Un reportaje que hice en abril de 1983 en un pueblo remoto cambió mi vida. Yo tenía entonces 26 años recientes, dos hijos de 7 y 5, dos licenciaturas universitarias –en Ciencias de la Información y en Filología Hispánica-, algunas deudas y ningún empleo estable. Y un futuro profesional confuso. Francamente: no sabía a ciencia cierta a qué dedicarme.
En casa íbamos tirando como podíamos con lo que ganaba Montse, mi mujer, malpagada en una empresa pública, y con mis colaboraciones esporádicas y aún peor pagadas en distintos medios.
Montse, también de Filología, me había regalado el María Moliner y me había animado, un año antes, a que me presentara a unas oposiciones para profesor de Lengua y Literatura de enseñanza media. No sé ahora, pero para opositar en aquel entonces se necesitaba completar un Curso de Adaptación Pedagógica (CAP), y en ello estaba yo aquel abril de 1983. Era el tercer trimestre del curso, y en la parte práctica del CAP había que impartir clase. Me destinaron al Instituto Calderón de la Barca de Madrid, heredé dos grupos nocturnos de COU de Carmen Romero, la entonces mujer de Felipe González, presidente del Gobierno desde pocos meses antes. Carmen acababa de dejar las clases para irse a Moncloa a desempeñar un papel que creo que le gustaba más bien poco: de mujer del presidente, de ‘segunda dama’.
Aquella primavera estaban convocadas las segundas elecciones municipales de la democracia. Iban a celebrarse el 8 de mayo.
No solo yo, muchos jóvenes periodistas de entonces nos abríamos camino en la profesión haciendo por nuestra cuenta y riesgo reportajes o entrevistas y ofreciéndolos después, a puerta más o menos fría, en algún diario o revista con poca redacción interna y proclive a comprar colaboraciones de este tipo.
Con la campaña electoral a punto de empezar, me pregunté cuál sería el municipio independiente –no pedanía, no entidad menor- más pequeño de España, y supe de uno en Burgos, Castil de Carrias, que sólo tenía un habitante. Avisé a mi amigo Toño -Antonio Miguel Niño, el fotógrafo de Aranda de Duero con el que por entonces trabajaba aquellas historias- y viajamos a Castil, probablemente un fin de semana para no faltar yo a mis prácticas de profesor.
La de Florentino González Sáez, el único habitante de Castil de Carrias, alcalde de sí mismo y sólo de sí mismo, era una buena historia. Nos quedó bien, texto y fotos. Se la vendí a El País, al jefe de la sección España. Salió publicada el 27 de abril. Me llamó Julio Llamazares para pedirme prestada la galga Culebra para una novela en la que andaba entonces, quizás Luna de lobos o La lluvia amarilla. Y, cuando por la noche volví del instituto, me encontré en casa una nota de otra llamada al teléfono fijo. Entonces no había móviles, claro. Quien me había llamado era uno de los grandes jefes de El País.
Era ya tarde aquella noche. Al día siguiente, pude llamar o no llamar. Pero llamé.
-Oye, chaval. Tú eres el autor de ese reportaje que hemos publicado hoy del pueblo casi vacío, ¿no? ¡Está muy bien, enhorabuena! Me cuentan que quieres ser profesor de instituto. Yo creo que te equivocas. Tú puedes ser un buen periodista. Si te animas, te encargamos reportajes a menudo.
Renuncié a ser profesor y a las oposiciones. Ni me presenté. Decidí dedicarme por completo a esto, al periodismo.
Hace poco más de un mes, 32 años después de todo aquello, Toño me envió unas viejas fotos que había encontrado revisando carretes polvorientos. Sí, ese de la barba soy yo, con Florentino a la puerta de su casa en el Castil de Carrias de 1983:
-El tiempo pasa rápido –me dijo Toño por mensaje directo de Twitter-. Florentino murió hace bastante y saquearon el pueblo al quedar abandonado.
-¡Vaya! No tenía ni idea. ¿Y si nos pasamos por allí y hacemos un nuevo reportaje? En breve, con la percha de las municipales.
Fuimos el pasado 11 de mayo, lunes. Aprovechamos el viaje para pasarnos por otro pueblo burgalés, Jaramillo Quemado, que ahora es, oficialmente, el segundo municipio español más pequeño. Cuatro habitantes.
Hacía mucho calor en los páramos y en las sierras de Burgos el pasado día 11. Me quemé, ya sin barba. Pateamos Castil de Carrias con sus ocasionales visitantes y Jaramillo Quemado con uno de sus cuatro habitantes y con el que en otoño será el quinto en el padrón:
Lo que vimos y nos contaron, lo encontrarás en las páginas 22 a 25 del número 33 de El Mensual de 20minutos. Lo hemos repartido hoy. Y aquí la versión online de ambas historias agrupadas en una.