El doblaje de las películas extranjeras en España se hizo obligatorio desde el año 1941. Ya desde los primeros años del franquismo era casi imposible ver una película en su versión original en España. Sin embargo su utilización había comenzado una década antes y desde 1930 se estableció como herramienta útil para modificar (censurar) diálogos.
En contra de lo que se suele suponer, la censura no fue un invento del régimen franquista. A primeros de siglo fue debidamente manejada por Alfonso XIII y tras él durante la dictadura de Primo de Rivera e incluso en la II República.
La censura comenzó en 1912 por orden del rey borbón que era un gran aficionado al cine, sobre todo a las películas pornográficas. Pese a todo se crearon leyes para prohibir películas sobre sexo o violencia. La censura continuó durante la dictadura de Primo de Rivera y esta se ejercía desde la Dirección General de Seguridad de Madrid (con validez a todo el país) tras la regulación de 1930, la última relacionada con el cine de la monarquía. Ya en época republicana se añadió al Gobierno civil de Barcelona como nuevo centro censor de películas, algo lógico pues la gran mayoría de la industria estaba en la Ciudad Condal.
La Dirección General de Seguridad republicana era quien se encargaba de censurar los guiones o las imágenes que tratarán de socavar los valores republicanos, el prestigio de la patria o aquellos que trataran “desnaturalizar” los hechos históricos. La Ley de Defensa de la República del gobierno de Azaña prohibía cualquier difusión de noticias o documentales que pudieran «perturbar la paz o el orden público«.
La censura no comenzó durante el Franquismo sino durante el reinado de Alfonso XIII
La censura de la II República fue sobre todo anticomunista y grandes películas como Octubre (Sergei Eisenstein, 1927) o El Acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1925) estaban prohibidas (al igual que en otros países de Europa). Tampoco hay que olvidar la casi nula influencia política que tenía por entonces el Partido Comunista de España (no obtuvieron escaños en 1931 y solo 1 en 1933).
En general se trataba de evitar imágenes que pudieran incitar a la población a una posible revolución. Escenas reivindicativas de obreros, enfrentamientos contra patronos, barricadas o acciones contra la policía se suprimían. La Dirección General de Seguridad «retocó» por ejemplo Los Miserables (Raymond Bernard, 1934) al quitar secuencias con barricadas, ataques a las fuerzas del orden o los fusilamientos de los responsables. En Cuando una mujer quiere (Roy William Neill, 1934) se eliminaron parte de los diálogos donde obreros amenazaban a su patrón e imágenes donde trataban de agredirle.
Durante la guerra, el bando sublevado revisaba todas aquellas películas que llegaban a su zona de control mediante Juntas Autónomas de Censura, que formarían más tarde la Junta Superior de Censura Cinematográfica. Es muy destacable la importancia que daban al cine incluso en medio del conflicto civil.
Ya durante el Franquismo, la “consulta previa”, que era como se referían a la censura, alcanzó sus mayores cotas. El régimen trataba de difundir sus bondades, la cultura tradicional española y la doctrina católica. La iglesia colaboró con la censura implicando a un centenar de obispos y miles de sacerdotes. Para la Iglesia el cine era una escuela de perversión e inmoralidad y por tanto era pecado. Incluso los carteles eran retocados para evitar enseñar más de lo que la moral de la época permitía.
Pio XI recomendaba crear oficinas nacionales para promover la «honestidad del cine» en su encíclica Vigilanti cura de 1936, donde recomendaba clasificar las películas. Tras el fin de la guerra, el CEFI (Contra El Film Inmoral) creó en España una tabla de colores, con el blanco para las películas para todos los públicos; azul para jóvenes y mayores; rosa solo para mayores; y grana para las «peligrosas». Sustituido después por el SIPE (Servicio Informativo de Publicaciones y Espectáculos), no fue el único colectivo que metió la mano en la catalogación de las cintas. Filmor de la agrupación de Padres de Familia o la Acción Católica también tuvieron su papel en la censura
La utilización del cine como propaganda política nació a finales del siglo XIX (podéis ver ‘El nacimiento de la propaganda política en el cine‘) pero se fue desarrollando con Lenin, que opinaba que «de todas las artes, el cine es para nosotros la más importante», y más tarde por Hitler o Mussolini (“La cinematografía es el arma más poderosa”: el cine en la época de Mussolini). Para ello, junto a la producción de películas que ensalzaban los valores del régimen en cuestión, era necesaria la censura de aquellas proyecciones que fueran en contra de sus ideales.
Una de las excusas para la obligatoriedad del doblaje (y por tanto de la censura) fue la defensa del idioma español. Desde la ley de 1941, el español era el único idioma en que podía visionar una película en España. Esta legislación fue copiada por la realizada por Mussolini en Italia la década anterior.
Pero la censura durante el franquismo no solo afectó al cine, también a cualquier medio de comunicación desde la Ley de Prensa de 1938 que instauraba la censura previa. Esta duró hasta 1966 con la llamada Ley Fraga, impulsada por el ministro Manuel Fraga. A partir de entonces se podía multar o suspender una publicación o película contraria a los valores del régimen pero no requería de su aprobación previa.
Los nuevos tiempos llegaron al cine con el nombramiento de García Escudero como Director General de Cinematografía, un puesto al que había renunciado precisamente por ser contrario a los niveles de censura en los primeros años de la dictadura. Además Escudero estaba en contra del doblaje de las cintas ya que perjudicaba a la industria española, como ya contamos en ‘El «octavo arte» que no es la fotografía y está muy relacionado con el séptimo‘.
Entre las censuras más destacadas estaban las referidas a ayudas al bando republicano durante la guerra. Esto sucede en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) y en La dama de Shanghái (Orson Welles, 1947). La censura eliminó uno de los diálogos de Rick (Humphrey Bogart) donde hacía referencia a su ayuda a la república eliminando frases como «combatió (usted) al fascismo en España» e hizo lo mismo en la película de Orson Wells. El director, que había apoyado públicamente a la República Española, incluía un diálogo donde uno de los protagonistas decía hacer matado a un espía de Franco.
En Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1951) la tijera cambió solo una palabra: “amantes” por “amigos”, algo importante ya que el adulterio (como la homosexualidad) eran tabúes para la censura y cualquier relación amorosa debía ser dentro del matrimonio. El adulterio fue la causa también en Mogambo (John Ford, 1953), aunque fue peor la solución que dieron los censores. Para evitar la relación entre la casada Eloise (Ava Gardner) y el apuesto granjero Víctor (Clark Gable), decidieron transformarlos en hermanos y por tanto su relación en incestuosa.
Con la llegada de la democracia a España se puso fin a la censura en el cine aunque hubo una excepción en El Crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1979). Era la historia real de un caso de un polémico asesinato sucedido en 1910. La cinta mostraba las torturas a los acusados para que confesaran el crimen (que se demostró más tarde que no habían cometido). Un día antes de su estreno en diciembre de 1979, el Ministerio de Cultura comunicó su prohibición para que fuera exhibida en cines. Los tribunales de justicia impidieron su estreno por la imagen que ofrecía de los cuerpos judiciales y la Guardia Civil. La propia Pilar Miró fue procesada por un tribunal militar que pedía 6 años de prisión para ella. Ante la presión popular, la Audiencia Nacional autorizó la película dos años después y la directora quedó absuelta.
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