Vitaminas en forma de musical (‘La La Land’, 2016)

Propuestas de cine

La La Land 2016

( ©Universal )

Porque queremos entrar dentro de la pantalla y meternos en la piel de esos personajes, vivir sus historias sean de cine o nuestras series preferidas, esperando que por muchas desgracias o tragedias el final sea feliz, y si no lo es que al menos sirva para enmendar errores o de espejo para otros de lo que somos. Porque Woody Allen rompió esa «cuarta pared»  mezclando las estrellas inalcanzables de la gran pantalla con el espectador llano sentado en su butaca en La rosa púrpura de El Cairo (1985), y varias décadas atrás Buster Keaton ya lo había hecho con El moderno Sherlock Holmes (1924). Y porque desde ese crucial instante en qué se oyó la voz de Al Jolson en El cantor de jazz (1927), el público debió sentir por primera vez que la relación de cercanía con esos personajes de la pantalla era mayor, había imagen y ahora también sonido, palabras y música a su alrededor.

Y porque había nacido el musical, el género más genuinamente cinematográfico, el que durante varios años desde la aparición del sonoro el público identificó con películas. Y por duras que fueran las cosas en ese cine de a finales de los 20, o de la década de los 30, 40 o 50 no había nada que una canción (buena o mala) o número musical no pudiera arreglar.

La La Land 2016

( ©Universal )

El nombre de Damien Chazelle se me quedó grabado desde que vi Whiplash. ¿Ha nacido un genio? No lo sé. Cuando estaba enfrascado en el proyecto de La La Land (título que es toda una declaración de intenciones) ni él mismo pensaría que esta pequeña producción, declaración de amor a la música y al cine, podría llegar a convertirse en la gran ganadora de los Globos de Oro y, quizá, de los Oscar. ¿Un musical? ¿Otro musical? La La Land nos coge de la mano y nos lleva hasta Seb, el pianista de jazz que encarna Ryan Gosling, que al igual que el propio Chazelle se debate entre hacer el trabajo que a él de verdad le gusta o (contradiciendo las directrices de Hollywood) el que pudiera agradar más fácilmente a una gran cantidad de público. Su otra mitad de la naranja es Mia (Emma Stone), la camarera aspirante a actriz, aunque sería más propio decir aspirante a gran estrella.

Mia y Seb están destinados a encontrarse, más de una vez, a compartir ilusiones y desengaños, y a enamorarse y desenamorarse, a luchar por sus sueños y a sacrificar parte de ellos, y lo hacen siguiendo la estela del musical de referencia de la película de Chazelle, la bonita y sin embargo agridulce Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964). Su relación incluso tiene un aire a Annie Hall (1977), de nuevamente Woody Allen, hablando del amor, de la vida, el arte o yendo al cine (a ver un clásico de James Dean, Rebelde sin causa).

Y a mí me gusta La La Land, aunque no sea el súmmum de la originalidad, porque Emma Stone (y me ofrezco voluntario a entregarle el Oscar) y Ryan Gosling no están para dar lecciones de claqué, pero destilan glamour y simpatía; porque es una carta de amor al cine y a los musicales; porque la virtuosa dirección de Chazelle aúna exquisitos movimientos de cámara con maravillosos recursos de iluminación propios del teatro y el cabaret, porque empatiza mostrando (en su tramo final) el cómo son las cosas y cómo nos hubiera gustado que hubieran sido; porque nos hace soñar y empapa de color lo que es grisáceo. O porque simplemente, aunque la vida duela, sabemos que sea cantando bajo la lluvia, empapados por las tormentas o en un cielo despejado, la alegría, la esperanza o incluso la melancolía y la ensoñación son vitaminas que no pueden faltar. City of Stars, La, la, la, lá…

Puntuación:

 

 

 

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1 comentario

  1. Dice ser Luisa

    Pues a mí también me gusta La La Land, y mucho!! 🙂
    Me encantan los musicales y siempre salgo cantando y bailando del cine

    27 enero 2017 | 13:08

Los comentarios están cerrados.