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J. D. Salinger sigue sin estar a salvo cuatro años después de su muerte

Por María J. Mateomariajesus_mateo

El silencio suele tomar tintes legendarios o, en su defecto, acabar convertido en rumorología. No hay nada como no hablar de uno mismo para que los demás se pongan a ello con total dedicación. Nada como no dar la versión propia de los hechos como para que la de los otros se convierta en la oficial.

La historia de Jerome David Salinger es un buen ejemplo de la tiranía que impone la fama, y del peligro que supone retirarse de la vida pública y renunciar a interpretar un papel en este gran teatro que es el mundo.

Evasivo y misterioso, el autor de El guardián entre el centeno fue, tras su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, víctima de una herida psíquica incurable que quiso ocultar a sus coetáneos durante un tiempo que supuso décadas en el refugio de New Hampshire, adonde se retiró y murió en 2010.

135525Pero ni siquiera atrincherado en la zanja defensiva que construyó, ni reconfortado por la pasión de escribir —antes de abandonarla— J. D. Salinger, pudo mantenerse a salvo, lejos de los focos —que para él eran dardos— de la opinión pública.

Fue así cómo las especulaciones en torno a su figura fueron reproduciéndose y cómo muchas de ellas acabaron convertidas en presuntas biografías que resultaron ser, antes que nada, un compendio de conjeturas en las que intentaba descubrir al hombre y no tanto al escritor.

Con un planteamiento distinto —no sé aún si real o no; habrá que leerla—sale este martes en España, de la mano de Seix Barral, Salinger, la obra que aspira a ofrecer la «semblanza definitiva» del autor.

Se trata de una obra profusa, escrita por David Shields y Shane Salerno, que vio la luz hace unos meses en Estados Unidos, y en la que se incluyen entrevistas, cartas, fotos y conversaciones desconocidas hasta el momento.

Una obra que, acompañada también de un documental, trata de ofrecer una «perspectiva poliédrica» del autor, dicen sus artífices, y que me provoca ahora una sensación contradictoria: una mezcla de una excesiva curiosidad, que se suma a la certeza de saber que el autor al que van dedicadas las más de 750 páginas que componen la obra desaprobaría su lectura.

Y es que, después de todo lo que sabemos de Salinger, o mejor dicho, de todo lo que no sabemos… me pregunto por qué andar removiendo entre recuerdos y documentos de alguien que nunca quiso publicidad. Y sobre todo, por qué hacerlo cuando, al fin y al cabo, contamos ya con lo importante: su obra. 

Leía hace unos días una reflexión de Virginia Woolf acerca de la «curiosidad» que suscitan la «biografías y autobiografías» de «grandes hombres» y «de hombres que hace tiempo que murieron y fueron olvidados, que descansan, uno junto al otro con las novelas y poemas», y que viene al caso recordar.

«¿Hasta qué punto —interpelaba la genial escritora— debemos preguntarnos, está un libro influenciado por la vida de su autor? ¿Hasta qué punto no entraña peligro permitir que el hombre interprete al escritor? ¿Hasta qué punto debemos oponernos o ceder a las simpatías o antipatías que el propio hombre provoca en nosotros (…)?» Son éstas preguntas —concluía— las que nos acechan cuando leemos vidas y cartas, y que debemos responder nosotros mismos, ya que nada puede tener unas consecuencias más funestas que ser guiados por las preferencias de otros en una cuestión tan personal».

Yo me pregunto, entretanto, si no estaremos tratando de aplacar una curiosidad malsana a cualquier precio, con métodos inadecuados y, sobre todo, con objetivos desvirtuados. Porque… ¿acaso ganaremos tanto registrando los cajones de la vida de un autor tan celoso como Salinger? ¿Husmeando sobre las huellas que dejaron sus zapatos?

Es posible que, con ello, sólo estemos  buscando —e inventando— una nueva obra, que siempre será menor y que estará muy lejos del libro más prohibido y a la vez el más leído,  El Guardián entre el centeno. Porque, como decía la británica, los hechos siempre serán «una forma muy inferior de narrativa» que difícilmente nos llevarán a conocer la verdad. Así que, quizá sea mejor limitarnos a respetar la voluntad de Salinger y remitirnos exclusivamente a su obra… y sin embargo… ¡ay, qué curiosidad!

 

2014, año de homenajes y brindis a la salud de la literatura

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Qué despiste. Se nos fue el año y al final no hablé de la obra con la que logré volar más alto en 2013. Esa a la que volví y que de nuevo quise retener, palabra por palabra, para reanudarla siempre que quiera con los ojos de mi memoria. La que, repleta de citas no casuales, no se puede explicar y en la que París es lo que debiera ser el mundo: «una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra», un verso de Apollinaire que parece no acabar nunca.
Volví a Rayuela, a esa «llamada al desorden necesario» que señala el «absurdo de los datos idiotas», «la diferencia entre saber y conocer». Y recobré, como siempre, el deseo de «lo insignificante, lo inostentoso, lo perecido». El ansia de que, entre tanta «ciencia inútil», llueva aquí dentro, «de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas».
128503Pero me quedé de nuevo sin palabras, de tan verdadera que la sentí, de tan cierto «el falso orden que disimula el caos», la «soledad del hombre junto al hombre» de la que nos habla. Y así he llegado a este intento casi frustrado de expresar la ingravidez que sentí, en esta especie de sequedad, de silencio casi forzoso.
Se nos escapó a Paula (esa otra enamorada de Julio Cortázar) y a mí el pretexto para hablar de la estampa inmortal de Rayuela en el año en que, qué paradoja, cumplió 50 años. Pero no pasa nada porque en 2014 se cumplirá el centenario del nacimiento del autor y volveremos a tener excusa (aunque no la necesitemos) para leer, releer y recordar al creador de la «contranovela».

Leo estos días que la fecha servirá de pretexto para la reedición de muchas de sus obras y la edición de otras en su memoria. Y bendito pretexto, pienso. Porque qué ganas de meterle mano a, entre otras obras, Cortázar de la A a la Z, la biografía visual y autocomentada que en breve publicará Alfaguara.

Voy a quitarme de todas formas por un rato la piel de mitómana (que desconocía tener, no deja uno de sorprenderse) y a recordar, en honor a la verdad, que 2014 no será sólo el año de Cortázar porque se celebrará también el centenario del nacimiento de otros dos grandes de las letras: Octavio Paz y Nicanor Parra. Dos motivos más para encerrarse a cal y canto en una habitación, y leer y leer sin contención ni medida. Por no hablar de los títulos, nuevos y viejos, inscritos en la ficción y no ficción, que saldrán a la luz en los próximos meses, y de los que habrá que seguir hablando en futuras entradas para no hacer que ésta sea interminable.

Por lo pronto, propongo un brindis a la salud de la literatura, a la que, a buen seguro, le espera un provechoso y feliz año.

Acabo de conocer un nuevo Franco, y ahora le tengo mucho más miedo aún

Por Paula Arenas Martín-Abril paula_arenas

Cuando abrí el pesado paquete esperaba…, no sé, una novela romántica o histórica, que son las normalmente muy gruesas, pero me equivocaba: era una biografía de Franco. Tal cual: Franco confidencial, de Pilar Eyre, con las letras de la portada en rosa y una foto de Paquito en blanco y negro…

No lo niego: lo abrí y empecé a leer aquí y allá, y de repente estaba casi emocionada pensando: pobrecillo, un niño flaco y pequeño, con calcetines raídos y azotado con una correa por su padre alcohólico. Tuve miedo, pero de mí, ¿es que acaso estaba justificándolo?

Qué horror, pensé y lo dije a medias en Twitter. Qué pánico, a ver si ahora me va a dar pena Franco.

Franco-confidencialY encima me dio por recordar a una parte de mi familia que sí creía en él, lo digo sin problemas, así fue nuestro país, hermanos contra hermanos (los Machado, por nombrar unos célebres), esa parte que me contó la guerra desde su posición. Me acordé de uno de mis abuelos que había perdido a todos sus hermanos en aquella maldita guerra… 

Me acordé también de la lectura de Celia en la Revolución, de Elena Fortún, la niña que ya no era tan niña y que no entendía por qué se enfrentaban entre tíos, hermanosy amigos. Aquel libro llegó a estar prohibido. Por Franco, claro, porque la censura no era de ‘otros’ era suya.  

En fin, que seguí leyendo y leyendo a Eyre (era cuestión laboral, y si entrevisto a un autor leo su libro): que si en la Academia le hacían mil barbaridades al raquítico entonces llamado Paquito, que si su padre lo llamaba marica y paquita, que si no tenía deseo o si lo tenía era de una manera bastante extraña, que si no había que tener piedad… Vamos que lo habían machacado, pero de eso a justificar…

Al día siguiente entrevisté a Pilar Eyre por el libro (qué cosas: preguntando sobre Franco… No lo hubiera creído jamás). Me contó que uno de los editores, declaradamente antifranquista y en su día militante del Partido Comunista, había llegado a emocionarse en algunos momentos.

La pregunta sigue ahí: ¿todo aquel infierno que cuenta Eyre que pasó Franco puede llegar a explicar al terrorífico dictador que fue después? Si fuera yo la que leyera esto en lugar de la que lo escribe tendría clara la respuesta, sería hasta radical. Y eso espero en los comentarios.

Una pregunta: ¿Qué nombre se habría puesto Franco si su padre llega a cumplir su deseo de llamarlo Anarquía? Dudo mucho que se lo hubiera dejado…