‘Ebooks’ de tapa dura que huelen a papel y tomos enciclopédicos ‘ultraligeros’… vamos a soñar mentiras

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Será que este año he sido buena pero uno de los Reyes ya ha llegado y con un kindle bajo el brazo. Y yo, que hasta ahora había sido de la vieja escuela del papel, llevo días inspeccionando el nuevo aparatito y descubriendo lo fácil que es leer y manejarse con él, incluso en un caso como el mío, en el que, lo reconozco, nunca fui un as de las tecnologías precisamente.

Mi kindle y yo hemos tenido aún así un comienzo prometedor. Como ocurre en las (buenas) primeras citas, lo he estado observando con ojos nuevos y ávidos… estudiando sus detalles y reparando al fin en las bondades de mi último fichaje, que son muchas.

131683Esta especie de entusiasmo inicial se ha mantenido íntegro hasta que, al cabo de los días, se ha disparado una pequeña alerta que debía de andar escondida en alguna parte de mi cerebro y me he dicho a mí misma: «Sí, este ebook es genial pero no te olvides del viejo, pero nunca muerto, libro de papel… de la larga y fructífera relación que habéis construido durante todos estos años». Así que, me he puesto a recordar los atributos y virtudes de ese amor de cosecha, y he acabado acto seguido (me confieso) en la penosa tarea de establecer comparaciones entre uno y otro, enumerando en mi cabeza uno por uno los gastados y consabidos pros y contras a los que se asocia cada formato. Que si la experiencia con uno es inigualable por todo lo que conlleva: tradición, tacto, olor, etcétera. Y que si el otro es más práctico y es capaz de albergar miles de títulos del modo más ligero y… blablabla… Y así, suma y sigue, hasta que al cabo de un rato, ya algo mareada tras este extenuante y falso debate, he terminado por negarme a que elegir sea una opción y he empezado a soñar la posibilidad de híbridos inviables entre el ebook y el libro convencional. ¿Por qué parece que hay que elegir siempre? ¿Por qué no fantasear? Total, soñar es gratis, me he dicho.

Así que, buscando soluciones intermedias —y, por supuesto, inalcanzables, mis predilectas— he imaginado ebooks que huelan a papel y contengan dedicatorias escritas a mano sobre hojas amarillentas, con fechas imposibles. Esto es, lectores electrónicos pero encuadernados y polvorientos, cuyas páginas tengan el tacto del mejor papel y hagan ruido al ser pasadas, y que, amontonados como los libros de siempre, acaben convertidos en librerías infinitas. En catálogos que, reunidos en bibliotecas antiquísimas, nos saluden desde los estantes con sus lomos coloridos y multiformes… Ebooks de tapa dura capaces de lograr la fiesta estética que hasta hoy solo pueden celebrar los libros convencionales en las estanterías, esos puzzles formados por miles de piezas únicas, que hacen que ninguna estantería sea igual a otra.

Del otro lado, he sugerido libros con apariencia tridimensional aunque con todas las ventajas de las casi dos dimensiones. Tomos de dimensiones enciclopédicas con caracteres digitales que se dejen abrazar mientras los leemos, aunque adopten más tarde, cuando tenemos que transportarlos (o facturarlos en nuestras maletas), el formato ebook para que no lleguen a pesar ni 200 gramos.

Y ya puestos a pedir, he reclamado—y esto sí es aplicable y deseable para la realidad— precios más bajos para unos y otros en el próximo año. No ya los que se fijan para los libros electrónicos, sino importes muchísimo menores para ambos formatos. Precios similares a los de la barra de pan, para que recordemos, cuando vayamos a pagar, que leer es (casi) tan necesario como comer y que, ya lo decimos en este blog, no mata aunque su coste pueda a veces resultar letal.

De momento, habrá que seguir soñando que eso sí, al menos hasta ahora, sigue siendo gratis.

José Luis Corral y Arturo Pérez-Reverte: duelo sin rival

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

«El pasotismo es apoyar al sistema y gente como Arturo Pérez-Reverte es lo que hacen». José Luis Corral se despachó a gusto cuando, entre pregunta y pregunta sobre su obra El médico hereje (Planeta), le pregunté sobre posturas, en mi opinión también combativas, como la de Pérez-Reverte.

No sabía que desataría las fieras del historiador y autor de la aclamada obra El Cid, aunque puede que no anduviera yo muy fina ese día, y que arremetería Corral contra la postura del creador de Alatriste y El francotirador paciente (Alfaguara) como si de un ataque personal se tratara.

corralIncluso llegó a decir: «Ya sé que los medios le bailáis el agua»… Por un momento parecía que el propio Corral encarnara a Miguel Servet y su misión fuera defenderse del polémico e inteligente Reverte como si de la Inquisición se tratara.

Sólo que…, ni estaba Pérez Reverte ni había posibilidad de resucitar a Servet. Era pues un duelo sin rival ni personaje por el que pelearse.

Tras varios «Hacen falta más Servet en estos momentos«, el médico que se jugó y perdió la vida por defender la libertad (además de haber descubierto el sistema circulatorio), y una llamada de atención sobre esta figura poco recordada, terminó la charla hablando de Arturo Pérez-Reverte (tras mi pregunta, quede claro que fui culpable de mencionar el nombre del periodista y escritor).

La llamada a la acción del historiador y su deseo de recuperar personajes de nuestra historia como Servet son afortunados, igual que su novela, pero ¿por qué le enfadó tanto el escritor al que aludí? Lástima que la conversación terminara justo ahí.

(Iba a no decirlo, pero lo voy a decir: Reverte no sale de la lista de los más vendidos desde que publicó su última novela, El francotirador paciente).

 

El trabajo lo estropeó todo…, según Lafargue

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Decir algo así del trabajo en este momento parece más que una provocación un acto de insensibilidad. Pero situemos el asunto: año 1880 y un hombre, Paul Lafargue (yerno de Karl Marx), dispuesto a meter el dedo en todas las llagas con un pequeño libro (ni 80 páginas) llamado El derecho a la pereza. Me gustaría poder acompañar el título de una editorial, pero en este caso el libro no lo ha publicado sello alguno, sino Javier Krahe con su último disco Las diez de últimas.

Javier Krahe (FOTO: JORGE PARÍS)

Javier Krahe ha publicado el libro de Lafargue ‘El derecho a la pereza’ (FOTO: JORGE PARÍS)

El cantautor irónico y provocador no ha dudado en sacar en plena crisis y paro un texto como éste, considerado «una verdadera máquina de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista de finales del siglo XIX». Un auténtico misil lanzado sin paliativos contra los efectos derivados del trabajo asalariado. Algo que para Paul Lafargue llevó a la clase obrera a perder su poder y su capacidad de rebeldía.

Deja claro el autor que para avanzar habría que haber seguido un camino diferente al trazado por culpa del trabajo. «Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones en las que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste humanidad. Esa locura consiste en el amor al trabajo, en la pasión furibunda por el trabajo, que lleva hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su prole». Y esto no es más que el comienzo del reclamo de Lafargue a la pereza como derecho, porque para él: «En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de todas las degeneraciones intelectuales, de todas las deformaciones orgánicas».

Mucho tenía que decir y dijo Javier Krahe a este respecto en su entrevista a 20minutos, y no por ello dejó de denunciar la terrible situación que atraviesa nuestro país y la repugnancia que le inspiran los políticos: «Hay que ser repugnante para ser presidente, incluso para querer serlo».

Un buen dos en uno: las nuevas canciones de Krahe en Las diez de últimas y el libro fino pero guerrero de Lafargue. ¿Pereza como rebeldía?

Llévate los libros que quieras y paga lo que consideres

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hay lugares en los que la cultura sigue sin ser un lujo, a pesar de Wert y sus amigos. Espacios en los que se continúa promoviendo la idea de que pensar, como leer, nunca puede ser un privilegio al alcance de unos pocos sino todo lo contrario: un derecho para todos.
Bajo esta premisa nació en Madrid hace poco más de un año un lugar muy especial que gestiona una pequeña ONG llamada YOOU, la librería Tuuu. Un rincón en cuyas estanterías descansan miles de «libros libres», que no se compran ni se venden, y al que pude acercarme esta semana para mi suerte.

1012794_582017908533557_1086363549_nLa idea es muy sencilla, me contaba Álkistis, una empleada simpatiquísima que me enseñó la librería con la mejor de sus sonrisas: cualquiera puede acercarse hasta el local, ubicado en el céntrico barrio de Chamberí (Covarrubias, 38), elegir el (o los libros) que considere y ponerles el precio que crea oportuno. Basta con hacer un donativo en la «hucha libre» de la librería para que el engranaje siga funcionando. Porque los fondos que se recaudan de esos donativos se destinan a su vez a la construcción y financiación de bibliotecas, escuelas y orfanatos en países de América Latina, entre otros proyectos.

El planteamiento en el que se basa Tuuu se inspira en la experiencia de  The Book Thing, una librería pionera que nació en Baltimore hace unos años también con la intención de promover el libre acceso a los libros. Allí, como en Tuu, los libros se obtienen de las donaciones que realizan las fundaciones, editoriales y particulares que quieren aportar su granito.

Un granito que sumado a otros muchos ha dado lugar a un proyecto ilusionante: un espacio acogedor como pocos en el que el catálogo es tan amplio como apetitoso y en donde no solo figuran montañas de libros —muchos clásicos y también alguna que otra novedad— . Y es que Tuuu no solo “vive” de libros: junto a sus estanterías, alberga un rincón dedicado al cine que incluye centenares de DVDs listos para ser adquiridos (a un precio de 2 euros) o ser prestados (por 1 euro durante una semana).

Un lugar para perderse, en definitiva, y celebrar que la cultura puede ser libre y no salir tan cara.

 

Contra mí: el libro de la ¿escritora? Belén Esteban es uno de los más vendidos

Por Paula Arenas Martín-Abril paula_arenas

«Qué horror, esto ya es el colmo» . «No, por favor, eso no, un libro de Belén Esteban no…». «Pero ¿hasta dónde vamos a llegar?» Son reacciones inevitables en algunas personas, entre las que me incluyo, mentiría si dijera lo contrario, al saber, ver y no leer el libro de Belén Esteban: Ambiciones y reflexiones (Espasa).

Yo también lo pensé, todo lo que ha iniciado esta entrada y más, bastante más y peor y…, bueno, lo pienso. Sin embargo me ha dado por intentar cambiar de postura.

estebanbelénSí, me ha entrado una inexplicable rabia. Doble, porque por un lado resulta horrenda la idea de que Belén Esteban haya publicado un libro (y esté entre los diez más vendidos), y por otro por el motivo contrario: ¿quiénes somos para juzgar y horrorizarnos ante un hecho que es libre? A nadie le obligan a leerla o a comprarla, mucho menos a hacer cola, inmensa por cierto la del centro de Madrid, para que firme un ejemplar.

Así que me impongo cambiar el esnobismo y para ello trato de meterme en la piel de quienes sí quieren leer a Belén Esteban y sus Ambiciones y Reflexiones. ¿No hay espacio para todos? Pues desgraciadamente no lo hay, y existen muchos escritores brillantes relegados a pequeños huecos o ni siquiera, pero hace mucho tiempo que ocurre eso. No tiene la culpa Belén Esteban y tampoco quienes la leen.

¿A qué viene pues que nos alborotemos tanto algunos que presumimos de no ser elitistas (y cada vez menos)? Si estamos hartos de ver cómo se aúpa a escritores insufribles pero intocables (a ver quién se atreve a meterse con algunos supuestamente grandes nombres, y no, no me voy a pringar en esto).

En fin, que he hecho el ejercicio de llevarme la contraria, que tan bien hace Juan José Millás, y parece que ahora, al terminar, estoy bastante convencida de este ‘Contra mí’ que acabo de emitir.

¿O no?

(Comentaristas con nombre real y nunca escondidos tras falsas identidades: Espero ansiosa vuestras hermosas palabras)

 

¿La obra del mejor cuentista español de todos los tiempos?

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Puede que, después de todo, vivir sea una cuestión lumínica. Y que los días dependan, no ya del cristal con el que miramos, sino de la luz que proyectamos. O de la luz que los objetos (y los días) irradian.
Es lo que primero que pienso al acabar Técnicas de iluminación (Páginas de Espuma), la última obra de Eloy Tizón (Madrid, 1964), de quien llego a leer estos días que es «el mejor cuentista español de todos los tiempos».
9788483931523_04_h-639x1024Yo no sé qué decir después de leer una frase así. Supongo que me marean un poco esas declaraciones. Que me causan cierto estupor y también cierto vértigo, e imagino que en parte simplemente por desconocimiento: porque no conozco lo suficiente el género del relato como para ser tan categórica.

Sí sé, sin embargo, que hacía mucho tiempo que no leía una colección de relatos tan redonda. Una obra en la que cada cuento viene a superar al anterior —si es que estableciésemos un orden— y en donde cada palabra aparece justo en el lugar exacto en el que parece corresponderle. Como si Tizón se hubiera propuesto colocar las piezas de un puzzle ya existente, de una obra que, de tan perfecta, pareciera haberse escrito de antemano.

Cierro el libro y recuerdo aquella reflexión de Milan Kundera que durante un tiempo tanto me gustó y en la que venía a reducir la existencia a una cuestión de peso y levedad. Pienso ahora en que puede que Tizón tampoco ande desacertado en su parámetro. Y que los días sean un reguero de momentos alumbrados de forma intermitente. Un trasiego de estados cambiantes, mostrados con distinta intensidad. De ocasiones fugaces que podríamos distinguir en función de su claridad: instantes brillantes e incluso eléctricos, algunos; e instantes sombríos, lúgubres y tristemente cubiertos, otros.

Fogonazos, a fin de cuentas, que van más allá del sistema binario de luces y de sombras, y que construyen relatos tan deliciosos como El cielo en casa, Ciudad dormitorio y Manchas solares, mis tres favoritos de la obra.

Todas ellas historias imbuidas de esa «extraña normalidad» de la que se habla en la contraportada del libro y en las que aparecen personajes perdidos, vagando a tientas, en busca de una razón —luz natural— o una justificación —luz artificial— para actuar como lo hacen.

Historias descritas en lugares que se definen en función de su luminiscencia y que identificamos fácilmente: un vagón de cercanías que puede ser el último de la noche o el primero de la mañana en la hora de la «explosión solar», ese «resol naranja de pájaros y jaulas»; una discoteca en la que «convulsionan luces epilépticas, cadavéricas»; un manicomio en el que el tiempo son «manchas de colores diluidas en aguarrás»;  un despacho oscuro sumido en el «submundo de las catacumbas de un edificio inteligente»;  un escenario con los focos desmontados; o un cielo en el que las estrellas «siguen siendo un jeroglífico», esa vertiginosa  y misteriosa «instalación eléctrica» que nos cubre.

Espacios circunscritos en narraciones que son sobre todo poéticas y en las que descubrimos a un cuentista que, si no es el mejor de todos los tiempos, al menos sí está, o estará, en un lugar imprescindible.

 

 

Libertad…, ¿sin pan y sin educación?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Frente al autor de la serie negra protagonizada por Kostas Jaritos, Petros Márkaris (1937), uno siente que nada de lo que hay en él es falso o parte de la promoción. No le importa si las preguntas que le hago son o no de su libro, el autor nacido en Estambul y afincado en Grecia, está indignado.

Y su indignación es tan poderosa y tan de verdad que Márkaris está muy lejos de lo que algunos, no sé si jóvenes o modernos o ambas cosas (¿voy a acabar escribiendo la palabrita?), llaman postureo.

El escritor Petros Márkaris en Madrid (FOTO: JORGE PARÍS)

Petros Márkaris, de visita en Madrid por su novela Pan, educación, libertad  (FOTO: JORGE PARÍS)

«Al final van a tener que salvarnos ustedes de la crisis, porque los jóvenes y los no tan jóvenes, estamos atontados» le digo. Su generación que lo ha vivido todo (no todos, claro, sólo algunos), sabrá cómo… Digo yo.

De hecho es él quien, con mucha habilidad, se ha servido de la novela negra y su popular detective Kostas Jaritos para denunciar lo que está ocurriendo. Así, ha cerrado la Trilogía de la Crisis con Pan, educación, libertad (Tusquets), el lema que usaron los griegos en el 73. 

«Empecé a escribir novela negra a los 50 años» me dice, y no sé si va a reírse o a soltar alguna ironía, «y uno de mis maestros fue Vázquez Montalbán». No se lo digo, pero pienso que seguramente ya habrá quien diga lo mismo citándolo a él como ejemplo. Más con estas tres últimas novelas que, sin ofender, sacude las verdades a la cara del que lee.

«Alemania cree que puede seguir actuando sin escuchar a la gente, y por eso esto va a acabar muy mal», dispara, «Se han olvidado de las personas para hablar de cifras», dispara, «Lós jóvenes no saben cómo luchar porque para ello hay que aprender, y eso es lo que les falta», vuelve a disparar.

Todo lo que dice Márkaris es un titular, y ninguno premeditado o aprendido. El enfado se le ve en el rostro, en los gestos, en las maneras. En ese modo de preguntar retóricamente cómo es posible que estemos todos tan tranquilos mientras nos quedamos en un vacío absoluto.

El vacío que muestra, no como elemento fundamental de la ficción pero sí con la suficiente maestría para que no pase inadvertido, en  Pan, educación, libertad. Historia que, por cierto y esto es aventurar bastante: nos lleva hasta una Grecia que ha vuelto al dracma, una España con peseta y una Italia con lira. Hay asesinato, por supuesto, y hay investigación. Por eso se lee tan bien, porque no tenemos la sensación de que alguien nos adoctrina tras las páginas. Hablando con Márkaris tampoco se tiene tan incómoda sensación. Y eso es lo más complejo: decirlo, denunciarlo, incluso gritarlo, sin querer imponer nada a nadie.  

 

Entender mal con intención: explicación a la agresividad contra Cayetana Guillén Cuervo

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Puede que Cayetana Guillén Cuervo sea una persona que no caiga bien a muchos, puede que sea una actriz que no guste a algunos, puede que sea una presentadora de televisión que no convenza a unos cuantos… Pero ¿por qué tanto insulto infundado?

Vamos a ver. Entrevisto a Cayetana Guillén Cuervo, que está (como escribía mi compañera Mariaje en la entrada anterior) representando el texto de Camus El malentendido, y ocurre al publicarla algo que ni de lejos imaginaba. Puede que sea más inocente de lo que pensaba, o que haya mucha gente dirigiendo en sentido equivocado la rabia, el enfado, la impotencia y el malestar. Que comparto y quién no, si vamos todos en el mismo barco… Ya, algunos no entran en ese ‘barco’, pero no me refiero a esos. Miedo me da ‘el malentendido’.

La actriz posa para '20minutos' (JORGE PARÍS)

La actriz, para ’20minutos’ (JORGE PARÍS)

 Desde Twitter hasta los comentarios en la entrevista publicada en 20minutos casi todo eran palabras molestas y gratuitas hacia la entrevistada, que si de algo pecó durante la charla fue de cauta. Tan cauta que el fotógrafo Jorge París (por cierto, una vez más sacó la mejor cara de la retratada) le preguntó el motivo.

«Estoy harta de que me usen para determinadas batallas» le respondió Cayetana, así que tratamos de que el titular no fuera tan sangrante como un «Nunca haría corazón», que lo dijo, pero que fuera de contexto parecía no venir a cuento. Sobre todo porque no estábamos hablando de su programa de televisión sino del montaje que ha subido a escena.

El titular fue otro, y…  cayó peor que si hubiéramos sacado a Rajoy hablando de lo difícil que es tomar decisiones como cerrar cadenas de televisión. Pero no vamos a irnos tan lejos. Aquí dejo el titular y la entrevista a Cayetana, espero que antes de tuitear insultos o malas opiniones quien vaya a hacerlo la lea entera:   «La rebeldía tiene un punto que no me interesa, la risa es más útil»

El matiz importa: señala que tiene un punto, no que no le interese la rebeldía o que la juzgue innecesaria. En fin, si se lee la entrevista entera se ve que hasta dice lo cansados que estamos de que no pase nada. Y ya, que es un error volver a alimentar a quienes, ocultos tras falsos nombres, viven encantados de sacar su violencia en estas direcciones…

‘El malentendido’: cuando sólo hace falta esa palabra que no nos atrevemos a decir

Por María J. Mateomariajesus_mateo
A veces sólo bastaría con una palabra. Con una sencilla que pudiera llevar cualquiera de vosotros «en sus bolsos, en su cuerpo», que diría el bueno de Ángel González… Y el mundo sería otra cosa. Ya no ese espacio en el que a veces uno se siente extranjero en su propia patria. Sino la casa soñada desde la que es posible escuchar el sonido del mar.

Sería simple en realidad. Solo cuestión de alterar el orden y lograr que el último deseo fuese el primero para pronunciar la palabra que llevamos presa entre los dientes. Esa que no nos atrevemos a decir y acaba envenenada, convertida en el germen de muchos de nuestros males.

145717Es esa misma palabra callada, pensaba estos días, la que precisamente hace avanzar la trama de El Malentendido, de Albert Camus, el texto que se representa en Madrid, en las Naves del Español bajo la dirección de Eduardo Vasco, y que reviso ahora.

Es la que, por incapacidad, no pronuncia uno de sus personajes, Jan, el «hijo pródigo» que vuelve desde lejos para recuperar a su madre y a su hermana. Y también la que, por no ser dicha, irá prefigurando la fatalidad: disponiendo un destino contrario al que los personajes habrían querido para sí mismos.

La cuestión es fácil, le dice a Jan su mujer, María, antes del fatídico equívoco. Todo pasa —asegura— por «dejar hablar al corazón», que «emplea palabras sencillas», y decir: «Soy tu hijo y ésta es mi mujer. He vivido con ella en un país que amamos, frente al mar y al sol. Pero no era bastante feliz y hoy os necesito».

«Pero ¿por qué no haber anunciado tu llegada? Hay casos en que es obligado proceder como todo el mundo. Cuando uno quiere que le reconozcan, da su nombre; eso es evidente. Se acaba por embrollarlo todo cuando se aparenta lo que no se es.

Y sin embargo, qué complicado es a veces descubrirnos, creer mostrarnos vulnerables cuando la suerte esperaba en realidad el momento de acabar con las máscaras que no nos dejan respirar.

Qué importante —decía a mi compañera Paula una de las artífices de la nueva puesta en escena, la espléndida Cayetana Guillén Cuervo— emplear las palabras justas para comunicar: dar la cara, jugar al descubierto, para vivir como deseamos la única vida que tenemos.

Este es es el principal mensaje que extraigo de un texto denso pero clarividente. Un texto que, estrenado en el triste momento de la ocupación nazi en Francia, en 1944, sigue teniendo validez y que, una vez «visto» o leído, nos habla aún hoy de la ausencia de un Dios en el que el finalmente querremos creer, aunque solo sea por reacción.

Ese Dios real o ficticio, escrito con o sin mayúsculas, que se llama esperanza o porvenir y que vemos en el rostro de una persona amada. El motivo, al fin y al cabo, que nos hace levantarnos de la cama cada día y sortear los obstáculos que vamos encontrando.

Una nota escrita al dorso por el mejor Camus: ese incitador de conciencias tan necesario como la palabra que, posada sobre los labios, podría estar a punto de brotar.

 

 

‘Operación Dulce’: la «novela de novelas» de un valor seguro, Ian McEwan

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hablar sobre Operación Dulce (Anagrama) no es fácil. Y quizá porque comentar esta obra implica referirse a muchas novelas a la vez. Remitirse a la particular novela de espionaje que Ian McEwan traza en sus casi 400 páginas, pero también a la obra amorosa y a la “autobiografía distorsionada” que comprende. También aludir al juego metaliterario y al compendio de títulos sobre la Guerra Fría del que el autor se empapó antes de ejecutarla.

Bien lo saben quienes ya le hayan leído: la pluma de McEwan es extremadamente rica. Y sin embargo, hay pocos autores capaces de hacer tan fácil lo difícil. De mezclar realidad y ficción, y lograr la cadencia perfecta para que una página nos lleve a la otra y seguir leyendo sea un acto necesario, casi involuntario.

144436Con la historia de Serena Frome, una joven estudiante reclutada en Cambridge en la década de los setenta por el servicio secreto británico MI5, McEwan ha vuelto a lograrlo. Y ha demostrado que, aunque cambie el envoltorio (bajo el sobrenombre de “novela de espionaje”) la esencia se mantiene: un nivel continuo de interés, una prosa bella como pocas y una astucia psicológica y narrativa que están muy por encima de la media.

La diferencia en esta ocasión es el mundo que revela su foco: la llamada “guerra fría cultural” o “guerra de las ideas” que tuvo lugar bajo el auspicio del servicio secreto británico y, especialmente, de la CIA, empeñada en secreto y a golpe de talonario en convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor opción. Un contexto en el que Frome, el personaje principal de la novela, participa activamente enrolando en una fundación a Tom Haley, un joven escritor que tiene mucho del McEwan principiante, y del que acabará enamorándose.

Pero, más allá de este telón de fondo en el que se describe la intromisión del poder en la cultura de aquellos años, Operación Dulce es, como ha declarado el propio McEwan, una historia de amor. La que surge entre un hombre y una mujer pero, sobre todo, la que se da entre los lectores (y el propio autor) y la literatura. Un homenaje a la escritura y al poder de la imaginación que McEwan logra con la relación que se establece entre la joven espía, incansable lectora, y Haley, el escritor algo inexperto en el que podemos adivinar a una suerte de «alter ego» del autor.

Un guiño, al fin y al cabo, a la novela, el espacio en el que el británico se sigue reconociendo como lo que es: un avezado explorador de las relaciones humanas.