Dos semanas después, anteayer se me averió de nuevo el coche. Está en el taller, con síntomas de fallo multiorgánico. He venido de casa al periódico en metro, 12 estaciones. El vagón casi vacío, ya se nota el veraneo, apenas una veintena de personas. Dos hombres leían la edición impresa de 20minutos, una mujer ojeaba una revista que no he identificado y nueve viajeros, nueve, casi la mitad del total, iban embebidos en su teléfono móvil, muchos de ellos con auriculares.
La vida entera nos la cambió mucho internet a finales del siglo XX y ahora nos la cambia del todo el móvil en estas primeras décadas del siglo XXI. Casi siempre, para bien, pero a veces para menos bien. Por ejemplo, nuestra salud y nuestra anatomía.
Leí el domingo pasado en 20minutos que, además de tendinitis varias y síndromes del túnel carpiano, los móviles están ahora provocando en algunos hiperusuarios de la cámara fotográfica el ‘codo de selfie’, con inflamaciones similares a las del ‘codo de tenista’.
Me recordó una vieja historia, la de otro objeto que también cambió el rumbo de la sociedad y de la vida… y la salud de sus usuarios.
Baja Edad Media. La guerra era por aquel entonces en casi toda Europa –y desde hace muchos siglos- una de las principales actividades económicas, si no la principal. Una larguísima guerra concreta, que acabará llamándose Guerra de los Cien Años, pero en realidad durará 116, enfrenta a los reinos de Francia e Inglaterra. Batalla de Crécy, al norte de Francia, 26 de agosto de 1346. En el lado francés, 12.000 caballeros, 6.000 ballesteros, 15.000 infantes. En el inglés, muchísimos menos: 2.500 caballeros, 6.500 infantes. Y, sin embargo, victoria total y aplastante de los ingleses, y este parte de bajas: 1.200 muertos y heridos en las filas inglesas, 12.000 muertos en la filas galas. ¿Qué había pasado? La gran mayoría de los 6.500 infantes ingleses eran arqueros, pero no arqueros normales: arqueros de arco largo, luego llamado arco inglés. Tan nuevo, tan innovador, que fue el factor decisivo de la batalla.
El arco no era largo, era larguísimo. Medía hasta dos metros. Era muy difícil de manejar, los arqueros necesitaban varios años de adiestramiento. La tensión que desarrollaba un arco tan grande era tal que solo hombres muy fornidos lograban sujetar la madera con el brazo izquierdo totalmente desplegado y hacer retroceder la cuerda con el derecho hasta la altura de la oreja para lograr el disparo de la saeta. Las flechas volaban lejísimo, a doscientos metros de distancia. Una a una, eran imprecisas. Pero, disparadas a la vez miles de saetas por miles de arqueros coordinados, caían como sucesivas lluvias letales sobre la caballería rival antes de que esta empezara su temible carga, hasta entonces imparable, indefendible. Los efectos del arco largo sobre caballeros y caballos eran demoledores. Las saetas llevaban atrás plumas de ganso para que planearan mejor y llegaran más lejos, y las miles de flechas lanzadas a la vez provocaban un siseo estrepitoso de plumas que se convirtieron después en señal del ulular de la muerte. Al arco largo se le llamó después «la ametralladora de la Edad Media».
El arco inglés cambió todo, la historia militar y en parte también la historia social del mundo. Acabó con la supremacía secular de la caballería y dio paso a la de la infantería. Cerró en parte la brecha social entre la clase alta de la caballería, de los que podían pagarse un caballo para ir a la guerra, y la clase baja de los de a pie, de los infantes que convertidos en arqueros competían casi de igual a igual por la victoria y por el botín. Para algunos historiadores, el arco fue un activador de la movilidad social, casi un precedente de la lucha de clases.
El arco inglés provocó otras transformaciones. Anatómicas. En muchas excavaciones, se ha identificado a los arqueros por su deformidad sobrevenida. Su brazo izquierdo se había alargado, y la muñeca, el hombro y los dedos de la parte derecha de su cuerpo mostraba signos de descalcificación.
En las excavaciones del futuro -si la incineración de cadáveres no acaba siendo universal-, los investigadores verán en nosotros las transformaciones anatómicas provocadas por el móvil. Sabrán leer en nuestros restos cuántos mensajes mandábamos de media al día, qué dedos usábamos más, si éramos diestros o zurdos, si nos hacíamos muchos selfies y acabamos con ‘codo de selfie’…