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¿Víctimas del franquismo? Hoy es mi día.

Más vale tarde que nunca. Mi experiencia personal, por traumática que fuera, no puede compararse ni de lejos con el sufrimiento de quienes perdieron a sus padres y/o abuelos asesinados e indignamente enterrados en las cunetas. Sin embargo, aunque, por miedo, guardé silencio durante décadas, hoy me siento incluido, como caso menor, en este recuerdo oficial a las víctimas de la Dictadura.

Así me dejaron la cara los secuestradores de la Guardia Civil franquista.

Al poco de morir el dictador, yo fui víctima de secuestro, tortura y fusilamiento simulado por un comando de la Guardia Civil a las órdenes del franquista general Campano, nombrado por Franco unas semanas antes de morir, en los estertores de la Dictadura.

Hoy, 31 de octubre, se ha fijado como fecha para recordar cada año a las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura. Ya era hora. Felicito y agradezco a los autores de la ley de Memoria Democrática (en especial a mi paisano Fernando Martínez, secretario de Estado, y a su ministro, Félix Bolaños) que han hecho posible este avance de justicia democrática. El acto ha sido muy emocionante.

Abrazo de agradecimiento a Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, cuando vino a la presentación de mi libro en el Ateneo de Madrid

Y, naturalmente, a los diputados y senadores que han convertido el proyecto en Ley. Otro paso necesario para la concordia. Los demócratas estamos de enhorabuena.

La portada del semanario Doblón sobre mi artículo de purga de mandos moderados en la Guardia Civil que causó mi secuestro y torturas para conocer mis fuentes.

El ministro Bolaños anuncia que el 31 de octubre será para recuerdo y homenaje a las víctimas del franquismo.

El presidente Pedro Sánchez saluda a Paca Sauquillo y Cristina Almeida, antes de comenzar el acto.

La abogada Cristina Almeida me trae hoy, con esta foto, un recuerdo imborrable. En marzo de 1976, recién salido del hospital donde me trataron las quemaduras de la cara, me dirigí al Tribunal de Orden Público (TOP) para prestar declaración por alguno de los procesos que tenía pendientes por artículos escritos o autorizados como director del semanario Doblón. El largo pasillo del Tribunal Supremo, por donde debía entrar al TOP, estaba lleno de abogados con sus togas y sus puñetas o vuelillos que llevan en la bocamanga. A más de diez metros de distancia, divisé a Cristina Almeida que venía a mi encuentro. Al observar mi cara aún  desfigurada por las torturas, se plantó frente a mí y dio un grito muy fuerte («¡Hijos de puta!») que sorprendió, quizás asustó, a los abogados, fiscales o jueces que pululaban por aquel enorme el pasillo. Luego, me abrazó. Aun estábamos sometidos a la Dictadura franquista sin Franco. Mujer valiente y comprometida. Cuando he visto hoy a Cristina abrazar el presidente Sánchez he vuelto a recordar, no sin emoción, aquel abrazo en el Supremo, poco después de la muerte del tirano y con la Dictadura aún vigente a todos los efectos. Gracias, Cristina.

General Sáenz de Santa María: «Lo descubrimos bastante rápido, y no pudimos hacer gran cosa: el director del Cuerpo era el general Campano y ese tipo de excesos solían contar con su respaldo». Pag. 271.

Después de tantos años, he podido contarlo todo, en mi libro «La prensa libre no fue un regalo» que te recomiendo, querida Cristina.

Cubierta de mi libro, editado por Marcial Pons

 

El SUT nos hizo mejores personas

Lo recuerdo como si fuera ayer. Para los franquistas, el SUT se había convertido en un nido de rojos. Por eso, lo persiguió y lo cerró sin contemplaciones. Sobre esa historia tan singular acaba de salir un libro que recomiendo a mis hijos y a todos los del 15-M. Considero aquella experiencia personal, enriquecedora y silenciada, como el embrión de la Transición. Sé por qué lo digo. Yo estuve allí. Una de las fotos que incluye este libro me ha provocado un golpe de nostalgia. No es para menos. Fijaos que chaval, con 19 años (¡y qué mata de pelo!), sentado en un vehículo Willis del Ministerio de Agricultura. Procedía de la ayuda norteamericana a Franco a cambio de instalar las bases nucleares en España. .

Con 19 años, micrófono en mano y subido en este Willis, daba charlas y proyectaba películas por los pueblos de Sierra Morena.«

Acabo de comprar el libro «Una juventud en tiempo de dictadura. El Servicio Universitario del Trabajo (1959-1969)«, dirigido por el historiador Miguel A. Ruiz Carnicer. Su portada es muy expresiva de lo que hacíamos los «sutistas», durante los veranos, en los campos de trabajo y en las campañas de alfabetización.

 

Portada del libro, editado por Catarata.

Yo entré allí con 18 años y salí con 20 cuando la Dictadura, que lo había financiado, decidió perseguirlo y cerrarlo. Le había salido el tiro por la culata. El prólogo de la «sutista» Manuela Carmena, ex alcaldesa de Madrid, lo dice todo. Y la contraportada del libro lo resume así:

Contraportada del libro sobre la historia del SUT

Entre los ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Xabier Arzalluz y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, José Luis Leal, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Paco Fernández MarugánJuan Anlló, etc.

Lo leeré con gusto. Gracias a sus autores, los franquistas no consiguieron silenciar del todo aquella experiencia humana y política tan maravillosa.

Portada del documental «La transición silenciada», de Miguel Ángel Nieto.

Y gracias, también, al periodista Miguel Ángel Nieto (ex redactor del diario El Sol), autor de «La transición silenciada», espléndido documental producido por Diagrama y emitido por las televisiones autonómicas.

Por la miseria y la pobreza que compartimos con la España rural en las campañas de alfabetización y en los campos de trabajo (solo durante los veranos), creo que  el SUT nos hizo mejores personas. Recién casados, en mayo de 1969, influido por las experiencias previas del SUT, Ana Westley y yo decimos ir de viaje de novios… a Las Hurdes. Dura e inolvidable experiencia.

Durante los dos años y pico que participé en el SUT, aprendí mucho también sobre agitación y propaganda (Agitprop). Como dice mi querida Cristina Almeida: «Gracias, SUT».

Aquí estoy preparando carteles y pancartas del SUT para movilizar conciencias y captar universitarios para las campañas de alfabetización y los campos de trabajo.

He repasado mis memorias inéditas («Y seguimos vivos. Recuerdos de un periodista que sobrevivió a la Dictadura») y no me resisto a copiar y pegar aquí el capítulo 7 («Enseñando a leer en Sierra Morena») donde cuento mi experiencia en el SUT. Paciencia. Tiene 5 ó 6 folios. El que avisa no es traidor.

Enseñando a leer en Sierra Morena

Capítulo 7                                                              

Ningún hueso roto. Yo creo que la presencia de ancianos y niños en la manifestación de Baeza hizo que “los grises” no se emplearan a fondo. Sus golpes no eran tan fuertes como yo me temía. Mientras retrocedíamos, primero lentamente, y luego a la carrera, aguanté y recibí, con gusto, los primeros golpes de “los grises”.

Fue mi bautizo, inmerecido, como activista. Lo suficiente para contarlo. La próxima vez, si no tenía que proteger a ancianos y niños, escaparía de la primera fila. Me dijeron que los grises sacaban fotos de los que encabezaban las manifestaciones para ficharlos. Tomé nota. Aprendí a correr antes de que me alcanzaran otra vez en las manifestaciones estudiantiles. Estoy haciendo memoria, y creo que, aunque me tuvieron a tiro, nunca más volvieron a zurrarme con sus porras. En las protestas universitarias solo tuve caídas y tropezones. No tenía, ni tengo, madera de mártir. Tampoco era yo (ni soy) muy valiente. Mi heroísmo, lo saben quienes me conocen bien, era de pura fachada. En Baeza, reaccioné así por instinto animal al igual que los demás jóvenes. Yo era un pardillo y, sin pensar en las consecuencias, me sentí obligado a proteger a los más débiles. No fue una reacción racional sino, mas bien, zoológica.

En dos semanas, mira por dónde, no quedó ni rastro de los moratones en piernas, brazos, culo y espalda que me hicieron en Baeza. No así la impresión tan profunda que me causó aquella experiencia política, poética y solidaria. Los “Paseos con Antonio Machado” se me quedaron grabados por mucho tiempo. En realidad, hasta hoy. Hace diez o quince años volví con mis hijos al lugar de los hechos. La cabeza de bronce del poeta, que permaneció escondida hasta que recuperamos la democracia, estaba, al fin, en su sitio. Emocionante recuerdo.

En el autocar que nos trajo de Baeza a Madrid no paramos de cantar y reír hasta que, muy entrada la noche, empezamos a dar algunas cabezadas. Al final, el sueño nos venció y salvó a nuestras gargantas de una afonía grave. Misión cumplida.

A los pocos días, todo el Colegio Mayor sabía quiénes habíamos acudido a Baeza. Casi mejor. Estaba harto de disimular. Me apunté inmediatamente al SUT (Servicio Universitario del Trabajo). Pensé que eso me protegería. El SUT dependía del SEU y financiaba sus actividades con dinero del Régimen. También me atrajo el hecho de que estaba lleno de rojos y de falangistas anti franquistas. Una cosa compensaba la otra.

Los jóvenes del 15-M de 2011 que, como mi hijo menor, dormían en la Puerta del Sol, algunas ONGs y quienes sueñan con la regeneración democrática de España podrían encontrar inspiración, paternalismo aparte, en la memoria del SUT de los años 50 y 60.

Hace poco, al cabo de medio siglo, una treintena de sutistas (ex miembros del SUT) cargados de canas, arrugas, calvas y alguna barriga cervecera, nos reunimos en Madrid. Nos habían convocado historiadores de la Universidad de Zaragoza para apoyar una investigación sobre nuestra pequeña historia. (1)

Además del natural ataque de nostalgia y de un cariñoso intercambio de viejos afectos, la reunión de jubilados nos sirvió para reflexionar sobre quiénes éramos, cuál fue la evolución de nuestra conciencia social y qué inquietudes políticas nos movían en el mundo universitario (de 1950 a 1968) en plena dictadura franquista.

En aquellos veranos intensos se produjeron intercambios de experiencias en dos direcciones. El efecto era muy enriquecedor, sobre todo para los estudiantes. Trabajábamos en fábricas, minas, talleres, granjas, explotaciones de todo tipo y en campañas provinciales de alfabetización. Enseñábamos a leer y escribir a los adultos y ancianos analfabetos que lo desearan. Vivíamos y comíamos en sus casas. De vez en cuando íbamos a comer a una casa distinta para repartir el coste entre los alumnos. La mayoría eran pobres de solemnidad.

Una mezcla explosiva

 La mezcla de universitarios, socialmente inquietos, con obreros y campesinos, al borde de la miseria y con la rabia contenida, era explosiva. No era, pues, de extrañar que los gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento y el propio Ministerio de la Gobernación escribieran alarmados “mensajes urgentes del SUT” a la dirección nacional del SEU en Madrid.

Por eso, de vez en cuando, las autoridades del franquismo abrían y cerraban cíclicamente nuestras actividades, tan contradictorias e incomprensibles para quienes aplicaban la política represiva de la Dictadura.

La letra misma del himno del SUT de aquella época no deja de ser chocante para los universitarios de hoy, tan abocados al paro o al mileurismo. Con la música de “Santa Bárbara bendita, tralaralará, tralará, patrona de los mineros…” cantábamos una estrofa que decía “somos universitarios que queremos ser obreros, mira Marusiña, mira, mira, como vengo yo”.

Los archivos del SUT, del SEU y del Movimiento fueron indebidamente purgados o quemados. Los historiadores lo tienen muy difícil para conectar con los miles de universitarios que pasamos voluntariamente los veranos en cientos de campos de trabajo (minas, fábricas, talleres, granjas, etc.), llevando teatro y cine, y enseñando a leer y escribir a miles de analfabetos en las Campañas de Educación Popular de Granada, Jaén, Cáceres, Almería, León, etc.

Recuerdo muy bien, por ejemplo, las actuaciones espectaculares del Teatro Universitario (el TEU de la Universidad de Barcelona), montando y desmontando sus escenarios en las plazas de los pueblos de Sierra Morena, en Jaén. Movían tablones enormes bajo un sol de fuego. Al atardecer, como en La Barraca de García Lorca, dejaban boquiabiertos a los vecinos. Una explosión de cultura, nunca vista por los serranos. Francamente emocionante. Obras de Cervantes, García Lorca, Lope de Rueda o los hermanos Álvarez Quintero fueron interpretadas, por primera vez, en las aldeas más olvidadas de Sierra Morena.

Los actores de aquel Teatro Español Universitario que se unieron a la Campaña de Alfabetización del SUT eran, para empezar, Mario Gas y Emma Cohen, primer actor y primera actriz respectivamente. Ahí queda eso. Más que una iniciativa franquista (que se hacía, desde luego, con el dinero del Régimen de Franco) me parecía una herencia milagrosa de las Misiones Pedagógicas de la II República

“Los amores de don Perlimplín con Belisa en su jardín” y la “Tragicomedia de don Cristobal y la señá Rosita” son obras de García Lorca que nunca olvidaré, por el efecto que me causó aquel público entregado, embobado. Aún conservo grabada de forma indeleble en mi cerebro una de las canciones de Belisa o de la señá Rosita. De vez en cuando la canto:

“Por el aire van / los suspiros de mi amante / por el aire van / van por el aire.

A la flor / a la pitiflor / a la verde oliva / y bajo los rayos del Sol / se peina mi niña”. 

La bella Emma Cohen, estudiante de Derecho, primera actriz del TEU por los montes de Jaén, nos enamoró a todos. No me extrañó que pronto enamorara también al grandísimo Fernando Fernán Gómez con quien compartió su vida. Mario Gas estuvo genial. Pocos años después, tampoco me sorprendió su meteórica carrera hacia el éxito como actor y director teatral.

Por algo el SUT, aquella válvula de escape del franquismo para canalizar (quizás, controlar) las inquietudes sociales de los jóvenes, acabó como el rosario de la aurora. Los jerarcas de la Dictadura querían mejorar, a toda costa, la imagen exterior de España. Franco, reconocido por Estados Unidos y por la ONU, estaba llamando a la puerta de Europa. La Comunidad Económica Europea le daba con la puerta en las narices. Desde que me apunté al SUT, me mandaron a un par de conferencias y seminarios de organizaciones universitarias europeas semejantes a la nuestra. Creo que me eligieron por ser uno de los pocos que podía chapurrear francés.

Curas comunistas como el padre Llanos

Algunos entraron en el SUT como partidarios del franquismo, con raíces falangistas, o de Acción Católica. Muchos de ellos salieron, desde luego, listos para engrosar las filas de partidos y organizaciones políticas de la oposición clandestina a la Dictadura.

Apenas queda rastro oficial de aquellas actividades tan singulares, paternalistas, incluso revolucionarias, protagonizadas por una mezcla incomprensible de falangistas, curas obreros, comunistas, socialistas, democristianos y hasta frailes y monjas.

Había una combinación excitante de pavor y disimulo, de idealismo e ingenuidad. Los sutistas comenzábamos nuestra labor inspirados por la catequesis marxista del padre José María Llanos, fundador del SUT y ex capellán del Frente de Juventudes. Cuentan que el padre Llanos fue confesor de Franco. No lo pude confirmar. Lo que sí está confirmado es que dirigió los ejercicios espirituales del dictador en 1943, y luego acabó en el Partido Comunista. Típica evolución de muchos sutistas. El cura del SUT vivió entre los pobres de El Pozo del Tío Raimundo en Vallecas y participó en la fundación del sindicato ilegal Comisiones Obreras. Nunca fue detenido. Algunas biografías atribuyen a Franco una orden permanente sobre el padre Llanos: “A ese, ni tocarlo”.

La protección que parecía disfrutar el fundador del SUT no se extendía, desde luego, a sus seguidores en los campos de trabajos o campañas de alfabetización. Las actividades veraniegas de los sutistas acababan, a menudo, con huelgas, disturbios y persecuciones de la policía y la Guardia Civil por toda España.

A más de uno, su paso por el SUT, con su eventual ficha policial, le amargó la mili o le perjudicó en su carrera profesional. Para la mayoría, fue una experiencia que, en buena medida, cambió nuestras vidas. Yo creo que nos hizo -perdón por la inmodestia- mejores personas. Desde luego, más antifranquistas.

Varios fundadores del SUT nos recordaron recientemente, con una pequeña mezcla de amargura e ilusión, que los que ganamos, como siempre, fuimos nosotros. Nuestros amigos y anfitriones temporales (obreros y campesinos) siguieron con sus miserias y sus peleas objetivas.

El SUT, embrión de la Transición

 Conocimos la realidad, o sea, la miseria económica, social y cultural de España. Inflados de ingenuidad y buena fe, quisimos cambiarla. Digamos que, con el SUT, al franquismo le salió el tiro por la culata. Un disparo de bajo coste cuyos efectos noté al cabo de mucho tiempo.

Diez años más tarde, viví la Transición como miembro del equipo del vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell. En aquel proceso de reconciliación y cambio, pude reconocer a algunos viejos colegas del SUT que fueron valiosos para la recuperación de las libertades. También recordé los valores del compromiso social que habíamos adquirido conviviendo con obreros y campesinos en los campos de trabajo y las campañas de alfabetización.

Por eso, y esto no lo hago solo por presumir, creo que no vendría mal dejar alguna huella escrita de aquellas aventuras paternalistas/revolucionarias, idealistas/ingenuas, pero -eso sí- honradas y solidarias, para las generaciones venideras. Claro que para eso están los historiadores.

En el verano de 1966, me alisté en la campaña de alfabetización del SUT en la provincia de Jaén. Meses antes, como un mindundi recién llegado, colaboré con el equipo directivo en la organización y en la comunicación externa. O sea: agitación y propaganda para captar estudiantes. Una vez en Jaén, me sorprendieron con una tarea muy singular, incluso divertida. Mi trabajo consistía en ofrecer y comentar documentales cinematográficos sobre temas agrícolas, tratamiento de plagas, cooperativismo, etc., y películas antiguas, a modo de cine fórum, por todos los pueblos, aldeas y pedanías de Sierra Morena que tuvieran luz eléctrica. La pantalla solía ser cualquier pared blanca o desconchada de la Iglesia o de alguna casa de la plaza del pueblo.

Contaba con una furgoneta gris. Venía con conductor incluido, Fernando, empleado del ministerio de Agricultura, que se integró muy bien con los miembros del SUT. Su camioneta estaba equipada con micrófono, cuatro altavoces, focos, proyector de películas y documentación y folletos sobre las charlas de divulgación agraria para repartir entre los campesinos de la región que supieran leer.

Quienes me conocieron de mayor, y me tienen por parlanchín irremediable, no me van a creer. Lo sé. Sin embargo, debéis creerme si os digo que lo primero que tuve que superar fue el pavor que tenía a hablar ante un público desconocido, micrófono en mano, y a provocar debates con los espectadores. Lo superé y estuve mucho tiempo orgulloso de ello. Hablar en público. Otra beca.

El ministerio de Agricultura puso a nuestra disposición su Unidad Móvil nº 1 y todo su material de divulgación y entretenimiento. Me dijeron que aquel armatoste gris oscuro, entre ambulancia y coche fúnebre de los años cincuenta, vino a España dentro del paquete de ayuda del presidente Eisenhower al general Franco, a cambio de utilizar nuestro territorio para sus bombarderos atómicos en la guerra fría contra Rusia.

No era broma. Unos meses antes, en enero de ese mismo año, habían caído sobre Palomares (Almería), muy cerca de mi antigua casa de La Rumina (Mojácar), cuatro bombas atómicas que, sin estallar, contaminaron de plutonio radiactivo las tierras que yo había recorrido de niño para vender nuestros tomates en la alhondiga de Cuevas.

En Almería me alimenté con el queso americano amarillo y la leche en polvo, que se te pegaba irremisiblemente en el cielo de la boca. Con aquel viejo Jeep Willys del ministerio de Agricultura probé otro de los regalos de aquella “Cruzada por la Libertad”, tan hipócrita, de los Estados Unidos.

Para los españoles, no tuvo nada que ver con la libertad. Nada más lejos. EE. UU. predicaba democracia y apoyaba dictaduras. El presidente norteamericano vino a España para abrazar y apoyar al tirano Francisco Franco, viejo aliado de Hitler y Mussolini en la guerra civil y en la segunda guerra mundial. Hizo de traductor en aquella visita el general norteamericano Vernon Walter, ayudante del presidente Eisenhower.

Permitidme ahora un pequeño salto en el tiempo. En 1988, entrevisté al general Walter en Nueva York, donde era embajador de su país ante la ONU. Él hizo de traductor entre Franco y Eisenhower en Madrid. Al apagar la grabadora, le reproché la hipocresía de su país cuando él acompañó a su presidente a ver a “nuestro” dictador. Un debate fuerte. Ya lo creo. Le conté que, de niño, yo llevaba a los marineros de la VI Flota yanqui a Las Perchas, el barrio de putas de Almería. Por dinero. Luego pintábamos “Yanqui go home” cerca del Puerto. El general se refugió en el pragmatismo del mal menor para derrotar al comunismo.

No le quise decir que el Jeep Willys de la ayuda norteamericana a la Dictadura me había venido muy bien en Sierra Morena. De maravilla.

(1) Entre los más ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Xabier Arzallus, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Antonio Hormigón y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Juan Anlló, José Luis Leal, etc.

Mis memorias inéditas de la Transición y el Periodismo, escritas para mis hijos y nietos durante el largo confinamiento de la Covid 19.