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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Corredor, mira a tu alrededor ¿dónde están las demás nacionalidades?

Utilizo una galería estándar de fotografías tomadas durante un evento de casi 18.000 personas. El medio maratón de Madrid. En la galería hay aproximadamente setecientas fotos. Y me pongo a jugar a contar.

Mi idea era repasar cuántas chicas salían en el encuadre. También he de confesar que venía atraído por la posibilidad de comprobar las caras que llevamos cuando corremos. El drama, el dolor, esos ojos cerrados o hasta esa sonrisa beatífica.

Pero rápidamente he notado que prácticamente sólo aparecían corredores de evidente origen español.

Estas eran las cuentas: 330 rostros contabilizados; 2 evidentemente andinos, 1 evidentemente caribeño y 3 tipos con un ineludible aspecto de turista de un país del norte de Europa o de Norteamérica.

¿Son estas cifras acordes con la división de población española por su país de origen?

Hace un par de años salió en Runner’s World (USA) la reescritura de otro artículo conocidísimo en algunas esferas (desconozco si se tradujo o si se citó en el ambiente hispano). Why is running so white? Las preguntas eran eminentemente las mismas: ¿Dónde está el espectro social que se puede ver en la calle, en la cabalgata de reyes o a la salida de un partido de fútbol de una ciudad mediana?

La National Runner Survey estadounidense hizo una encuesta con más de 12.000 entrevistados y un 90% de los corredores censados eran caucásicos, apenas un 5% hispanos (en USA es un grupo censal propio) y 3.9% asiático-pacíficos. ¿La población negra? Un 1.6%. Correr «es para blanquitos».

¿En nuestro entorno ocurre algo parecido?

Mi muestreo acientífico y sui géneris certifica (de aquella manera) que alrededor de un 1% de los corredores de la prueba de Madrid eran evidentemente latinoamericanos, no parecía haber norteafricanos entre la masa de corredores populares, y se acabó. Hablamos de un país con un 12% de extranjeros.

Pero ¿no quedamos en que correr es barato, sano y que todo el mundo puede hacerlo?

El mantenimiento de unas zapatillas y una ropa cómoda para correr era, hasta ahora, económico. ¿No debería atraer el fenómeno de las carreras a practicantes que no pueden costearse 1.200 euros en una buena bicicleta o alquilar pistas de pádel a siete u ocho euros la sesión? Sin duda correr es más barato que eso, pero también lo es juntarse a jugar al fútbol en un descampado y compartir neveras para las cervezas. O esos macrotorneos de voleibol donde los peruanos son los malditos reyes de la ciudad.

Quizá habría que mirar en dos direcciones: la sociología de quien ve correr como un hobby extraño (volvemos a los comentarios y deportes más populares entre la raza negra norteamericana) y los precios de inscripción de «ese deporte tan barato».

¿Te animarías a convencer algún vecino o conocido de otros grupos étnicos?

postdata. En realidad, ¿le importa esto a alguien? Vivimos en una sociedad individualizante. Cada día se ve más gente corriendo sola y enchufada a su silencio musical.

postdata(2). Pienso empezar a preguntar a latinos, rumanos y maroquíes por qué no salen a correr. Y lo pienso tuitear.

Grete Waitz. El récord mundial que duró un día

Había llegado un domingo sin pista ni cross para los chicos de Madrid. Mi padre había bajado a comprar la prensa y el Madrid jugaba contra Osasuna. Ganaría aunque el Athletic también vencería en su duelo con la Real. Mi vecino Manolo dijo que habían atropellado a un chaval en Colmenar Viejo. También dijo que apenas había habido gente en el mitin de Tierno Galván, que aún no era un parque desolador sino un veterano político.

En Madrid, el 17 de Abril de 1983, no se tenía mucha idea de que  Grete Waitz, maratoniana noruega, la corredora que dominó el Maratón de Nueva York durante nueve ediciones, batía el récord mundial de maratón en Londres. La rubia de las cejas transparentes que coleccionaba treintaydoses y veintisietes en los cronómetros de Central Park.

Desde su primera victoria en 1978 había encadenado cuatro triunfos estremecedores (1978, 79, 80 y 82) y tenía la confirmación del equipo que dirigía Fred Lebow para su nueva revancha contra la soledad en noviembre del ochenta y tres. Pero además había aceptado el reto de doblar dos pruebas a ritmo demencial, de récord. El campeón olímpico británico Crish Brasher, el viejo obstaculista, había pujado fuerte para seguir con el crecimiento del joven maratón de Londres. Relanzado en 1981 como substituto del moribundo London Polythecnic Marathon (que se celebraba desde 1909), Brasher dirigió sus esfuerzos a traer a Waitz a correr a la cuna del atletismo profesional.

En la típica matinal que los londinenses califican como ‘grey day‘, Grete calzaba sus rayadas adidas rojas y blancas, camiseta interior y guantes. Sus sempiternos guantes, esta vez también rojos. ‘Grey Day’, dos años antes, no había sido sólo eso. En la época en que Brasher lanzaba la idea de retomar el maratón por las avenidas de la ciudad, ‘Grey Day’ había sido el single que escaló hasta el número 4 de las listas británicas en 1981. Era un himno, una queja sintomática de los londinenses ‘North London Invaders’ (ya rebautizados como Madness). Era un canto contra un panorama muy gris: los cierres de las minas por el gobierno conservador de Margaret Thatcher, la venta de las acciones de British Aerospace, o el anuncio de los riesgos de una guerra racial en la prensa precisamente la tarde anterior al nacimiento del maratón de Londres.

Dos años después, con el estallido social sin solucionar y la dama de hierro encaminada hacia una nueva victoria electoral, se presentaba un muy británico nuevo domingo gris. Tras los chaparrones matinales, el Abril de 1983 iba a deparar una mejor marca mundial. Recordemos que la federación internacional no habló de récord del mundo de maratón hasta pasados mil millones de años, dado que no hay dos recorridos iguales ni se celebra dentro de un estadio. Cayó una mejor marca mundial, fuera por el maravilloso y plano recorrido de Londres o por los miles de libras que Gillette aportaba de nuevo como patrocinador. Y es que se estaban dando los primeros pasos en la era del dinero en las carreras en ruta. La IAAF había permitido en 1982 el pago en metálico a los deportistas de élite y el cataclismo del deporte amateur estaba sirviendo en bandeja que las grandes carreras tirasen de talonario. Waitz afrontaría Londres en Abril, y Nueva York en Noviembre.

Un inspirado Mike Gratton ganaría con 2:09 pero los ojos estaban puestos en la finísima chica de las coletas y la camiseta de tirantes roja y blanca. Su grupo de referencia, con tipos curtidos en maratones a ritmo de dos horas y media, viajaba prácticamente desmembrado a la altura de los puñeteros adoquines del Upper Thames. Al paso por el puente de la Torre apenas tres duros maratonianos escoltaban de aquella manera a Waitz. Su gesto, tantas veces fotografiado, con las mejillas contraídas y sus finos labios en una mueca de rigidez, la encaminaba a la vieja meta del Westminster Bridge (meta hoy sustituída por la llegada en el Mall, frente a las habitaciones de su alteza real en Buckingham).

El último recodo sobre el río le llevó a un debut en la ciudad de verdadero escándalo. El recorrido de Londres probaba su bondad y Grete Waitz colocaba el mejor registro de una mujer en 2h25:29 durante toda la tarde del Domingo, hora del meridiano de Greenwich, el parque desde el que los miles de corredores salían en pos del sueño de las veintiséis millas y el pico caprichoso del rey inglés.

Nuevo récord mundial, mejor marca o como quisieran decirlo los periodistas. Tenían toda la tarde por delante. La edición del Lunes de la prensa colocaba sus estrechísimas columnas sobre el maratón calculando milimétricamente las palabras, entre las que debía aparecer la referencia a la hazaña de la noruega Waitz.

Mientras Waitz descansaba en el hotel y terminaba de atender a la prensa, a cinco mil kilómetros de distancia una chica con el pelo corto repasaba en la cama el esquema de carrera. El mismo Lunes se torcieron los planes. Sería un récord un récord del mundo que únicamente duraría hasta la tarde del día 18. Y es que la corredora norteamericana Joan Benoit corría apenas veinte horas más tarde, durante la tarde del Lunes de Pascua de 1983.

En 1983 no se contaban con los medios técnicos de hoy. Nadie subía a twitter ni podía mandar un correo electrónico a la sede de la Federación Internacional de Atletismo, la IAAF. Mientras los federativos leían durante la mañana del Lunes 18 las marcas de la prueba londinense y programaban en papel la actualización del récord del mundo de Grete Waitz, amanecía en la irlandesa capital de Massachussets. El recorrido de punto a punto desde Hopkinton, en mitad del campo de Nueva Inglaterra, por la A135 hasta el centro de Boston, hervía de público. El «duelo al sol» del año anterior había supuesto un par de escalones en la vorágine del running en los Estados Unidos. Alberto Salazar y Dick Beardsley habían corrido codo con codo para disputarse la victoria en meta por apenas unos segundos en una edición dramática por el calor de Abril.

La chica del pelo corto, Joan Benoit, escogió camiseta blanca y banda roja (aquellas míticas camisetas donde seriegrafiaban «Athletics West»). A lo largo de la prueba coincidió con igual legión de rápidos corredores masculinos. Benoit, nacida en Maine con ascendencia francesa, aplicó un juicio sumarísimo al mejor tiempo en el que nunca una mujer había corrido 42.195 metros. Lo mandó al escalofriante tiempo de 2h22:43.

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Sin ir más lejos, el tiempo de la estadounidense le podía haber supuesto llegar segunda en el maratón de Madrid de ese año, a un par de minutos del vencedor.  Y es que la especialidad en categoría femenina estaba un tanto en pañales.

Los maratones contaban con participación femenina desde relativamente pocos años. En 1977 la mejor marca estaba en manos de Christa Vahlensieck, una corredora alemana que la había rebajado de 2h40. Entre 1978 y 1978 Waitz lo puso en dos hachazos en el rango de las 2h27. Además, cronómetros conseguidos sobre el tozudo recorrido de Nueva York, con sus puentes en Brooklyn y Queens, y con las dos millas finales por el Central Park. En 1980 y en 1982 Waitz acumulaba dos entorchados más en la gran manzana y todo estaba listo para que el planísimo circuito de Londres supusiera la fractura definitiva de la barrera de 2h25. No pudo ser por segundos, aunque amplió su currículum como gran dominadora con un nuevo récord planetario. Lo inimaginable es que se tardase tan poco en convertir en el récord del mundo de Grete Waitz en el más breve de la historia de la distancia del maratón.

El tiempo: esa variable injusta por la que sufren los grandes deportistas.

El crono de Benoit en Boston tardó once años en ser mejorado. Tuvo que llegar la era de Ingrid Kristiansen, otra noruega, la última dominadora previa a la aparición de las corredoras africanas y asiáticas.

Waitz murió en 2011 tras batallar contra el cáncer. Tenía 57 años.

Joan Benoit corrió en 2010 de nuevo en Chicago, con 53 años, en 2h47:50 para ser 43ª en la carrera donde subió a los cielos del deporte. Intentaba clasificarse para las pruebas de selección del equipo americano que acudiría a los juegos Olímpicos de Londres 2012. Quedó fuera por un minuto y cincuenta segundos.

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Fotos: Daily Telegraph, Sports Illustrated.

Esos tipos solitarios que deberían dar miedo

Son las cinco y cincuenta de la madrugada y salgo de mi portal en busca de un extraño placer. Me espera un buen amigo y discurriremos de noche por sitios que nadie frecuenta. Salimos a correr a las horas más raras del país.

Pero llevo una temporada que mi raro comportamiento toma una relevancia, sin duda, absolutamente nula. Inexistente. ¿Crees que es raro salir con amigos a compartir trote nocturno con unas luces frontales en la cabeza? Pues no demasiado.

Al menos, no es muy ya que cada día se ve más gente en este hábito totalmente social, urbano y cool de practicar trail running en condiciones extremas, ideales, diría yo.

Pero volvamos al tipo. Correr a estas horas y por el campo no es raro, si me comparo con el paisano que veo pasar, de manera ritual, por la acera de enfrente a mi casa.

Él va solo. Corriendo por la acera.

Él corre con chándal y gorro y signos inequívocos de que lleva despierto y en funcionamiento un rato más que yo.

Mi comportamiento no tiene nada de heroico ni de raro comparado con su correr. Porque… ahí viene de nuevo.

Anteayer me quedé dos minutos estirando y atándome los cordones de las zapatillas. Pude comprobar que ¡da vueltas a la manzana! Está dando vueltas a su manzana, que tendrá – según wikiloc – unos cuatrocientos metros, por la acera. A las cinco y pico de la mañana. Sí señor.

¿Creías que habías leído sobre todo tipo de rarezas en el mundo del correr?

¿Conoces algún caso así de excepcional?

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Treinta y tres años en esto

Fue cumplir treinta y tres años en el tinglado y desencadenarse todo. En mi caso, todo sigue rodando. Esto podría ser una de las muchas diferencias entre Jesucristo y yo. Que las hay.

De cuarenta y dos largos, llevo treinta y tres haciendo deporte. De ser un niño con sobrepeso, diseño incompleto en el tren superior y torpeza demostrable, a «un flaco con piernas gordas», que es como oí definir a los corredores a mi jefa.

En treinta y tres años me ha dado tiempo a compaginar el atletismo escolar con las primeras cervezas. A quedar el último en todas las carreras que corrí durante mi primer año. He podido acumular pelos en las piernas y después en otras zonas del cuerpo.

He dado forma a dos niños que ahora tienen la edad que tenía yo cuando empecé a correr. O a aquello que fuera lo que yo hacía, básicamente ponerme colorado, bufar y parar a caminar en cada cuesta. Básicamente lo que muchos sentís ahora cuando empezáis a corretear.

Y compensa. Os puedo decir que cada rato horrible que vuestra cabeza pase y diga «no salgo a correr jamás» o «en mi vida me volvéis a ver metido en un maratón», es un palo metido en los engranajes de vuestra vida. Pero es eso: un simple y débil palo. Los piñones de la rueda dentada que mueve la vida de un ser humano son más duros y terminan quebrando el palo. Podréis con ello.

Estos treinta y tres primaverazos me han plantado en un proyecto más; disfrutar de los meses venideros de las distancias largas, los momentos mientras anochece en plena carrera, de ese compañero de ruta que se agacha y apoya sus manos en las rodillas, de conocer a pie más trozo de planeta.

Cosa que, salvo que nos estén ocultando información, a Jesucristo no le dio tiempo a hacer.

Y luego sale como enfadado en los retratos.

¿Qué hay detrás de una carrera popular?

¿Te gustaría saber qué hay detrás de ese caos de micrófonos, mochilas, dorsales y tipos aparentemente despistados que suelen verse en una prueba deportiva?

Quizá (si nos quitamos de enmedio las semanas y meses previos, incluso los días anteriores con eventos tales como la entrega de dorsales) alguno tengáis curiosidad en saber en qué se tira el tiempo, el capital humano (los voluntarios) y el dinero de un presupuesto para una carrera popular. A lo mejor no tenéis curiosidad por ello pero es viernes y mis posts previos a un fin de semana suelen tener mucho tirón y fama.

Os doy el ejemplo de una prueba larga, dura de organizar y que estuvimos moldeando para que poco a poco sea un clásico. Algunos reconoceréis en las descripciones siguientes a la Madrid-Segovia por el Camino de Santiago. Podría ser cualquier otra, un maratón, una prueba breve.

06.36. Un sábado en el que la población duerme. Solo trabajan limpiadores, tenderas, personal de servicios, repartidores de crudo y sector primario. La masa dormita salvo una mínima parte, deportista, sana y moralmente intachable. O sea, vosotros. Mochila a ciegas y me inyecto el primer café. Zumbando.

07.12. Apenas 90 minutos para el cogollo de la prueba, la salida, y aparecemos las diferentes patrullas que van repartiéndose al mando de un buen jefe de logística. Es imprescindible contar con un organigrama claro. En nuestro caso la jefa de operaciones va dando órdenes. El jefe técnico mientras está a telefonazo limpio con el área de movilidad (policias locales, protección civil, etc).

08.09. La plaza está llenándose de participantes. Los conocidos y sus preguntas básicas. En muchos casos preguntáis obviedades que me gustaría fueran fruto de los nervios. En bastantes casos los participantes no leéis el reglamento. Se os disculpa por primera vez, sois españoles. Ya tocará que nos disculpeis a nosotros más adelante.

08.40. Parece que estáis todos. Recojo mi equipo de mis voluntarios, unos adolescentes scouts, majísimos. Les doy bolsas, instrucciones, y las gracias. Veo la salida y me largo pitando a recoger a un cuarto voluntario. Todo está en marcha.

09.40. Lo excepcional de esta prueba, su distancia, hace que tenga más margen para conducir hasta mi avituallamiento. Durante semanas he estado bregando con un ayuntamiento pr el que pasa la prueba. Tenemos el ok y su apoyo. Me tomo el segundo y último café. Cortado. Por inercia.

10.20. Estoy en un punto intermedio. Decenas de cajas de líquido, vallas, reunión sumarísima con los de protección civil y la policía local, a quien de nuevo hay que presentarse. Siempre da la impresión de que todo el mundo llega de nuevas y que nadie ha recibido la documentación. Me confirman la impresión en un minuto. Nadie la ha recibido.

10.50. Buscar más líquidos. Revisar el balizado del recorrido. Buena voluntad pero en unas horas tendré casi mil personas que cruzarán mi avituallamiento.

No es una pesadilla. Sucede en alguno de los eventos a los que váis. Para cubrir espaldas, viaje a una gran superficie para solventar déficit con isotónico y unas cajas de plátanos. Telefonazo a nuestro camión de reserva para que nos traiga 500 botellas de la logística propia. En apenas media hora está todo listo.

11.30. Afortunadamente el recorrido está fantásticamente marcado. La gente del botellón apenas ha arrancado cinta, pero no han movido nada. Un repaso más al trote de las zonas marcadas desde 2 días antes (antelación siempre). Todos preparados para recibir al primer corredor.

13.00. Llevamos seis horas en pie. Que los voluntarios coman. Se traen su bocata en algunos casos. En otros les pagamos cervecita y bocata de calamares. En pleno estado de alerta llegan telefonazos. Hay algún incidente de paso, un chaleco de emergencia para ayudar eventualmente a los guardias de tráfico, llega la masa de corredores

14.45. El goteo de participantes (es una prueba de 24 horas) consume las reservas poco a poco. A tirar de las reservas de la localidad y de sabiduría. Oras 300 botellas grandes listas en un rato.

16.30. Un participante lleva parado ahí mismo media hora. Lo han traído de la consulta de emergencias para mirarle un problema urinario serio. Retirado. Organizar la evacuación es costoso pero lo solventamos tranquilizándole y llamando a su esposa, también participante. Todos muestran paciencia.

18.30. Llega la oscuridad y los corredores seguís pasando por el control. Hay que ir preparando el material para colocar las luces frías y que tengáis el recorrido balizado de noche. Un biker voluntario marcha en un sentido, otro en el contrario y yo engancho el coche para optimizar el tiempo. Anochece sin llamadas del tipo ‘en tal zona no se ve y se han perdido cuatro participantes’. Todo correcto, se hacen casi las 20h.

20.00. El cierre de carrera está inmerso en la zona balizada antes de mi avituallamiento. Veo a mis chicos aguantando con una paciencia y profesionalidad tremenda. Son dieciséis años de completa madurez y no dicen ni mu. Añado: siguen enteros y sonrien. Llego de nuevo a la plaza y los patrocinadores están llevándose unas banderolas de esas modernas sobre pértigas de plástico. La noche y los participantes son más silenciosos y vamos recibiendo a los últimos. Aprovechamos dos momentos muertos para transportar los desperdicios a un contenedor. En la terraza de al lado los más relajados se toman una cerveza para encarar los segundos 50km y veo caras sonrientes. Es la mejor señal.

21.20. Cerramos el control al paso del último. Recogemos, despedimos y conducimos al punto de reunión a los voluntarios. Llamadas para dar el ok a la jefatura de carrera.

23.05. Diecisiete horas después de arrancar todo, cambio un eventual tercer café por un vino y un pincho de tortilla con el último de los voluntarios, mi cuñado, y que también lleva en pie (y en bici) la intemerata. Diversos grupos van recogiendo marcaje de la prueba, otros están todavía en los avituallamientos nocturnos, o dando de cenar a otros componentes.

Difícilmente, con esta descripción, se pueda embarcar a los potenciales voluntarios. Pero pone sobre la mesa el extraño encanto de estar detrás de la carrera.

 Obviamente hay jerifaltes y gente que saca mucho rendimiento de una carrera popular con el mero hecho de poner un logo o su cara o algo de dinero. Aunque es cada vez menos. O dar la salida. O dar apretones de manos falsos y mordaces.

Pero en cosas así se emplea una buena parte de una carrera popular. El tiempo corre. Las energías de los ayudantes son limitadas. La satisfacción es evaluable.

¿Te quejarás amargamente ahora que conoces muchos más detalles?

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Fotos: Web Madrid-Segovia.

Milán – Barcelona (1895)

Hace unos meses encontré en las estanterías de ese bloguero y periodista llamado Andy Milroy una referencia traducida de la prensa italiana histórica. Marco Della Croce escribía sobre varios tipos que compitieron en una carrera pedestre durante más de mil kilómetros entre Milán y Barcelona. 

A pie. Es necesario insistir.

Diez etapas totalizando el millar de kilómetros. Delante el italiano Carlo Airoldi, un musculoso y completo ‘sportsman’ que lo mismo boxeaba que pedaleaba que corría a pie. Tal fue la ventaja que acumulaba a la entrada a la ciudad de Barcelona que pudo tomarse un segundo al escuchar las noticias sobre el segundo clasificado. No eran buenas.

Era la última etapa, de un centenar de kilómetros como cada una de las demás. Habían partido de Figueras, según los registros de la época. De Figueras a Barcelona. Plantéatelo por un segundo.

Curiosamente, Carlo Airoldi fue rechazado como eligible por el príncipe Constantino de Grecia en 1896 y no pudo participar en los primeros Juegos de la Era Moderna. En Atenas el príncipe griego estimó que no cumplía con los valores olímpicos de amateurismo ya que recibió un premio en metálico de dos mil pesetas de 1895.

Dos mi pesetas por correr mil kilómetros. Magra profesionalización, ¿no creéis?

El sol estaba pegando de lo lindo y la entrada por los arrabales de Barcelona se hacía por tapias desconchadas, por el norte, por el camino (aún) ruinoso que comunicaba la España de Cánovas con la Francia en que los hermanos Lumiére habían estrenado la proyección de la luz y la imagen sobre una pantalla.

El italiano, cuya historia será contada por Manuel Sgarella en 2005, se sabe vencedor de la sfida organizada por el diario La Bicicletta.  A su lado circula un juez motorizado y le comunican que el segundo clasificado y su gran rival en la brutal expedición pedestre, Louis Ortégue, está atravesando momentos difíciles. Probablemente entre los árboles que daban sombra a la entrada desde El Clot hacia el ensanche se tomó una de las decisiones menos conocidas de la historia del deporte.

Louis Ortégue era un nombre famoso en la rara especie de los “pedestrian”. Había corrido el maratón en un tiempo espectacular para la época (contando solamente 40km) de 2h31. Sus enfrentamientos con otros italianos habían hecho imprescindible su presencia en la Milán – Barcelona. Previamente había batido al gran Achille Bargossi, conocido como la Locomotora Humana, en enfrentamientos en Lyon y El Cairo. Al francés apenas le resta llegar derrotado a la meta de la Ciudad Condal pero el esfuerzo está siendo más cruel de lo necesario.

Recordemos. Llevan corridos más de mil kilómetros en diez días.

El corredor que fue posteriormente acusado de profesionalismo y desposeído del derecho de ser el primer campeón olímpico de maratón, dio media vuelta y se acercó a interesarse por el segundo clasificado.

«Luigi», brevemente. El francés apenas debía tener la visión más clara. Reconoce a su compañero de liderazgo deportivo. Poco más.

En meta hay una expectación azuzada por la presencia de elementos marinos de la madre patria italiana, las incipientes sociedades civiles y excursionistas de Barcelona, la ciudadanía y público curioso en general. Barcelona está bullendo de entretenimiento. Es el final del siglo y la expansión del ocio ha llevado la gente incluso a acudir en masa a las corridas de toros de las ‘noyas’, las mujeres-torero.

Airoldi subió a sus hombros al segundo clasificado y se arrancó en dirección a la meta. Entró en meta cargando con Ortégue.

La ciudad de Barcelona no podía hacer menos que premiar el gesto y le sacudió dos mil pesetas de las de finales del siglo XIX.

La modernidad del gesto y de la historia completa del forzudo deportista están ampliadas por la ulterior expedición a pie hasta Atenas, el año en que los Juegos arrancaban su epopeya más gloriosa y menos mística. Airoldi fue a pie por todo el arco mediterráneo sorteando Albania, Dalmacia y llegando a Atenas buscando su propio sustento.

Quizá hablemos de él en otro momento.

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Foto: Commons Wikimedia.

Maratón de Barcelona. Quedan pocos días para la gran fiesta

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Luisa piensa que esta semana va a discurrir demasiado despacio. Se mirará las pulsaciones. Cada café le sabrá como si fuera el último. Los pronósticos de tiempo para Barcelona serán siempre ilusionantes pero también sofocantes.

Luisa tiene un dorsal para el Zurich Marató de Barcelona.

La chica de la sonrisa (en la foto, durante su participación en la marató de 2012) corre muchas mañanas por Diagonal hasta el mar, hasta la vela y al llegar ve que todavía no está lleno de gente. Y es que no es Domingo 17. Las simulaciones de cada fin de semana son tristes decorados vacíos. Ella lo conoce de su paso en la segunda parte de la carrera del año pasado en que hizo unos fabulosos 4h30.

Ella no sabe que aquella zona, en los recorridos de los maratones de los años ochenta, era una trasera a la que nadie en su sano juicio acercaba el recorrido. Sí se pasaba de manera tangencial por algunos sectores de Diagonal y se incidía mucho en las ediciones como la que corrimos desde Mataró a la cima olímpica de Montjuïc. Pero puedo asegurar a Luisa que aquello era un erial. Eran los estertores de una relación que terminó con ruptura. Como un mal matrimonio. Por su cabeza podemos asegurar que ni pasaba por su cabeza correr cuarenta y dos kilómetros.

Probablemente en aquellos años ella desconociera que se celebraba uno en la ciudad. La promoción era escasa.

Las mejoras de la ciudad de las eternas mejoras.

El domingo Luisa correrá su segudo maratón. El año pasado se le salía la alegría por los poros porque terminó en su debut sobre el mejor de los guiones posibles. Ni el mejor escritor podía haber regalado a la chica del pelo recogido una película así. Barcelona le ofrecía la posibilidad de una prueba con miles de personas. Lució el sol para templar su cansancio. Porque correr un maratón cansa. Le dolieron las piernas lo justo y a las pocas semanas estaba de nuevo soñando por la carretera de Mongat, soñando con que pasasen los doce meses lo más rápido posible.

Más de película: Su empresa patrocina la prueba y se propone sacar a Barcelona a la calle. Los ánimos de la joven agencia donde trabaja Luisa saltan por los pasillos, por las salas de reuniones. En cada despacho hay un fan de los maratonianos como ella. Tanto la ciudad como los patrocinadores han entendido que los eventos deportivos de masa dan a la ciudad más que quitan.

Luisa y sus compañeros de aventura tendrán el respaldo de la gente. Ahora sí salen a animar. Se calcula que en 2012 hubo unos 200.000 espectadores. Salen solos, con los niños, a comprar el pan o el periódico, o en grupos organizados y aglutinados por la prueba. El año pasado, por primera vez, hubo gente que se quedó sin posibilidad de ayudar. En 2013 ciento ochenta voluntarios de Zurich Seguros estarán en el recorrido. En el kilómetro treinta, sus compañeros estarán en una carpa propia, justo cuando se nubla la vista y ni siquiera se perciben las viejas chimeneas de Sant Adriá. Si a un corredor le falta más, puestos y charangas y grupos más o menos informales jalonarán los últimos diez kilómetros.

«Hasta el veinte hay bastante público. Es una pasada correr a las diez de la mañana por la ciudad y ya ver público pero, a partir del treinta, ¡es increíble»

Hay que cortar el entusiasmo de Luisa. Porque ni siquiera es Lunes y, de seguir así, llegará a sufrir un colapso emocional antes del Jueves. Y queremos que el Domingo 17 esté en la plaza de España dispuesta a disfrutar como lo hace cuando surge su tema preferido.

Su marató.

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Foto: Marató Barcelona.

I wanna be Chema Martínez

No tengo especial parecido con el gran maratoniano. Me queda la ropa de calle algo más ceñida que a él y, si pusiéramos frente a frente a su maravillosa esposa y la mía, acordarían entre ambas que tengo mejor percha. Ellas son así, amores.

Pero tampoco quiero ser como él por eso. Están los chavales del 800, los saltadores de longitud, los mozos del balonmano y los seres de otra galaxia que juegan en la NBA. Si nos pusiéramos estupendos a ellos sí les queda bien la ropa mientras que, nosotros, bueno. Vamos llenando tela.

«I wanna be Chema Martínez» es más un quejido al mundo.

Braceo últimamente más, como si me hubiera fijado en las múltiples retransmisiones deportivas y estuviese quitando el aire de mi lado, como Chema. Como cuando agarra el viento con los puños y aprieta los dientes. Supongo que Chema y yo pertenecemos a los que cumplimos años (le saco unos meses, tampoco en eso le envidio) y pretendemos asirnos a cada hora de queda de nuestra juventud.

El bueno de nuestro maratoniano también se pierde las caras de esa gente que se acuesta pronto y a las seis de la mañana está abriendo  puertas de autobuses, barriendo calles o acudiendo a trabajar embutidos en bufandas, gorros, manos en los bolsillos. Querer ser como Chemita no tiene que ver con a qué hora se puede correr cuando se puede. Él es un profesional de esto de 9 a 9, y yo también, de lo mío, de 9 a 9.

No es que añore ser de los que entrenan a la luz del sol por enfáticos bosques, o tienen a su disposición todos los medios médicos para la recuperación del entrenamiento. Si somos realistas, y sé que él lo es, ambos estamos en el lado bueno del planeta. Tenemos techo, motivos de satisfacción, evitamos las guerras y ahondamos en la paz, tenemos para dar de comer a nuestra gente.

No es eso. Ni que haya editado un libro en el que desgrana sus pensamientos sobre el correr (No Pienses, Corre, del que habrá que hacer una profunda recensión tras la que, quizá, discutamos de verdad).

Aunque tengamos algún Nicolás común por medio y veamos cómo van creciendo y dan batalla y muchas veces no escogen nuestro camino. Tampoco es que quiera ser Chema por la repercusión mediática o por que levanta sonrisas a su paso.

Empiezo a descartar tantas facetas que podría preguntarse uno si tenemos algo en común. Mi aspiración.

La cosa es enrevesada pero es así:

Me gustaría que las medias de compresión me quedasen como a él.

Foto: Facebook Chema Martínez