Archivo de abril, 2014

En guerra contra la pérdida del deseo

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Dejar de desear o que te dé igual que te deseen es una putada. Así lo dice Carlos Zanón y sinceramente es imposible decirlo mejor. A veces ‘putada’ o ‘cojones’ son tan precisos que sería un error cambiarlos.

Su último libro, tan fascinante como esperábamos (sí, de algunos lo esperamos) o incluso más, Yo fui Johnny Thunders, publicado dentro de Serie Negra de RBA habla de eso, de la putada de perder las ganas con los años.

Editada en una colección de novela negra y de acuerdo con ello, pero sólo si por negro entendemos un género tan bastardo como para que entren Yo fui Johnny Thunders o Lolita. «Si hoy se publicara Lolita, sería novela negra» afirma el escritor.

En ocasiones no queda más remedio que asentir ante quien entrevistas, y pese a que no debas estar tanto de su parte, lo estás. Lo que dice, aun cuando no te haya pasado, está tan lejos de lo descabellado que no hay modo de plantar batalla.

Johnny Thunders le venía muy bien a Zanón para su historia. Personal hasta un punto que él mismo pensó que recibiría más de un puñetazo verbal. Personal para confesar que la edad te quita tanto, o al menos eso intenta, que hasta llega un día en el que uno nota que lo mismo le da si le desean o no le desean. Lo que llevado a todos los demás ámbitos de la vida es, vuelvo a él, una evidente putada.

El músico Thunders, que existió y no es un personaje inventado, llegó a estar tan pasado, tan drogado, que iba a tocar sin músicos, sin banda. Llegaba y simplemente esperaba a que le buscaran lo que faltaba, que era mucho aunque no, no era todo. Los límites están en Zanón más que analizados.

Unos hicieron y hacen lo que quieren, otros nunca pasan la línea de lo correcto, y ni los primeros ni los segundos se acercan a esa felicidad imposible.

Zanón da un repaso a su propia identidad y a las heridas que dejan los años, que no es que tenga tantos pero que a veces pesan. Y lucha, esta novela es la prueba.

Prometí no olvidar jamás la adolescencia

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Me lo repetí muchas veces: No olvides nunca cómo te sientes, no lo olvides jamás.

Era adolescente y la incomprensión habitual que rodea a esa edad entre maldita y bendita me llevó a hacerme la promesa, algo que no hago nunca, o casi nunca. Esa vez lo hice.

Al ver, vivir, sentir y sufrir las reacciones que generaban aquel no saber dónde estar ni por qué de repente no había un hueco claro me obligué a no olvidarme de aquella chica que no era capaz de explicarse y tampoco de entender por qué aquellos adultos habían olvidado lo que se sentía.

túIncluso me pregunté si ellos no lo habían sentido jamás, si la adolescencia era patrimonio de mi generación. En todo caso tenía pinta de que con la mía no se cerraría el círculo y algún día yo, con un hijo o hermano o sobrino, necesitaría recordarlo.

Hace un tiempo, unos años, leí (Noguer), de Charles Benoit, y aquella promesa y lo que me indujo a hacérmela me vino de golpe a la cabeza. Al recuperar hoy aquel libro prestado he vuelto a decirme: acuérdate de tu promesa. 

La historia de Benoit con ese protagonista en un instituto de perdedores y con una brutal explosión de emociones lleva al lector hasta su propio pasado. 

El universo interior del adolescente (que, por cierto, nos obliga a mirar lo que hacemos y sobre todo lo que no hacemos) es tan digno de identificación que casi asusta. Por eso, imagino, lo recomiendan en algunos institutos y seguro que aquellos adolescentes que lo lean sentirán al menos compañía. 

Pero sobre todo es a los mayores a los que mejor nos viene su lectura. No se puede evitar la pregunta: ¿cuándo empezó a torcerse todo?, pero sí empezar a recordar cómo éramos nosotros cuando éramos como ellos.

La poesía como herida pero también como antídoto, y no sólo en el Día del Libro

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

«Sucede que mi boca es una herida» escribe Belén Reyes, poeta que barre las calles con música tan triste como sarcástica, y continúa: «Sucede que me duele aquí en la tinta».

belenreyesDispara con el pecho y con la cabeza, se duele en cada cictariz y aún le quedan versos para la ironía y la propia caricatura.

Leer a Belén Reyes, cualquiera de sus libros: Ponerle un bozal al corazón, Desnatada, Ser mayor es un timo…, es ponerse frente a un espejo y viajar a países de carne y recuerdos cambiados por las traiciones de la memoria, y volver, tras el intenso paseo, menos solo.

No hay respuestas, la poesía (al menos la que no huele a forzado, elitismo y mentira) no da respuestas, su terreno es la pregunta, y esta cantora de lo cotidiano y lo prosaico domina el territorio: «Soy la costra del sueño, si me levanto sangro».

Antídoto sin parche: así propone y así escribe Belén Reyes.

 

Yo sé que es vida esto que se mueve
entre estas venas rotas y cansadas.
La poesía es un arma cargada de mercurio,
—hay una minoría que la atrapa—.
Los demás que se apañen con la nómina,
con el vídeo, la coca o la esperanza.