Todas las fotos de Ana Lacarta. Un saludo para Sole, Paco y Susana. Si alguien quiere escuchar el repertorio del directo en estudio aquí lista.
Volver a ver a Niños del Brasil después de un año de espera. Un año entero, de dudas y deseos, de nuevos músicos, de viejos conocidos, verlos en la puerta de casa, disfrutar en la medianoche, en un sitio inverosímil. Son Niños del Brasil, la banda con mejor repertorio de todo Aragón en activo, y eso hace que el concierto sea una cascada de temas y eclecticismo. Nacho Serrano en la dirección musical y teclados varios, Nacho Saldaña -guitarra de la época de Mensajes al Viento y que sigue manteniendo maestría y actitud sobre las tablas- acompañan a una jovencísima sección rítmica: Beto Foronda al bajo y Adrián Garcés en la batería, sobrados de eficacia instrumental y presencia. Y Santi Rex, icono trasgeneracional, seductor y sobrado de voz.
Hablaba de sucesión de éxitos: El mundo de la Imperfección, con esas noches eternas de cristal al lado de Peter Murphy y la recuperación de un tema del Imperio de los Sentidos, Dame tus manos (que funciona muy bien al haber sido concebido con el uso de batería real desde el estudio, en la gestación del cuarto LP de la banda), para volver a lo clásico, Recuérdame, que sonó más rockero, acelerando el vehículo del combo. De la rabia a la veteranía, porque llegaron un bloque de canciones sacadas de su magnífico (y muy reivindicable) quinto LP, Gémminis. Es lo que tiene Niños de del Brasil, renueva el repertorio y no cojea el ritmo del concierto. Ni por viejo ni por diablo y Estrella Fugaz jugaban con esa idea más orgánica, entre The Cramps y los Banshees, donde extrañé un poco más de guitarra eléctrica. Nacho Saldaña es un tipo eficiente y creativo, no sé si por el sonido o por el planteamiento sus seis cuerdas se quedaban un poco ahogadas. Pero fue en El recuerdo de los labios, la que es, en mi opinión, la mejor letra de Santi Rex, donde el vocalista aragonés demostró que puede ser Iggy Pop y luego Scott Walker sin despeinarse. Botines negros y luto emocional para volver a Ídolos de barro, jugando con la sincronía entre teclados y percusión, muy en la onda de The Cult, pandereta incluida, acelerando hacia la pecaminosa (aunque ya nada es pecado, ojalá…), Amor y espinas. Un clásico para el que no pasa el tiempo, uno de esos temas de tecnopop de línea melódica construida con el índice de un tipo dotado de genialidad, como es Nacho Serrano. Jugar a jugar, una cara B de los EP´s que publicaron en los años de la Expo, fue un regalo para los exigentes. Levanto la mano y aplaudo. Es la canción más Gun Club de la banda y sigue siendo tan sardónica como siempre. Antes de marchar desde Ateca a Calatayud o, cuando recomendé el concierto en la radio pública aragonesa, a todos los que les decía que iba a ver a Niños del Brasil saltaban con la icónica actualización de fama que tuvieron con Las niñas de Pilar Palomero y la canción Viernes. Viernes es básica, es sencilla, es un hit, una evasión pura que ya ha saltado hasta la generación de mi propio vástago. Así que gritamos como se tiene que gritar una canción así. Volvimos a las pequeñas joyas incrustadas en nuevo repertorio de Niños del Brasil: X. Para mí un acierto, una manera de actualizar su sonido, añadir capas y capas, con un tema con una letra muy potente y una interpretación casi mística por parte de Santi Rex, que, repito, demostró estar todavía sobrado de voz y actitud escénica, con una compostura temporal genuina. Vino una santísima trinidad para cerrar: Sed de venganza, otra composición perfecta, uno de los mejores momentos en cuanto a sonido en el que la banda consiguió su mayor nivel de empaste. Mentiras, una de mis favoritas de siempre (uno tuvo dieciséis años y un casete de “Mundos en eclipse” que sonó en su walkman hasta que la vida lo quemó) y un cierre majestuoso con “Las curvas del placer”: una canción que funciona en todos los niveles y con cualquier tipo de arreglo, en synthpop o tocada por Johny Cash. Da igual. Recorrer o correrse por todo el cuerpo.
Eran fiestas y nos regalaron tres bises: recuperar su versión de La modelo de Kraftwerk, con ese inquietante comienzo, hipnótico y esa letra tan ochentera, con contestadores automáticos y Melanie Griffith desnudándose al trasluz. Faltaba, claro, Al oeste. Y eso ya fue un karaoke colectivo. No hacía falta más. Santi Rex lanzaba folios y derrumbaba baterías, hacía spoken word y nos llevaba, al final, a Tu futuro. Este tema, este tema… pide casi una revisión completa, pero no es el sitio ni el lugar. Solo que me acordé de mi amigo Luis Cebrián y su guitarra. Y el dúo que hacen algunas veces con Santi, en lugares privados. Todos somos culpables a menos que se demuestre lo contrario.
Una atrevida elección de repertorio, una banda mucho más orgánica de lo normal, un vocalista capaz de afrontar casi veinte temas sin inmutarse, los nachos en plena forma y una sección rítmica que aportan precisión y actitud. Seguimos escuchando.
Lo tengo que decir. Extrañé al tío Antonio. Ojalá, en el futuro…