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Nobel para Alice Munro, pero sobre todo para la importancia del mal considerado arte menor: el cuento

Por Paula Arenaspaula_arenas

Me ha costado siempre entender por qué el relato no tenía el mismo éxito que la novela. Pero ahora, que todo es velocidad y brevedad, Twitter es un ejemplo obvio, comprender que siga estando en nuestro país tan arrinconado me resulta imposible.

¿Es que al comprar un libro éste ha de ser muy gordo para que sintamos que el dinero invertido en él vale la pena? Luego vienen las sorpresas, claro. Las malas sorpresas.

alicemunroSeguramente exista algún motivo que se me escape y me haga ser tan radical en mi juicio y prejuicio para que el relato no cuaje. Pero también existen motivos de sobra para que me dé tanta rabia que el cuento no tenga más espacio que la infancia. Y entonces llega la gran noticia, el Premio Nobel de este año ha sido para Alice Munro y decir Alice Munro es decir ‘relato’.

Voy tarde, desde luego, hablar hoy de Munro debe de ser en esta vida tan veloz que hay tiempo para hablar de ella en el mismo momento en el que se anuncia el galardón pero ni de broma para leer uno de sus cuentos casi un agravio.

El cuento. La canadiense de 82 años no ha dejado de cultivarlo jamás. Empezó con él y se ha retirado, o eso dicen que ha dicho, con su última colección, Mi vida querida (Lumen, 2013). Con tal título queda clara la poca intención de esconderse de la autora. Muchos, generalmente los más inteligentes, ganan en la pérdida de pudores accesorios con los años, y ella es de ellos.

Es Mi vida querida ficción, ni la catarsis ni la vida tienen demasiado interés si no se elevan a arte, pero en Munro cualquier gesto, acto o escena cotidiana van con el debido filtro. No se esconde en esta obra, o se esconde menos que nunca, cuando saca a escena a ese personaje que no soporta a su madre, una niña, claro, las mujeres son pilares en todos sus libros. Igual que lo cotidiano, el amor y desamor, la soledad, la dificultad de elegir alejarse de la serena rutina, el dolor, el paso del tiempo.

Una obra con la que parecía haber dicho adiós a las letras. Armas que no protegieron a la autora de la lucha constante que ha sido su vida. Es importante recordar que sus tiempos de juventud (tiene, recordemos, 82 años) no tenían nada que ver con los nuestros y menos para una mujer. No sé si, la muy celosa de su intimidad Munro, acabará de creer que el Nobel es de ella y con ello Canadá tiene su primer premio de la Academia Sueca. Lo que está claro, al margen de si ella lo merecía más o menos que otros, es que el relato, y ya era hora, se lleva el premio gordo y eso es motivo de fiesta.