¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

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Emilia Pardo Bazán, feminista precoz

¡Sorprendente novedad literaria! La Fundación Lázaro Galdiano acaba de publicar Aficiones peligrosas, una novela que Emilia Pardo Bazán escribió hacia 1864, cuando solo tenía 13 años, y con la tesis de que la mujer tiene derecho a formarse y ser creadora, un planteamiento casi feminista, insólito a tan precoz edad y a mitad del siglo XIX. La obra refuerza esa faceta de mujer y escritora adelantada a su época que ya se apuntó con otro hallazgo y publicación de textos inéditos de Pardo Bazán: las cartas personales -¡y tanto!- que cruzó con otro de los grandes escritores de su tiempo, Benito Pérez Galdós, recuperadas en 1975 por Carmen Bravo Villasante. Lástima que se perdieran otras en el Pazo de Meirás, probablemente adrede y por decisión censora de otra Carmen, Carmen Polo, o incluso del propio Francisco Franco.
Cuenta una crónica de la presentación de la obra que el original estaba en la biblioteca de la fundación y que doña Emilia y José Lázaro Galdiano eran amigos.
Sí, lo eran. Lázaro era un financiero, mecenas, editor, bibliófilo y coleccionista de arte. De origen navarro, fue famosísimo y popular en el mundo cultural del Madrid de hace un siglo. Su valioso patrimonio artístico se reunió en el museo madrileño que lleva su nombre, en el número 122 de la calle Serrano. Es muy recomendable la visita, hay desde armas y muebles a joyas y marfiles, desde monedas antiguas a pintura de Goya o El Greco. Mi pieza favorita es una tabla italiana de finales del XV, El Salvador, atribuida a un discípulo de Leonardo, pero en la que quizás intervino el mismísimo Da Vinci, como en la Gioconda del Prado.
Además de amigos, Doña Emilia y Lázaro fueron amantes ocasionales. Fue «un error momentáneo de los sentidos», le asegura la propia Pardo Bazán en una de las cartas a Galdós, que era por entonces su pareja, su amante secreto y más duradero. El «error» de doña Emilia pudo ser momentáneo, pero tuvo impacto literario: acabó reflejado en tres novelas, dos de Galdós y una de ella.
Hace muchos años, en enero de 1989, publiqué en la revista Cambio 16 un largo reportaje sobre Galdós y sus mujeres. Hace una semana, CL dejaba un comentario en este blog animándome a que republicara aquí de vez en cuando algunos de mis viejos artículos y reportajes. Veo que con el de Galdós seductor ya lo hice, hace dos años, pero lo enlazo ahora para el que quiera entretener sus ocios de fin de semana sabiendo facetas poco conocidas del gran escritor canario y de su volcánica novia la escritora gallega, que en las cartas le llamaba «amado compañero», «miquiño adorado», «ratonciño del alma» y «amado roedor mío». ¡Avanzada e innovadora hasta en el lenguaje amoroso, doña Emilia!
 

Allan Karlsson, el gran pícaro del siglo XX

He leído casi de un tirón El abuelo que saltó por la ventana y se largó, la torrencial, ingeniosa, hilarante novela del sueco Jonas Jonasson. Ha sido ya un éxito de masas lectoras en media Europa, y aquí en España la acaba de lanzar Sigrid Kraus (Salamandra), editora de otros rutilantes bestseller de calidad, desde la saga de Harry Potter a las obras de Némirovski, Camilleri o Sándor Márai pasando por El niño con el pijama de rayas, La soledad de los números primos o Mil soles espléndidos. Apuesto a que con El abuelo… Sigrid se apuntará otro éxito, será uno de los libros del año entre nosotros.
Quédate con el nombre del abuelo: Allan Karlsson. En efecto, el día en que cumplía 100 años y lo homenajeaban en la residencia de ancianos de la pequeña ciudad sueca donde vivía, Allan se larga por la ventana y encadena durante un mes las aventuras más disparatadas que he leído en mucho tiempo. Me recordaban las de algún personaje del finlandés Paasilinna…. y hete aquí que de repente Jonasson cita a Paasilinna en su relato.
Ese mes aventurero del abuelo Allan nos permite además asistir al repaso de sus cien años anteriores, aún más sorprendentes si cabe. Experto en explosivos desde niño, gran bebedor, asexuado porque fue víctima del programa eugenésico sueco, Allan es un pícaro contemporáneo que participa en primera fila en todos los grandes asuntos del siglo XX en el mundo, de la guerra española a la de Corea, de la guerra fría a Mayo del 68. Allan ha hecho de todo. Ha estado a punto de volar en pedazos a Franco y ha trabajado para él. Ha intimado con tres presidentes estadounidenses: Truman, Johnson y Nixon. Ha trabajado para la CIA y coqueteado con el KGB. Ha cenado con Stalin, y desatado tanto sus iras que ha acabado en el Gulag. Ha pasteleado con Degaulle, con Mao, con Churchill… Allan ayuda a Estados Unidos en la creación de la primera bomba atómica y colabora en la filtración de la fórmula a la URSS, y dirige desde la sombra y sin ellas saberlo primero la escalada y después el desarme nuclear de las dos grandes potencias. Y todo, en fin, sembrado de pasajes en los que no podrás aguantar la risa.
El abuelo... es la primera novela de Jonas Jonasson, pese a que este es ya cincuentón. Largos años periodista -como su compatriota Stieg Larsson, el autor de la serie Millennium-, consultor de medios y productor de televisión, Jonas decidió un día saltar también por su ventana y desaparecer. Vendió todo cuanto tenía en Suecia y se largó a Suiza, a orillas del lago Lugano, a parir la azarosa y larga vida de Allan. Tras el éxito inicial de la novela en Suecia, fue curiosamente una agencia literaria española, Pontas, fundada y dirigida por Anna Soler-Pont, la que compró los derechos internacionales y los está gestionando con éxito en todo el mundo.
Jonas ya ha vuelto a Suecia, vive en una isla y prepara su segunda novela. Tiene por título provisional La analfabeta que sabía leer. A Allan lo ha dejado en Bali, tan feliz. El Gobierno le acaba de pedir que colabore en su programa nuclear, pero no se ha interesado por su fórmula para sacar alcohol de la leche de cabra.

Alberto Olmos y su ‘Ejército enemigo’

Estoy leyendo la celebrada novela Ejército enemigo, de Alberto Olmos (Mondadori). No me decepciona, pero por ahora tampoco me entusiasma. Quizás lo mucho que me gusta el blog dicen que del otro yo del autor y quizás algunas reseñas, críticas y entrevistas que había leído sobre esta obra me habían generado unas expectativas demasiado altas…
Las nuevas tecnologías, la publicidad, las ONG y la solidaridad, los movimientos sociales de calle… Los asuntos que Olmos toca son muy actuales, parece un periodista. Y se acerca a ellos a la contra, sin contemplaciones. El protagonista no es un héroe, es casi un villano.
Acabo de encontrar en internet una curiosa crítica de Ejercito… firmada por Lorenzo Silva. La ve casi como una novela negra, y no le faltan argumentos. Dice también Silva -y me fío mucho del padre de Bevilacqua y Chamorro- que a la novela de Olmos le sobran las 100 primeras páginas, y yo llevo recorridas unas pocas más, luego aún cabe que Ejército enemigo finalmente me entusiasme.
Me vuelvo a la lectura, ya os contaré.

Adamsberg contra la santa compaña

Buena noticia para los aficionados a la novela negra. En menos de dos semanas, el 30 de noviembre, Siruela lanza en España la nueva aventura del comisario Adamsberg, creado por la francesa Fred Vargas.
Se titula El Ejército Furioso, ha vendido nada menos que 500.000 ejemplares en Francia, y yo tengo la suerte de que ya estoy leyéndola. Como todas las entregas de la serie, tiene una trama muy original, insólita, sorprendente. En el centenar de páginas que llevo leídas, Adamsberg parece que se enfrenta en un pueblo de Normandía a una especie de santa compaña de origen medieval… pero seguramente Vargas nos acabará llevando por otros caminos.
Espero acabármela este fin de semana, pero no, no os contaré el final.

Vuelve ‘Agosto’, de Rubem Fonseca

Vi ayer en La Casa del Libro que RBA acaba de publicar Agosto, una de las grandes novelas de Rubem Fonseca. Era casi inencontrable en castellano, como tantas otras obras del escritor brasileño. A Fonseca se le ha publicado poco y mal en España, y así una gran masa de lectores se han perdido hasta ahora a uno de los grandes escritores contemporáneos. Hace muchísimos años, en los ochenta, yo me encontré su El caso Morel en una librería de viejo. Lo compré probablemente seducido por el arranque del libro, no conocía de nada al autor. Me lo leí de un tirón esa misma noche, embebido en la lectura, y desde entonces soy fonsequista acérrimo. Aquí os he hablado muchas otras veces de este autor.
Agosto, que se publicó originalmente en 1990, es una obra pionera, curiosa mezcla de novela negra y novela histórica. La trama transcurre en los últimos días de vida y de presidencia de Getulio Vargas, en agosto de 1954, cuando Brasil vivió uno de los periodos más convulsos de su historia. Es espléndida. Os la recomiendo con fervor.

Abogados, detectives, periodistas

Estoy leyendo a Gianrico Carofiglio, el reciente fenómeno del giallo, la novela negra italiana. Su biografía (magistrado, procurador antimafia en Bari, «ha participado en numerosos casos de crimen organizado, corrupción, prostitución y esclavitud sexual», dicen las solapas de sus libros), sus éxitos de ventas y algunas críticas muy elogiosas así nos lo han presentado. A mí, sin embargo, su ‘Las perfecciones provisionales’ me está decepcionando. Trama principal muy simple, exceso de tramas laterales insulsas, diálogos pobres, algunos personajes mal trazados… No sé si el abogado Guido Guerrieri y su creador, Carofiglio, progresan adecuadamente, no conozco otras novelas de la saga, pero creo que necesitan mejorar, y mucho.
Pero también hay algunos hallazgos valiosos. En la pagina 83, un carabinero alecciona al abogado Guerrieri, que se ha metido a investigador, a detective.
«Los manuales aconsejan que se proceda en dos tiempos cuando se escucha a un informante. En el primero es mejor dejarle hablar libremente, sin interrupciones, interviniendo solo para darle a entender que estamos siguiendo atentamente su discurso. Cuando esa narración libre se agota es preciso pasar a hacerle preguntas específicas, para aclarar y profundizar. Y, para concluir, siempre hay que dejar una puerta abierta. Hace falta decirle al testigo que, seguramente, en las próximas horas o los próximos días, recordará algún otro detalle. Quizás a él le parezca algo insignificante y se incline por guardárselo para sí. Eso no debe ocurrir. Entre los detalles aparentemente insignificantes puede esconderse la clave para resolver el caso. (…) Así pues hay que decirle al testigo que si recuerda otra cosa (cualquier otra cosa) tiene que volvernos a llamar».
La técnica parece completamente trasladable a un periodista tratando de sacarle a una fuente toda la información que lleve dentro…

Que los libros te golpeen

¿Qué estás leyendo, has descubierto algún libro nuevo interesante? Yo lo suelo preguntar mucho a algunos amigos muy lectores. Nos servimos mutuamente como asesores de libros.
Acostumbro a leer varios libros a la vez, creo que ya lo comenté aquí hace tiempo. En mi mesilla hay ahora una veintena de libros, en la pequeña mesa de trabajo de casa donde estoy escribiendo este post hay exactamente 15, en la del despacho en 20 minutos debe de haber tres o cuatro, entre montañas de papeles desordenados. Entre tantos volúmenes, hay de todo: joyas y basurilla, clásicos y actuales, novelas con pretensiones y recientes novelitas inanes, ensayo, gran reportaje, uno de poesía… y mucha Castilla medieval. Hasta uno en inglés (The Medieval Spains, de Bernard F. Reilly, Cambridge Medieval Textbooks) que compré la semana pasada en The Coop, en Harvard, y que leo muy lentamente y con diccionario.
Uno de mis libros de estas semanas va precisamente sobre libros, lecturas y lectores: Una historia de la lectura, del argentino-canadiense Alberto Manguel (Alianza Editorial). Llevo un tercio del volumen, he subrayado muchas cosas, y me he encontrado en la página 138 una contundente cita de Kafka, de una carta que escribió en 1904 a su amigo Oskar Pollack. Dice así:

«En general, creo que solo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un mazazo en el cráneo, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices tú? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hacen felices podríamos escribirlos nosotros mismos si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos es libros que nos golpeen como una desgracias dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo».

¿Tú también lo crees? ¿Lees libros que te golpeen o libros que te hagan feliz?
¿Qué estás leyendo? ¿Has descubierto algún libro interesante?

Cada ciudad, su detective

Acabo de descubrir, por casualidad, a un nuevo autor apreciable de novela negra, Giorgio Scerbanenco. Bueno, nuevo para mí, aunque ya ni peina canas. Murió en 1969, había nacido en Kiev en 1911 y vivió en Milán desde los 16 años. Y en la ciudad de Milán transcurren las novelas de su personaje, Duca Lamberti, un peculiar médico y policía, más policía que médico, al menos en la novela que yo he leído.
La compré hace unos días en la Librería Picasso, probablemente la mejor de Almería, junto a otros muchos libros que ya os comentaré si viene a cuento. Me llamó la atención el título, Los milaneses matan en sábado, la edita Akal. Por cierto, en los créditos la editorial reseña, como es preceptivo, el título original, I milanesi ammazzano al sabato, pero oculta de cuándo es la primera edición en italiano. ¿Es miedo a que una obra que ya tiene casi medio siglo no atraiga a lectores ahora? Pues hacen mal, la novela ha envejecido bien, la trama no es un portento de ingenio, el misterio es demasiado leve, algunas escenas son reiterativas, pero todo está bien contado, el texto crea adicción, se lee con interés creciente. Yo me la he ventilado en cuatro sentadas.
La chica de Duca Lamberti, por cierto, se llama Livia. No sé si Andrea Camilleri, muchos años después, no bautizaría a la novia de su comisario Salvo Montalbano como un homenaje a Scerbanenco, como homenajeó a Manuel Vázquez Montalbán, padre del detective Pepe Carvalho, al ponerle ese nombre al comisario.
Duca Lamberti en Milán, Salvo Montalbano en Sicilia, Pepe Carvalho en Barcelona… Muchas ciudades o territorios tienen ya su detective de ficción titular, un héroe de novela negra a través del cual llegamos a conocer el paisaje y el paisanaje mejor que con una guía turística. Los Toni Romano de Juan Madrid, Luis Bernal de David Serafín o Carlos Clot de Rafael Reig en Madrid, el Guido Brunetti de Donna Leon en Venecia, el Gordiano el Sabueso de Steven Saylor en la Roma clásica, el Leo Caldas de Domingo Villar en Vigo, el Toni Butxana de Ferrant Torrent en Valencia, el Jaen-Baptiste Adamsberg de Fred Vargas en París, los Kalle Blomkvist y Lisbeth Salander de Stieg Larsson en Estocolmo, el Kurt Wallander de Henning Mankell en el sur de Suecia, el Harry Hole de Jo Nesbo en Oslo, el Kostas Jaritos de Petros Márkaris en Atenas, el Héctor Belascoarán Shayne de Paco Ignacio Taibo II en México DF, la Kinsey Millhone de Sue Grafton en California, el abogado Paulo Mandrake del brasileño Rubem Fonseca en Río de Janeiro o el Brahim Llop de Yasmina Khadra en Argel nos han enseñado mucho sobre las ciudades de sus aventuras. De Tomelloso y de la vida cotidiana en las pequeñas ciudades sabemos más por el Plinio de Francisco García Pavón que por ningún ensayo…
P.D. ¿Mis favoritos? Adamsberg, Mandrake, Belascoarán, Gordiano, Montalbano. Y el padre Brown, por supuesto, pero aquí no hablo de los padres y abuelos del género. ¿Cuáles son los tuyos?

El amor se inventó en el siglo XII

El amor, tal como lo entendemos hoy, se inventó en el siglo XII, fue una invención de los trovadores, de los poetas líricos que componían sus obras en la lengua occitana y proponían un arte de amar, el amor cortés, que se convirtió durante ese y el siguiente siglo «en un sistema coherente, aunque dotado de múltiples variaciones».
La tesis es una de las centrales de El amor en la Edad Media. La carne, el sexo y el sentimiento, un ensayo del profesor de la Universidad de Limoges Jean Verdon. El amor, según el autor, comienza a mostrarse desde esas fechas como un todo, carnal y espiritual, sexual y emocional. Y el amor por aquel entonces, según el autor, nunca o casi nunca se daba en el matrimonio: «No puede existir al amor entre esposos. El amor cortés es extramatrimonial», escribe Verdon al comentar el De arte honeste amandi de Andreas Capellanus. «¿Qué es el amor sino un deseo de disfrutar con pasión los abrazos furtivos y secretos?», dice uno de los personajes del libro de Capellanus. Escrito este en latín, en prosa, y publicado hacia 1180, es un clásico del género amoroso, con una curiosa vuelta de tuerca final: el autor, que era clérigo, aconseja… la abstinencia.
Verdon es un reputado medievalista especializado en la vida cotidiana. Es una de mis lecturas del verano, pero lectura de placer y de trabajo. Como ya conté aquí, mi hijo Ignacio y yo estamos preparando ya la segunda parte de La nación inventada, una historia diferente de Castilla que ya lleva 5 ediciones en 10 meses.

Cómo distinguir un Haruki Murakami de un Ildefonso Falcones

Leí a Haruki Murakami de forma compulsiva hace unos cuatro años, y sufrí hace dos muchos altibajos en mi aprecio como lector sobre él. El domingo de la semana pasada, estuve a punto de comprarme su última novela, 1Q84, pero al final me dio pereza: me vi naufragando y cabreado en sus 750 páginas.
Creo que hice bien. Esta mañana he visto en Mal-herido que la última novela del japonés es como todas las anteriores:

«1Q84 es más de lo mismo, más Murakami. Estas son las características básicas de una novela de Haruki-kun, y si no las encuentran en alguno de sus libros, devuélvanlo que lo ha escrito Ildefonso Falcones:
1. Dos personajes protagonistas; un hombre y una mujer.
2. Un adolescente (hombre o mujer) rarito.
3. Sexo cada 50 páginas. Los hombres entran a él como idiotas y las mujeres son frías y lanzadas y parece que les hacen un favor a los hombres por comerles la polla, dejarse penetrar o hacerles una paja.
4. Cosas raras.
5. Todo personaje es descrito físicamente; todo personaje, cuando cambia de ropa, es descrito en su indumentaria. Todo personaje que come ve detallado qué come y qué bebe. Absolutamente todos y siempre. Si de algún personaje no se dice qué ropa lleva, es que va desnudo y está follando.
6. Cultura. Siempre encontrarán referencias a libros, música, cine y artes plásticas en una obra de Murakami. Y siempre serán referencias de Trivial o, incluso, de esos tests que vienen en los sobrecitos del azúcar. Cosas como quién descubrió América. En esta novela: George Orwell, Chejov, Steve McQueen, Jeff Beck, Telemann, La huida, El gran Gatsby, Los hermanos Karamazov…».

¡Jaja! ¡Lo ha clavado! Si os interesan los libros, os recomiendo el blog de Mal-herido. Algunos de sus más atinados posts han sido recogidos por Alberto Olmos en un libro barato y contundente… que el domingo pasado compartía mesa con 1Q84 en La Casa del Libro de la calle Fuencarral.