Archivo de la categoría ‘Poesía’

«Soy la eterna confirmación de la nada»

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Mujeres precipicio o Princesa Inca. Siempre puedo volver a su Crujido (Libros del Silencio) y encontrar sentidos nuevos, maneras diferentes de darle vueltas a este y aquel crujido (que de eso estamos hechos), canciones sin música pero con toda la musicalidad del mejor poema, alivios lentos pero eficaces, preguntas que no buscan respuestas,  declaraciones como que… a veces… quién no… : «Me desangro/ me desangro por el aire».

IncaEscribir corto porque la medicación o la mente traicionera no le dejan estar más tiempo o durar lo que duran los capítulos de una novela o simplemente, quién sabe, porque la distancia corta es el terreno que maneja mejor su cabeza, su corazón, su mano… Sus fantasmas.

Es ella, Princesa Inca, bautizada como Cristina Martín, quien lo cuenta cuando se lo preguntan, porque no lo esconde, no le da vergüenza: «Escribo poesía porque no puedo concentrarme más tiempo». Extenderse ahora en su enfermedad mental o en diagnósticos que ni ella acaba de creerse no es parte de lo que importa. Ni siquiera de lo que interesa.

Simplemente: Bendita falta de concentración. Eso dan ganas de decirle a quien a su vez dice mejor que nadie lo que somos: «Soy la eterna confirmación de la nada».

«Me desdibujo acariciada por cosas

absurdamente mínimas,

me desangro y no sé hacer

otra cosa al mirarte».

 

 

La poesía como herida pero también como antídoto, y no sólo en el Día del Libro

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

«Sucede que mi boca es una herida» escribe Belén Reyes, poeta que barre las calles con música tan triste como sarcástica, y continúa: «Sucede que me duele aquí en la tinta».

belenreyesDispara con el pecho y con la cabeza, se duele en cada cictariz y aún le quedan versos para la ironía y la propia caricatura.

Leer a Belén Reyes, cualquiera de sus libros: Ponerle un bozal al corazón, Desnatada, Ser mayor es un timo…, es ponerse frente a un espejo y viajar a países de carne y recuerdos cambiados por las traiciones de la memoria, y volver, tras el intenso paseo, menos solo.

No hay respuestas, la poesía (al menos la que no huele a forzado, elitismo y mentira) no da respuestas, su terreno es la pregunta, y esta cantora de lo cotidiano y lo prosaico domina el territorio: «Soy la costra del sueño, si me levanto sangro».

Antídoto sin parche: así propone y así escribe Belén Reyes.

 

Yo sé que es vida esto que se mueve
entre estas venas rotas y cansadas.
La poesía es un arma cargada de mercurio,
—hay una minoría que la atrapa—.
Los demás que se apañen con la nómina,
con el vídeo, la coca o la esperanza.

 

«He sido dado de baja en todo por inútil»

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

A veces uno se cansa y no busca dónde echar la culpa, sólo se deja vencer estando un rato en la derrota temida, perdiendo tranquilo, llorando sin ruido.

A veces uno tiene el llanto atravesado y resulta de una suma que no cuenta. A veces uno deja de correr y se humilla a sí mismo.

Ésta es una de esas veces. Y una vez más un poeta, Rafael Cadenas, en la última quiniela de los Nobel (lástima que no se lo dieran), da la palabra precisa y sobre todo la compañía.

800px-Rafael_Cadenas_2013Derrota

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

(FOTO: Wikimedia Commons / Abril Mejías)

El poeta que mejor desnudó un corazón «de cintura para abajo»

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Verso libre, eslabón perdido, señorito distinguido, pariente descarriado.
La figura de Jaime Gil de Biedma es un poliedro cuyas caras han resultado en una especie de acertijo para sus biógrafos y lectores.

Intérprete de una vida múltiple y de una personalidad compleja, logró desdoblarse una y otra vez en varias identidades que, como en el poema Contra Jaime Gil de Biedma, rivalizaron hasta caer en el insulto.DSC_0368

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

La singularidad de su figura, recordada hace unos días en la representación de la obra Abrazos al aire, en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid, no ha impedido, sin embargo, que despuntara un rasgo en el que sí ha habido consenso: la condición extrema y auténtica de su poesía. 

Gil de Biedma fue el poeta español contemporáneo que cantó al erotismo de la forma más franca, leo en una de sus antologías. Y lo cierto es que pocos fueron capaces de acabar con el rígido puritanismo hispano, de rebasar esa dualidad tan perversa y tan nuestra que nos ha hecho oscilar con frecuencia entre la mojigatería y la obscenidad, entre el sermón parroquial y el discurso más lascivo y barato.

La semana pasada —gris y difícil, en la que no dejó de llover—, desempolvé el poemario de ese que tanto y tan bien cantó a la amistad, al paso (al vértigo) del tiempo —»En mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo«— y al amor. Y recordé su obsesión por la perfección, que resultó en una obra breve y brillante, revisada una y otra vez, hasta la extenuación, durante años.

Observé que Gil de Biedma supo, como pocos, desnudar un corazón «de cintura para abajo», heredero como fue de la poesía más impura y más humana que propugnó Neruda en su Caballo verde para la poesía. Y lo hizo, a diferencia de muchos, «sin despreciar —alegres como fiesta entre semana— las experiencias de promiscuidad», «las noches en hoteles de una noche (…) en pensiones sórdidas y en cuartos recién fríos”. Adjuntó así al relato del “verdadero amor”, el de esos otros “trabajos de amor disperso” que no son desechables aunque hayan sido despreciados por muchos literatos.

Llevó a su obra sin tapujos su «impaciencia del buscador de orgasmo», pero también su deseo de encontrar «el dulce amor, el tierno amor para dormir al lado». Y quiso, del mismo modo, retratar su vida crápula en «las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla», pero también su interior de «muchacho soñoliento y esperanzado», aún no tocado por las espinas de la vida.

Fue, en definitiva, el vividor poeta y el literato cantor de una experiencia sincera, en la que vida y literatura resultaron lo mismo: un compuesto indisoluble.

 

 

Juan Gelman: «Aquí pasa, señores, que me juego la muerte»

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Es la poesía de Gelman el claro ejemplo de por qué es imposible decir, así, en general aquello de «A mí no me gusta la poesía». No hay más que sentarse un segundo y leer, leer algo como:

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

Y la muerte le vino el pasado martes 14 de enero: tenía 83 años y seguía viviendo en el exilio, en México. Salió en 1975 de su país natal, Argentina, y un año después su hijo y nuera embarazada desaparecieron para después ser asesinados. Aquel hachazo que tan bien hubiera definido Miguel Hernández, «aquel golpe homicida», destruyó una parte del poeta.

No se cansó jamás de buscar. Era el año 2000 cuando Gelman encontraba al fin a su nieta, la hija del hijo al que mató aquella dictadura argentina contra la que siempre alzó  la voz. Este mismo agosto volvió a hacerlo en su última obra, Agosto, en la que además de poemas incluía reflexiones sobre Argentina.

 Le quitaron algo que no podrían devolverle, pero la poesía sobrevivió, acaso lo salvó y de paso nos salvó en muchos momentos a muchos otros. Y no hay más que sentarse y en vez de esperar leer, leer que:

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?

Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

La literatura de Gelman, cuya poesía está toda en Poesía reunida, es sangre y es herida, es dolor y amor a partes casi iguales, es un canto a un corazón duro y sensible, sentimental jamás. No le dieron el Nobel, pero tampoco le hacía falta.

Es la prueba, tal y como comencé diciendo, de que no se puede decir eso de: «A mí la poesía no me gusta».

Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,!
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello

 

Las anotaciones de Mario Benedetti: cuando el poeta buscaba acabar con la tiranía del tiempo

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hay pequeños gestos que nos descubren. Detalles que parecen triviales y en los que, sin embargo, podríamos adivinar una suerte de ADN.
Las anotaciones que Mario Benedetti realizaba en sus libros, sobre las que estos días nos hablan los depositarios de la que fue su biblioteca en España, son algo así. Similares a ese gesto inconsciente y aparentemente vacuo en el que, sin saberlo, copiamos a un antepasado. Como ese tic en el que nos rascamos la cabeza o nos apartamos un mechón de pelo y en el que, no obstante, podemos comprender, en un abrir y cerrar de ojos, quiénes realmente somos.

mario_benedettiLo han revelado estos días los responsables del Centro de Estudios Iberoamericanos de Mario Benedetti (CeMaB), ubicado en la Universidad de Alicante (UA): el poeta realizaba anotaciones en sus libros y recurría incluso en algunos momentos a subrayados en colores chillones. Eran intentos de apresar, pienso yo, esos retazos de clarividencia que encontraba en sus lecturas. O al menos es lo que me pasa a mí cuando leo distraída y, de pronto, ¡zas!… encuentro esa frase lúcida que viene a hablarme a mí y sólo a mí, y que me deja congelada sobre el escritorio: la subrayo afanosa y anoto a su lado palabras que me ayuden a no olvidarla nunca. Porque en ese momento quiero —y prometo sin saberlo— llevarme para siempre ese trocito de luz. Sea como sea y pase lo que pase, ahuyentando al tiempo y su tiranía.

La directora del CeMaB, Eva Valero, a la que tengo la inmensa suerte de conocer, dice que esos subrayados y anotaciones «dan la medida y la dimensión de su preocupación social, histórica y política». Y, desde luego —y de nuevo, como en las clases que impartía en el Máster de Estudios Literarios de la UA—, parece estar en lo cierto. Porque qué fácil resulta reconocer al poeta apasionado y comprometido que fue Benedetti con anotaciones como ésta: «La derrota es una acción. El exilio es una acción. Sueños de acción (…) la literatura es un producto social».

Rápidamente comprende uno que Benedetti, el poeta de la acción y de los sueños, que clama para que no nos rindamos ni claudiquemos, está detrás de esas líneas. 

Leo todo esto y pienso en las ganas inmensas que tengo de pisar ya ese tesoro que deben ser las nuevas instalaciones del CeMaB. De consultar algunos ejemplares de entre los más de 6.000 que el poeta donó a la Universidad de Alicante en 2006, en donde se encuentran también los dos poemas inéditos que salieron a la luz hace un año gracias al trabajo de Valero y del querido catedrático de Literatura Hispanoamericana José Carlos Rovira, entre otras personas.

Gracias a todos ellos porque, debido a su admirable empeño, podremos recordar que aunque «todo se hunde en la niebla del olvido», éste está lleno de memoria una vez que «la niebla se despeja» y el recuerdo del poeta sigue vivo.

Otoño: poesía y hojas muertas sobre el asfalto

Por María J. Mateomariajesus_mateo
El plano recoge las hojas caídas, recién muertas, que encuentro a cada paso. Hojas deshidratadas, de tonos y formas dispares —pequeñas y graciosas, algunas; puntiagudas y estilizadas, otras— esparcidas sobre el asfalto. La cámara son mis ojos, registrando estos fósiles de ciudad, vestigios de una felicidad extinguida, de días leves y acabados.

DSC_0319_1Deben de ser restos de robles, alcornoques, álamos… aunque yo ignoro los datos. Juego a olvidarlos como hago contigo: finjo no recordar tu nombre, tus manos, tu existencia. Pero fracaso en cuestión de minutos y vuelvo a esa canción… «Since you went away, the days grow long».

Es el paisaje del otoño, el que alumbra este sol impío y ofrece a la vez sombras, ecos de tu despedida. Los que me traen a la memoria los versos de Antonio Lucas, de su libro Los desengaños, sobre el que estos días ha recaído el premio internacional de Poesía Loewe 2013.

Son versos que hablan de un silencio que se hace estridente: el que impone el desamor, la edad que va «hilvanando el espino», la soledad que es involuntaria. Y versos que traspasan las fronteras de la piel para denunciar, sin soflamas, la estafa que es vivir en un país en el que la pobreza describe una línea insultantemente creciente. 

146660Escuché a Antonio recitar sus propios versos la semana pasada, en el Festival Eñe, y rápidamente supe que iba a convertirse en uno de mis poetas de cabecera.

Flanqueado por Caballero Bonald y Soledad Puértolas, saludé junto a ellos la «luz alentadora y nueva» de este joven poeta sobre el mundo adverso que palpita en el texto y que, irremediablemente, «no nos gusta». Y acto seguido le oí decir lo que evidenciaban después sus poemas, que el libro es fruto de «una crisis sentimental y una crisis con el presente», al que rechaza y frente al que combate con la única arma que tenemos algunos: la palabra.

Palabra dura, eficaz e implacable. Palabra desencantada y rebelde. Palabra luminosa que bebe indiscutiblemente de un otoño que hay quienes queremos expulsar, precisamente, a fuerza de palabras.

Palabras en combate y desengaños que benditos sean si, después de todo, acaban convertidos en verso.

 

 

Ser Wislawa Szymborska, una cuestión de valor y no de precio

Por María J. Mateomariajesus_mateo
En la escena, Woody Allen rasga y aparta el papel de un regalo. Descubre una cartulina cuadrada sobre la que descansan letras de diferentes colores y tamaños, recortes tomados de periódicos y revistas que conforman un collage de aspecto infantil. Emocionado, asegura en ese instante que el obsequio significa para él mucho más que cualquier estatuilla de oro. Un halago que parece exagerado, pero que no lo es tanto porque el regalo es obra de una de las mujeres que más le ha influido, la poeta Wislawa Szimborska, quien se lo envía desde lejos como muestra de afecto.
46858El momento forma parte del documental A veces la vida es soportable, de Katarzyna Kolenda, que estos días ha sido presentado en la Casa del Lector de Madrid para suerte de quienes admiramos a Szymborska.
Veo en él a una anciana casi nonagenaria, pizpireta y grácil en su aspecto y en su ánimo, cuya expresión favorita es simplemente «no sé». «No sé por qué escribo poesía», reconoce en un momento del filme a unos periodistas. Y no sabe, pienso yo, porque aceptar la confusión de estar vivo es el primer síntoma de honradez. Y Szymborska fue (es) honrada hasta el extremo.
En el documental, la poeta está cerca del final de su vida —falleció en febrero de 2012— pero parece más bien una adolescente temprana dispuesta a inventar una nueva ocurrencia, a completar un nuevo limerick —composición poética humorística formada por cinco versos— con el término más absurdo con el que desarmar al lector.
Incorregible, se la ve fumando compulsivamente y enorgulleciéndose de ello —«Las grandes obras fueron escritas por fumadores», asegura divertida en un momento de la película—. Y se mantiene fiel a sus pequeños placeres: las telenovelas, los paseos o las colecciones de objetos horrendos y absurdos, muchos de ellos souvenirs que coleccionaba y que solía regalar después a sus amigos en los llamados «sorteítos» que celebraba entre risas en su casa. Porque Wislawa amaba lo kitsch tanto como lo cotidiano. Y lo mezclaba todo tanto en su mundo ciertamente surrealista como en su poemario, donde el destello del genio emergía con una frecuencia pasmosa.
Afiliada a la «decencia», como dice a la cámara uno de los especialistas en su obra, Szymborska quiso «ser persona y no personalidad». De ahí quizá que se sintiera abrumada cuando en 1996 recibió en el Premio Nobel, la «tragedia de Estocolmo» que la mantuvo seca y paralizada ante una expectación que no supo vivir con naturalidad.

Pienso ahora, después de ver el documental y de haber contemplado los 25 collages que se exponen hasta el 17 de noviembre en la Casa del Lector, que su vida fue en realidad la negación de su poema Curriculum. Porque toda su riqueza (con todo su sarcasmo y su ingenio) no cabían ni caben en ese folio escurrido que hay que escribir, pero tampoco en los poemarios que nos dejó.

Se ruega ser conciso y seleccionar los datos, convertir paisajes en direcciones y recuerdos confusos en fechas concretas (…) Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia. Deja en blanco perros, gatos y pájaros, bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños. Importa el precio, no el valor. Interesa el título, no el contenido.

Pero lo cierto es que a Wislawa nunca le importaron los títulos sino el contenido, y antepuso siempre el valor al precio. Pienso en todo ello y me duele que en el mundo no haya más Wislawas Szymborskas… personas atentas al fondo y no tanto a la forma, de esas a las que no les interesa tanto saber «el número del calzado» sino hacia dónde van esos pasos. Y aun así celebro la suerte de su exclusividad y de su empeño en aferrarse a la poesía «como a un oportuno pasamanos».  Gracias, Wislawa, por tu diferencia, y por negarte a presentar una instancia y adjuntar el curriculum.

¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el curriculum.
Sea cual fuere el tiempo de una vida
el curriculum debe ser breve.
Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.
De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.
Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.
Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.
Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.
Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.

«Ponerle un bozal al corazón»: Belén Reyes

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Escribo estas letras el día que la poeta Belén Reyes cumple años (no diré cuántos aunque a ella le daría igual que lo dijera), 22 de octubre. Hace muchos años que somos amigas, pero no es por eso que me fascinan sus letras, de hecho fueron ellas las que me llevaron a conocerla.

El azar me regaló Ponerle un bozal al corazón (Celya), poemario que sigue llenando vacíos y dando voz a algunas heridas pese a haberlo leído tantas veces que las páginas empiezan a rasgarse.  

belenreyes«Tengo que entrevistarla» me dije cuando cerré esa primera lectura, y, satisfacciones de esta profesión, pude hacerlo. En persona resultó igual que en su poesía (y qué placer no decepcionarse ante el autor que te ha ‘pegado’ fuerte en ese lugar sensible): Belén Reyes era (es) ingenio y carne viva.

O lo que es lo mismo y hago mías sus palabras: «Un poema de carne y hueso«.

«Soy una mujer ni más ni menos
sin un hijo fuera
sin un hijo dentro.

Soy lo que leéis…
Este puto verso
Un bastón de tinta donde apoyo el miedo»

Después llegaron Desnatada y Ser mayor es un timo…, y sus poemas visuales en las camisetas de Cabrasola, pero aquel Ponerle un bozal al corazón siempre ocuparía y ocupará un primer puesto en mis preferencias. Porque fue el que me llevó hasta ella. Y con su poesía: la caída definitiva de algunos bozales malvados

Un corazón, un cartón de leche sin nata, una mayoría de edad desnutrida… todo es en esta poeta un canto al amor, al desamor y a la vida que nos tortura tanto como nos hace sentir únicos y a veces, un instante, hasta alegres.

Qué difícil hablar de Belén Reyes sin emocionarse. Quien no la haya leído aún… que lo haga. Porque no saldrá indemne pero habrá ganado lo mismo que cuando escucha la canción más hermosa del mundo.

 

 

 

 

Tolstói, Nabokov o Borges fueron olvidados por la Academia Sueca pero… ¿realmente importó?

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Me ha dado por pensar en los ausentes. En los que nunca fueron reconocidos, ni siquiera favoritos, en Suecia y he entonado mi propio ‘Laissez faire et laissez passer’. León Tolstói, Virginia Woolf, Edith Wharton, Vladimir Nabokov o Jorge Luis Borges están entre los nunca fueron coronados con el Nobel y, sin embargo, qué poco importó. Qué poco dio que no les alcanzara el laurel para que llegaran hasta hoy como lo que son: autores cruciales, gigantes con obras que nos siguen alumbrando… clásicos que mantenemos para prevenir la caída, que dijo la propia Woolf.
sg

Yo he preferido no hacer demasiadas apuestas. En primer lugar, porque no me gustan y, en segundo, porque de poco sirven al final. Luego pasa como en la vida. Después de todo, ocurre lo último que pensábamos y volvemos a recordar la cadencia (lógica) del mundo. Su despreocupado y solitario caminar —»le monde va de lui même»— por más que lo retemos e intentemos —concediéndonos una importancia que no nos corresponde— arriesgar.

He disfrutado mucho con la literatura de Murakami pero la verdad es que no me llega a enamorar. Lejos está, en mi opinión, de la astucia narrativa de Philip Roth o de mi favorito particular, Milan Kundera… pero, ¿qué más da?

Hay estos días tres libros sobre mi escritorio y no sé por cuál empezar: Canadá, de Richard Ford; Operación dulce, de Ian McEwan; y La infancia de Jesús, J. M. Coetzee. De los tres autores, solo este último ha sido reconocido de momento con el Nobel y, será casualidad, pero creo que la lectura de su libro irá en último lugar. Porque puede que, después de todo, sí me importen los premios y que refuercen mi debilidad por los ausentes o por quienes se sientan en la penúltima fila. No falla: son siempre mucho más interesantes y tienen muchas más cosas que contar que los que se sitúan en primeras (o últimas) posiciones.