El día empieza pronto, a las seis ya se oye algún gallo rezagado cantando a lo lejos mezclado con el sonido de la actividad en la calle. Nosotros solemos arrancar un poco más tarde, a no ser que la pila de ropa sucia nos lo impida, y un desayuno después ya recorremos el corto camino hacia el hospital, tropezando con algún lagarto azul o mariposa.
En el hospital nos esperan todo tipo de cosas que hacer. La responsabilidad del doctor Cesar aquí va desde pasar visita a los enfermos ingresados en la planta, la consulta, hacer las ecografías, las curas y los partos difíciles hasta, en caso de haber, las cirugías. Aprovechando que estos días somos varios los voluntarios que estamos en el hospital, el trabajo disminuye, pero aún no me explico cómo puede llegar a hacerlo habitualmente sólo una persona. Además, hoy es día de mercado, la clientela aumenta considerablemente y las embarazadas vienen de los pueblos de los alrededores para su seguimiento.

La mayoría de los ingresados son niños.
Nos dividimos, Cesar se queda la consulta, las otras voluntarias con el screening de malnutrición en el centro de vacunación y yo con los enfermos de la planta. La mayor parte de los ingresos son niños: malaria, fiebre tifoidea, gastroenteritis, accidentes… Incluso una pobre niña llena de picaduras de avispa porque su hermano la dejó atrás después de estar golpeando una colmena.

Charla con las mujeres embarazadas
Al final, el día pasa a medida que vamos de un lado para otro, entre los pacientes que vienen y van, hasta que llega la hora de comer. Las canciones que les enseñan a las embarazadas para que aprendan a protegerse de la malaria y otras infecciones llenan el ambiente acompañadas de palmas. Ha sido un buen día y es una hora decente para comer, apenas queda nada de trabajo para después, así que sin perder mucho tiempo nos preparamos para ir de excursión.
Hemos oído hablar de un pueblo en la cima de una de las montañas, el Diche 2, y como no sabemos cuánto tardaremos empezamos a subir a pesar del calor asfixiante que hace a esta hora. La gente vuelve del mercado, cargados hasta arriba con garrafas y comida y mientras suben el mismo camino se emocionan al vernos y nos repiten «Ashia» entre risas una y otra vez.
Si el calor nos acompañó de subida, de bajada fue la lluvia torrencial y caladas hasta los huesos, cruzamos los dedos para que haya agua para ducharnos. Hemos tenido suerte y limpias y calentitas nos tomamos una cerveza en el salón. Otro día ha pasado en Widikum, ahora toca coger fuerzas para el siguiente