Archivo de diciembre, 2013

Acabar el año: No sin ‘Intemperie’, de Jesús Carrasco

Por Paula Arenas Martín-Abril paula_arenas

A punto de terminar el año escribo sobre el que ha sido el libro del ya ‘moribundo’ 2013. Para Jesús Carrasco (Badajoz,1972) ese 13 final no ha sido sinónimo de mala suerte: su literatura, de elevada e insólita calidad, ha recorrido el camino merecido. Intemperie ha sido el libro del año.

intemperie-9788432214721No sólo lo han declarado y premiado nuestro Gremio de Libreros, también en Holanda así lo han considerado, y han llenado sus escaparates con la fascinante novela del español. Esta vez sí, joven para tan impecable construcción narrativa.

Me preguntan algunos sobre qué libro pueden regalar para Reyes y repito el mismo, casi como un mantra: Intemperie, de Jesús Carrasco. En esta ocasión no pregunto para qué tipo de persona o cuáles son sus gustos, tal es mi fe en esta novela.

Muchos aún no saben quién es y los que curiosean su portada y leen su sinopsis no siempre se deciden. En mi opinión se debe a que ésta es una de esas obras imposibles de resumir o intentar contar o presentar con una portada.

El mínimo e injusto intento: Un niño huye por unas tierras en las que la miseria de todo tipo (no sólo material) parece inundarlo todo. ¿Podrá evitar malograrse o las circunstancias determinan?

Lo han comparado con Delibes, algo que a varios parece echarlos para atrás a la hora de decidirse. Mi opinión: la voz de Carrasco no tiene nada que ver con el vallisoletano. Precisamente por ser tan diferente e incomparable ha llegado tan lejos. Por eso antes de publicarse en España ya lo habían comprado más de quince países. Por eso lleva más de 16 ediciones.

‘La ridícula idea de no volver a verte’, la «herida hecha luz» de Rosa Montero

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Las manecillas de los relojes están ya en las últimas. Van dando vueltas sobre sí mismas en estos períodos inventados que son los años y, a estas alturas, da la impresión de que se hubieran acelerado.
Llega el momento de realizar el dichoso balance —ese que parece inevitable cuando un ciclo está a punto de cerrarse— y de hacer recuento de lo vivido y lo no vivido, y del mismo modo, de lo leído y de lo que aún nos queda por leer.
Yo voy a intentar, sin embargo, sortear el cansino y a veces forzado cálculo para limitarme a hablar, eso sí, de la última obra que he leído este año, que bien podría situar entre los primeros lugares en el ranking de mis «mejores libros de 2013».
Se trata de La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral), una obra luminosa con la que Rosa Montero ha logrado hacer magia, manejando la sorpresa. Una especie de híbrido entre el ensayo, la autobiografía y la novela que surgió de una trágica circunstancia —la muerte de su marido— y que, cosas de la vida, nos recuerda cómo la experiencia más dramática puede acabar convertida en luz, una vez que se hace arte, en esta ocasión, literatura.
la-ridicula-idea-de-no-volver-a-verte_9788432215483El germen del libro fue la sugerencia de la editora de Montero de escribir un prólogo para el desconsolado diario que Marie Curie escribió tras la muerte de su marido, Pierre. Una propuesta que fue el pistoletazo de salida para que Montero se lanzara a escribir sobre su propia circunstancia y, en concreto, sobre la pérdida que acababa de sufrir y que estaba a punto de sumirla, como ella misma reconoce en la obra, en un largo silencio.

Pero La ridícula idea de no volver a verte es mucho más que un libro sobre la muerte y sobre ese agujero insalvable que es la experiencia de una pérdida. Porque va mucho más allá de la autobiografía para hablarnos, entre otras cosas, de las ganas que a pesar de los escollos sentimos los humanos de dilatar la experiencia de la vida: de incluso hacer revivir a nuestros muertos en nuestra propia existencia, y de la suerte de quienes hemos conocido el amor, «eso que consiste en encontrar a alguien con quien compartir tus rarezas».

Sobre estas bases, Montero da vueltas alrededor de conceptos como la soledad y el duelo para contarnos que finalmente la recuperación es algo que no se consigue nunca, porque, afirma, en el fondo, sólo podremos lograr nuestra propia «reinvención», el único objetivo alcanzable.

Logra así romper la primera fase en la que el dolor es tan agudo que se hace impronunciable —«El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante», llega a decir— para ofrecernos una «herida hecha luz» que resplandece como paradigma del consuelo que buscamos en la creatividad, ese «intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza».

Entre tanto, redescubrimos al personaje fascinante que fue Marie Curie. Ese ser «valiente y fuerte», de gesto duro pero «interior ardiente» que abrió «brecha en la endurecida costra de los prejuicios» de una sociedad todavía muy machista. Un contexto que se nos revela junto al retrato particular que, sin caer en la hagiografía, Montero realiza de la científica, alguien que logró quizá lo más difícil: ser humana y excepcional a un tiempo.

¿Crearían los libros en los niños el mismo universo si su soporte fuera un e-book?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

No es por ponerme pesada, pero estos días es inevitable ver cómo se regalan e-books (odiosa palabra). Tampoco es que haya sido una invasión, pero sí que he visto desenvolver alguno que otro. Y el asunto me lleva de nuevo a los libros electrónicos y al papel.

He visto al mismo tiempo cómo varios pequeños abrían preciosos libros llenos de ilustraciones y otros de cartón grueso con llamativos colores. He visto a esos niños encantados con esos regalos, y en ocasiones preferirlos a otros mucho más sofisticados.

versos-del-mar-9788467563658Mi hijo, de cuatro años, está feliz con su Versos del mar (SM), una obra de arte de Carlos Reviejo y Javier Ruiz Taboada en la que la poesía está de contrabando pero está y los dibujos llevan a cualquiera hasta un mundo mágico, más que un mar de película.

Hay niños de todo tipo, pero no conozco a ninguno que habiendo disfrutado casi desde la cuna del libro como juguete y diversión gracias a la intervención temprana de sus padres los rechace en los años sucesivos. En la adolescencia no entro, que ahí el campo cambia mucho de césped.

No ha tenido nada de extraño pensar pues en un niño de dos, tres, cuatro años abriendo un paquete cuyo contenido, en lugar de uno de esos fascinantes libros (este año las ediciones han sido especialmente hermosas), fuera un libro electrónico. Y me pregunto qué ocurriría si todas esas ilustraciones pudieran verlas ellos solos, sentados frente a su e-book infantil, sin poder tocarlo, girarlo, señalarlo, incluso doblarlo o desplegar un pop-up.

Si algo así los atrapara… ¿Serían libros o serían como los dibujos animados solo que sin movimiento?

Sería triste; eso es lo único que sé. Que para mí sería triste. El niño ya no podría elegir entre sus libros el que quiere que se le lea o enseñe o mirar él mismo. La máquina le daría una vez más todo hecho, masticado, fácil para ellos y, sobre todo, para los padres, que así no tendrían que emplear tiempo en leer o compartir cuentos con ellos. Simplemente apretar la tecla, igual que la de la tele o el ordenador.

 

 

Esa cosa extraña llamada normalidad

Por María J. Mateomariajesus_mateo
La normalidad está llena de extrañeza. Y si no que se lo digan a la escritora argentina Mariana Graciano (Rosario, 1982), que acaba de presentar en España su obra La Visita (Demipage).

La obra de Mariana ha llegado estos días a mis manos para hacerme recordar algo en lo que siempre he creído profundamente. Y es que nada hay más inquietante que la propia realidad. Nada más extraño que la actividad que hemos instalado en la rutina, la mayor parte de las veces con el propósito de sentirnos más seguros, creyendo que en la periodicidad, en la fuerza de la costumbre, nos encontraremos a salvo. Menuda ilusión.

Leo las cerca de veinte historias que aglutina en La Visita y vuelvo a ese pensamiento. Al entramado fantástico que esconde la cotidianeidad. Y no me refiero a la fantasía que existe en los instantes dramáticos o extraordinarios de la vida —a los que no remite la autora— ni tampoco a lo «atolondradamente mágico del realismo», afirma Antonio Muñoz Molina en el prólogo de la obra. Sino a ese otro «algo mucho más pudoroso, más cercano a la sospecha que a la certidumbre, al desasosiego que al miedo» en el que se concentra Mariana, añade el reciente Príncipe de Asturias de las Letras. Y yo, como de costumbre, estoy de acuerdo con el maestro Muñoz Molina.

20131121125541_1Porque es cierto, la argentina no se dedica a mostrar, sino a insinuar, la rareza y fragilidad que encierran periodos como la niñez o la adolescencia, y espacios tan aparentemente corrientes como un vecindario. Esboza, en resumidas cuentas, la delicadeza que contiene la vida misma, donde el curso de los días puede cambiar de un momento a otro y a partir del detonante aparentemente más absurdo.

Es lo que ocurre en historias como Vanesa, en la que se narra lo que podría ser la génesis de un enamoramiento si no fuera porque ese chispazo queda consumido en cuestión de segundos y desaparece de forma inexplicable sin llegar a ser parido. Un ejemplo de la inconsistencia que define la vida como lo es también el que es mi cuento favorito, Resquebrajado, donde se relata la triste experiencia de unos padres a los que se les informa de que su bebé padece una enfermedad congénita que le hace ser «un cristal» entre sus brazos. Un relato que, por cierto, reabre la herida que a muchos nos duele estos días ante la desgraciada aprobación del anteproyecto de la Ley del Aborto, que elimina el supuesto de la malformación y que, como decía en un emotivo post Madre Reciente, nos hace pensar en «la condena de verlos nacer para luego verlos morir o padecer».

Un caso más en el que se nos revela la naturaleza de la vida, depósito de «lo inesperado o lo amenazante», y rara en esencia como lo es la cubierta del propio libro: aparentemente artificial por su llamativo colorido, aunque sorprendentemente natural a pesar de (o precisamente por) su extremismo.

Mentiras que devuelven verdades: hermoso papel nunca tendrás rival, incluso si pierdes

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Imposible estar más de acuerdo con mi compañera de blog, Mariaje, y su amor al ‘papel’, a esos libros que son parte de lo que somos y que tanto nos hacen sufrir cuando no los encontramos en el lugar que los dejamos.

A mí no ha habido rey mago que por adelantado me haya traído un ¿cómo se llama? (vuelta a la entrada anterior, a la de Mariaje, que ha abierto esta vía)…, y me pregunto porqué. Tal vez mi colega tenga a bien contarlo en su próxima entrada o en un comentario, o al menos a mí, aunque sea bajito (de momento conservo bien el oído).

Cuando la leía pensaba la de veces que he estado sentada frente a la biblioteca de mi padre, buscando títulos, sacando libros que abría y cerraba y volvía a colocar… Todas esas otras veces que íbamos a la Cuesta de Moyano y me decía que me regalaba el libro que yo quisiera, y la emoción de la búsqueda. También los muchos paseos a librerías de viejo, con mi padre como siempre, y la expectación ante tantas torres de libros… Casi era una aventura.

Puede que ocupen mucho espacio, puede que sean caros (aunque siempre hay maneras de encontrarlos baratos), puede que haya libros dignos de quedarse en un lugar lejos de nuestras casas, pero ¿y qué ocurre si nos quedamos sin dedicatorias, sin esas páginas dobladas que señalan lo que nos gustó, sin esos versos subrayados, sin esa imagen que trae la portada de un libro que nos regaló alguien a quien quisimos hace mucho tiempo y de quien sólo nos queda ese libro?

Lo siento, pero continúo quedándome en el lugar de siempre aunque tenga que prescindir de espacio y apilar libros en torres o cargar con ellos por la calle. Son objetos, sí, pero son objetos con tanto valor como la música que pone banda sonora a nuestras vidas. O más.  Para algunos: bastante más.

¿Quién no se ha pasado horas buscando un libro al que tenía cariño y se ha quedado triste o enfadado al no encontrarlo? Hay objetos…, y objetos. Una profesora de literatura me dijo una vez: «no digas libros, son obras«. Y tenía razón. Lamento haber tenido que emplear el término ‘libro’ en esta ocasión (y que no haya foto para esta entrada: así es más coherente la reivindicación. No necesitamos tanta distracción… ¿o sí?)

 

 

‘Ebooks’ de tapa dura que huelen a papel y tomos enciclopédicos ‘ultraligeros’… vamos a soñar mentiras

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Será que este año he sido buena pero uno de los Reyes ya ha llegado y con un kindle bajo el brazo. Y yo, que hasta ahora había sido de la vieja escuela del papel, llevo días inspeccionando el nuevo aparatito y descubriendo lo fácil que es leer y manejarse con él, incluso en un caso como el mío, en el que, lo reconozco, nunca fui un as de las tecnologías precisamente.

Mi kindle y yo hemos tenido aún así un comienzo prometedor. Como ocurre en las (buenas) primeras citas, lo he estado observando con ojos nuevos y ávidos… estudiando sus detalles y reparando al fin en las bondades de mi último fichaje, que son muchas.

131683Esta especie de entusiasmo inicial se ha mantenido íntegro hasta que, al cabo de los días, se ha disparado una pequeña alerta que debía de andar escondida en alguna parte de mi cerebro y me he dicho a mí misma: «Sí, este ebook es genial pero no te olvides del viejo, pero nunca muerto, libro de papel… de la larga y fructífera relación que habéis construido durante todos estos años». Así que, me he puesto a recordar los atributos y virtudes de ese amor de cosecha, y he acabado acto seguido (me confieso) en la penosa tarea de establecer comparaciones entre uno y otro, enumerando en mi cabeza uno por uno los gastados y consabidos pros y contras a los que se asocia cada formato. Que si la experiencia con uno es inigualable por todo lo que conlleva: tradición, tacto, olor, etcétera. Y que si el otro es más práctico y es capaz de albergar miles de títulos del modo más ligero y… blablabla… Y así, suma y sigue, hasta que al cabo de un rato, ya algo mareada tras este extenuante y falso debate, he terminado por negarme a que elegir sea una opción y he empezado a soñar la posibilidad de híbridos inviables entre el ebook y el libro convencional. ¿Por qué parece que hay que elegir siempre? ¿Por qué no fantasear? Total, soñar es gratis, me he dicho.

Así que, buscando soluciones intermedias —y, por supuesto, inalcanzables, mis predilectas— he imaginado ebooks que huelan a papel y contengan dedicatorias escritas a mano sobre hojas amarillentas, con fechas imposibles. Esto es, lectores electrónicos pero encuadernados y polvorientos, cuyas páginas tengan el tacto del mejor papel y hagan ruido al ser pasadas, y que, amontonados como los libros de siempre, acaben convertidos en librerías infinitas. En catálogos que, reunidos en bibliotecas antiquísimas, nos saluden desde los estantes con sus lomos coloridos y multiformes… Ebooks de tapa dura capaces de lograr la fiesta estética que hasta hoy solo pueden celebrar los libros convencionales en las estanterías, esos puzzles formados por miles de piezas únicas, que hacen que ninguna estantería sea igual a otra.

Del otro lado, he sugerido libros con apariencia tridimensional aunque con todas las ventajas de las casi dos dimensiones. Tomos de dimensiones enciclopédicas con caracteres digitales que se dejen abrazar mientras los leemos, aunque adopten más tarde, cuando tenemos que transportarlos (o facturarlos en nuestras maletas), el formato ebook para que no lleguen a pesar ni 200 gramos.

Y ya puestos a pedir, he reclamado—y esto sí es aplicable y deseable para la realidad— precios más bajos para unos y otros en el próximo año. No ya los que se fijan para los libros electrónicos, sino importes muchísimo menores para ambos formatos. Precios similares a los de la barra de pan, para que recordemos, cuando vayamos a pagar, que leer es (casi) tan necesario como comer y que, ya lo decimos en este blog, no mata aunque su coste pueda a veces resultar letal.

De momento, habrá que seguir soñando que eso sí, al menos hasta ahora, sigue siendo gratis.

José Luis Corral y Arturo Pérez-Reverte: duelo sin rival

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

«El pasotismo es apoyar al sistema y gente como Arturo Pérez-Reverte es lo que hacen». José Luis Corral se despachó a gusto cuando, entre pregunta y pregunta sobre su obra El médico hereje (Planeta), le pregunté sobre posturas, en mi opinión también combativas, como la de Pérez-Reverte.

No sabía que desataría las fieras del historiador y autor de la aclamada obra El Cid, aunque puede que no anduviera yo muy fina ese día, y que arremetería Corral contra la postura del creador de Alatriste y El francotirador paciente (Alfaguara) como si de un ataque personal se tratara.

corralIncluso llegó a decir: «Ya sé que los medios le bailáis el agua»… Por un momento parecía que el propio Corral encarnara a Miguel Servet y su misión fuera defenderse del polémico e inteligente Reverte como si de la Inquisición se tratara.

Sólo que…, ni estaba Pérez Reverte ni había posibilidad de resucitar a Servet. Era pues un duelo sin rival ni personaje por el que pelearse.

Tras varios «Hacen falta más Servet en estos momentos«, el médico que se jugó y perdió la vida por defender la libertad (además de haber descubierto el sistema circulatorio), y una llamada de atención sobre esta figura poco recordada, terminó la charla hablando de Arturo Pérez-Reverte (tras mi pregunta, quede claro que fui culpable de mencionar el nombre del periodista y escritor).

La llamada a la acción del historiador y su deseo de recuperar personajes de nuestra historia como Servet son afortunados, igual que su novela, pero ¿por qué le enfadó tanto el escritor al que aludí? Lástima que la conversación terminara justo ahí.

(Iba a no decirlo, pero lo voy a decir: Reverte no sale de la lista de los más vendidos desde que publicó su última novela, El francotirador paciente).

 

El trabajo lo estropeó todo…, según Lafargue

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Decir algo así del trabajo en este momento parece más que una provocación un acto de insensibilidad. Pero situemos el asunto: año 1880 y un hombre, Paul Lafargue (yerno de Karl Marx), dispuesto a meter el dedo en todas las llagas con un pequeño libro (ni 80 páginas) llamado El derecho a la pereza. Me gustaría poder acompañar el título de una editorial, pero en este caso el libro no lo ha publicado sello alguno, sino Javier Krahe con su último disco Las diez de últimas.

Javier Krahe (FOTO: JORGE PARÍS)

Javier Krahe ha publicado el libro de Lafargue ‘El derecho a la pereza’ (FOTO: JORGE PARÍS)

El cantautor irónico y provocador no ha dudado en sacar en plena crisis y paro un texto como éste, considerado «una verdadera máquina de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista de finales del siglo XIX». Un auténtico misil lanzado sin paliativos contra los efectos derivados del trabajo asalariado. Algo que para Paul Lafargue llevó a la clase obrera a perder su poder y su capacidad de rebeldía.

Deja claro el autor que para avanzar habría que haber seguido un camino diferente al trazado por culpa del trabajo. «Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones en las que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste humanidad. Esa locura consiste en el amor al trabajo, en la pasión furibunda por el trabajo, que lleva hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su prole». Y esto no es más que el comienzo del reclamo de Lafargue a la pereza como derecho, porque para él: «En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de todas las degeneraciones intelectuales, de todas las deformaciones orgánicas».

Mucho tenía que decir y dijo Javier Krahe a este respecto en su entrevista a 20minutos, y no por ello dejó de denunciar la terrible situación que atraviesa nuestro país y la repugnancia que le inspiran los políticos: «Hay que ser repugnante para ser presidente, incluso para querer serlo».

Un buen dos en uno: las nuevas canciones de Krahe en Las diez de últimas y el libro fino pero guerrero de Lafargue. ¿Pereza como rebeldía?

Llévate los libros que quieras y paga lo que consideres

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hay lugares en los que la cultura sigue sin ser un lujo, a pesar de Wert y sus amigos. Espacios en los que se continúa promoviendo la idea de que pensar, como leer, nunca puede ser un privilegio al alcance de unos pocos sino todo lo contrario: un derecho para todos.
Bajo esta premisa nació en Madrid hace poco más de un año un lugar muy especial que gestiona una pequeña ONG llamada YOOU, la librería Tuuu. Un rincón en cuyas estanterías descansan miles de «libros libres», que no se compran ni se venden, y al que pude acercarme esta semana para mi suerte.

1012794_582017908533557_1086363549_nLa idea es muy sencilla, me contaba Álkistis, una empleada simpatiquísima que me enseñó la librería con la mejor de sus sonrisas: cualquiera puede acercarse hasta el local, ubicado en el céntrico barrio de Chamberí (Covarrubias, 38), elegir el (o los libros) que considere y ponerles el precio que crea oportuno. Basta con hacer un donativo en la «hucha libre» de la librería para que el engranaje siga funcionando. Porque los fondos que se recaudan de esos donativos se destinan a su vez a la construcción y financiación de bibliotecas, escuelas y orfanatos en países de América Latina, entre otros proyectos.

El planteamiento en el que se basa Tuuu se inspira en la experiencia de  The Book Thing, una librería pionera que nació en Baltimore hace unos años también con la intención de promover el libre acceso a los libros. Allí, como en Tuu, los libros se obtienen de las donaciones que realizan las fundaciones, editoriales y particulares que quieren aportar su granito.

Un granito que sumado a otros muchos ha dado lugar a un proyecto ilusionante: un espacio acogedor como pocos en el que el catálogo es tan amplio como apetitoso y en donde no solo figuran montañas de libros —muchos clásicos y también alguna que otra novedad— . Y es que Tuuu no solo “vive” de libros: junto a sus estanterías, alberga un rincón dedicado al cine que incluye centenares de DVDs listos para ser adquiridos (a un precio de 2 euros) o ser prestados (por 1 euro durante una semana).

Un lugar para perderse, en definitiva, y celebrar que la cultura puede ser libre y no salir tan cara.

 

Contra mí: el libro de la ¿escritora? Belén Esteban es uno de los más vendidos

Por Paula Arenas Martín-Abril paula_arenas

«Qué horror, esto ya es el colmo» . «No, por favor, eso no, un libro de Belén Esteban no…». «Pero ¿hasta dónde vamos a llegar?» Son reacciones inevitables en algunas personas, entre las que me incluyo, mentiría si dijera lo contrario, al saber, ver y no leer el libro de Belén Esteban: Ambiciones y reflexiones (Espasa).

Yo también lo pensé, todo lo que ha iniciado esta entrada y más, bastante más y peor y…, bueno, lo pienso. Sin embargo me ha dado por intentar cambiar de postura.

estebanbelénSí, me ha entrado una inexplicable rabia. Doble, porque por un lado resulta horrenda la idea de que Belén Esteban haya publicado un libro (y esté entre los diez más vendidos), y por otro por el motivo contrario: ¿quiénes somos para juzgar y horrorizarnos ante un hecho que es libre? A nadie le obligan a leerla o a comprarla, mucho menos a hacer cola, inmensa por cierto la del centro de Madrid, para que firme un ejemplar.

Así que me impongo cambiar el esnobismo y para ello trato de meterme en la piel de quienes sí quieren leer a Belén Esteban y sus Ambiciones y Reflexiones. ¿No hay espacio para todos? Pues desgraciadamente no lo hay, y existen muchos escritores brillantes relegados a pequeños huecos o ni siquiera, pero hace mucho tiempo que ocurre eso. No tiene la culpa Belén Esteban y tampoco quienes la leen.

¿A qué viene pues que nos alborotemos tanto algunos que presumimos de no ser elitistas (y cada vez menos)? Si estamos hartos de ver cómo se aúpa a escritores insufribles pero intocables (a ver quién se atreve a meterse con algunos supuestamente grandes nombres, y no, no me voy a pringar en esto).

En fin, que he hecho el ejercicio de llevarme la contraria, que tan bien hace Juan José Millás, y parece que ahora, al terminar, estoy bastante convencida de este ‘Contra mí’ que acabo de emitir.

¿O no?

(Comentaristas con nombre real y nunca escondidos tras falsas identidades: Espero ansiosa vuestras hermosas palabras)