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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Diario de un maratoniano (3): mirando al cielo

verano2013 024 (2)

Existen un montón de variables que hemos controlado durante semanas: entrenamiento, peso, relajación previa, lesiones… pero los cuatro días anteriores a un maratón solamente tememos una cosa, «que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas». Decir el cielo, evidentemente, es decir cualquier cosa que provenga del mismo el día de la carrera. Me estoy refiriendo a fenómenos meteorológicos, entiéndase. Estamos en el siglo XXI y ayuda celestial deberíamos esperar poca.

De cara a la carrera siempre buscamos entre lo aleatorio de la ciencia meteorológica (otro argumento que nos echarán a la cabeza los creacionistas), del mismo modo que buscamos ese médico que nos permita correr aún lesionados. Me refiero a que el maratoniano busca la previsión más favorable, incluso se adscribe fielmente a estaciones meteorológicas que le «funcionen». Por que ¿qué teme?

¿No tiene bastante con los cuarenta y dos kilómetros y pico? Pues no.

El calor

Quizá el gran enemigo. Unos somos más permeables a las altas temperaturas que otros. Tras decir adiós al invierno donde la constante era la queja por el frío, las noticias de «ola de frío» o de ciclogénesis (vecino de reciente instalación después de la mudanza de la vieja borrasca).

El sol castiga de manera proporcional al tiempo de exposición. Si estamos tres horas escasas corriendo, con salida a las ocho y media de la mañana, en Barcelona disfrutaremos de «una agradable matinal atlética». A partir de las once es más que previsible que el calor ascienda y los corredores más lentos pasarán a «un día más de playa que de asfalto». Esto es así desde el inicio de los tiempos atléticos.

La lluvia

Correr un maratón con la ropa mojada y pegada al cuerpo es una sensación peliaguda. En los días ventosos y fríos, perdemos calor rápidamente. No parece que sea este el caso para el próximo Domingo. Todo apunta a que no lloverá una gota. Las amables bolsitas que almacenan la lluvia, las nubes, pasarán a saludar pero predominará el aire del interior, seco, mientras al otro lado yacerán miles de toneladas de agua. Pero quietecita, en el mar.

Como mecanismo para insatisfechos que somos, el cuerpo humano genera una cantidad suficiente de sudor que hará que terminemos igual de mojados. Si no, nos tiramos el agua por encima o pasaremos por debajo de duchas si las hubiera.

Y el viento

El último jinete del apocalipsis maratoniano suele tener una incidencia menor para el 90% de los corredores. Es preciso señalar que una minoría sí verán mutiladas sus aspiraciones de conseguir un tiempo récord si el viento huracanado soplara de frente o de lado en el circuito. Pero Barcelona lleva a sus corredores arriba y abajo. Sería necesario un viento ciclotímico y oligofrénico que girase constantemente. Cosa que se podría dar si el día saliese revuelto, por el hecho de correr entre avenidas y bloques que generan cañones de viento.

Para la mayoría, el viento secará el sudor (cosa a vigilar y que obliga a beber más), refrescará la piel, templará las calenturas y pondrá los pezones como alcayatas. Poca cosa, comprended, comparado con el pastelón de correr más del doble de la distancia de entrenamiento habitual.

Como conclusión, aquella reflexión inicial. El problema del maratón es lo largo que es.

En efecto. Maratones de treinta y un kilómetros serían tan fáciles de terminar que no darían ni para escribir toda esta palabrería.

Si quieres ver el tiempo que hará en Barcelona el fin de semana del Maratón, haz clic en este enlace.

1 comentario

  1. Dice ser Stewart Cops

    La maraton es uno de los deportes más sufridos que hay y aun siendo poco probable actualmente, siempre me ha llamado la atencion el caso de de Spyridon Louis.

    12 marzo 2014 | 10:01

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