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Quien ha sido enseñado debe enseñar

He cumplido con este precepto universitario: «Quien ha sido enseñado debe enseñar». Invitado por el profesor Arturo Gómez Quijano (Periodismo, UCM), presenté mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») a sus estudiantes. Fue un placer, y un golpe de nostalgia, volver a pisar las aulas donde se forman mis futuros colegas. Aquí está mi charla. Les advertí que, aunque Dictadura no es lo mismo que Democracia, la libertad siempre está en peligro y nadie te la regala. Es como el oxígeno. Solo la notas cuando te falta. Y hay que conquistarla cada día.

En la Sala de Conferencias de la Facultad de CC. de la Información, con los profesores Isabel Martín Sánchez y Arturo Gómez Quijano.

Ilustré mi presentación con algunas fotos que me sirvieron de guion. Esta, por ejemplo, con la cara magullada durante mi secuestro y torturas recién muerto el dictador.

Y esta otra, más guapo, de cuando fundé el primer informativo matinal «Buenos Días» en TVE.

Durante mi entrevista preelectoral con Aznar en 1993. La que le hice en 1996 me costó el puesto. No le gustaron mis preguntas. Ganó y me despidieron inmediatamente como corresponsal de TVE en EE.UU. Gané el juicio por despido improcedente y cobré la indemnización. Mis hijos la llamaron la «beca Aznar».

20 minutos fue el único diario de España que no mintió el 14-M-2004 a los españoles. Aznar mintió a los demás diarios, pero no llamó a 20 minutos con su mentira de ETA en el 11-M. ¡Menos mal!

Lo mejor de mi conferencia fueron las preguntas de los estudiantes. Fui a enseñar y salí aprendiendo. Gracias.

 

50 años no es nada… en la prensa

Ayer miramos hacia atrás con cariño.

Los 15 nuevos Socios de Honor que cumplimos 50 años en la APM

Fue un día cargado de emociones entre colegas de la Asociación de la Prensa de Madrid. Hubo recuerdo para los 41 periodistas fallecidos en 2022, homenaje quienes cumplieron 90 años, diploma de Socios de Honor a los 15 que ingresamos en la APM hace medio siglo y aplausos a los jóvenes becados para su primer empleo. Luego, copa, corrillos y abrazos.

Diploma de Socio de Honor

Un encuentro emotivo con compañeros que compartimos muchas redacciones en la Dictadura y en la Democracia. Y seguimos vivos. Cuento esos 50 años de periodismo ininterrumpido en mi reciente libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo», Editorial Marcial Pons, 2022) y, en resumen, la semana pasada, en Radio Clásica con Martin Llade y Clara Corrales. 

Entre Manuel Antonio Rico y Fernando Jauregui, dos grandes colegas.

Nuestro presidente, Juan Caño hizo un discurso celebrando las excelencias del Periodismo. Lo mismo hicieron los jóvenes becarios.

Los 15 magníficos.

¡Ah! Para no olvidar. El coro de la APM actuó de maravilla en la misa de rigor que precedió a los homenajes. Me dio envidia no estar en los cantantes, pero los ensayos me pillan muy lejos de casa.  ¡Enhorabuena al coro de periodistas de Madrid!

 

 

Perlas de Romanones depuradas por Mar Abad

¡Que no me digan que el periodismo está mal! Tiene mala prensa, sí, y seguramente merecida. Sin embargo, veo el trabajo de colegas jóvenes, sobre todo femeninos, que superan ya a las viejas glorias periodísticas de la Dictadura y la Transición. Mi paisana Mar Abad es una de ellas. Lo intuía desde hace tiempo, cuando leía sus libros o escuchaba sus discursos en el Ateneo de Madrid sobre Carmen de Burgos, Colombine.

Mar Abad

Mar Abad, autora de una biografía singular del conde de Romanones, uno de los caciques más poderosos de España.

Ahora, la lectura de su última obra («Romanones, Una zarzuela del poder en 37 actos) me confirma su excelencia como periodista, escritora y fina analista del Poder.

Cubierta

Cubierta del libro de Mar Abad sobre Romanones

La biografía de este cacique, poderoso y cínico, se lee como una novela de intrigas y, con frecuencia nos hace brotar una sonrisa de complicidad con la autora. Mar Abad camina por la vida del conde «cojo» apoyada en las muletas de sus memorias. Lo hace con brillantez e ingenio. Va expurgando o depurando auténticas perlas escondidas en los escritos de este animal político que fue muchas veces presidente del Gobierno bajo el reinado ominoso de Alfonso XIII.

Contra cubierta del libro de Mar Abad

Solo por leer la citas que Mar hace del conde vale la pena leer su libro. Pero, además, recibimos de propina un análisis precioso de las ansias de poder de un hombre que lo fue todo y todo lo perdió. Una vida de ascenso y caída digna de los personajes de Shakespeare.

Bio de Mar Abad en la solapa del libro

Mar nos ofrece un retrato espléndido y entretenido del «Maquiavelo de la Alcarria», un manual de instrucciones para cualquier político que aspire a conseguir el Poder y mantenerse en él a toda costa. Para el conde de Romanones el fin justifica los medios y no al revés. Salvando las distancias se parece un poco, solo un poco, a la vida y la obra de José Maria Aznar que lo fue todo y, por soberbia o estulticia, se hundió en la insignificancia.

José María Aznar lo fue todo (como Romanones) y se quedó en nada.

He leído a la vez, el libro de Mar Abad sobre Romanones y (no sin dolor) los dos tomos de Memorias de José María Aznar. No crean que soy masoquista. No lo hago por amor al arte sino como parte una investigación para mi próximo libro sobre la Policía, el Poder y la Prensa. Por distintas razones, Mar Abad y Aznar me iluminan la pasión que dos animales políticos de envergadura sienten por el Poder. A ninguno de los dos, ni a Romanones ni a Aznar, les importó el precio.

Solo encontré una errata (o posible error) en el libro de Mar. Ya sabemos que «las erratas son las últimas que abandonan el barco». En la página 52 dice:

«Todos luchan por sobrevivir y, como indicó Darwin, sobrevive el más fuerte».

Creo recordar, de memoria y, por tanto, sin confirmar, que Darwin decía que «no sobrevive el más fuerte ni el más inteligente, sino aquel que mejor se adapta a los cambios».

Ahora me tengo que marchar. En cuando pueda, copiaré y pegaré aquí mismo una selección de las perlas que Mar ha ido expurgando de las memorias del conde de Romanones. No tienen desperdicio.

Gracias, Mar, y enhorabuena.

—–

Ya estoy de vuelta. Ahí van algunas perlas prometidas de Alvaro de Figueroa, conde («cojo») de Romanones, entresacadas por Mar Abad de sus memorias y otros escritos:

«De la madera de los intelectuales salen escasos y buenos políticos. De la de los filósofos, ninguno».

«Saber callar ya es saber mucho»

«La gimnasia intelectual tiene que ser diaria. Si se abandona, los hombres se convierten en idiotas».

«En aquella época estuve a punto de convertirme en un sentimental. ¡Quién lo diría! Port fortuna, aquel estado patológico pasó pronto».

«… las pasiones que nos mueven, la animadversión latente y continua de los unos para con los otros y el supremo egoísmo que dirige a la humanidad».

«En la vida, y sobre todo en el Gobierno, constituye especial talento saber aprovecharse talento de los demás».

«Siempre estamos dispuestos a creer lo que nos conviene»

«…La ingratitud en política es planta de cultivo muy precoz»

«Saber perder es tan solo una forma de prudencia. Indispensable para todo político»

«Los ataques al adversario, cuanto más de brocha gorda, serán más útiles»

«La ambición es legítima en todas las esferas de la política»

«… sin libertad de prensa, a pesar de todos sus inconvenientes, es imposible ejercer el sufragio»

«La esplendidez, y no la avaricia, despierta la confianza de las gentes»

«Hoy los partidos no pueden oír hablar de la extirpación del caciquismo que los correo porque ven en ello un peligro a su propia existencia».

«Es la sutileza gran condición para la vida política. Es penetrar en el pensamiento ajeno sn rastros de violencia»

«Mandar es un verbo de eterna conjugación. Es la pasión dominante en los hombres,,, y en las mujeres»

«Si careces de fuerza para sufrir y resignarte, no sirves para la política»

«En la redacción (de El Globo) no todos comulgaban con mis ideas. Aunque me daban su pluma, conservaban sus convicciones»

«El saber esperar es útil. El político peca siempre de impaciencia»

«No hacer justicia a tiempo debiera considerarse grave delito. Porque omitir la justicia es confirmar la injusticia»

«El gobernante que no cree equivocarse nunca es el más funesto y peligroso»

«No emplees tu fuerza en dividir al enemigo, sino en aniquilarlo»

«El jefe de Gobierno ha de cuidar de no abusar de su autoridad. Es el único medio de perderla».

«El que ambiciona títulos honores nunca será enemigo temible, pues es fácil satisfacerlo»

«No he conocido ningún gabinete sin descubrir en él quien pretende suceder a su presidente»

«El don del mando se revela físicamente por signos inconfundibles: el imperio de la voz, la intensidad y penetración de la mirada, el gesto y el ademán»

«En política no hay absurdo imposible. Las realidad política lo admite todo»

«No abras tu corazón a nadie, y mucho menos en política»

La pasión por le mando se asemeja a la pasión sexual. Hace perder el equilibrio hasta a los varones mas sesudos»

«Los neutros en la política solo sirven de estorbo. Son los castradores de ella».

«Para conocer a fondo las miserias humanas, nada más aleccionador que la vida política»

«Los sentimentales y los imaginativos no sirven para el ejercicio del poder»

«En política no te resignes nunca. La resignación es la confesión de la derrota. Y solo es vencido el que se confiesa vencido»

«El pasado aclara el presente y avisa del porvenir».

«Son los ambiciosos los artífices de la grandeza de los pueblos».

Y así, suma y sigue…

Bueno, ya es la hora de mi partido de tenis. Adiós, amigos. Cuidaos de políticos como Romanones … o Aznar.

 

 

 

Ataque de nostalgia con estudiantes de Periodismo

Acudí al Salón de Conferencias de Periodismo en la UCM para aplaudir a mi colega María Ramírez, autora de «El periódico», libro que presentaba allí a más de un centenar de jovencísimos estudiantes y que yo os recomiendo. Ella había aplaudido mi libro en el Ateneo. ¡Qué menos! Ojo por ojo y libro por libro. Me lo pasé muy bien, aunque sufrí un ataque de nostalgia.

María Ramírez habló de su libro «El Periódico» ante más de un centenar de estudiantes de Periodismo.

Hacía décadas, desde la defensa de mi tesis doctoral, que no pisaba la Facultad de Ciencias de la Información. Imposible no pensar en mi gran amigo Emilio Ontiveros, economista miembro de aquel tribunal de tesis, que falleció este verano.

María, subdirectora de eldiario.es, estuvo genial en la promoción de su libro.

Cubierta del libro de María Ramírez

Chica lista, brillante en su exposición. Gran periodista, mucho mejor que su padre, Pedro J. Ramírez, quien no es santo de mi devoción. Ella, sí. Los jóvenes disfrutaron del optimismo de la autora sobre el presente y el futuro del periodismo. Comparto ese optimismo. A pesar de las «fake news» y la teorías conspiratorias que llenan de vergüenza las redes sociales, nunca estuvo el periodismo, con grandes jóvenes profesionales solventes, mejor que ahora. ¡Bravo, María!

El profesor Arturo Gómez Quijano, organizador del ciclo de conferencias (#NewPaper26), defendió el futuro de nuestra profesión. ¿Cómo iba a enseñar Periodismo a sus alumnos ni no creyera en su futuro? Mucho hablaron de la prensa digital online (el libro de María trata del periodismo en internet), como amenaza frente a la prensa tradicional de pago en papel, pero olvidaron mencionar el fenómeno revolucionario del boom de la prensa gratuita que, desde el año 2000, llegó a repartir 4 millones de ejemplares diarios, más que toda la prensa de pago junta en España.

Micrófono en mano, defendí el modelo del diario 20 minutos que fundé en el año 2000,

Ante tamaña provocación, no pude contenerme y, micrófono en mano, hice un canto al diario 20 minutos, que fundé en febrero del 2000 y sigue dando de leer gratis al sediento. Mi vieja tesis era que «pagar o no pagar, no es la cuestión». «Leer o no leer, esa es la cuestión». Y mi diario no era realmente gratuito, sino que el lector nos pagaba de sobra con su atención que valía, para los anunciantes, más que el euro y pico de los diario de pago. «La atención y la confianza del lector es oro puro», dije a los estudiantes y ese es el objetivo que debemos perseguir cuando somos reporteros de la realidad que nos rodea, tan poliédrica. Ya sabemos que la objetividad no existe, pero es una hermosa tendencia que debe dirigir nuestro trabajo.

Dos libros del profesor Arturo Gómez Quijano sobre los diarios gratuitos en España.

A la salida, el profesor Gomez Quijano, un especialista en la prensa gratuita, con dos libros preciosos en el mercado, me pidió que presentara allí mismo mi libro «La prensa libre no fue un regalo» y defendiera el modelo de 20 minutos. Acepté encantado, Faltaría más.

Con María Ramírez en un reportaje de Berna González Harbour en El País (1)

Con María Ramírez en un reportaje de Berna González Harbour en El País (2)

Con María Ramírez en El Pais (foto de Moeh Atitar)

 

Y la cubierta de mi libro. Que no falte.

¿Está la prensa mejor o peor que antes?

Tres generaciones de periodistas del frondoso árbol «Guindal» se juntaron ayer en torno a mi paella «ilustrada», que tantas veces hemos compartido con colegas durante la Transición. Carlota Guindal (La Vanguardia), hija de mi amigo Mariano (el de la famosa pregunta «¿Qué hay de Rumasa, señor Boyer?), metió el dedo en la llaga de nuestra profesión que, se diga lo que se diga es la segunda más antigua y la más hermosa del mundo.

Con Carlota Guindal (de La Vanguardia) y ¡con mi libro! Le agradecí el detalle con más carabineros en su plato.

La joven redactora de Tribunales cree que la prensa está peor que antes. No me extraña que lo piense si se dedica a cubrir (¡Ay!) la Justicia en España, ya que lo que pienso que está verdaderamente mal, y peor que la Prensa, es el sistema judicial que arrastramos desde el franquismo. En cambio, la Prensa está, a mi juicio, mejor que nunca. Lo sostengo. Apasionante debate que quedó en tablas. Estoy dispuesto a repetir la paella y continuar con esta tertulia que me recordó la que tuvimos el jueves en Segovia con Bernardo Pérez y un montón de maestros del periodismo.

Mariano, la Westley  (awestley.com) y yo, jubilados. Carlota y Mar Diaz Varela, activas, y Santiago Guindal, estudiando Periodismo, discutimos con ardor. Incluso con argumentos.

Carlota dijo que ella estaba bien en La Vanguardia, pero que la prensa estaba muy mal, en declive, casi en peligro de extinción.  Mariano y yo, que nos dedicamos muchos años al periodismo económico, le recordamos que, al hablar con empresarios, era habitual que nos dijeran, individualmente, que iban muy bien, pero que, en cambio, su sector estaba fatal y necesitaba ayudas. La suma de todos los que individualmente iban bien no podía darnos un resultado tan fatal para el sector. Lo mismo pienso para la Prensa.

La vieja prensa no acaba de morir y la nueva (con su ola digital, incluida, y sus abundantes fake news) no acaba de nacer. Comprendo que esa transición hacia el futuro genere ansiedad e incertidumbre en los jóvenes. Nosotros también tuvimos, no sin dolor, nuestra propia transición de la prensa sometida por el dictador hacia la prensa libre, que conquistamos palabra a palabra. Tuvimos que aprender a caminar con naturalidad sobre la incertidumbre… y el miedo. Ahora les toca a los jóvenes. Más les vale prevenir que lamentar.

No soy masoquista, pero estoy leyendo, a la vez y no sin estupor, un libro sobre Pedro J. Ramírez y las memorias de José María Aznar, dos tipos peligrosos para la salud de la Prensa. Menos mal que los rodeamos con dos libros que cuentan la vida de Mariano y la mía, dos hombres con buena suerte.

 

En general, suelo discrepar de quienes, en cualquier sector o aspecto de la vida, caen en un pesimismo paralizante al afirmar que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Con los datos en la mano, no suele ser cierto que el pasado fuera mejor que el presente. Era mejor, si se quiere, simplemente porque éramos mas jóvenes y solíamos hacer muchas cosas muy placenteras (y con más frecuencia) que en la jubilación.  Si lo sabré yo…

Es cierto que las técnicas (incluso las de matar) cambian y progresan. Sin embargo, la historia (siempre escrita por los vencedores) nos muestra que, aunque las técnicas cambien, las intenciones del ser humano permanecen. Al final, brindamos con una frase que repetimos mucho en nuestra familia: «Cuando todo falla, los principios importan».

Pues eso. ¡Ánimo, jóvenes periodistas! La verdad absoluta solo existe para los teólogos. Claro que si queremos acercarnos a la realidad (ya sean molinos o gigantes, según se mire, amigo Sancho) es recomendable que lo hagamos recurriendo, por los menos, a dos fuentes de información solventes. (Yo estoy suscrito a El País y a La Vanguardia).

Mariano me corrigió: «¡A tres!»

Amén, Mariano.

 

 

 

 

 

¡Wow! Berna me saca en El Pais con María Ramírez

Hoy salgo en El País, mi diario favorito después del 20 minutos, con foto y a toda página. Berna Gonzalez Harbour, cofundadora de El Sol, ha sacado brillo en El País a una conversación que ella provocó entre María Ramírez y yo en torno a la presunta crisis del Periodismo.

Pag. 28 de El País del 13 de julio de 2022

Pag. 29 de El País del 13 de julio de 2022

Berna ha convertido el plomo en oro. Gracias, Berna. Tanto María (Nieman18 de Harvard) como yo (Nieman`77) hemos coincidido en que «ningún tiempo pasado fue mejor» y, por tanto, en cierto optimismo con respecto a la situación y futuro de la profesión más hermosa del mundo. Claro que siempre nos vendría bien algo más de autocrítica. La crítica nos fortalece. Ya lo dijo Wole Soyinka (premio Nobel 1934): «La mayor amenaza para la libertad es la ausencia de crítica».

Magnífica foto de Moeh Atitar de dos generaciones separadas por medio siglo.

Recién operado con éxito de cataratas, en la web de El Pais me leo mejor. Lo recomiendo para los abuelos con vista cansada.

Mi Tuso también quiere salir hoy en la foto en 20minutos.es. Mi chica (awestley.com) me dice que podría haberme puesto otra camisa distinta. Es la misma que saco en la foto de El País, pero recién lavada.

 

 

 

Periodista por accidente, gracias a Balbín

Le debo haber dedicado más de medio siglo al Periodismo. Gracias, maestro. Hacía tiempo que no veía a José Luis Balbín y su muerte me ha impactado más de lo pudiera imaginar. Quise enviarle el borrador del capítulo de mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» dedicado a mi relación con él. No lo hice a tiempo para poder compartir unas risas. Y lo lamento. Me hice periodista gracias a él. Nunca se lo agradecí lo suficiente. Y siento mucho su muerte. Descansa En Paz, maestro.

José Luis Balbín con su pipa

Esta es la prueba de imprenta del capítulo de mi libro dedicado a Balbín. Acaba de ser publicado por Marcial Pons, pero mi viejo amigo José Luis (por unas semanas, ¡Ay!) ya no podrá leerlo.

Cubierta de La prensa libre no fue un regalo

La prensa libre no fue un regalo.indb 38 18/4/22 11:59 Primera parte. Dictadura 39

Periodista por accidente

Después de pasar las vacaciones de verano en Almería, regresé a Madrid para estudiar tres carreras distintas, a la vez, durante el curso 1965-1966: Arquitectura, Ciencias Políticas y Periodismo. Creía que podía con todo.

En septiembre de 1965, conocí al periodista José Luis Balbín en una de las primeras tertulias de mi colegio mayor. Era un joven delgado, alto y sabiondo, casi pedante. Aquel día vino sin pipa. Lo trajo otro colegial para que nos hablara del periodismo. Yo era un aspirante a tal oficio, cargado de dudas, y Balbín trabajaba ya en la sección de Internacional del diario vespertino Pueblo.

Su periódico, como mi colegio, era propiedad del sindicato vertical de Franco, el único autorizado en España, obligatorio para todos los trabajadores y empresarios. Su nombre oficial era Organización Sindical. Uno de los pilares del nacionalsindicalismo franquista era la prohibición de la huelga y del cierre patronal. La presunta paz social estaba, pues, garantizada por ley. La paz de los cementerios, sostenida por la represión violenta de toda disidencia y el miedo consiguiente a disentir en público.

En cuanto el joven periodista empezó a hablarnos sobre James Meredith, el primer negro que había entrado en la Universidad de Misisipi, escoltado por los agentes federales del presidente Kennedy, me percaté de que era un demócrata, no precisamente amigo de la dictadura de Franco.

Unos meses después de la charla de Balbín, en 1966, Meredith fue tiroteado. Sobrevivió al atentando de milagro, y, lejos de arredrarse, siguió luchando contra el racismo con su «Marcha contra el miedo». Lo que más me perturbó entonces, y aún hoy, fue la compatibilidad moral que pudo encontrar el joven negro entre sus ideales antirracistas y su convivencia con los políticos racistas del sur de Estados Unidos.

«Este James Meredith tiene una doble vida, como la nuestra», pensé entonces. Más tarde supe que los dos partidos norteamericanos, el Demócrata y el Republicano, estaban plagados de racistas en los estados exesclavistas del Sur. Salvando las distancias, no sabía si era un oportunista o se habría alistado en el Partido Republicano para dinamitarlo desde dentro. Con esa intención, desde el sindicato clandestino de estudiantes, nosotros queríamos infiltrarnos en el SEU.

La prensa libre no fue un regalo.indb 39 18/4/22 11:59 40 José Antonio Martínez Soler

Golpe de Estado en Indonesia

José Luis Balbín me invitó a visitar la redacción de su periódico cualquier día después de cenar, cuando él hacía su turno de guardia. Allí fui de inmediato. Subí a su planta en un ascensor montacargas sin puertas. Me mostró la sala de redacción, prácticamente vacía por la hora, así como los teletipos que no paraban de escupir rollos de papel con noticias en su mayoría internacionales. «Si llega algo gordo, urgente, suena esta campanilla de alerta», me explicó.

Recortó las noticias de internacional, las ordenó en unas carpetas, y solo pegó dos tomas en un folio y corrigió el texto. Lo demás era morralla. Me fijé lo mejor que pude. Allí aprendí que había que subrayar las letras que debían ir en mayúsculas y poner los acentos. El teletipo lo picaba todo en minúsculas y sin acentos. También, que había que escribir a máquina, en otro folio, el titular de la noticia, el antetítulo y el subtítulo o sumario, si lo llevaban. Si la noticia procedía de varias fuentes, se hacía lo que él llamaba un «refrito», mezcla de todas las versiones, y se firmaba como Agencias.

Con el folio del titular, Balbín envolvió el otro folio con las dos tomas del teletipo revisadas y pegadas. Metió el rollo en una lata cilíndrica. Me fascinó el sistema de comunicación con el taller. Bastaba con meter la lata en un tubo. Como en un tobogán, aquella salió disparada, varios pisos abajo, hasta el taller. La rotativa, en la planta baja, parecía un armatoste gigante en la bodega de un transatlántico. Nada que ver con las máquinas planas del Yugo, el diario de Almería. Otro día fui al diario Pueblo a la hora precisa para ver, sentir, la rotativa en acción. El suelo de hormigón parecía temblar bajo mis pies mientras la rotativa escupía ejemplares del periódico a gran velocidad.

Balbín me pidió un favor: si podía ir a estudiar algunos días, durante un par de horas, en su mesa de redacción, después de cenar, en tanto que él recibía clases de alemán cerca del periódico. Él me llamaría por teléfono por si había ocurrido algo. Acepté encantado. Pasé dos noches, plácidas y aburridas, repasando en su mesa mis Materiales de Construcción de segundo de Arquitectura. Al regresar de su clase nocturna de alemán, Balbín revisaba los teletipos, que yo había recortado y ordenado por países. Nada de interés para publicar, salvo lo procedente de alguna zona del mundo donde entonces era de día.

En la tercera noche, a finales de septiembre o primeros de octubre, me sobresaltó la campanilla de alarma del teletipo de la Agencia La prensa libre no fue un regalo.indb 40 18/4/22 11:59 Primera parte. Dictadura 41 EFE. ¡Qué nervios! Era casi medianoche y Balbín se retrasaba. Yo estaba prácticamente solo en la redacción.

Busqué ayuda. Únicamente quedaba un redactor, bastante mayor, medio dormido en un sillón, en la esquina opuesta a la pecera de los teletipos. De un salto, me puse frente al rollo de noticias de EFE Internacional, que a gran velocidad inundaba ya el suelo de papel. Y Balbín sin llamar.

El teletipo daba la alarma continuamente con cada noticia y soltaba tomas sin parar. Todas sobre el mismo asunto: «Movimiento de tropas en Indonesia». Cada una más confusa que la anterior. «Anulada la noticia número…». «Urgente: Golpe de Estado en Indonesia». Yo alucinaba, mientras vivía en directo aquel presunto golpe de Estado militar. Creía estar oyendo los cañonazos y oliendo la sangre en directo. Cada noticia desmentía la anterior. Todo era muy confuso y, a la vez, emocionante. Aún no hablaban de disparos ni de muertos. Y José Luis Balbín sin aparecer.

Sukarno y Suharto. Nunca olvidaré los nombres de estos dos generales indonesios. Aquella noche no tenía ni idea que quién era quién. Afortunadamente, al cabo de casi una hora de noticias y desmentidos, EFE transmitió un resumen de todo lo ocurrido hasta ese momento en Indonesia. ¡Qué alivio!

Era una crónica que a mí me pareció perfecta: el golpe de Estado del general Suharto, jefe del Ejército, había triunfado, pero el presidente Sukarno, que se había apoyado en el Partido Comunista prochino, no había huido, como se dijo, sino que seguía de presidente, con menos poderes y controlado por el golpista. Estados Unidos celebró el golpe. Se temía una persecución inminente contra los comunistas indonesios. En pocos años, miles de militantes del Partido Comunista de Indonesia desaparecieron o fueron ejecutados.

Me olvidé de las crónicas parciales y me concentré en el resumen. Ni corto ni perezoso, me puse manos a la obra. Pegué varias tomas de la crónica general de EFE, subrayé las mayúsculas, puse los acentos y, en otro folio, buscando cada tecla, escribí lentamente con los dedos índices: «Intento de golpe de Estado en Indonesia». Debajo, un sumario de lo ocurrido. Metí los tres folios en la lata cilíndrica y la despaché por el tubo hasta el taller.

Muy poco después apareció un señor mayor preguntando por José Luis Balbín. Le dije que había salido un momento a la calle, pero que lo de Indonesia ya estaba en el taller. Respiró aliviado. Se marchó. Al poco, llegó Balbín corriendo, sudando. Lo había oído todo en la radio del taxi. Le dije en voz baja: «Lo tuyo de Indonesia La prensa libre no fue un regalo.indb 41 18/4/22 11:59 42 José Antonio Martínez Soler ya está en el taller». Bajó nervioso, temiéndose un desastre. Al regresar, todo colorado, sacó una botella de un armario y me invitó a una copa.

Al día siguiente, a mediodía, miré los ejemplares amontonados en un quiosco de prensa. El diario Pueblo, con el mismo titular que yo escribí, llevaba impreso en primera página mi trabajo tal cual: «Intento de golpe de Estado en Indonesia». No habían cambiado ni una coma. «Ya soy periodista», pensé. Prematuramente, sin duda.

Muchos años más tarde, le dije a Balbín, que dirigía y presentaba entonces el programa La Clave en TVE, que yo era periodista por su culpa. Se echó a reír. Apenas recordaba la noche del golpe de Estado en Indonesia que fue tan importante para mi vocación incipiente. Para él, una más, careció de importancia. Para mí, aquella noche me abrió el camino hacia la profesión más hermosa del mundo.

El diario, el único libro para este oficio

No fue solo mi curiosidad, insaciable entonces tanto como ahora, lo que me llevó a cambiar de carrera profesional. Fue la necesidad de ganar pronto unas pesetas para mantenerme por mi cuenta sin tener que depender de mis padres. Mi curiosidad me conducía, desde luego, más allá de una escuela técnica, aunque la de Arquitectura tuviera, a mi juicio interesado de entonces, el barniz humanista de la creación artística. Me influyó bastante más comprobar que los colegas que estudiaban Periodismo escribían colaboraciones para revistas y periódicos y cobraban por pieza publicada. Conseguir ingresos inmediatos, como ellos, fue lo que me empujó hacia el periodismo. O sea, fue por dinero. No por amor.

Sin beca para pagar mis estudios, por no haber superado todas las asignaturas de primero de Arquitectura, mis padres me ayudaban algo económicamente. Me sentía fatal.

Tras la experiencia de una sola noche en el diario Pueblo, concebí la esperanza, casi la locura, de trabajar como periodista en el escalón más bajo posible. Una temeridad. Indagué entre mis compañeros del colegio mayor y de la escuela de Periodismo de la Iglesia donde estaba preparando mi examen de ingreso. Tuve la posibilidad de publicar alguna colaboración en el diario YA, heredero de El Debate, de la Editorial Católica, ligado a la escuela. Fracasé. Ni siquiera sabía escribir a máquina. Solamente con dos dedos y buscando cada tecla.

Esquela de Balbín

 

Periodista por accidente

Balbín, pag. 40

Balbín Pag 41

Balbín. Pag 42

 

 

«Cornetín», el abuelo de 20 minutos

Como regalo por su 20 cumpleaños, hoy voy a revelar, con todo detalle, un secreto en exclusiva: el origen de “20 minutos”, el primer diario que no se vende y, antes de la crisis de 2008, el diario más leído de la historia de España. Ha llegado el momento de descubrir su linaje y atribuir a su abuelo “Cornetín” el mérito que le corresponde. Son partes de los capítulos 24 y 25 de mis memorias (inéditas) de la Transición y del Periodismo («Y seguimos vivos. Recuerdos de un periodista que sobrevivió a la Dictadura».) No apto para lectores impacientes.

Jura de bandera, en el centro.

Cornetín, mi primera publicación gratuita

Cuando mi capitán, en vez de mandarme a una prisión militar, me ofreció las medicinas de su difunto padre que curaron a Ana, me dieron ganas de darle un abrazo. Me contuve. Había recuperado la razón. Sabía que abrazar a un superior iría contra las reales ordenanzas militares de Carlos III. Le hubiera besado los pies. Injustamente, he olvidado su nombre. Después de aquel incidente, traté de demostrarle siempre mi agradecimiento. Me convertí en un soldado ejemplar. Su comportamiento me hizo cambiar la visión tan deplorable que yo tenía del Ejército.

En la cantina de tropa oí hablar de un proyecto antiguo de mis colegas José Antonio Plaza y Jesús Hermida. Años atrás, ambos periodistas fueron soldados del Batallón de Infantería al que pertenecía mi compañía de honores. Publicaron varios números de una vieja revista con el objetivo, creo yo, de librarse de las guardias y demás servicios. El Ministerio la financiaba hasta que fue borrada del presupuesto. Al desaparecer la subvención oficial, murió definitivamente.

Con esos antecedentes, pedí permiso a mi capitán para resucitar aquella revista con una idea original. En realidad, no era nada original. La aprendí, o sea, la copié cuando trabajaba en el diario Nivel. Su editor, Julio García Peri, lo era también del diario “Noticias Médicas”. Se repartía gratis a los médicos de toda España, y se financiaba solo con la publicidad de los laboratorios farmacéuticos y otros anunciantes del sector sanitario. Le conté mi plan y le garanticé que la revista no le costaría ni un duro al Ejército. Recordaba la experiencia fallida de Hermida. No tendríamos que pedir dinero a nadie. La idea le gustó.

Por la vía reglamentaria, consiguió que me recibiera el teniente coronel Alemán, nuestro superior. Tenía un gran despacho con vistas a la calle Barquillo. Me informé de todo lo referente a su historia, a su personalidad, a sus gustos literarios e históricos, a sus aficiones, etc. Junto con el Generalísimo y el capital general Muñoz Grandes, el que luchó junto a Hitler con la División Azul, mi jefe era uno de los pocos militares en activo que estaba en posesión de la máxima condecoración militar: la Gran Cruz Laureada de San Fernando.

Por su graduación, le correspondía tratamiento de jefe. Sin embargo, por ser “caballero laureado” se había ganado el máximo tratamiento de Vuecencia, es decir, Vuestra Excelencia, que se daba solo a los generales. Por tanto, en cuanto crucé el umbral de su despacho, me cuadré marcialmente y le dije:

– “¿Da Vuecencia su permiso?”.

Como al capitán de Cerro Muriano, le gustaba la historia militar. Le encantaron mis conocimientos de la guerra de África. Me la sabía de carrerilla por los pre guiones que escribí para la serie de TVE “España siglo XX”. Me dejó hablar. Él sería el director literario de la nueva etapa, y el capellán, que llamábamos “páter” como en mi Colegio Mayor Santa María, sería el director espiritual. Conservaba los 15 primeros números de la revista. Ejemplares flacos, de ocho páginas, sin apenas fotos, pagados con dinero público. Aún sentía nostalgia por ella. Se llamaba “Cornetín”. Me dijo:

– “Cornetín es el instrumento musical que nos manda lo que debemos hacer en cada momento”.

Así concluí mi disertación:

– “Como Vuecencia nos ha dicho, nuestra compañía de honores debe ser un espejo en el que se miren todas las demás compañías del Ejército español. Si Vuecencia lo permite, podríamos enviar un ejemplar gratuito de esta nueva etapa, con el doble de páginas, con fotos y mucho más contenido, a cada regimiento. Les marcaría un camino. Naturalmente, sin coste alguno para el Ejército”.

Aceptó mi plan periodístico y de negocio con una condición. Jamás abandonaría yo el Ejército, es decir, no me darían “la verde”, la cartilla de licenciado, sin haber concluido con éxito la refundación de la revista. Le di mi palabra y las gracias a Vuecencia. Como “Noticias Médicas”, se financiaría solo con los anuncios. Como fundador de la primera publicación gratuita, no subvencionada, de mi vida me estaba jugando el tipo. Salí cagado de miedo, aunque armado de ciertos residuos de valor, del despacho del teniente coronel laureado.

Se busca director comercial

Lo más urgente, lo prioritario, era garantizar la financiación de “Cornetín”. Aprendí pronto esa lección, tan provechosa para toda mi carrera profesional. Vencer o morir en aquella aventura periodística, es decir, mi futura y ansiada libertad o mi prisión permanente, dependía de que los ingresos de la revista fueran iguales o superiores a los gastos. Tomé buena nota.

Para medir bien los gastos de la nueva empresa debía visitar, con cierta flexibilidad y frecuencia, a mis proveedores (papel, imprenta, correos, etc.) y colaboradores. El capitán me libró de todos los servicios de guardia, limpieza, etc. salvo, llegado el caso, de los de rendición de honores en visitas de Estado u otras solemnidades castrenses. Objetivo alcanzado: Pase “pernocta”, sin guardias y con libertad casi total de movimientos por el Ministerio del Ejército para poder buscar anunciantes y colaboradores apropiados. Las tardes, libres.

Entregué al capitán, para que se lo hiciera llegar a Vuecencia, el plan de negocio detallado, especialmente en los gastos, cuyos presupuestos le adjunté. Necesitaba que liberara de guardias y otros servicios a otro soldado, el futuro director comercial. Él debía ayudarme a buscar los anuncios para asegurar los ingresos imprescindibles que harían viable, incluso rentable, la edición de “Cornetín”. Me dio la venia.

Ya le había echado yo el ojo a un charnego espabilado, un andaluz como yo, pasado por Cataluña, que tenía mucha gracia y habilidad para hacer negocios (tabaco, comida, cambios de guardia, etc.) con los soldados de la compañía de honores y los vecinos de la compañía de Telegrafía. Le propuse el cargo con un sueldo inimaginable: ¡liberado de todas las guardias! Aceptó en el acto.

La guardia en la calle Prim era la más deprimente. Nadie la quería. Por las noches de Prim rondaban homosexuales, perseguidos por las leyes del franquismo, sometidos a frecuentes redadas. También vi pasar a caballeros viejos con coches de lujo que contrataban los servicios sexuales más denigrantes de jóvenes chaperos, casi niños, muertos de hambre.

Una vez contratado, pasé la lista de clientes potenciales a mi flamante jefe de publicidad. Allí estaban los principales proveedores del Ministerio del Ejército: el fabricante de tambores, Cervezas El Águila, otros proveedores de las cantinas y del comedor, sastres de la calle Mayor, especializados en uniformes militares, vendedores de instrumentos musicales para las bandas, papelerías, etc.

Con más imaginación que yo para los negocios, mi director comercial amplió la lista en un santiamén. Los contratos de publicidad, para un nicho tan específico y eficiente, se iban firmando con demasiada celeridad. Un día me enteré de que mi colega amenazaba veladamente a sus clientes potenciales con cambiar de proveedor en el Ministerio si no firmaban el contrato. Por tan poco dinero, no querían arriesgarse a quedar mal con el Ejército.

Los periodistas conocemos esa técnica comercial como “Exclusivas El Trabuco”. Una de las mayores vergüenzas, y de los chantajes más habituales, de mi profesión. El periodista/comercial o el comercial/periodista solía amenazar así a sus clientes:

– “Si no me das publicidad, escribiré o actuaré en tu contra”.

Le pedí que aflojara la presión y no pusiera tanto empeño en su labor. Su trabajo y el mío debían durar hasta poco antes de Navidad de 1971, fecha prevista, de publicación del número 16 de “Cornetín”, nº 1 de la nueva etapa no subvencionada, y, por tanto, cerca de nuestra liberación y pase a la reserva. No convenía imprimirlo antes de tiempo.

Ambos departamentos, redacción y publicidad, vivíamos a cuerpo de rey. Acudíamos al cuartel por la mañana, después del toque de diana, dábamos una vuelta para ser vistos, hacíamos como que hacíamos alguna gestión. A veces, la hacíamos de verdad. Luego, quedábamos liberados hasta el día siguiente. La elección del director comercial de “Cornetín” fue un acierto. Siempre he valorado ese puesto en todas las fundaciones periodísticas que hice a partir de aquella. Poco después de la mili, le reencontré de director de una sucursal bancaria. Un triunfador que rozaba la línea de lo permitido.

Mi pluma, al servicio de la Falange

Desde que yo era muy niño, mi padre me había prohibido llevar la camisa azul del Frente de Juventudes de Falange. Por eso, no le gustó nada mi nuevo empleo. Por más que le expliqué que los tiempos habían cambiado, y que nadie me obligaría a escribir lo que yo no quisiera, nunca estuvo de acuerdo. Lo aceptó de mala gana en cuanto le dije que ese era el único empleo al que podía tener acceso con el uniforme de soldado. Tendría que esconder, como casi siempre, mis ideas políticas. Eso sí, sin dejar todo el peso de nuestros gastos sobre los ingresos de Ana como secretaria en Sofico. Además, Ana presentía que su empleo no iba a durar mucho. Los clientes ingleses reclamaban la rentabilidad de su inversión, y temían perderlo todo.

A pesar de las razones que di a mi padre, a mí me dio un no sé qué cuando crucé el umbral del Edificio Arriba. Tenía diez o doce pisos, en el Paseo del Generalísimo, frente a la Ciudad Deportiva del Real Madrid, donde hoy se alzan las torres de Florentino. En su fachada de ladrillo rojo visto colgaban el yugo y las flechas, el símbolo de Falange, de tamaño descomunal. Las flechas debían de medir más de cinco metros.

Pregunté por Melchor Sainz Pardo, mi compañero de la Escuela de Periodismo, que trabajaba en la Agencia PYRESA (Prensa y Radio del Movimiento, S.A.). Le impresionó mi traje militar de paseo, el correaje y la gorra de plato con visera de charol. Parecía un oficial. Me presentó al camarada Vicente Cebrián, director de la Agencia y anterior director del diario Arriba. Era un hombre alto, con un gran bigote, y de aspecto distinguido. Muy comprensivo con mi uniforme. Me recibió con gran cortesía, que mantuvimos mutuamente durante muchos años, y me contrató casi en el acto.

Salí muy contento de su despacho. Al día siguiente debía rellenar los papeles para darme de alta en la nómina y en la Seguridad Social, y empezar a trabajar en la agencia oficial de noticias de Franco.

Melchor me llevó a la cafetería del edificio, compartida con el Diario Arriba, varios semanarios también de Falange, y otros servicios de prensa del Movimiento. Allí me encontré por casualidad con Enrique Vázquez y Vicente de Luis Botín. ¡Vaya susto! Dos rojos perdidos, desde mis tiempos universitarios, emboscados en la cueva de los fascistas. Otra vez, juntos, pero no revueltos, como en mi Colegio Mayor. Nos saludamos efusivamente y comentamos mi incorporación inmediata a Pyresa. Les comenté el motivo de mi visita. Enrique Vázquez me interrumpió:

– “De eso, nada. Tú tienes que incorporarte, sí, pero al diario Arriba, en la planta debajo de Pyresa, donde soy el jefe de la Sección Internacional. Te necesitamos. Déjalo de mi cuenta. No te muevas de aquí”.

Melchor y yo no sabíamos qué decir. Enrique salió disparado hacia el despacho de su director, Jaime Campmany, un falangista murciano, camisa vieja, que estaba evolucionando hacia posiciones aperturistas del Régimen. Llevaba apenas un año de director, y ya había contratado a varios redactores izquierdistas para darle un tinte moderado al diario oficial del franquismo que había sido filo nazi hasta muy recientemente.

Después de la “Primavera de Praga”, brutalmente frustrada por los tanques soviéticos en el verano del 68, los cambios operados en la primavera de 1971 en el seno del diario Arriba, el órgano de Falange Española fundado por José Antonio Primo de Rivera, merecieron el nombre de la “Primavera de Campmany”.

Ese mismo día, cambié dos veces de empleo. Al camarada Campmany también le gustó mi traje militar de paseo. Tras chocar la mano, sin saludo brazo en alto como me había ocurrido más de una vez en el SUT, me dijo:

“Según Enrique, hablas francés e inglés, justo lo que necesitamos en esta nueva etapa de apertura del diario y de toda España al mundo exterior”.

Apenas pude responder:

“Francés, bien, pero inglés, un poco”.

Enrique me cortó:

– “No le hagas caso. Lo sé. José Antonio es muy modesto. Ha vivido en Estados Unidos antes de la mili, y su mujer es de Boston”.

Solo dije que me sentía mal por abandonar a Vicente Cebrián para quien iba a comenzar a trabajar al día siguiente. Campmany me replicó:

– “Eso no es problema; aquí somos una familia. Yo me encargo de hablar con él”.

Volvimos a subir a la cafetería compartida para celebrar mi segundo empleo en un mismo día. Pronto se sumaron Melchor Sainz Pardo y Vicente Cebrián. Este último me dio una palmada amistosa en la espalda al tiempo que me decía:

– “Traidor, menudo traidor”.

Sonreía. Por eso, no enrojecí de vergüenza. Volví a encontrarme con él muchas veces en mi carrera profesional. Era un caballero. Siempre recordó aquella “traición” con la misma sonrisa. Incluso a su hijo, Juan Luis Cebrián, el primer director de El País, quien, no obstante, me llegó a contratar cuatro veces.

Portada del diario de la Falange, Arriba, que borré de mi curriculum

Crónicas de mierda

El miedo a ser descubierto nunca me abandonó en la redacción del diario de la Falange. Me maravillaba cómo se comportaban mi jefe y mis colegas de la Sección Internacional. Aquello parecía Versalles. Nunca se discutía de política. Cada uno iba a lo suyo. Una célula de orientación comunista conviviendo con los restos del franquismo más rancio. Increíble, casi surrealista, pero cierto. Otra vez, como en mi Colegio Mayor del SEU donde acumulé experiencia en el arte de fingir.

En ese ambiente anti comunista y anti ateo, Campmany había metido a varios filocomunistas, probadamente ateos, en su propia redacción. Dio un paso más. Permitió el estreno, casi clandestino, de la película “Canciones para después de una guerra”, de Basilio Martín Patino, en la sala privada de cine del Edificio Arriba. Basilio quería sumar apoyos del Régimen para que levantaran la prohibición que pesaba sobre su obra. Era una recopilación de canciones e imágenes de la sociedad española durante la postguerra.

Todos los izquierdistas asistimos al estreno con el ánimo de aplaudir. Un buen número de franquistas también acudieron con el ánimo de abuchear la película. Estos no esperaron hasta el final para mostrar su claro repudio. Durante la proyección, se produjeron varios gritos en la oscuridad contra el director y su obra. Escuché gritos de “falso”, “mentira”, “qué cabronada”. Me asusté. Detrás de mí estaba sentado un colega de mi sección que gritó más fuerte que nadie: “Esta película es una hijoputez”. Nadie aplaudió al terminar la cinta. Rodeamos y acompañamos a Basilio hasta la puerta de salida del Arriba para evitar altercados contra él.

Conocíamos el carácter violento de algunos falangistas. Formaba parte de su cultura. Unos viejos, inspirados por los ataques de los nazis a las tiendas judías, presumieron abiertamente del asalto de los falangistas contra los almacenes SEPU, durante la República, por ser judíos que supuestamente explotaban a los empleados españoles.

En la Hemeroteca pudimos ver la portada de nuestro periódico del 30 de abril de 1945, el mismo día que Hitler se había suicidado. No mencionaba la muerte del dictador nazi. Este era su titular: “Europa tributa honores a su excelso hijo: Adolf Hitler”. Esas eran las raíces del diario donde conseguí mi primer empleo de redactor en plantilla con 13.000 pesetas al mes (aproximadamente un poco más de 2.000 euros de hoy, ajustada la inflación). Nuestro subdirector, Antonio Izquierdo, que luego dirigió El Alcázar, diario golpista de extrema derecha, solía poner su pistola sobre su escritorio.

Para dibujar el ambiente de falso compañerismo que reinaba en el diario Arriba, no puedo olvidar las crónicas de nuestro compañero de sección Vicente de Luis Botín, claramente izquierdista. Campmany le envió a cubrir las elecciones municipales de Chile en aquella primavera de 1971. Eran la prueba de fuego del presidente Salvador Allende, elegido en 1970, para avanzar en su “vía democrática hacia el socialismo”.

Yo era el encargado de recoger las tomas del télex o del teletipo de Efe por donde él enviaba sus textos. Corregía sus crónicas, las titulaba, y escribía el sumario lo más neutral posible. Al día siguiente, encontraba sobre mi mesa un sobre cerrado a nombre de Vicente de Luis Botín. Cada día se repetía la misma operación. Al cabo de varios días, el olor de los sobres acumulados sobre mi mesa a nombre de nuestro corresponsal en Chile se empezó a hacer insoportable. Se lo comenté por télex y Vicente me autorizó a abrir los sobres a su nombre.

Una desagradable sorpresa. Cada sobre contenía el recorte de una crónica suya de las elecciones en Chile llena de mierda. Se habían ido limpiando el culo con las crónicas de Botín sobre los avances del socialista Salvador Allende en las elecciones municipales. Valga como muestra del ambiente de compañerismo extravagante que respirábamos en el órgano doctrinal del franquismo.

               

Una oferta que no pude rechazar

Capítulo 25

En mi periódico había un cóctel ideológico surrealista. Dos mundos totalmente opuestos, el fascista y el comunista, se cruzaban por nuestra redacción con rumbos opuestos. A veces, a la deriva y con riesgo de colisión. En cuanto saltara por los aires el tapón biológico de los falangistas y otros ex combatientes del franquismo, la prensa caería, como una pera madura, en manos de mi generación. “¡Qué oportunidad!”, llegué a pensar entonces.

El vacío periodístico que hubo durante 40 años sin libertad lo pudimos llenar en el declive de la Dictadura. Debo reconocer que, desde el punto de vista laboral, los periodistas de mi generación lo tuvimos más fácil que los que vinieron después. Fuimos un tapón para los jóvenes que quisieron seguir nuestros pasos. Debemos mucho a aquella oportunidad histórica irrepetible. Por eso, no deberíamos presumir tanto de lo que hicimos por la libertad de prensa. Por lo menos, en mi caso, yo sé por qué lo digo. Con lo que me gusta presumir, tantas veces sin razón, tengo que reconocer que, sin mucho mérito por nuestra parte, estuvimos en el lugar oportuno y aprovechamos la ocasión. Nacimos de pie. Aunque, no siempre. Íbamos en una montaña rusa.

Otra vez, como en el semanario Don Quijote o en el diario Nivel, la dura realidad se impuso de nuevo sobre mis sueños de un futuro en libertad. La “Primavera de Campmany”, una mini revolución desde arriba, fue aplastada de pronto sin necesidad de tanques, como ocurrió en 1968 con la “Primavera de Praga”. Torcuato Fernández Miranda, que defendía la apertura casi democrática del franquismo, perdió su batalla a favor de legalizar las “asociaciones políticas” y cesó a Campmany.

Cuenta la leyenda que Franco le dijo:

– “O esas asociaciones son partidos o no son nada. Y, mientras yo viva, en España no habrá partidos políticos”.

El vicepresidente Carrero Blanco tomó nota, y le ganó esa batalla a Torcuato. Lo que son las cosas. Dos años y pico después, Carrero sufrió un atentado terrorista de ETA, y voló por los aires. Torcuato le sustituyó como presidente en funciones, y ayudó a poner al Rey en el trono y a Suárez en el Gobierno. Carrero ganó aquella batalla contra Campmany. Torcuato ganó la guerra.

La iglesia que no se quemó tres veces

Prácticamente liberados de los servicios de armas, incluso de los desfiles, el director comercial de “Cornetín” y yo vivíamos en el mejor de los mundos. Pensé que sería posible volver a colaborar con Ricardo Blasco, Fernández de la Torre o Esteban Madruga en algunos episodios de la serie de TVE “España, siglo XX” aún sin concluir.

A petición mía, Sol Nogueras, mi compañera de Hispania Press, había ocupado mi puesto durante mi viaje a Estados Unidos y mi servicio militar. El jefe de producción me dijo que podía sumarme al equipo sin desplazar a Sol. Se trataba de una colaboración eventual para la coordinación de los guiones con el montaje final, compatible con la mili y con el Arriba. Ese dinero extra no me vendría mal. Todo aprovecha para el convento. Además, aterrizaba de nuevo en Televisión. Allí podría encontrar oportunidades para poder dejar algún día el diario franquista, una experiencia enriquecedora que, en poco tiempo, tanto me había decepcionado.

Al cabo de más de un año de ausencia de la serie, noté un ambiente distinto. Los primeros episodios de la II República tropezaron con la censura. El franquismo no estaba dispuesto a que se emitieran, por ejemplo, las imágenes de la explosión de alegría callejera causada por el fin de la monarquía de Alfonso XIII. La feliz algarabía callejera con que una mayoría de españoles recibió la proclamación de la República, que Franco había destruido con su golpe de Estado, no era bien vista por los responsables de la serie.

Las imágenes de esa muchedumbre celebrando pacíficamente el cambio político en la Puerta del Sol eran un bofetón a los golpistas que ganaron la guerra civil. Hubo que rehacer muchos episodios. Me dijeron, y no me cuesta creerlo, que el propio Franco, gran amante del cine y de la televisión, intervino en la censura de algunos episodios. El Caudillo hizo algunas recomendaciones que nadie se atrevió a ignorar.

Para resolver los conflictos que planteaba la falsificación de la historia, TVE, bajo las directrices del Opus Dei triunfante, contrató al profesor Vicente Cacho Viu como asesor histórico de la serie. Un tipo interesante. Nada tonto. Leí su obra principal, voluminosa y perspicaz, sobre “La Institución Libre de Enseñanza” (ILE), a cuyo consejo editorial pertenezco ahora.

En agosto y septiembre de 1971, mi trabajo en Arriba se hizo bastante incómodo, por decirlo con palabras suaves. También en la serie “España, siglo XX”. Me llevaba bien con el profesor Cacho Viu. Dijo que, debido a mi juventud, comprendía mi intransigencia al negarme a incluir en episodios de mayo de 1931 imágenes filmadas de una iglesia ardiendo que ambos sabíamos que correspondían a junio de 1936, cuatro meses después de las elecciones que ganó el Frente Popular. Su teoría se basaba en aceptar un mal menor (imágenes repetidas fuera de su fecha real) para conseguir un bien superior (la continuidad de toda la serie, tan educativa). Otra vez, frente al eterno dilema moral: ¿el fin justifica los medios? Ese falso dilema siempre me pareció una coartada cínica.

Las imágenes filmadas de la quema de una iglesia, las únicas que teníamos a mano, se reproducían, una y otra vez, en varios episodios de distintas fechas para justificar y hacer verosímiles los desórdenes anticlericales y la violencia a que obligaba el guion autorizado. Les dije que no teníamos disponible ninguna imagen filmada de la quema de iglesias y conventos de mayo de 1931. Solo teníamos las de junio de 1936. Era una serie documental, no de ficción. Perderíamos credibilidad. Deberíamos recurrir solo a las fotos que publicó la prensa de la época.

Algunos colegas me recordaron a mi madre. Uno de ellos citó una de sus frases favoritas:

– “No está el horno para bollos”.

Todos tenían familia y ese era su único empleo. Yo tenía otro empleo, y ningún hijo que alimentar. Además, Ana me cubría las espaldas con su sueldo. Los comprendí y lamenté mi chulería. El historiador, el director y el productor entendieron y aceptaron la posición oficial. Según ellos, las instrucciones procedían “nada menos que de El Pardo”.

El incidente quedó reducido a una carta mía, muy educada, ingenua quizás, no exenta de cierta soberbia juvenil, dirigida a Vicente Cacho Viu, mi superior inmediato. En ella, le comunicaba mi dimisión “irrevocable” como ayudante suyo en “España, siglo XX” “por razones morales”. No sé si fui ingenuo, pedante, petulante o, simplemente, impulsivo. O las cuatro cosas, a la vez.

 Una revista como “The Economist”

Entre tanto, Ana y yo estábamos preparados para dejar Sofico y el diario Arriba. Conectamos de nuevo con Heriberto Quesada y Alfonso S. Palomares, los dueños de la Agencia de Prensa Delfos, con quienes ya habíamos colaborado con cierto éxito no solo con reportajes del corazón. Ellos habían vendido muy bien, por ejemplo, la entrevista que hicimos a Pablo Casals. Nos recibieron con los brazos abiertos.

A los pocos días, Heriberto me invitó a comer cerca de su oficina de la calle Alcántara. Acudí de paisano, como si ya estuviera licenciado. Intentó quitarme de la cabeza la idea que teníamos de emigrar. Dijo tener un proyecto hecho a mi medida: periodista con base económica. “Un semanario para la democracia”, me dijo. No le creí. Había visto nacer y morir, en cuestión de semanas, varios proyectos semejantes. “Cosas de aficionados”, pensé, con mi ya larga experiencia en fracasos profesionales de ese tipo. Me creía un experto en detectar sueños imposibles.

No me convenció. No obstante, acepté visitar, de su parte, a Juan Tomás Salas. Era un abogado que quería lanzar una revista, según me dijo, como “The Economist”. Necesitaba a un profesional que tuviera conocimientos de Economía. Además, era indispensable que tuviera el carnet y el correspondiente número en el Registro Oficial de Periodistas del Ministerio de Información para registrarle como responsable del contenido. Ese número, que Juan T. Salas no poseía, era imprescindible para obtener el permiso del Gobierno. Le habían hablado de mí, y quería conocerme.

El piso viejo de la calle García de Paredes no tenía nada que ver con las oficinas modernas de Ana en Sofico. El ascensor parecía inseguro. La escalera olía a cocido rancio. Alicia Fernández, una joven muy simpática, me abrió la puerta. Luego comprobé que era la secretaria del jefe, telefonista y encargada de resolver todo tipo de problemas. Acabó mandando mucho en aquel proyecto. Casi medio siglo después, la seguí admirando. Falleció prematuramente hace cuatro años. Buena amiga.

Salas me recibió efusivamente. Casi me abraza sin conocerme. Luego comprobé que lo hacía con frecuencia, indiscriminadamente. Parecía muy simpático. De buena familia, desde luego. Tenía risa fácil y carcajadas ruidosas. Me habló con mucha franqueza, lo que agradecí. Más o menos, lo que ya sabía. Me preguntó un poco por mi vida. Intercambiamos varias risas. Me dijo:

– “Heriberto no trabajará aquí, pero es de confianza y, de momento, aparecerá en la mancheta como director. Me dice que eres el mejor para el puesto de redactor jefe. Le creo. Te necesitamos ya mismo como director en funciones. Para serte sincero, lo que más necesitamos es tu carnet oficial de periodista, para poder inscribir el semanario en el Registro del Ministerio, y a ti, como responsable oficial del contenido de cara al Gobierno. Queremos salir cuanto antes”.

Todo iba demasiado rápido. Él llevaba mucho tiempo fuera de España (Colombia, Francia, Inglaterra) y apenas conocía periodistas. Se fiaba de Heriberto, pues venía de la mano de Luis González Seara, presidente de la editora IMPULSA, un hombre próximo al ex ministro Fraga. Los tres, gallegos.

Mientras decidíamos si emigrábamos o no a Améríca Latina, Juan Tomás y Heriberto me pidieron que les ayudara a avanzar con el proyecto, al menos para darle cuerpo al número 1, como colaborador eventual sin compromiso. Tenían mucha prisa. Me pagarían 22.000 pesetas al mes, 9.000 más que en el diario Arriba. Ese disparo de 22.000 pesetas, y en nómina cuando quisiera, me hizo tambalear. No me derribó.

Portada del primer número del semanario Cambio 16, noviembre de 1971

Al día siguiente, por si acaso, anuncié a Su Excelencia, mi teniente coronel, que la revista “Cornetín” ya estaba en el horno, lista para ser impresa “cuando Vuecencia me dé la orden”. Le mostré las pruebas completas de imprenta. La mayoría de las páginas ya las conocía. La portada le encantó. Una gran foto, a toda página, de la entrada principal del Ministerio con un soldado de los nuestros de guardia a cada lado de la puerta. Quedó muy satisfecho. Con una amplia sonrisa me dio la orden. Me dijo:

– “Al ataque”.

En unos pocos días, creo que coincidió con el 1 de octubre, fiesta del Caudillo, tuvimos los primeros ejemplares impresos en máquina plana. Mi capitán fue el primero en verlos. A la vez, le entregué las cuentas equilibradas de gastos e ingresos. Lo comido por lo servido. Me dio una palmada en la espalda:

– “Tenías razón, muchacho, aquí está “Cornetín” y sin costar ni un duro al Ejército”.

Con unos cuantos ejemplares en la mano, se fue directo al despacho del jefe laureado del Batallón de Infantería del Ministerio, teniente coronel Alemán, al que pertenecía mi compañía de honores. Le seguí hasta la puerta. Tardaba mucho en salir. Me empecé a preocupar. Se nos podía haber escapado alguna errata grave de imprenta. El caso es que, unos días antes, habíamos revisado juntos todas las páginas y les había dado el visto bueno. El miedo recorría todo mi cuerpo. Mi capitán tardaba mucho en salir. ¡Qué nervios!

La puerta se abrió y vi de lejos la sonrisa de Su Excelencia. ¡Qué alivio! Con el Ejército nunca se sabe. Como de costumbre:

– “¿Da Vuecencia su permiso?”

Me hizo un gesto amable y entré. Me recibió con estas palabras:

– “Enhorabuena, soldado. Te felicito. Has superado a Jesús Hermida, el último responsable de “Cornetín”. Gracias a los anuncios y al poco coste de fabricación, has sentado un buen precedente para que este proyecto benemérito no vuelva a morir. Lo prometido es deuda. He dado la orden a tu capitán para que te conceda permiso indefinido hasta la fecha oficial de tu licenciamiento del Ejército. Ha sido un placer tenerte a mis órdenes. Buena suerte en el periodismo. Y cuídame la guerra de África en Televisión Española. Soldado, puedes retirarte”.

¡Menudo parlamento! Solo pude balbucear un tímido:

– “Gracias, Vuecencia. Con su permiso, Vuecencia”.

Salí de ahí como pude. Caminando hacia atrás. Me temblaban las piernas.

Portada de la revista Cornetín (gratis) del ministerio del Ejército.

Al día siguiente, de paisano permanente, acepté la oferta de Juan Tomás Salas como “director en funciones” de un nuevo semanario de economía que se llamaría, según me dijo entonces, “Cambio 16”. El Registro de marcas había rechazado el nombre de “Cambio” por ser demasiado genérico.

Con el número 16 incorporado a la palabra Cambio, un nombre nada genérico, la marca fue aceptada por el Registro de la Propiedad. “¿Por qué 16?”, pregunté. Salas respondió:

– “Esos 16 son los socios fundadores de IMPULSA. Ya los irás conociendo”.

Firmé un precontrato. Salas se levantó y, entonces sí, me dio un gran abrazo. Luego dio una voz:

– “¡Manolo!”.

Allí se presentó Manolo, el único redactor de aquella empresa. Ya éramos cuatro para, armados de palabras, acabar pacíficamente con la Dictadura de Franco: Juan Tomás Salas, Alicia Fernández, Manolo Saco y yo. Por favor, que nadie se ría: aunque os parezca un poco pretencioso, ese era nuestro objetivo. Al día siguiente, me presentaría a varios accionistas de esos 16 que acudirían a la primera reunión editorial en toda regla.

Manolo y yo salimos a tomar juntos, en el bar de la esquina, la primera copa. En este punto, importante en mi vida, sólo puedo copiar a un clásico: fue el comienzo de una hermosa amistad. Al cabo de cincuenta años, sigo llamándole Mozart y yo mantengo para mí, a su lado, en un arranque inaudito de modestia, el nombre de Salieri.

En mayo de 2019, Ana y yo celebramos en su casa gallega nuestras bodas de oro. Con eso está todo dicho. Y recordamos, al borde de las lágrimas, el segundo aniversario de la muerte de su esposa, nuestra Alicia Fernández, fundadora, junto con nosotros, de Cambio 16, un embrión glorioso (sí, sí, glorioso, y me quedo corto) de la prensa libre en plena Dictadura.