Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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La nueva era de la música

Radiohead ya se ha lanzado a publicar sus discos directamente, y detrás de ellos ha habido una avalancha: Nine Inch Nails y Madonna, probablemente Jamiroquai y Oasislos grandes de la música popular han decidido que el modelo de las discográficas carece de sentido, y apelan directamente a los amantes de su música. Era una simple cuestión de tiempo, y las empresas del sector deberían haberlo visto venir desde muy lejos. Su obsesión en aprovechar las nuevas tecnologías para ampliar aún más su control del mercado y su tendencia a intentar resolver los problemas a base de contundentes tácticas judiciales tan sólo han acelerado su colapso. Ahora es demasiado tarde para intentar otras respuestas, como la nueva idea de las grandes discográficas de ofertar tarifa plana eterna de música con la compra de un reproductor de MP3; algo que antes de los juicios y las presiones, y sobre todo antes del iPod e iTunes, podría haber funcionado. Ya es tarde: la nueva era de la música ha comenzado. Y no contiene discográficas.

Ojalá los libros fueran coches

¿Qué es más irritante, ser robado o que lo tomen a uno por idiota? En este día del libro nuestros políticos nacionales, de la mano de los europeos, han conseguido la rara hazaña de irritarnos a la vez por ambos conceptos. Por una parte crean una nueva tasa sobre los libros según cómo se usen: los que estén en bibliotecas pagarán extra. Por otro aseguran que en ningún caso será el usuario el que abone la tasa, puesto que los gobiernos central y autonómico se encargarán de su pago. ¿Y con qué dinero, cabe preguntar, con el sueldo de los señores diputados o europarlamentarios? No: con el de los presupuestos que sufragamos todos los ciudadanos con nuestros impuestos. Y todo para favorecer a unos particulares: en concreto a una industria anclada en una lógica perversa basada en controlar y cobrar una y mil veces el producto una vez vendido.

Para entenderlo, usemos una analogía: imagine que la venta de coches funcionase como la edición de libros o música. Usted compraría un coche, y lo pagaría, y sería suyo. Pero dentro de su precio se incluiría una compensación al fabricante por el negocio que pueda perder si le presta usted su coche a un amigo (canon por reproducción mecánica). Asimismo las empresas de alquiler de automóviles deberían indemnizar al fabricante por sus pérdidas, dado que quien alquila no compra (canon de bibliotecas). El fabricante también cobraría un tanto por litro de gasolina vendido, ya que la mayoría de la gasolina se usa en automóviles (canon por copia privada). Por fin, para llevar otras personas en su coche tendría que pagar otra vez (comunicación pública). Sin duda la industria automovilística solicitaría también duras leyes para acabar con la piratería, con tanta gente comprando gasolina sin canon, prestando el coche durante semanas o viajando con amigos sin pasar por caja. Incluso se hablaría de un diabólico invento llamado ‘ferrocarril’ capaz de transportar a miles sin pagar un euro por ningún concepto… un invento que la industria estaría intentando ilegalizar, o controlar, o mejor aún cerrar. Porque de lo contrario ¿qué sería de los pobres diseñadores de automóviles?

Pero claro, no es lo mismo. El gobierno no tiene entre sus funciones y objetivos el fomento del parque automovilístico, ni tiene un compromiso especial con los diseñadores de automóviles. Sí que tiene entre sus funciones y objetivos el fomento de la cultura , y entre sus compromisos uno muy especial con los autores, a través de sus representantes. Quizá tanta atención sea la causa última del desastre que se avecina: del modo como los defensores de la cultura y los encargados de su fomento se están cargando la industria cultural con leyes absurdas, contraproducentes e irritantes para sus clientes. Naturalmente, ningún político sería tan suicida como para fomentar así la industria automovilística. Pero la cultura es otra historia; debe ser protegida a toda costa. Hasta su destrucción total.

Tiempos de gorrinos aeronautas

Parecía imposible, pero ha ocurrido: las fonográficas, cogidas como están por las gónadas por las empresas de tecnología, están reluctantemente recuperando el juicio. El anuncio de que EMI va a distribuir su música en formatos digitales de alta calidad y sin ningún tipo de protección anticopia o candado tecnológico es un indicio de que la obstinación y la arrogancia pueden luchar contra la gravedad, pero sólo durante un tiempo; y de que las leyes básicas del universo están ganando esta batalla, como todas. Y sin embargo hay un pero que poner a la general alegría que cualquier ser racional puede sentir ante la noticia y su previsible extensión a otros ámbitos (¿escucha alguien en las sociedades de gestión?). Y es que el acuerdo entre EMI y Apple hace que la ausencia de anticopias sea un privilegio que hay que pagar; un lujo que se cobra aparte. Es como si en una tienda de ropa le cobraran extra por quitarle la etiqueta antirrobo; como si la música naciera con el candado puesto, y el benevolente papel de los amos del ‘copyright’ fuera proporcionar el servicio de limpiarla de ese pecado original. Puede que los cerdos vuelen, pero no dejan de ser carne de cochiquera.

Primero nos ponen un candado donde no lo había, y después nos cobran por quitarlo. Es una mentalidad que se parece demasiado a la ‘protección’ de las mafias, o el viejo chantaje de toda la vida; una forma de pensar reveladora. Debemos alegrarnos de que un poco de sentido común parezca estar penetrando por fin en la dura mollera de la industria fonográfica; debemos esperar que este eco de inteligencia sea escuchado en los imperios de la gestión de derechos de autor. Pero no debemos descuidarnos, porque la mentalidad depredadora sigue estando ahí. Aunque hoy toca felicitarse porque una empresa ha dado, a regañadientes, un paso en la buena dirección. Quién sabe: igual acabamos disfrutando del jamón aéreo.