La nueva entrega del detective Jordi Viassolo a cargo de su creador Eduard Palomares Igual que ayer (editado por Libros del Asteroide), nos lleva con habilidad supina por los entresijos de la Barcelona previa al proceso de secesión, una Barcelona encharcada por problemas que la abruman, problemas de verdad: la vuelta de la heroína, integración multicultural, empleo precario, la supervivencia de los establecimientos tradicionales y, sobre todo, la degradación urbanística. Un detective que sobrevive entre la suciedad, la sorpresa de la ilusión apagada con la llegada de la alcaldesa más prometedora de la historia de la Ciudad Condal… entre las páginas lo cosmopolita resiste a duras penas, sardinas, tabaco, caña fría y bravas. Punk y agujas. Una muerte del candidato de la nueva derecha, tan vieja como la antigua. En Cataluña hay muchas derechas, como también hay muchas izquierdas, así que uno no sabe, como muy maneja su jefa en la agencia, quién está a los lados del teléfono.
La Barcelona de Viassolo ya la anunciaban Ivá y Vázquez Montalbán, es la de Carvalho y el Makinavaja. El Barrio Chino y el amor pagado y cobrado, la sangría aguada, el vino de polvos, las patatas congeladas. Pisos compartidos, habitaciones imposibles, suciedad. Viassolo se entrena para ser un detective tranquilo, de cuerpo fibroso, un tipo que no sacará la pistola, que solo usará las armas de otro. Las primeras imágenes de El crack de José Luis Garci… cómo se come el filete y las patatas, cómo bebe el vino de la casa y enciende un pitillo Germán Areta. ¿Fue el último detective creíble de la Transición? Igual es que hay que esperar una generación entera para que nos llegue Jordi Viassolo que, como todos los detectives realistas, vive atenazado por la realidad, lee a Dashiell Hammett y Raymond Chandler , pero también está al tanto de compañeros de editorial como George V. Higgins o la magnífica epopeya playera -de la que también hablaremos aquí-, Huntington Beach de Kem Nunn, además de rendir pleitesía con un guiño magnífico al creador de Mario Conde (el detective cubano, no el “empresario” español).
La prosa de Eduard Palomares es capaz de mezclar con atino la nueva forma de investigación (redes sociales, acceso a bases de datos) con viejos iconos polvorientos como agendas escondidas como santos griales, almanaques de venenos o investigadores pasados de vueltas. La novelita del joven Recasens dentro de la novela es un emocionante viaje al cine quinqui de la Transición, como un Eloy de la Iglesia a lo Juan Madrid, deliciosa. Ciudad negra, Vía Layetana, la Banda Trapera del Río, espetos, Colombo, talleres en La Boquería, el Barcelona de Neskens, los comunistas pijos que aparecían en los primeros años tras la muerte de Franco. Y la heroína, la paranoia de los servicios secretos introduciendo la droga en los barrios para controlar a la juventud rebelde.
Private Eye y aceitunas con anchoas, inmobiliarias babilónicas, los narcopisos del Rabal, el silencio administrativo, la impotencia policial, el salvajismo policial, las mafias, el buenrollismo con un pie en la ceguera de la inmigración potencialmente criminal y la que acude escapando de la misera. La estelada en la casa compartida, preocuparse más de encontrar un lugar para vivir que un lugar del que independizarse. Independizarse de la vida con la heroína.
Una novela con momentos febriles, que demuestra un amor profundo a una ciudad y que se resuelve con gusto y elegancia, cosa al alcance de muy pocos cuando de novela negra se trata. Muy recomendable.