Archivo de febrero, 2014

«He sido dado de baja en todo por inútil»

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

A veces uno se cansa y no busca dónde echar la culpa, sólo se deja vencer estando un rato en la derrota temida, perdiendo tranquilo, llorando sin ruido.

A veces uno tiene el llanto atravesado y resulta de una suma que no cuenta. A veces uno deja de correr y se humilla a sí mismo.

Ésta es una de esas veces. Y una vez más un poeta, Rafael Cadenas, en la última quiniela de los Nobel (lástima que no se lo dieran), da la palabra precisa y sobre todo la compañía.

800px-Rafael_Cadenas_2013Derrota

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

(FOTO: Wikimedia Commons / Abril Mejías)

El mundo es insólito… cuando las diferencias se encuentran en los detalles

Por María J. Mateomariajesus_mateo
En la escena, una pareja, de viaje por Estados Unidos, se detiene a repostar junto a un asentamiento de caravanas en una carretera del estado de Nevada cuando oyen pasos a su espalda. El relato prosigue.

Un chico con pecas y tez muy blanca se acercó. Sostenía una pala con restos de tierra, vestía una camiseta que decía Nirvana, pero no se refería al grupo Nirvana. Nos preguntó qué mirábamos con tanto detenimiento, le dijimos que las montañas del fondo, que eran bonitas. Él las miró varias veces y dijo alegrarse de que nos gustaran, que él jamás se había fijado en ellas, y sonrió, lo que delató una eficiente higiene bucal.

138463 (1)La descripción es una de las tantas que Fernández Mallo (A Coruña, 1967) concentra en Limbo (Alfaguara), la obra con la que el autor regresa cinco años después de revolucionar la narrativa española con la trilogía Nocilla dream (2006), Nocilla experience (2008) y Nocilla lab (2009). En este regreso, las escenas dibujadas vuelven a tener el sello inconfundible del autor: una marca propia que surge del extrañamiento de estar vivo. De la admiración, al fin y al cabo, que los ojos de Fernández Mallo arrojan sobre los detalles y que devienen en una literatura distinta a todo lo que se cuece alrededor.

Son las diferencias que se hallan en los detalles las que van «agigantándose», asegura el narrador en un momento del texto. Pero también la lente que emplea el «hombre del Proyecto Nocilla» la que hace que los mundos que en sus libros se interconectan se conviertan en espacios insólitos. Mundos que no son sino éstos que pisamos todos los días cuando estamos en la cola del supermercado o vamos vestidos, a veces, de gris, al trabajo… pero sobre los que el autor manifiesta su asombro mediante las infinitas teorías que va construyendo.
Teorías en las que vuelve a conceptos ya recurrentes en su literatura, tales como la identidad y su constante transformación, las duplicidades o la reincidencia de algunos hechos a lo largo del tiempo. Y teorías que brotan a partir de detalles (a veces imágenes espléndidas, otras lynchianas e imposibles) como el logotipo de una cadena de comida 24 horas (muy parecido a una esvástica), un árbol que crece sobre el asfalto, la mariposa que se posa sobre el capó de un coche o el interruptor de luz en un baño americano.

Esos detalles en los que la pareja que viaja por Estados Unidos repara mientras pasan desapercibidos para el resto de personas que aparecen en la historia o las historias que de entrecruzan en Limbo: una mujer secuestrada en México D. F., dos músicos que buscan grabar el disco definitivo encerrados en un castillo del norte de Francia, y ese hombre y esa mujer que se dirigen hacia la costa Oeste de Estados Unidos en busca del llamado «Sonido del Fin».

Instantes desconcertantes que son poesía antes que otra cosa. Poesía que se entrecruza con una especie de narración muy caótica que dificulta la lectura a veces del mismo modo que esos pequeños detalles nos dificultan la vida. Detalles que no encajan en la narración que queremos elaborar para nuestra vida (con transcurso y final feliz) y que no llegamos a comprender. Detalles como el apéndice en el intestino ciego de un hombre, sin aparente función (y que el autor cita en la obra). O como esa pareja que nos abandona en el momento más inoportuno o esa enfermedad que llega injustamente y a deshora.

Un intento de aprehensión éste de Limbo, mucho más honesto y coherente con la realidad (caótica, no jerarquizada, cambiante…) que la mayoría de los que podamos encontrar en el panorama actual. Mis felicitaciones a Fernández Mallo.

 

¿Por qué habéis salvado tan pocos libros españoles?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

No es justa la pregunta, ni siquiera sé si está bien plantearla, pero al escuchar y leer las reacciones de cercanos y algunos más lejanos a la entrada de mi compañera Mariaje no quiero evitar la indiscreción. En las respuestas a la pregunta de Mariaje, ¿Qué libro salvarías si sólo pudieras salvar uno?, apenas he encontrado españoles.

1012794_582017908533557_1086363549_nA excepción de la elección que Mariaje hizo por mí: La realidad y el deseo, de Cernuda (por cierto: acertó de pleno), Aranmanoth, de Ana María Matute; y claro está, El Quijote, de Cervantes, no ha habido más.

Ni siquiera he escuchado autores latinoamericanos salvo Isabel Allende y Gabriel García Márquez… Únicamente Mariaje esbozó Rayuela y como título a salvar para una indecisa servidora. Yo que creía que Cortázar era infalible…

¿Dónde están los maestros de novela Galdós o Clarín?, ¿dónde cualquiera de la Generación del 98 o del 27 o incluso del 50? Y eso por no ir a los Siglos de Oro y que me tachen de pesada o aburrida… No sé si es porque con la literatura ha terminado por pasar como con los viajes: ¿cuanto más lejos se va más gusta? ¿Es cuestión de distancia? ¿Algo así como: leamos autores de muy lejos que seguro que son mejores?

No tendré éxito pero formulo la pregunta igualmente: ¿qué libro español salvaríais si sólo pudierais salvar uno?

 

 

¿Qué libro elegirías si pudieras salvar uno?

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hay preguntas casi imposibles de responder. Preguntas como la que le lanzó hace unas semanas a Paula su hijo, quien sin preaviso le espetó un «Mamá, ¿tú quién eres?».
Puedo imaginar la cara de asombro de mi compañera. Lograr salir con vida y/o con dignidad de una situación así es simplemente una cuestión acrobática. Menos mal que hay quienes aún mantienen la destreza sobre la cuerda floja.
En su último número, nuestros amigos de El Mensual lanzaron un guante que recojo hoy y que es un ejemplo claro de lo que estoy diciendo. Se trata de responder a la siguiente pregunta: ¿Qué libro elegirías si pudieras salvar uno?
110161La primera respuesta que me sale es… «todos» porque… qué padre no quisiera salvar de entre las llamas a todos sus hijos. Pocos episodios hay además más escalofriantes en la historia de la humanidad que las quemas de libros. Pocas escenas, más espantosas que aquellas destrucciones autorizadas y calculadas del pensamiento escrito. Así que es humano, creo yo, intentar hacer que se esfumen aunque sea sólo en nuestra mente y querer recuperar, aun de forma ficticia, todos aquellos libros que acabaron consumidos, víctimas del fanatismo.
Si por el contrario soy honrada e intento responder estrictamente a la pregunta, diría sin embargo que salvaría, de entre todos los libros que he leído, uno y éste sería Cien años de soledad.
Los motivos para su indulto son incontables pero empezaré por enunciar uno que en el fondo es una obviedad y es que rara vez se logra la excepcionalidad y, sin duda, la obra de García Márquez sobrepasó con creces a muchas de sus coetáneas para acabar convertida en obra maestra.
Llámenme exagerada pero no tantas veces uno tiene entre sus manos una obra que bien podría ser una “maravilla del mundo”. No tantas, uno se encuentra con una obra que sabe que muy pocos podían haber escrito. Que es fruto de una mente prodigiosa y de una pluma diestra como pocas…. Y lo que digo es aplicable a otras artes: pocos fueron capaces de pintar la Capilla Sixtina o de componer un Réquiem como el de Mozart, por poner dos comunes ejemplos.
Pocos consiguieron esa obra (ese libro, en este caso) única e irrepetible, capaz de hacerte contener la respiración y de que pierdas la conciencia del tiempo, para que el abandono fuera pleno. Para que la mente, con todas sus trampas, dejara de hablarnos al fin y de contagiarnos, como lo hace a veces, con su veneno. Porque pocos libros, como pocos amantes, nos hicieron al fin sentirnos libres en sus manos. Qué prodigio.

Recuerdo la sensación perfectamente. La primera vez que leí Cien años de soledad, todo en ella me pareció  sencillamente asombroso: el lenguaje y las imágenes construidas, la cadencia y el ritmo que logran ponerse a salvo de la esclavitud del tiempo. De esa lógica (tan ilógica) de nuestra existencia.

Porque en esa «llanura de amapolas» que es Macondo todo es maravilloso. Todo sucede y puede suceder: es allí donde los muertos conviven con los vivos y donde estos buscan la piedra filosofal en cazuelas a la que se añade raspaduras de cobre, azufre y plomo.

Es en ese universo paralelo donde el amor viene anunciado por una nube de mariposas amarillas que es el preludio de un «temblor de tierra», de ese placer inconcebible que brota de un “dolor insoportable», de potencia ciclónica. O donde Remedios, la bella, se eleva para siempre en los altos aires, ante el asombro de una Úrsula Iguarán ya casi ciega. Es allí donde el milagro se hace cotidiano y donde la realidad es al fin lo que es: maravilla. Por más que a veces quieran desmotivarnos con cuentos para no dormir y algunos quieran pintarnos una vida mediocre y en tonos grisáceos.

Por todas estas razones (y algunas más que, por compasión, no voy a mencionar ya)… éste es mi libro. ¿Cuál es el tuyo? ¿Cuál elegirías si tuvieras que salvar uno?

El poeta que mejor desnudó un corazón «de cintura para abajo»

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Verso libre, eslabón perdido, señorito distinguido, pariente descarriado.
La figura de Jaime Gil de Biedma es un poliedro cuyas caras han resultado en una especie de acertijo para sus biógrafos y lectores.

Intérprete de una vida múltiple y de una personalidad compleja, logró desdoblarse una y otra vez en varias identidades que, como en el poema Contra Jaime Gil de Biedma, rivalizaron hasta caer en el insulto.DSC_0368

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

La singularidad de su figura, recordada hace unos días en la representación de la obra Abrazos al aire, en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid, no ha impedido, sin embargo, que despuntara un rasgo en el que sí ha habido consenso: la condición extrema y auténtica de su poesía. 

Gil de Biedma fue el poeta español contemporáneo que cantó al erotismo de la forma más franca, leo en una de sus antologías. Y lo cierto es que pocos fueron capaces de acabar con el rígido puritanismo hispano, de rebasar esa dualidad tan perversa y tan nuestra que nos ha hecho oscilar con frecuencia entre la mojigatería y la obscenidad, entre el sermón parroquial y el discurso más lascivo y barato.

La semana pasada —gris y difícil, en la que no dejó de llover—, desempolvé el poemario de ese que tanto y tan bien cantó a la amistad, al paso (al vértigo) del tiempo —»En mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo«— y al amor. Y recordé su obsesión por la perfección, que resultó en una obra breve y brillante, revisada una y otra vez, hasta la extenuación, durante años.

Observé que Gil de Biedma supo, como pocos, desnudar un corazón «de cintura para abajo», heredero como fue de la poesía más impura y más humana que propugnó Neruda en su Caballo verde para la poesía. Y lo hizo, a diferencia de muchos, «sin despreciar —alegres como fiesta entre semana— las experiencias de promiscuidad», «las noches en hoteles de una noche (…) en pensiones sórdidas y en cuartos recién fríos”. Adjuntó así al relato del “verdadero amor”, el de esos otros “trabajos de amor disperso” que no son desechables aunque hayan sido despreciados por muchos literatos.

Llevó a su obra sin tapujos su «impaciencia del buscador de orgasmo», pero también su deseo de encontrar «el dulce amor, el tierno amor para dormir al lado». Y quiso, del mismo modo, retratar su vida crápula en «las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla», pero también su interior de «muchacho soñoliento y esperanzado», aún no tocado por las espinas de la vida.

Fue, en definitiva, el vividor poeta y el literato cantor de una experiencia sincera, en la que vida y literatura resultaron lo mismo: un compuesto indisoluble.

 

 

Terrible infancia, cruel adolescencia: ¿alguien se atreve a perfilar ese adulto?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Reconozco que me ha costado decidir si me gustaba del todo o no la última novela de Anna Gavalda. Su manera de expresarse en Billie (Seix Barral) me generaba cierto rechazo, pero la historia, sobre todo la de la joven Billie, una chica llena de problemas, traumas y todas las disculpas del mundo para convertirse en un adulto de la calaña que hubiera querido, han conseguido que pasara las páginas, y a veces hasta con cierta urgencia por saber qué vendría después.

billiePero según avanzaba la ágil trama, seguía chirriándome el estilo. Sin embargo no lo cerré. Y no vale aquí el ejemplo del telefilme previsible que uno acaba viendo por extraños motivos o porque sencillamente es feo pero funciona en algunos momentos de nuestros domingos.

Aquí, en Billie, interviene algo que a otros impecables narradores, probablemente poetas de la prosa, les falta: el poder de la historia. El motor y sus personajes, la situación y hasta esa manera que parece en ocasiones que necesita algo menos de impostura, porque ¿a qué negarlo?, eso puede que sume. Qué ganas de llevarme la contraria. Porque en el fondo he pensado durante toda la lectura: qué pena que esté escrito así. Ahora bien: ¿se podría escribir de otra manera? 

Hay en Billie escape, le reconozco a Gavalda el inmenso mérito de la evasión y el entretenimiento con una historia dura y poco previsible, incluso inquietante si los ojos que la leen han pasado por según qué fronteras.

¿Merece la pena leerlo? Mi respuesta es sí. Rotundamente. Un ‘rotundamente’ extraño y contradictorio porque aún no salgo de la incertidumbre con la que he comenzado. ¿Me gusta? Igual debería quedarme en un sí…, a pesar de los pesares (gracias, Goytisolo).

 

Si nos hubieran dicho que los Hombres Grises de ‘Momo’ seríamos nosotros…

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Echo de menos una nueva edición de aquel libro con el que al menos mi generación creció, Momo, aquella fascinante y por desgracia tan real ficción creada por Michael Ende en 1973. Los de treinta y pico (y treinta y tantos)  lo leíamos atemorizados ante aquellos Hombres Grises que convertían el mundo de la niña protagonista, Momo, en un lugar feo, lleno de prisa y con una ausencia absoluta de felicidad, y lo peor: de su búsqueda.

momoAquel universo nos parecía el infierno: en él la imaginación, y por tanto los sueños, eran terreno prohibido. Y ‘eso’ recuerda tanto a ‘esto’ que no sé por qué las editoriales no han  aprovechado para sacar todo tipo de ediciones de Momo. Supongo que porque la crítica a las sociedades modernas servía igual para entonces… Aunque, contradecirse es sano, hoy es más válido que nunca.

Michael Ende nos daba a leer a la que hoy ha quedado ya bautizada como la generación estafada una realidad que ni siquiera sospechábamos que nos pudiera alcanzar. Ende nos contaba la historia de nuestra historia. Sólo que…, ¿dónde se esconde Momo?

Recuerdo bien aquel extraño sentimiento que me prococaron los Hombres Grises, los recuerdo mejor que el personaje de Momo, y eso que es maravilloso, porque esa pequeña era la imaginación, la única manera de darse persmiso y poder empezar otra vez. Momo era el verdadero poder y la salvación, y ellos, los Hombres Grises, daban tanto miedo que… Incluso muchos decíamos aquello de: «Ni que estuviéramos en el mundo de Momo…».

Hasta que nos convertimos en los protagonistas de aquella ficción inolvidable que hoy deberíamos volver a leer aunque solo sea para comparar lo que provoca en nosotros. ¿Habrá ese mismo extrañamiento o rechazo? ¿O habrá dolor y frustración? Y aún peor: ¿qué hacen quienes con el traje gris ya no tienen prisa porque no hay oficina a la que acudir?

Momo debería ser el libro de nuestros hijos. Aprenderán de él lo que seguramente no seremos capaces de enseñarles. Al menos no con el ejemplo. Aunque nosotros lo leímos… Pura contradicción, ya…

 

¿Quién fue el quinto Beatle?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

No hay escapatoria: una vez abierta la novela gráfica El quinto Beatle (Panini) se acaba sin intermedios. La fascinante, dura, compleja y corta historia de Brian Epstein, el descubridor y reperesentante de la banda de Liverpool, se lee mucho más por la vida del hombre sin quien el grupo no sobrevivió unido más que dos años, que por la inicial curiosidad que suscita lo relativo al grupo más famoso de la historia.

beatleEl retrato escrito por Vivek J. Tiwary y dibujado por Andrew C. Robinson y Kyle Baker ofrece un retrato de alguien a quien la mayoría no conocíamos en profundidad. Un hombre que, como Lennon y Harrison, moriría joven (32 años), y que no dudó desde que vio a actuar a la entonces formación de Lennon que lograría llevarlos al lugar más alto.

Lo hizo, pese a tener que pagar elevados precios. Su entrega, o al menos así lo muestran en esta novela gráfica, fue tan brutal que apenas vivió para algo que no fueran ellos.

Acompañado de una importante cantidad de fracasos (y miedos, sobre todo por ser homosexual en un tiempo en el que estaba condenado y penado), este dueño de una tienda de discos (era su trabajo cuando conoció a los Beatles) supo que con McCartney y Lennon (sobre todo Lennon, a quien adoraba) no habría margen para una caída más.

Su final, trágico y triste, puede que cambiara la historia de la banda, que no aguantó mucho más unida. Deja entrever la obra que la figura de Brian era fundamental en su unión.

El propio McCartney no ha dudado en darle la razón el título del libro: «Si alguien fue el quinto Beatle, ése fue Brian».  

 

 

Novela romántica: un malentendido y no de pareja

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Desde que E.L. James publicó el primer tomo de su trilogía 50 sombras de Grey la novela romántica ha vivido un subidón tan poderoso como para sacar al género de la minoría a la que estaba condenado. Es indiscutible el carácter erótico de las novelas, sobre todo de la primera de James, porque la segunda y la tercera responden al más clásico patrón de novela romántica.

Megan Maxwell logró gracias a su ingenio (y al camino abierto por E. L. James)  situarse en los puestos de los más vendidos con sus libros Pídeme, libros que recurrían a la erótica para envolver un cuerpo declaradamente romántico.

Una de las claves del éxito que trajo Grey y que luego han seguido muchas ha sido el cambio de portada. Ahora nadie tiene que taparlas para leerlas en público. Otra de las claves: la mujer es fuerte y no necesita ser sumisa o salvada como antaño (las lectoras de Maxwell se hacen llamar Guerreras). Y sin duda: Grey. El erotismo, que no era tanto, ha dado una vía de escape a las historias de amor.

Lo que perdura es el patrón: que sea una historia de amor por encima de todas las cosas y que enganche (y el final feliz, claro). Un enganche que ha de durar toda la obra, sin respiro, y que sea sencilla para poder leerla sin preocupaciones o parones. El fin es entretener y de ahí que la facilidad de lectura sea requisito indispensable. Decir que es una literatura que no requiere una gran calidad literaria no es decir que sea mala literatura. Es simplemente decir la verdad. Lo contrario sería como pretender que una sencilla comedia sea catalogada como un gran drama existencial.

No es ni mejor ni peor, es lo que es. Cuesta por ello entender que haya quienes se tomen como un insulto lo que en modo alguno lo es: no es la calidad literaria la primera característica de estas obras.  Se cumplen unos mínimos, pero no unos máximos. No es ésa la pretensión de quien la escribe ni tampoco de quien la lee. Cuando uno se apoltrona en el sofá para ver un telefilme un sábado después de comer busca que lo entretengan. Sin más.

Desafortunadamente estamos demasiado crispados para no encontrar ofensas en casi todo, algo que ha sucedido a quienes han sentido indignación al leer que una editora decía la verdad acerca de la novela romántica. Por cierto, pocas veces he escuchado a alguien hablar con tanto cariño y respeto de este género como a la editora española Esther Escoriza. A buen entendedor…

Y ahora me voy a leer la novela que acaba de publicar el periodista y escritor David Yagüe, quien hace unas horas me ha dicho sin complejos: «Oye, que es solo una novela de aventuras…». Seguro que hay mucho más. Pero de esto hablaré otro día.