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Abril-Leal: Camelot en Castellana,3

El libro del ex ministro de Economía, José Luis Leal, («Hacia a libertad») me ha abierto los ojos y me ha iluminado zonas claves de nuestra transición de la Dictadura a la Democracia. ¡Enhorabuena y gracias, José Luis!

Cubierta del libro de Leal

Si estoy convencido de que, a pesar de los pesares, hay nobleza y generosidad en la acción política es porque compartí (1978-1980) el sueño de Camelot en el palacete de Castellana, 3. Servir a los intereses generales de España, a las órdenes directas del ministro José Luis Leal e indirectas del vicepresidente Fernando Abril Martorell, marcó mi admiración y lealtad por aquel equipo reducido y eficaz que promovió y cumplió los Pactos de la Moncloa, imprescindibles para poder aprobar, con estabilidad socio económica, la Constitución más larga y provechosa de nuestra historia. Los demócratas le debemos mucho a esa pareja de patriotas.

José Luis Leal con su esposa Joseline y Fernando Abril Martorell.

Yo ganaba allí muy poco dinero, comparado con el sueldo anterior y posterior de redactor jefe de El País, pero nunca gané tanta felicidad por la satisfacción del deber cumplido al servicio de la Democracia. Era como hacer otra vez la «mili», pero de verdad. Una de las mejores etapas de mi vida.

En la planta baja de Castellana, 3, despachaba yo cada día con José Luis Leal, ministro de Economía, condiscípulo juvenil del rey emérito, luchador anti franquista, exiliado, doctor por la Sorbona, sabio entre los sabios y, sobre todo, poeta.

Leal estudió con el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón.

En ocasiones, también me tocaba asistir al vicepresidente Abril Martorell, que trabajaba, a cualquier hora del día o de la noche, en el primer piso, al que se accedía a trompicones por un viejo ascensor barroco que llamábamos «la bombonera». El primer día, me sorprendió que el despacho del ministro fuera más del doble de grande que el del vicepresidente, un político que valoraba más el contenido que el envoltorio de los muchos problemas que se echaba a sus anchas espaldas.

En el equipo de Abril-Leal había muy pocos funcionarios y procedían de todos los colores políticos. A nadie se le preguntó por su origen o sus afinidades ideológicas. Importaba la entrega a los ideales básicos de consolidar la Democracia y construir un país más justo y próspero. Esto que digo, en favor aquellos dirigentes generosos, eficaces y honestos, les parecerá cuento chino a muchos desencantados por la polarización y la corrupción política de nuestros días. La verdad, en ocasiones, parece increíble. Pero, lo crean o no, esa es mi verdad, vivida en primera persona y contaba con toda la honestidad de que soy capaz.

Al cabo de más de medio siglo de ejercicio del Periodismo, también he llegado a la conclusión de que, en situaciones graves y extraordinarias, la sociedad produce líderes extraordinarios. Lo queramos o no. Por eso, emergieron entonces personajes excepcionales, quizás irrepetibles, como Fernando Abril Martorell, José Luis Leal, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, el teniente general Gutiérrez Mellado, el cardenal Tarancón y, naturalmente, sé por qué lo digo, el teniente general Andres Cassinello, el creador del CNI de Suárez. Fueron hombres capaces de actuar y llegar a acuerdos patrióticos cuando estábamos al borde del abismo. La izquierda y la derecha desconocían la fuerza del contrario y tenían miedo. Los vencedores de la guerra civil temían a la revancha violenta de los vencidos y los perdedores, a una nueva dictadura de los franquistas sin Franco. El miedo compartido (y algo de generosidad, no digo que no) nos hizo demócratas.

Ahora estoy disfrutando mucho con la lectura de las memorias de mi antiguo jefe, José Luis Leal, una figura demasiado modesta y que fue clave para llevar a buen puerto la Transición española. Aunque estuve en aquel Camelot, como el último de los becarios, desde el otoño del 78 al invierno del 80, el libro me aclara ahora muchos secretos, usos y costumbres de aquellos tiempos que yo solo sospechaba. El objetivo era no volver a las andadas de otra guerra civil. Quitar la razón al gran poeta Ángel González que nos decía: «La historia de España es como la morcilla de mi pueblo: se hace con sangre y se repite». Gracias a gigantes políticos, como los que he nombrado en el párrafo anterior, se equivocó el poeta. También se equivocaron mis colegas de la prensa extranjera que, al morir el tirano, volaron hacia España en busca de otra guerra fratricida. Era costumbre. Decepcionados, tuvieron que marcharse con sus plumas a otra parte.

El libro de José Luis Leal, editado por Turner, será presentado mañana lunes, 12 de diciembre, a las 19:00 h. en la Fundación Carlos de Amberes, calle Claudio Coello, 99, Madrid. No te lo pierdas.

En Claudio Coello, 99, a las 19:00 h del lunes 12 de diciembre, con Leguina y García Vargas, dos viejos amigos.

En mi libro de memorias, «La prensa libre no fue un regalo», he intentado describir y, a veces, explicar, torpe y brevemente, lo que hacíamos desde aquel antiguo palacete, algo versallesco y nada funcional, que había sido ocupado antes por Azaña, Carrero Blanco y Suárez.

Copio y peo, a continuación, algunas páginas de mi libro en las que me refiero, de pasada, a los trabajos de aquella Corte del rey Arturo en la que respirabamos el sueño de una España mejor, más libre y más justa que la que no deparó el tirano Francisco Franco durante su ominosa y cruel Dictadura de vencedores contra vencidos.

Abril-Leal. Pag. 354

Abril-Leal. Pag. 355

Abril-Leal. Pag 356

Abril-Leal. Pag. 357

Abril-Leal. Pag. 358

Abril-Leal. Pag. 359

Abril-Leal. Pag. 360

 

 

Vacuna anticorrupción de Juan Carlos I a Felipe VI

El fracasado Golpe de Estado del 23-F vacunó al Ejército español contra futuras infecciones golpistas. Ya nadie lo duda.

Adolfo Suárez y el tte. general Gutierrez Mellado, héroes del 23-F, se enfrentan a los golpistas.

Por la misma razón, yo pienso que los indicios de delitos de Juan Carlos I, investigados por la Fiscalía, han vacunado ya a su hijo Felipe VI contra futuras tentaciones delictivas e infecciones de corrupción. «No hay mal que por bien no venga», dice el refrán.

El rey emérito, en su exilio voluntario, con el mandamás de los Emiratos Árabes Unidos.

Hay veces que «el azar ordena el caos». No sé si, ayer, 3 de septiembre, fue el azar, la casualidad o la premeditación astuta de dos instituciones del máximo nivel lo que motivó la audiencia del rey Felipe VI a Dolores Delgado, la fiscal General del Estado. Desde luego, el encuentro no pudo ser más oportuno… y llamativo.

Felipe VI recibe a Dolores Delgado, fiscal general del Estado

Ese mismo día, la fiscalía del Tribunal Supremo confirmó que mantiene abiertas tres diligencias de investigación por supuesto cobro de comisiones del rey emérito y por indicios de blanqueo de capitales, delitos contra la Hacienda, cohecho y tráfico de influencias.

Juan Carlos I, El Golfo, con sus amigos (y presuntos benefactores) de Arabia Saudita.

El rey Juan Carlos I aún no ha sido acusado de ningún delito, pero los indicios de la fiscalía apuntan a que se trata de un golfo redomado que se creyó impune para amasar una fortuna como comisionista internacional. Un rey poco de fiar.

El 23-F vacunó al Ejército y al Rey contra intentonas golpistas, pero no contra la corrupción..

La mayoría de sociedad española, que tanto aplaudió y admiró al rey emérito cuando favoreció la transición de la Dictadura a la Democracia, y dio la puntilla al Golpe de Estado del 23-F, ya le ha condenado por sus presuntas prácticas corruptas. Yo mismo, sin ir más lejos. Y no es para menos.

Al rey Juan Carlos siempre le gustó la riqueza, los lujos, el sexo fuera del matrimonio y la buena vida… con el dinero ajeno. Todo eso era público y notorio, pero era muy difícil encontrar pruebas fehacientes de que financiara sus excesos con dinero robado impunemente a los españoles. Muchos miramos para otro lado. Quizás por miedo, más que justificado, nos convenía proteger la imagen publica del rey golfo.

Hubo gente de buena fe que atribuyó al emérito su ansia de amasar (y ocultar) una gran fortuna al recuerdo de la pobreza que rodeó a su padre, don Juan de Borbón, en el exilio. El hijo de Alfonso XIII vivía modestamente en Villa Giralda (Portugal) mantenido por las donaciones frugales y limosnas de los monárquicos que le apoyaban. Carecía de herencia y su hijo Juan Carlos no recibió ninguna en metálico. De su pobre padre (porque era pobre) solo heredó la Corona. Claro que iba pensionada.

El padre del rey emérito se sorprendió, más de una vez, al ver con qué facilidad tiraba su hijo el dinero. ¿Para qué quería tanto? Hay quien piensa que, desde el primer día, el rey golfo se propuso «no hacer el tonto como su padre», en el caso de que tuviera que irse deprisa y corriendo al exilio por un Golpe de Estado (lo que pasó a su cuñado, el rey Constantino, y estuvo a punto de pasarle a él mismo el 23-F) o por una victoria electoral republicana (lo que pasó a su abuelo Alfonso XIII).

Al final, el Golfo acabó en un triste y vergonzoso exilio voluntario, buscado por él mismo, desprestigiado para siempre, rodeado de las peores compañías que puedan imaginarse. Desde que se conocieron los primeros indicios de delitos, Felipe VI le quitó el sueldo oficial a su padre y rompió públicamente con sus comportamientos lujosos y presuntamente delictivos. Incluso nos mostró una ridícula comida familiar (ridícula, sí, pero my  oportuna) con la reina y sus hijas tomando un plato de sopa que parecía de avecrem o las del domine Cabra.

Afortunadamente, los hijos no tienen por qué comportarse como sus padres. El pésimo ejemplo moral recibido de su padre debe haber hecho mella en el rey Felipe VI. Por eso, pienso que Juan Carlos I ha inyectado una triple vacuna anticorrupción a su hijo Felipe VI. Ojalá no me equivoque.