Propuestas de cine
Porque queremos entrar dentro de la pantalla y meternos en la piel de esos personajes, vivir sus historias sean de cine o nuestras series preferidas, esperando que por muchas desgracias o tragedias el final sea feliz, y si no lo es que al menos sirva para enmendar errores o de espejo para otros de lo que somos. Porque Woody Allen rompió esa «cuarta pared» mezclando las estrellas inalcanzables de la gran pantalla con el espectador llano sentado en su butaca en La rosa púrpura de El Cairo (1985), y varias décadas atrás Buster Keaton ya lo había hecho con El moderno Sherlock Holmes (1924). Y porque desde ese crucial instante en qué se oyó la voz de Al Jolson en El cantor de jazz (1927), el público debió sentir por primera vez que la relación de cercanía con esos personajes de la pantalla era mayor, había imagen y ahora también sonido, palabras y música a su alrededor.
Y porque había nacido el musical, el género más genuinamente cinematográfico, el que durante varios años desde la aparición del sonoro el público identificó con películas. Y por duras que fueran las cosas en ese cine de a finales de los 20, o de la década de los 30, 40 o 50 no había nada que una canción (buena o mala) o número musical no pudiera arreglar.