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¿Crearían los libros en los niños el mismo universo si su soporte fuera un e-book?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

No es por ponerme pesada, pero estos días es inevitable ver cómo se regalan e-books (odiosa palabra). Tampoco es que haya sido una invasión, pero sí que he visto desenvolver alguno que otro. Y el asunto me lleva de nuevo a los libros electrónicos y al papel.

He visto al mismo tiempo cómo varios pequeños abrían preciosos libros llenos de ilustraciones y otros de cartón grueso con llamativos colores. He visto a esos niños encantados con esos regalos, y en ocasiones preferirlos a otros mucho más sofisticados.

versos-del-mar-9788467563658Mi hijo, de cuatro años, está feliz con su Versos del mar (SM), una obra de arte de Carlos Reviejo y Javier Ruiz Taboada en la que la poesía está de contrabando pero está y los dibujos llevan a cualquiera hasta un mundo mágico, más que un mar de película.

Hay niños de todo tipo, pero no conozco a ninguno que habiendo disfrutado casi desde la cuna del libro como juguete y diversión gracias a la intervención temprana de sus padres los rechace en los años sucesivos. En la adolescencia no entro, que ahí el campo cambia mucho de césped.

No ha tenido nada de extraño pensar pues en un niño de dos, tres, cuatro años abriendo un paquete cuyo contenido, en lugar de uno de esos fascinantes libros (este año las ediciones han sido especialmente hermosas), fuera un libro electrónico. Y me pregunto qué ocurriría si todas esas ilustraciones pudieran verlas ellos solos, sentados frente a su e-book infantil, sin poder tocarlo, girarlo, señalarlo, incluso doblarlo o desplegar un pop-up.

Si algo así los atrapara… ¿Serían libros o serían como los dibujos animados solo que sin movimiento?

Sería triste; eso es lo único que sé. Que para mí sería triste. El niño ya no podría elegir entre sus libros el que quiere que se le lea o enseñe o mirar él mismo. La máquina le daría una vez más todo hecho, masticado, fácil para ellos y, sobre todo, para los padres, que así no tendrían que emplear tiempo en leer o compartir cuentos con ellos. Simplemente apretar la tecla, igual que la de la tele o el ordenador.

 

 

¿La obra del mejor cuentista español de todos los tiempos?

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Puede que, después de todo, vivir sea una cuestión lumínica. Y que los días dependan, no ya del cristal con el que miramos, sino de la luz que proyectamos. O de la luz que los objetos (y los días) irradian.
Es lo que primero que pienso al acabar Técnicas de iluminación (Páginas de Espuma), la última obra de Eloy Tizón (Madrid, 1964), de quien llego a leer estos días que es «el mejor cuentista español de todos los tiempos».
9788483931523_04_h-639x1024Yo no sé qué decir después de leer una frase así. Supongo que me marean un poco esas declaraciones. Que me causan cierto estupor y también cierto vértigo, e imagino que en parte simplemente por desconocimiento: porque no conozco lo suficiente el género del relato como para ser tan categórica.

Sí sé, sin embargo, que hacía mucho tiempo que no leía una colección de relatos tan redonda. Una obra en la que cada cuento viene a superar al anterior —si es que estableciésemos un orden— y en donde cada palabra aparece justo en el lugar exacto en el que parece corresponderle. Como si Tizón se hubiera propuesto colocar las piezas de un puzzle ya existente, de una obra que, de tan perfecta, pareciera haberse escrito de antemano.

Cierro el libro y recuerdo aquella reflexión de Milan Kundera que durante un tiempo tanto me gustó y en la que venía a reducir la existencia a una cuestión de peso y levedad. Pienso ahora en que puede que Tizón tampoco ande desacertado en su parámetro. Y que los días sean un reguero de momentos alumbrados de forma intermitente. Un trasiego de estados cambiantes, mostrados con distinta intensidad. De ocasiones fugaces que podríamos distinguir en función de su claridad: instantes brillantes e incluso eléctricos, algunos; e instantes sombríos, lúgubres y tristemente cubiertos, otros.

Fogonazos, a fin de cuentas, que van más allá del sistema binario de luces y de sombras, y que construyen relatos tan deliciosos como El cielo en casa, Ciudad dormitorio y Manchas solares, mis tres favoritos de la obra.

Todas ellas historias imbuidas de esa «extraña normalidad» de la que se habla en la contraportada del libro y en las que aparecen personajes perdidos, vagando a tientas, en busca de una razón —luz natural— o una justificación —luz artificial— para actuar como lo hacen.

Historias descritas en lugares que se definen en función de su luminiscencia y que identificamos fácilmente: un vagón de cercanías que puede ser el último de la noche o el primero de la mañana en la hora de la «explosión solar», ese «resol naranja de pájaros y jaulas»; una discoteca en la que «convulsionan luces epilépticas, cadavéricas»; un manicomio en el que el tiempo son «manchas de colores diluidas en aguarrás»;  un despacho oscuro sumido en el «submundo de las catacumbas de un edificio inteligente»;  un escenario con los focos desmontados; o un cielo en el que las estrellas «siguen siendo un jeroglífico», esa vertiginosa  y misteriosa «instalación eléctrica» que nos cubre.

Espacios circunscritos en narraciones que son sobre todo poéticas y en las que descubrimos a un cuentista que, si no es el mejor de todos los tiempos, al menos sí está, o estará, en un lugar imprescindible.

 

 

Dice mi hijo que Pepito Grillo no es malo

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Fue la poeta y amiga Belén Reyes la que empezó a contarle a mi hijo Nicolás el cuento de Pinocho prescindiendo de Pepito Grillo. Cuando tuvo edad (que fue enseguida, no es amor de madre, que también) para ver el cuento lógicamente ilustrado, Belén seguía omitiendo a Pepito Grillo.

Es más, si no recuerdo mal, acabamos las dos diciéndole, con ese trauma de la ‘conciencia y la culpa’ que inevitablemente se cree herederán ellos si no se pone remedio, que ni caso a ese dibujo, que ese personaje fastidia el cuento.

pinochoIgual algún psicólogo se lleva las manos a la cabeza con esta historia, pero esto es la vida real y los padres lo hacemos lo mejor que podemos hasta cuando quizá (sólo quizá, porque no ando muy convencida de la bondad de Pepito) nos equivocamos.

En fin, el caso es que Pinocho es uno de sus cuentos favoritos y casi todos los días, en la ronda nocturna de relatos varios  no suelte faltar el muñeco que se convirtió en niño, de ahí que en breve haya de ir al colegio a leer el cuento a toda la clase.

Es una actividad, y ésta me gusta especialmente, en la que voy a participar. Durante una semana mi niño, igual que antes o después sus compañeros, será el protagonista de la clase, y una de las propuestas es que los padres lean a la clase el cuento elegido por el niño.

Pinocho ha sido el escogido por Nicolás. «Vas a venir a contarlo a clase, pero, mamá, no te saltes lo de Pepito Grillo. Ya verás como no es tan malo«. Y así me he quedado, medio sonriente y medio perpleja ante su instinto protector hacia mí, viendo su figurita desaparecer por la puerta de entrada al cole. Con cuatro años parece tener menos miedo que yo, y eso, lo confieso, me llena de ilusióm. Así que leeré Pinocho y Pepito Grillo volverá a escena.

El gigante Polifemo y Ulises

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

De niña mi padre inventaba fascinantes historias a las que muchas veces culpo de mi desarraigo a lo que era y sigue siendo la profesión de mi padre: la ciencia. Mi pasión por la literatura nació en aquellos años en los que no sabía leer pero conocía las historias más apasionantes del mundo. Las que me contaba mi padre, el físico que inventaba sin cesar cuentos larguísimos y siempre distintos.

No ha escrito ficción jamás, y sin embargo su capacidad para relatar es tan inmensa, tan mágica, tan atractiva que hasta mi hijo ha llegado. No era la memoria pues la que selectiva y algo mentirosa había agrandado sus dotes. No hay quien le haga la competencia a mi padre cuando empieza a narrar a mi hijo Nicolás de cuatro años, su único nieto, una nueva historia que yo jamás escuché en mi infancia de su boca. La ha creado a su medida.

nicopolifemoEs el libro no escrito del gigante Polifemo y Ulises que lleva una hormiga blanca en la mano. Claro que hay guiños, también en las que me contaba a mí. Sin imágenes, sin dibujos, sin música, sin ruidos, sólo la voz de su abuelo contando con ese tono que tan bien recuerdo aventuras y desventuras de esa pareja que Nicolás jamás olvidará y que le lleva a volar mucho más alto que cualquier atracción de feria.

Serán como mi gatita Miau o el ‘Gordon Flash’ (no se equivocaba, no) o el atrevido Lorenzo Villaverde de uno de mis hermanos. Serán. Serán la prueba de que estamos equivocados cuando creemos que al ser humano han dejado de importarle las historias orales, que prefiere la rapidez de una película o un videojuego.

A sus cuatro años, Nicolás coge de la mano a mi padre, se lo lleva a un lugar apartado y le dice: «Abuelo, ¿me cuentas la historia del gigante Polifemo?» 

 

Nobel para Alice Munro, pero sobre todo para la importancia del mal considerado arte menor: el cuento

Por Paula Arenaspaula_arenas

Me ha costado siempre entender por qué el relato no tenía el mismo éxito que la novela. Pero ahora, que todo es velocidad y brevedad, Twitter es un ejemplo obvio, comprender que siga estando en nuestro país tan arrinconado me resulta imposible.

¿Es que al comprar un libro éste ha de ser muy gordo para que sintamos que el dinero invertido en él vale la pena? Luego vienen las sorpresas, claro. Las malas sorpresas.

alicemunroSeguramente exista algún motivo que se me escape y me haga ser tan radical en mi juicio y prejuicio para que el relato no cuaje. Pero también existen motivos de sobra para que me dé tanta rabia que el cuento no tenga más espacio que la infancia. Y entonces llega la gran noticia, el Premio Nobel de este año ha sido para Alice Munro y decir Alice Munro es decir ‘relato’.

Voy tarde, desde luego, hablar hoy de Munro debe de ser en esta vida tan veloz que hay tiempo para hablar de ella en el mismo momento en el que se anuncia el galardón pero ni de broma para leer uno de sus cuentos casi un agravio.

El cuento. La canadiense de 82 años no ha dejado de cultivarlo jamás. Empezó con él y se ha retirado, o eso dicen que ha dicho, con su última colección, Mi vida querida (Lumen, 2013). Con tal título queda clara la poca intención de esconderse de la autora. Muchos, generalmente los más inteligentes, ganan en la pérdida de pudores accesorios con los años, y ella es de ellos.

Es Mi vida querida ficción, ni la catarsis ni la vida tienen demasiado interés si no se elevan a arte, pero en Munro cualquier gesto, acto o escena cotidiana van con el debido filtro. No se esconde en esta obra, o se esconde menos que nunca, cuando saca a escena a ese personaje que no soporta a su madre, una niña, claro, las mujeres son pilares en todos sus libros. Igual que lo cotidiano, el amor y desamor, la soledad, la dificultad de elegir alejarse de la serena rutina, el dolor, el paso del tiempo.

Una obra con la que parecía haber dicho adiós a las letras. Armas que no protegieron a la autora de la lucha constante que ha sido su vida. Es importante recordar que sus tiempos de juventud (tiene, recordemos, 82 años) no tenían nada que ver con los nuestros y menos para una mujer. No sé si, la muy celosa de su intimidad Munro, acabará de creer que el Nobel es de ella y con ello Canadá tiene su primer premio de la Academia Sueca. Lo que está claro, al margen de si ella lo merecía más o menos que otros, es que el relato, y ya era hora, se lleva el premio gordo y eso es motivo de fiesta.

 

Tolstói, Nabokov o Borges fueron olvidados por la Academia Sueca pero… ¿realmente importó?

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Me ha dado por pensar en los ausentes. En los que nunca fueron reconocidos, ni siquiera favoritos, en Suecia y he entonado mi propio ‘Laissez faire et laissez passer’. León Tolstói, Virginia Woolf, Edith Wharton, Vladimir Nabokov o Jorge Luis Borges están entre los nunca fueron coronados con el Nobel y, sin embargo, qué poco importó. Qué poco dio que no les alcanzara el laurel para que llegaran hasta hoy como lo que son: autores cruciales, gigantes con obras que nos siguen alumbrando… clásicos que mantenemos para prevenir la caída, que dijo la propia Woolf.
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Yo he preferido no hacer demasiadas apuestas. En primer lugar, porque no me gustan y, en segundo, porque de poco sirven al final. Luego pasa como en la vida. Después de todo, ocurre lo último que pensábamos y volvemos a recordar la cadencia (lógica) del mundo. Su despreocupado y solitario caminar —»le monde va de lui même»— por más que lo retemos e intentemos —concediéndonos una importancia que no nos corresponde— arriesgar.

He disfrutado mucho con la literatura de Murakami pero la verdad es que no me llega a enamorar. Lejos está, en mi opinión, de la astucia narrativa de Philip Roth o de mi favorito particular, Milan Kundera… pero, ¿qué más da?

Hay estos días tres libros sobre mi escritorio y no sé por cuál empezar: Canadá, de Richard Ford; Operación dulce, de Ian McEwan; y La infancia de Jesús, J. M. Coetzee. De los tres autores, solo este último ha sido reconocido de momento con el Nobel y, será casualidad, pero creo que la lectura de su libro irá en último lugar. Porque puede que, después de todo, sí me importen los premios y que refuercen mi debilidad por los ausentes o por quienes se sientan en la penúltima fila. No falla: son siempre mucho más interesantes y tienen muchas más cosas que contar que los que se sitúan en primeras (o últimas) posiciones.

Cuéntame (y grábame) un cuento

Por María J. Mateomariajesus_mateo
¿Y si pudieras grabarle el cuento de ‘Adrián, el niño azul’ o el de ‘El repartidor de estrellas’? Ya sé que no sería lo mismo que cuando estás junto a él y logras arañarle un minuto más —sí, uno más, aunque parezca mentira— a ese día que comienza a extinguirse… pero creo que sería divertido.

Nice TalesQuién sabe. Quizá alguno de esos nuevos relatos le llegara a gustar tanto como el de los tiburones o como el de los dinosaurios y quisiera darle una y otra vez al ‘play’ después de que tú hubieras puesto tu voz para grabarlos. O quizá mejor. Quizá quisiera escucharlos de tu boca antes de que le alcanzara el primer sueño. Un privilegio este que, más allá del asedio al que nos someten las nuevas tecnologías, nunca nos podrán quitar.

El caso, Paula, es que ayer, a la misma hora en la que seguramente estabais en la fiesta de su cuarto cumpleaños, con todos sus amigos del cole e imagino que rodeados de ganchitos y patatas de bolsa y sugus y piruletas (por cierto que no sé cuáles son mejores)…, leí sobre una nueva iniciativa que se llama Nice Tales. Y pensé que a lo mejor os podía gustar.

Se trata de una especie de libro —con aspecto de libro de papel aunque en forma de aplicación para iPad— que ofrece decenas de nuevos cuentos disponibles para ser grabados una vez que han sido descargados.

Lo bueno del asunto, creo yo, es que esta gente trabaja como si fueran una auténtica editorial y buscan nuevos autores e ilustradores para hacer crecer una biblioteca que, por cierto, es variadita, con cuentos clasificados por edades y categorías, y escritos, además de en castellano, en inglés, francés, portugués, alemán y catalán.

Aun así, ahora que lo pienso, no sé si tienes iPad. Porque los que tienen Android tendrán que esperar una nueva versión. Y a los demás —esos privilegiados sin «teléfono inteligente»… menudo eufemismo, por cierto— siempre les quedará, como ya haces tú, Paula, que alguien les cuente un cuento mientras andan recostados sobre el regazo de esa persona que les quiere y les protege. Porque siempre podrán (qué placer) dejarse mimar y mecer por un arrullo de palabras de fábula, y sentirse, al fin, qué suerte… a salvo.

El Liber era la intención

Por Paula Arenaspaula_arenas

El cuarto cumpleaños de mi hijo. Tanto tiempo y tan poco. Tantas preguntas que siguen en el aire y tantas respuestas aprendidas y afortunadamente desaprendidas. Echo de menos ese libro que no encontré, que no encuentro y que no voy a encontrar. El libro es él y soy soy, en blanco la mayor parte, pero también con alguna página escrita.

Una espera que esas letras no sean definitivas, sobre todo si suenan mal o si tienen erratas. Las otras, las buenas, que se queden. Hace cuatro años no había libro que me quitara el dolor (sin eufemismos: del parto) y hoy no lo hay para solventar las dudas, los temores, las inevitables proyecciones.

Me recuerdo a su edad, el día de mi cumpleaños. ¿Cómo lo recordará él cuando sea como yo? No hay manual ni instrucciones ni consejos que valgan. Echo en falta un libro que se llame Desaprendiendo y hable de esto. Aunque seguramente le pondría pegas, y no serviría.

Sirve el cariño y sirve el amor, pero hay mil veces más al día, y cada día son muchos días, en que la pregunta: ¿y ahora qué hago? nubla la vista. Nuestras madres parecían más seguras, ¿o es que las recordamos así?

dinos2Es igual, no, en absoluto es igual, pero esto es un blog de libros y, en fin, que iba a hablar del Liber porque este año abre las puertas al público este fin de semana (una buena opción para toda la familia porque habrá atractivas actividades para los niños), y al final no he hablado más que de mi hijo. O peor, de mí y cómo desaprender y aprender sobre la marcha.

«Mamá, ¿me lees el cuento de los tiburones y luego el de los dinosaurios?«, me dijo anoche, justo antes de dormir. Y se lo leí, aunque no es un cuento… ¿Me habré equivocado?

A saber… A él le gustan, tanto ésos como el de los Pingüinos, todos ellos de una nueva colección que RBA acaba de lanzar y que cuenta con unas impresionantes imágenes (de National Geographic) la historia, vida y algunas curiosidades de diferentes animales. De hecho, he aprendido que cuando a un tiburón martillo se le cae un diente le sale otro. Como el rabo de una lagartija.

Ah, y antes de terminar, aunque parezca el colmo del surrealismo este texto: ¿son mejores los ganchitos y las patatas de bolsa que los sugus o las piruletas de toda la vida? Ahí queda. Una de esas preguntras que… No, ésta es de las que no importan.  Pero es lo que ha llevado al colegio. ¿Le regalarán algún libro?

 

 

 

 

La tiranía del amor y otros afectos en ‘La ternura caníbal’, de Enrique Serna

Por María J. Mateomariajesus_mateo

Todos somos tiranos en acto o en potencia. Pequeños dictadores en un entramado de relaciones sostenidas por momentos sobre la rivalidad o la exigencia, sobre una lucha de poderes que es a veces sutil, y otras no tanto. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. O bien que lea la última obra de ese hábil observador de la especie humana que es Enrique Serna (Ciudad de México, 1959).

La ternura caníbal (Páginas de Espuma), el primer conjunto de relatos del autor editado en España, se detiene precisamente en este pulso por la supremacía al que con frecuencia tendemos los seres humanos. Centra su mirada en ese vasto material vital, compuesto de ‘tiras y aflojas’, al que a veces llamamos «amor» o «amistad», y dibuja un conjunto de escenas descarnadas en las que el humor negro y la sagacidad narrativa son constantes.

enrique_sernaEl sarcasmo es el combustible de Serna y, en mi opinión, también la principal valía de la obra. Porque esa ironía que recorre los diez cuentos logra dos propósitos a un tiempo: hace fácil la lectura y deja al descubierto las falacias sobre las que a veces se construyen las relaciones: los principios de obediencia y subordinación (y sus reversos, el mandato y el sometimiento).

Pero no solo de las relaciones con los otros vive La ternura caníbal. De hecho, La vanagloria, el cuento que merece mis mejores elogios, trata fundamentalmente sobre la relación que construimos con nosotros mismos, dominada a veces por nuestras ambiciones, por ese «personaje que queremos ser» antes que por el que en realidad somos.

Divertidísima me pareció esta historia sobre un poeta desconocido que, vapuleado en su hogar y en el instituto en el que imparte clases, busca el reconocimiento que cree merecer entre las «sabandijas del parnaso local» en el que habita, hasta que recibe un día una carta «desde la capital» suscrita por el Premio Nobel Octavio Paz:

Apreciado Juan Pablo:
La lectura de su cuaderno, una plegaria blasfema con ecos de música lunar, me confirma que la provincia mexicana sigue siendo un semillero de buenos poetas. Su llama, como los venablos de Eros, es fecunda y ardiente a la vez, porque tiene la fuerza de una verdad seminal.

Preludio, este encabezamiento, de una ingeniosa —y a ratos desternillante—  historia en la que se exhibe ese «humor cruel» tan característico del mexicano. Y paradigma de los cuentos restantes en los que desfilan —unas veces con más acierto que otras—  una galería curiosa y heterogénea de personajes…

Esto es, matrimonios que practican el espionaje y urden una red de chantajes. Parejas que resuelven en la cama pleitos que subsisten a la mañana siguiente. E individuos con carreras frustradas por la ambición o atrapados en fraternidades ficticias en el entorno social y laboral, donde a veces las «sonrisas son demasiado encantadoras para ser honestas». Existencias, en definitiva, en las que el maquillaje que empleamos a diario tapa hemorragias severas. Una lectura descreída y estimulante, inteligente y recomendable, en resumen, tanto por el qué como el cómo.