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La poesía como herida pero también como antídoto, y no sólo en el Día del Libro

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

«Sucede que mi boca es una herida» escribe Belén Reyes, poeta que barre las calles con música tan triste como sarcástica, y continúa: «Sucede que me duele aquí en la tinta».

belenreyesDispara con el pecho y con la cabeza, se duele en cada cictariz y aún le quedan versos para la ironía y la propia caricatura.

Leer a Belén Reyes, cualquiera de sus libros: Ponerle un bozal al corazón, Desnatada, Ser mayor es un timo…, es ponerse frente a un espejo y viajar a países de carne y recuerdos cambiados por las traiciones de la memoria, y volver, tras el intenso paseo, menos solo.

No hay respuestas, la poesía (al menos la que no huele a forzado, elitismo y mentira) no da respuestas, su terreno es la pregunta, y esta cantora de lo cotidiano y lo prosaico domina el territorio: «Soy la costra del sueño, si me levanto sangro».

Antídoto sin parche: así propone y así escribe Belén Reyes.

 

Yo sé que es vida esto que se mueve
entre estas venas rotas y cansadas.
La poesía es un arma cargada de mercurio,
—hay una minoría que la atrapa—.
Los demás que se apañen con la nómina,
con el vídeo, la coca o la esperanza.

 

Las anotaciones de Mario Benedetti: cuando el poeta buscaba acabar con la tiranía del tiempo

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hay pequeños gestos que nos descubren. Detalles que parecen triviales y en los que, sin embargo, podríamos adivinar una suerte de ADN.
Las anotaciones que Mario Benedetti realizaba en sus libros, sobre las que estos días nos hablan los depositarios de la que fue su biblioteca en España, son algo así. Similares a ese gesto inconsciente y aparentemente vacuo en el que, sin saberlo, copiamos a un antepasado. Como ese tic en el que nos rascamos la cabeza o nos apartamos un mechón de pelo y en el que, no obstante, podemos comprender, en un abrir y cerrar de ojos, quiénes realmente somos.

mario_benedettiLo han revelado estos días los responsables del Centro de Estudios Iberoamericanos de Mario Benedetti (CeMaB), ubicado en la Universidad de Alicante (UA): el poeta realizaba anotaciones en sus libros y recurría incluso en algunos momentos a subrayados en colores chillones. Eran intentos de apresar, pienso yo, esos retazos de clarividencia que encontraba en sus lecturas. O al menos es lo que me pasa a mí cuando leo distraída y, de pronto, ¡zas!… encuentro esa frase lúcida que viene a hablarme a mí y sólo a mí, y que me deja congelada sobre el escritorio: la subrayo afanosa y anoto a su lado palabras que me ayuden a no olvidarla nunca. Porque en ese momento quiero —y prometo sin saberlo— llevarme para siempre ese trocito de luz. Sea como sea y pase lo que pase, ahuyentando al tiempo y su tiranía.

La directora del CeMaB, Eva Valero, a la que tengo la inmensa suerte de conocer, dice que esos subrayados y anotaciones «dan la medida y la dimensión de su preocupación social, histórica y política». Y, desde luego —y de nuevo, como en las clases que impartía en el Máster de Estudios Literarios de la UA—, parece estar en lo cierto. Porque qué fácil resulta reconocer al poeta apasionado y comprometido que fue Benedetti con anotaciones como ésta: «La derrota es una acción. El exilio es una acción. Sueños de acción (…) la literatura es un producto social».

Rápidamente comprende uno que Benedetti, el poeta de la acción y de los sueños, que clama para que no nos rindamos ni claudiquemos, está detrás de esas líneas. 

Leo todo esto y pienso en las ganas inmensas que tengo de pisar ya ese tesoro que deben ser las nuevas instalaciones del CeMaB. De consultar algunos ejemplares de entre los más de 6.000 que el poeta donó a la Universidad de Alicante en 2006, en donde se encuentran también los dos poemas inéditos que salieron a la luz hace un año gracias al trabajo de Valero y del querido catedrático de Literatura Hispanoamericana José Carlos Rovira, entre otras personas.

Gracias a todos ellos porque, debido a su admirable empeño, podremos recordar que aunque «todo se hunde en la niebla del olvido», éste está lleno de memoria una vez que «la niebla se despeja» y el recuerdo del poeta sigue vivo.

Otoño: poesía y hojas muertas sobre el asfalto

Por María J. Mateomariajesus_mateo
El plano recoge las hojas caídas, recién muertas, que encuentro a cada paso. Hojas deshidratadas, de tonos y formas dispares —pequeñas y graciosas, algunas; puntiagudas y estilizadas, otras— esparcidas sobre el asfalto. La cámara son mis ojos, registrando estos fósiles de ciudad, vestigios de una felicidad extinguida, de días leves y acabados.

DSC_0319_1Deben de ser restos de robles, alcornoques, álamos… aunque yo ignoro los datos. Juego a olvidarlos como hago contigo: finjo no recordar tu nombre, tus manos, tu existencia. Pero fracaso en cuestión de minutos y vuelvo a esa canción… «Since you went away, the days grow long».

Es el paisaje del otoño, el que alumbra este sol impío y ofrece a la vez sombras, ecos de tu despedida. Los que me traen a la memoria los versos de Antonio Lucas, de su libro Los desengaños, sobre el que estos días ha recaído el premio internacional de Poesía Loewe 2013.

Son versos que hablan de un silencio que se hace estridente: el que impone el desamor, la edad que va «hilvanando el espino», la soledad que es involuntaria. Y versos que traspasan las fronteras de la piel para denunciar, sin soflamas, la estafa que es vivir en un país en el que la pobreza describe una línea insultantemente creciente. 

146660Escuché a Antonio recitar sus propios versos la semana pasada, en el Festival Eñe, y rápidamente supe que iba a convertirse en uno de mis poetas de cabecera.

Flanqueado por Caballero Bonald y Soledad Puértolas, saludé junto a ellos la «luz alentadora y nueva» de este joven poeta sobre el mundo adverso que palpita en el texto y que, irremediablemente, «no nos gusta». Y acto seguido le oí decir lo que evidenciaban después sus poemas, que el libro es fruto de «una crisis sentimental y una crisis con el presente», al que rechaza y frente al que combate con la única arma que tenemos algunos: la palabra.

Palabra dura, eficaz e implacable. Palabra desencantada y rebelde. Palabra luminosa que bebe indiscutiblemente de un otoño que hay quienes queremos expulsar, precisamente, a fuerza de palabras.

Palabras en combate y desengaños que benditos sean si, después de todo, acaban convertidos en verso.

 

 

Cuarenta años sin Pablo Neruda, poeta necesario

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Como el pan de cada día o como el aire que exigimos trece veces por minuto, que dijo Celaya, hay poesía y hay poetas necesarios.

Son esos que nos hablan desde las vísceras y que nos cantan a pleno pulmón de sus sueños y sus miserias. Esos, cuyas palabras, documentos de vida, se han quedado para no marcharse solapadas a las nuestras y en los que es preciso creer para sobrevivir entre tanta mentira, entre tanto embuste prefabricado, la mayoría de las veces por quienes nos gobiernan.

114932Precisamente, esta semana se cumplen 40 años de la muerte de uno de esos poetas necesarios. Pablo Neruda, paradigma de honradez literaria, fallecía el 23 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile por causas que estos días se investigan. Por eso, más allá del motivo de su fallecimiento —en breve se determinará si murió de forma natural o fue asesinado por el régimen de Augusto Pinochet—, he querido recordarlo del mejor modo que se me ocurre: leyéndolo. Estos días he desempolvado su Residencia en la tierra, su Canto general y sus Veinte poemas de amor, y he deseado que el día no acabara para adentrarme en la parte de su profusa obra (compuesta de más de cuarenta libros) que aún desconozco.

Revisitar al Premio Nobel me ha permitido recordar al «formador de lenguajes imprescindibles» que fue —en palabras de mi querido maestro, el Catedrático de Literatura Hispanoamericana José Carlos Rovira— cuando canta el gozo del amor y del erotismo más puro, pero también cuando es el vate dolorido por el lacerante paso del tiempo. Cuando aparece en los versos ese ser abatido ante la proximidad de la muerte «que espera vestida de almirante», y a ese que, aun renegando de las soluciones que ofrecen las religiones, encuentra por momentos únicamente consuelo en cierto panteísmo.

He respirado en muchos de sus versos el «clima otoñal» de su poesía, no la del hombre triunfante sino la del «ser explotado y vejado» del que hablaba el estudioso de su obra Giuseppe Bellini. Y he comprobado su constante… la certeza de «lo poca cosa que somos», del misterio de la vida y la muerte como ciclos de una misma cosa, de algo que no sabemos en realidad qué es y hacia dónde nos lleva.

Sobre ese material, me he vuelto a alegrar de sus feroces ganas de trascender una muerte que «está en los catres: en los colchones lentos, en las frazadas negras». Y su sed de ser auténticamente humano, de «no seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra».

He revivido, en suma, a ese poeta de corazón grande, con «ansia sin límite» y hambriento de vida y de luz que fue Pablo Neruda. Inconmensurable en los temas por los que transitó e irreducible a una poesía social que algunos han intentado desacreditar sin demasiada fortuna.

Quiero no tener límites y alzarme hacia aquel astro.
Mi corazón no debe callar hoy o mañana.
Debe participar de lo que toca,
debe ser de metales, de raíces, de alas.
No puedo ser la piedra que se alza y que no vuelve,
no puedo ser la sombra que se deshace y pasa.

Antídotos para salir de la autocompasión

Por Paula Arenas paula_arenas

La vuelta al colegio. Mi cabeza está mirando desde el patio de mi hijo. Soy yo, estoy dentro y llamo a mi madre, me llamo a mí. Quiero que venga y que volvamos a la playa o a casa. Sí, con estar en casa bastaría. A salvo.

Estás proyectando, te dices, me digo. Pero no del todo. Es muy pequeño y yo, a veces, como ésta, también. Sólo un libro puede salvarme, distraerme, sacarme del patio. Él ya está dormido, y sus últimas palabras han sido: “Mañana (que será hoy cuando lo lean o incluso ayer) cuando me llaméis y encendáis la luz no voy a levantarme. ¿Qué vais a hacer?”

Leer para que no duela

Qué leer la noche antes de su vuelta al cole

Lunes. Va a ser (ya habrá sido…, pero no mientras lo escribo y en este caso importa que sea domingo y también 8 de septiembre). Malo, malo y malo, va a ser una asco. Esto es un blog de libros, y ellos son parte de mi vida, no los separo. Y eso da problemas.

La vida no es literatura. Menos divagación. Paula, haz memoria, no es momento de jugársela con una novedad, por muy segura que creas la apuesta. Y entonces, clic, Nicanor Parra, poemas, antipoemas, del poeta que acaba de cumplir 99 años y me arranca siempre una sonrisa.

Dicen (algunos lo han comentado) que leer no mata pero sale caro… Pinchen Parra y lo leen gratis. Y a quien no le guste que no se lo compre, él mismo lo ha avisado siempre: “Suban, si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por la boca”.

Me hace reír un poco. Vuelvo a él con ansiedad, estoy buscando esa manera suya de darle la vuelta a lo que para él había sido muchas y tanto tiempo la poesía: el paraíso del tonto solemne. ¿Estaré en él, Nicanor? Rozo la ñoñería, la cursilada que tanto te espanta y de la que tan bien has librado a la poesía. Ay, tu Autorretrato, tus Artefactos, tus antipoemas, tu Advertencia al lector:

Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse:
La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,
Menos aún la palabra dolor,
La palabra torcuato.
Sillas y mesas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes!, ¡útiles de escritorio!
Lo que me llena de orgullo
Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.

Me da igual los premios que no te den, la verdad es que ya tenías que tenerlos todos.

Queda mucha noche y el sueño se me escapa siempre que caigo en la autocompasión y la pena, la tragedia. Me sacas de la tragedia. Te leo en el ordenador y luego cojo tus Obras completas.

Sigue quedando noche y me aterra. Necesito saltar a otro. Volver…, pero ¿quién me llevará lejos? Y busco en una de las pilas de libros que me rodean. Maldigo mi desastre, como siempre que busco y no busco. Si no sé qué estoy buscando por qué me quejo.

No quiero encender el maldito ordenador y empezar a meterme en páginas de educación y crianza y ver lo malo, lo bueno, y todo los puntos de vista encontrados que voy a encontrar (por supuesto que podría sustituir por ‘hallar’, pero no es lo mismo). Y Elizabeth Fodor, otro libro (muy recomendable cualquiera de los que dedica a la infancia) , me la sé de memoria.

Viejo, muy viejo, y con tapas blandas y polvo como para que coja una toallita del niño (se han convertido en el limpia-todo oficial), lo tengo en mis manos. Es fino y lo recuerdo, pero volverá a engancharme. Es el francés Boris Vian (1920-1953) y su primera novela (muchos se estarán acordando ahora mismo de esta obra), Escupiré sobre vuestra tumba. Lo que necesitaba. Antídoto brutal.

Tan brutal que el tiempo no le ha quitado un milímetro de virulencia. Sigue siendo un rey. Ese protagonista rubio de cuerpo tan hermoso y fuerte como el de un negro (no puedo y no debo ‘reventar’ el motivo, aunque me muera de ganas), lleno de ira y deseoso de venganza, va a hacer que mi cabeza pase de la, gracias, Parra, sonrisa a la absoluta pérdida de la noción de mí misma.

Me hace tanta falta… Siento que a él le saliera tan cara (fue condenado a pagar una buena suma y censurado) la obra (y no sólo ésta), pero al menos, sigue salvando. Me salva.

Vian, escupiremos juntos esta noche, y tu catarsis y venganza, tu manera de usar la violencia para denunciar el racismo me va a dar a mí mucho más que cualquier somnífero.

Sobre todo, porque así mañana cuando tenga que llevar a mi niño al colegio no tendré ese efecto terrible de la química y estaré mucho más que despierta. O con la ira suficiente para no dejar que la ñoñería perjudique a al que menos se lo merece. Ni una lagrimita.

Gracias, Vian.