Cronolector de tebeos: Viaje a la Zona Negativa de los Cuatro Fantásticos

Seguimos revisando en Motel Margot alguna de las historias que aparecen -o que no- en el magnífico compendio Marvel Grandes Cómics -100 cómics que crearon un universo-, que ha editado Penguin Random House en su sello DK. Tanto para el neófito como para el que conozca el Universo Marvel resulta una guía imprescindible y muy disfrutable. Esta ocasión son solo unos pocos números, un viaje, la primera familia, uno de mis autores favoritos y en una de sus etapas más destacadas: John Byrne y el viaje de los 4EFE a la Zona Negativa.

Mi primer acercamiento al viaje a la Zona negativa de los Cuatro Fantásticos llegó, curiosamente, a través de un tebeo de Los Vengadores. Los sucesos que se producían en el momento del retorno de la primera familia a la Tierra -más bien, a nuestra dimensión- producían una situación anómala en Nueva York, en las manzanas que rodeaban al Edifico Baxter y allí acudían los Vengadores. Un domo invisible e impenetrable rodeaba el cuartel general de los 4 EFE y cuando la Visión trataba de atravesarlo caía a peso muerto al otro lado de la cúpula. Todo aquello aparecía narrado en los números 42 y 43 de la edición española de los Vengadores. No daba para todo la propina de mi madre en aquel mes de julio de 1986. En realidad, por las fechas quizá lo compré más tarde en alguna de las tiendas de saldo a las que obligaba a entrar a mi padre durante nuestros paseos vespertinos por Zaragoza.

Había algo hipnótico en aquella situación, en la vuelta de los aventureros, en la situación dramática que se encuentran que se quedó clavado para siempre en mi recuerdo. Resulta curioso que las aventuras glosadas en estas entradas del Motel Margot fueran leídas a través de los míticos retapados con los que la distribuidora buscaba dar salida a los números que no se habían vendidos en kioskos —todavía en algunos puntos de venta generalistas como papelerías llegaban los números de las distintas colecciones de Fórum en los ochenta— o en las librerías especializadas, en mi caso, sobre todo Tajmahal y Saga. Este es otro de esos casos, de tebeos sueltos, de historias que se completan con la imaginación del lector adolescente.

«En este caso la edición española de la saga se publicó entre septiembre de 1985 y enero de 1986, concretamente entre los 33 y 37 de Fórum. Dos curiosidades, estamos hablando de que la línea del tiempo entre las dos colecciones de Vengadores y Cuatro Fantásticos estaban varios meses desacompasadas y que, por esas cosas de las 32 páginas por tebeo, el número 37 deja a los lectores a las puertas de otra de las historias míticas de John Byrne en los guiones y los lápices de la primera familia: «El juicio de Galactus«.

Mi retapado de ocasión fue el que contenía los números 31 al 35, dejándome pues el final de la historia sin leer durante unos cuantos años. Solamente sabía de la vuelta de Sue, Reed, Johny y Ben por el tebeo de los vengadores. Tuvo que ser un regalo de mi madre unos cuantos años después, en 2015, cuando Panini realizó una lujosa reedición de toda la obra de John Byrne como autor de los Cuatro Fantásticos, que me hice con los dos primeros tomos. Aprovecho para darle las gracias una vez más a mi madre que soltó casi sin inmutarse cuarenta euros por cada uno. Es más, los otros dos que completaban toda la producción de Byrne, saliendo ya su coste de mi bolsillo, llegaron unos años más tarde. Pero es que, realmente, yo quería saber qué había pasado en aquel viaje, cómo habían sido el resto de las aventuras de los Cuatro Fantásticos en aquella misteriosa Zona Negativa.


La Zona Negativa de Byrne es mucho más amable y no va más allá de algunas situaciones que recuerdan a las narraciones pulp, a la novela barata, con sociedades que toman elementos y tradiciones de las terrestres y juega un poco con elementos de elucubración y futurismo.

La Zona Negativa evolucionará en las décadas siguientes hacia un lugar turbio, de terror casi primigenio, larvario, entomológico, pútrido, casi salido de un mal sueño de morfina de William S. Burroughs. Desde la saga de Aniquilación, con su revisión de Cuando ruge la marabunta, una especie de plaga bíblica de langostas cósmicas, donde la estructura de colmena con sistemas nerviosos ganglionares que transmiten entre zánganos y líderes a través de procesos helmínticos.

La Zona Negativa que plantea Byrne no se parece nada al lugar donde transcurren algunos de los números con guion de Jonathan Hickman y su historia-río que acabó confluyendo en las maravillosas Secret Wars del Siglo XXI (de las que hablé en el artículo de Días del Futuro Pasado y que espero poder dedicarle una habitación con estancia completa en el Motel en algún momento).

En la saga Muerte, con el fallecimiento de uno de los miembros de la primera familia. Fallecimiento, como siempre reversible, se utiliza una idea necrótica para comprender la naturaleza contraria a nuestro Universo.

«Es decir, la Zona Negativa contemporánea es algo más que otro universo o una dimensión paralela, es un lugar de convivencia espacio-temporal, separado por límites que son a la vez mínimos en el espacio e inabordables en la física, recordando en su composición de anti-materia a los abismos donde habitaban los seres de pesadilla divina de Lovecraft».

John Byrne es más amable, hay algo de Orson Scott Card , de las historias cortas que se leían en España en 1984 o Cimoc, en la colección dedicada a la ciencia ficción de la Editorial Bruguera, con la de Isaac Asimov —más procupado de la ciencia que de la ficción— o Larry Niven. Todavía no se había impuesto la estética steampunk y no había ni un rastro de la niebla tóxica y perenne del ciberpunk de Philip K. Dick.

¿Qué tiene de especial este viaje a la Zona Negativa para ser incluido en esta lista frente a otras aventuras de los Cuatro Fantásticos, no solamente de las etapas anteriores del tándem mitológico Stan Lee-Jack Kirby, incluso frente a otras del mismo Byrne, como el Juicio de Galactus que es una de las historias más celebradas de la etapa del guionista y director en los Cuatro Fantásticos. No lo sé, pero estamos en 2022 y sigo escribiendo una larga historia llamada Generaciones. Es una novela de ciencia ficción. Quizá sea muy presuntuoso hablar de novela cuando apenas están bocetadas unas ideas y redactadas entre manuscritas y digitales unas pocas páginas, pero la historia de Generaciones tiene un porcentaje altísimo de aquel número 253, de la búsqueda de los Kestoranos, del planeta perdido, del misterio transmitido generación tras generación. Del vuelo de un insecto frente a dos exploradores vestidos con el traje ceremonial, tiene algo de poético, algo que se ha quedado junto a mí para siempre.

No hay una razón para explorar la Zona Negativa. La doble página donde se presenta el Módulo Explorador Mark I parece una flor que se abre, un compacto supositorio —con perdón—, que simplemente permitirá el acceso al punto de entrada, situado en el mismo Edificio Báxter. Esa idea de superposición dimensional, de folio doblado por el cual pueden entrar los Cuatro Fantásticos, esa manera de compartir el espacio, resulta fascinante. No tanto como la sensación de desasosiego que produce al lector darse cuenta de que un bicho se ha colado por el resquicio de la puerta en el momento de abrirse. La novia ciega de Ben Grim, que está al cuidado de Franklin Richards, el hijo de Sue y Reed, escenifica en unas pocas viñetas la estética de película de terror ochentera, como en la serie zeta, Manhunter —por cierto la primera aparición en la pantalla del personaje de Hannibal Lecter, unos años antes del Silencio de los corderos— o una buena explotation italiana de 1976 como es Escándalo en la residencia —cuyo título original era Una magnum special per Tony Saitta y estaba ambientada en Otawa—, bueno, que me estoy yendo y el siguiente número, el 252 de la edición americana se puede considerar histórico por varias razones.

Octubre de 1985. La portada ya avisa de que algo extraño está sucediendo. Fórum respeta el formato norteamericano y presenta la primera parte del tebeo —recuerden que con 32 páginas por números cabían número y medio en cada ejemplar—, en formato horizontal. Una raza que vive en la miseria, como parásitos decadentes pegados a la extinta calidez de una ciudad-estado que ha crecido y crecido durante generaciones. El lugar, denominado Ootah, hogar de seres que alcanzaron el cénit evolutivo, acabó adquiriendo una domótica de inteligencia artificial que acabó considerando a sus habitantes como gérmenes, bacterias… provocando su salida del lugar.

«Una anciana profetiza la llegada de cuatro desde el cielo, cuatro que descubrirán el terrible secreto: año tras años han estado sacrificando, como en una retorcida parodia de mitología griega, minotauros o cíclopes, volcanes o abismos donde se ocultan monstruosidades divinas, a los que entregar a sus jóvenes a cambio de un calor y la energía, los estertores finales de unas baterías agotadas de un ente que, muerto, exhala sus últimos nutrientes energéticos».

El comportamiento necrófago de los antiguos habitantes, ciegos primero y rabiosos después ante las muertes innecesarias de sus congéneres, descubierto que su Dios los identificó, antes de fallecer como elementos ajenos e insalubles, llevándoles hacia una violencia incontrolada, de rabia y destrucción. Por cierto, esa evolución, esa versión enésima, esa actualización de la inteligencia artificial hasta llevar la lógica al extremo de separar la emoción de lo efectivo es un elemento con tanta tradición en el Universo Marvel que si uno se fija en los dos capítulos finales de la serie de animación What if? Estrenada hace unos pocos meses en canales digitales, la idea básica del Ultrón presentado en la misma no es más que una iteración final del mismo proceso de lógica matemática.

Mucho se habla de la influencia del Doctor Who en esta epopeya cósmica que John Byrne desarrolló en cuatro números de la Primera Familia, me permito diferir un poco y colocar el foco más bien en los capítulos de las primeras temporadas de Star Trek. Exploradores de planetas y civilizaciones, llegada al lugar, las cosas no sgon lo que parecen, el lector sospecha algo por las pequeñas migajas que el guionista deja en alguna de las viñetas y, finalmente, la solución a cargo del genio Richards, Reed. Confieso que no soy un experto ni mucho menos de las andanzas originales de la Enterprise, pero por los referentes y los capítulos que he podido ver a lo largo de estos años esa idea se repite una y otra vez. Problema y solución.

En abril de 1983 se edita en Estados Unidos Búsqueda, uno de mis tebeos favoritos de todos los tiempos. En España la primera parte aparece en el número 34 de octubre de 1985 y termina con las once primeras páginas del número 35. Perdemos la portada original norteamericana al elegir los editores de Fórum la del número 254.

«¿Qué es Búsqueda? Es poesía. Es una civilización atrapada en una nave espacial. Es una nueva especie que nos permite profundizar en conceptos tan poco desarrollados en los tebeos como es la exoevolución, la coevolución entre máquina y raza hasta provocar una rama diferente».

La historia también tiene elementos de conflictos políticos, sociales, responsabilidades y secretos, de una clase dirigente, de criogenización selectiva, de quinientos elegidos que nunca verían el final del viaje donde su civilización podría florecer de nuevo tras la destrucción de su planeta de origen. Esa idea de las generaciones que se suceden en el enterno cerrado de una vehículo de exploración mientras transitan con la semilla, con la esperanza, responde de alguna manera al planteamiento de Einstein frente a las dificultades teóricas de viajar a grandes distancias sin la posibilidad de alcanzar la velocidad de la luz. Todas esas soluciones un poco «Deux Ex Machina» que aparecen en distintas sagas nunca han sido de mi agrado.

Por eso mando desde aquí un guiño a Orson Scott Card que sabía que había que ser siempre previsor y no confiarse. Por último no puedo dejar de señalar otro pequeño homenaje a la literatura clásica con la destrucción del navegador de la nave, el que contenía las coordenadas del planeta hacia el que debían viajar y que no deja de ser una especie de remedo romántico a la ira divina contra Ulises, contra Odiseo o contra el Ulises XXI de la serie de dibujos animados que los niños españoles disfrutamos con pasión entre octubre de 1982 y abril de 1983, con aquella tripulación en animación suspendida en la búsqueda del Reino de Hades como paso último antes de poder alcanzar la Tierra.

La misma estructura de la nave recuerda a la que aparece en el número Misterio en el espacio y en el siguiente Encuentro, en España editados como número 7 y 8 del volumen dos de la colección Planetary. No puede ser casualidad que Warren Ellis incluyera a una deforme versión de Ben Grim, ni un gigante atrapado en una nave sobre el que los propios microorganismos han evolucionado hasta constituir una civilización inteligente. Ya lo comenté cuando abrimos el Motel a Planetary, Ellis tenía muy presente la época de Byrne al cargo de los guiones de la primera familia y, como homenaje definitivo, los incluyó en la trama como los némesis malvados de los protagonistas. Por cierto, unos años después la idea de los orígenes nazis de esas versiones de los Cuatro Fantásticos aparecerían en los cimientos de la gran trama de Jonathan Hickman con la que dio el pistoletazo de salida a lo que acabaría siendo las Secret Wars marvelitas del siglo XXI, pero eso es otra historia que llevo prometiendo varios meses.

El último de los planetas o encuentros de la saga será en el 254 de la edición USA. La española lo comienza en el número 35 con las veintidós páginas finales. En este caso los exploradores visitan un planeta muy parecido a la Tierra, recordando por su estética el norte de África. Allí, en mitad del desierto, una gran ciudad se erige, majestuosa. Regida por el gran Taranith, un personaje de manto negro y rostro dorado que recuerda desde el principio al reverendo Jim Jones y su secta dispuesta a todo en la Guyana. Alguno de los detalles más rompedores del capítulo es que John Byrne deja claro desde las primeras páginas, incluso antes de que aparezcan los cuatro fantásticos, que algo anda mal con los elegidos por el tal Taranith. Así que el misterio será descubrirlo a lo largo del número y el siguiente.

A la vez la trama se traslada a la Tierra donde el malvado Annilus está empezando a provocar el caos al controlar el entorno del Edifico Baxter. Hay confluencia de imágenes con el número de los Vengadores que transcurre en paralelo —como hemos comentado anteriormente— y en la parte final del tebeo Reed Richards termina drogado —por cierto, por segunda vez en tres aventuras de la saga—, e incorporado a una extraña máquina extractora de energía de consciencias y cerebros. Lógicamente el del hombre más inteligente del planeta Tierra tiene que ser una batería de primer orden.

«De nuevo la muerte y el sacrificio de los inocentes se hace presente. El hedor de los que se sacrificaron sin conocer que recorrían el camino hacia el matadero resulta impactante en un tebeo de los ochenta y cuando el altivo Taranith se descubre como una especie de sosías de un malvado ET que desea volver a su planeta de origen sin importarle a quién se lleva por delante, un especimen que tiene más de babosa y rasgos de platelminto, uno no puede evitar pensar en Desafío Total y aquel Jordi Pujol que salía del pecho de uno de los personajes de la adaptación de la novela de Philip K. Dick».

El siguiente número, final de la saga, 255 y número 36 en España —que se anuncia como especial Navidad por editarse en diciembre de 1986—, juega con la pérdida de la mente de Reed Richards y el manido recurso de tranmitir la conciencia a la computadora de una nave espacial y luego a un aparato esférico que se coloca Mister Fantástico en la cabeza y que recuerda a los protectores de papel de aluminio que los conspiranoicos utilizan para impedir que les roben o que les introduzcan ondas cerebrales elementos ajenos.

Ese el momento en el que se produce el cruce con los Vengadores, con el número 233, donde los héroes más poderesos de la Tierra intentan vencer el domo que ha creado Annihilus y que amenaza con cubrir completamente Manhattan. El guionista de los vengadores era Roger Stern, pero el dibujante y coargumentista era Byrne, lo que hizo que las dos series confluyeran de manera natural, tanto narrativamente como estéticamente.

Mientras que en el número de los Vengadores los Cuatro Fantásticos aparecen prácticamente de la nada en el 256 americano se da una explicación basada en materia y antimateria, negativo y positivo —la escena en la que se ve el Edificio Báxter colgado del espacio como el negativo de una fotografía es una obra de arte—, pero como siempre en este tipo de soluciones para elucubraciones de física cuántica compleja hay muchas explosiones y una lógica aplastante que solo parecen entender Reed Richards y John Byrne. Pero, chicos, eran los ochenta y nosotros todavía no sabíamos ni colocar electrones en orbitales atómicos… no íbamos a exigir extractos de doctorados del MIT para un tebeo de 110 pesetas.

El cierre de la historia resulta muy importante en el desarrollo posterior de la narrativa de Byrne en la colección, que todavía tendrá un buen número de entregas posteriores: Alicia sufrirá estrés postraumático tras las torturas recibidas por Annihilus, la sensación de inseguridad de Reed y Susan les llevará a trasladarse a vivir a las afueras de Nueva York tratando de vivir como una pareja normal tras una identidad falsa —además de descubrirse unos meses más tarde que Susan se ha quedado embarazada durante el viaje— y estéticamente los Cuatro Fantásticos tendrán una variación en su uniforme, con una zonas blancas que sustituyen a las negras sobre su clásico uniforme azul. Además todo queda listo para una de las sagas con más renombre de las escritas por John Byrne: «El juicio a Galactus». Pero, lo siento, no me cambió tanto la vida como estos cuatro números.

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