización del SUT en la provincia de Jaén. Meses antes, como un mindundi recién llegado, colaboré con el equipo directivo en la organización y en la comunicación externa. O sea: agitación y propaganda para captar estudiantes. Una vez en Jaén, me sorprendieron con una tarea muy singular, incluso divertida. Mi trabajo consistía en ofrecer y comentar documentales cinematográficos sobre temas agrícolas, tratamiento de plagas, cooperativismo, etc., y películas antiguas, a modo de cine fórum, por todos los pueblos, aldeas y pedanías de Sierra Morena que tuvieran luz eléctrica. La pantalla solía ser cualquier pared blanca o desconchada de la Iglesia o de alguna casa de la plaza del pueblo.

Contaba con una furgoneta gris. Venía con conductor incluido, Fernando, empleado del ministerio de Agricultura, que se integró muy bien con los miembros del SUT. Su camioneta estaba equipada con micrófono, cuatro altavoces, focos, proyector de películas y documentación y folletos sobre las charlas de divulgación agraria para repartir entre los campesinos de la región que supieran leer.

Quienes me conocieron de mayor, y me tienen por parlanchín irremediable, no me van a creer. Lo sé. Sin embargo, debéis creerme si os digo que lo primero que tuve que superar fue el pavor que tenía a hablar ante un público desconocido, micrófono en mano, y a provocar debates con los espectadores. Lo superé y estuve mucho tiempo orgulloso de ello. Hablar en público. Otra beca.

El ministerio de Agricultura puso a nuestra disposición su Unidad Móvil nº 1 y todo su material de divulgación y entretenimiento. Me dijeron que aquel armatoste gris oscuro, entre ambulancia y coche fúnebre de los años cincuenta, vino a España dentro del paquete de ayuda del presidente Eisenhower al general Franco, a cambio de utilizar nuestro territorio para sus bombarderos atómicos en la guerra fría contra Rusia.

No era broma. Unos meses antes, en enero de ese mismo año, habían caído sobre Palomares (Almería), muy cerca de mi antigua casa de La Rumina (Mojácar), cuatro bombas atómicas que, sin estallar, contaminaron de plutonio radiactivo las tierras que yo había recorrido de niño para vender nuestros tomates en la alhondiga de Cuevas.

En Almería me alimenté con el queso americano amarillo y la leche en polvo, que se te pegaba irremisiblemente en el cielo de la boca. Con aquel viejo Jeep Willys del ministerio de Agricultura probé otro de los regalos de aquella “Cruzada por la Libertad”, tan hipócrita, de los Estados Unidos.

Para los españoles, no tuvo nada que ver con la libertad. Nada más lejos. EE. UU. predicaba democracia y apoyaba dictaduras. El presidente norteamericano vino a España para abrazar y apoyar al tirano Francisco Franco, viejo aliado de Hitler y Mussolini en la guerra civil y en la segunda guerra mundial. Hizo de traductor en aquella visita el general norteamericano Vernon Walter, ayudante del presidente Eisenhower.

Permitidme ahora un pequeño salto en el tiempo. En 1988, entrevisté al general Walter en Nueva York, donde era embajador de su país ante la ONU. Él hizo de traductor entre Franco y Eisenhower en Madrid. Al apagar la grabadora, le reproché la hipocresía de su país cuando él acompañó a su presidente a ver a “nuestro” dictador. Un debate fuerte. Ya lo creo. Le conté que, de niño, yo llevaba a los marineros de la VI Flota yanqui a Las Perchas, el barrio de putas de Almería. Por dinero. Luego pintábamos “Yanqui go home” cerca del Puerto. El general se refugió en el pragmatismo del mal menor para derrotar al comunismo.

No le quise decir que el Jeep Willys de la ayuda norteamericana a la Dictadura me había venido muy bien en Sierra Morena. De maravilla.

(1) Entre los más ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Xabier Arzallus, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Antonio Hormigón y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Juan Anlló, José Luis Leal, etc.

Mis memorias inéditas de la Transición y el Periodismo, escritas para mis hijos y nietos durante el largo confinamiento de la Covid 19.