Archivo de octubre, 2013

‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James…, para no pegar ojo la Noche de Difuntos

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Por Paula Arenas Martín-Abril

No existe película capaz de aterrar del modo que lo hace un libro. Una novela o un relato, es igual, juegan con y en tu imaginación, pones tú las caras, las habitaciones oscuras, las escaleras, das la luz o la apagas mientras recorres tan asustado como ansioso por saber qué viene después las páginas de un buen relato de terror.

Si me preguntaran qué tipo de fiesta propondría para esta noche que se acerca, la de los Muertos (con mayúsculas, que para eso es su Día), no lo dudaría: ni disfraz ni calabaza ni truco o trato, elegiría la novela corta de Henry James Otra vuelta de tuerca (la edición de Siruela de 2012 con prólogo de José María Guelbenzu es una maravilla).

Otra vuelta de tuercaPodría ser la celebración en grupo, como en el siglo XIX: una persona lee y el resto escucha; o solo, y aquí ya sí el miedo de verdad, el que hace que te gires por el pasillo, está asegurado.

Bien lo supo Amenábar cuando se basó en esta obra de Henry James, escrita en 1898, para su película Los otros (inolvidable Nicole Kidman). Y bien me sirve a mí para mostrar (dudo que quien la lea pueda contradecirme en esto) cómo la novela es infinitamente mejor.

Una institutriz se hace cargo de dos pequeños en una casona en el campo. La casa parece fascinante, los niños adorables y ella, dispuesta a todo por ellos. Digo ‘dispuesta a todo’, porque habrá un todo tan inquietante que rozará el pánico. Aunque ¿está de verdad claro lo que sucede y no sucede?

Habrá la entregada institutriz de hacer frente a ¿imaginaciones o fantasmas, bondad e ingenuidad o maldad disfrazada? Aunque, eso lo decide el lector, puede ser la mente de la joven institutriz la que vea cosas que no suceden. Interpretación esta última con la que pocos se quedarán, pero que en la novela desde luego, el final queda abierto, no se descarta.

El talento del autor de Las bostonianas o Retrato de una dama toca en esta novela su punto más álgido (y ésta es una opinión absolutamente personal). Consigue que el lector no sólo pase miedo sino que dude hasta de lo que acaba de leer a la vez que admira la brillante prosa del escritor.

Si tuviera que decir qué novela o relato me ha provocado más miedo en mi vida, ésta sería la elección. Su sutilidad, su falta de evidencia y lugares comunes, su originalidad, su tono de historia contada alrededor de un fuego y sus personajes hacen de Otra vuelta de tuerca un lugar donde quedarse a pasar un terrible y sin embargo magnífico rato.

París: mucho más que una bonita postal en manos de Jorge

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

A veces creemos que entrevistar, cuando el entrevistado o el entrevistador no tienen el día o no se salen del esquema o llevan la lección aprendida o no hay ganas o no encajan, es misión imposible y nos frustramos. Pero ¿y qué me dicen de los fotógrafos que en esas mismas entrevistas han de buscar la mejor manera de captar al personaje?, ¿qué ocurre cuando la persona a retratar detesta la cámara?

Hace unos días Federico Moccia estaba en España haciendo la promoción de su última novela Ese instante de felicidad (Planeta). Una historia que sigue la línea de amor de sus anteriores obras (Perdona si te llamo amor, Perdona pero quiero casarme contigo…), y que, le pese a quien le pese, tiene una legión de lectoras tan potente que hasta los que lo aborrecen igual se preguntan ¿qué es lo que no entendí?

Federico Moccia (FOTO: JORGE PARÍS)

Federico Moccia (FOTO: JORGE PARÍS)

En fin, al margen del romance entre la chica y el chico, italiano y española esta vez, el asunto más complejo era la foto. Al fotógrafo de 20 Minutos, Jorge París, no le convencían las opciones. Unas escaleras en la editorial (demasiado típico), una terraza que hubiera dado juego de no ser porque diluviaba (pese a todo allá se lanzó París), una sala sin posibilidades…

Mientras lo entrevistaba, Jorge seguía tomando retratos. Hasta que se detuvo y se sentó. De pronto salió de la sala, supuse que tenía prisa, algún otro tema urgente que atender, así que continué preguntando y repreguntando a Moccia. Amor, lazos entre Italia y España, algo de crisis, creación…

Se abrió entonces la puerta otra vez y Jorge volvió a sentarse. Terminé la entrevista y Jorge salió y entró de nuevo en cuestión de segundos. Parecía una comedia, pero no, su retorno venía cargado de ‘razones’: una Olivetti en sus manos, una pesada y hermosa máquina de escribir, justificaba sus idas y venidas.

Le dio a Moccia la máquina, que la sostuvo sonriente y se puso la gorra (dando ya el toque final al retrato), y entonces ya sí Jorge disparó convencido. Pero aún quedaba una parada: quería que el escritor cogiera la Olivetti como si fuera un acordeón y que como tal la tocara. Accedió sin titubear. Me entraron ganas de aplaudir. Y no fui la única: algunas personas de la editorial sacaron su móvil e inmortalizaron la idea de Jorge.

A veces ellos, los fotógrafos, hacen grande una entrevista o un tema. ¿A veces? No: muchas veces. Incluso pueden salvar a un periodista en apuros cuando se abre la puerta de un tema que…

Ayer mismo intentaron copiar sin pudor su idea al situar a los nuevos creadores de Astérix y Obélix (Astérix y Los Pictos) de un modo que…, sencillamente no se le había ocurrido a ninguno. He protestado, incluso me he puesto delante para que su falta de ética no llegara a buen puerto. Pero ésa ya es otra historia. Y ésta que acabo de contar es sólo una minúscula muestra de cómo la técnica sola no basta: hace falta talento y hace falta arriesgarse.

París es una ciudad indiscutiblemente hermosa, pero ¿realmente cualquiera sacaría lo mejor o lo más original de ella?

Pues eso: que en manos de Jorge, París es mucho más que una postal. Gracias, colega.

 

El humor, ese género vital (y literario) que practica Manuel Guisande

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Para algunas personas, la vida es comedia. Humor que escrito sin hache es en realidad amor o al menos una forma de hacernos la existencia más fácil. Es el caso del escritor y periodista gallego Manuel Guisande (Santiago de Compostela, 1958), que presenta estos días Al fondo a la derecha (Ediciones Cumio), una compilación de unos 70 artículos en la que demuestra que el humor es para él mucho más que un estado transitorio: un modo de vida.

Para-web---Portada-guisande-blogLeo algunos de los artículos de Guisande —autor de poesía y teatro, y guionista de televisión— y confirmo lo que él mismo avanzaba: que sus textos son un elogio del surrealismo en los que eleva el hecho cotidiano, la anécdota que suele pasar desapercibida. Una prueba más de que la realidad, bien transcrita, «es apasionante si sabes verla».

En consonancia, en su obra surgen situaciones como las relatadas… el día en que conoció en una aldea diminuta de Galicia a una india de la tribu sioux con la que acabó casándose o las reflexiones (o divagaciones) en torno a ese misterio que, dice con cariño, es el «interior del cerebro» de un gallego. Esas personas, entre las que él mismo se incluye, añade, y a las que no llegas a entender «ni con 18 másters».

El humor, en definitiva, como estado permanente o como eso que bien podríamos considerar un género literario en sí mismo. La risa, no ya como una lente a través de la cual observar el mundo, sino como la mirada en sí misma que se arroja sobre una realidad que acaba siendo literatura.

Ser Wislawa Szymborska, una cuestión de valor y no de precio

Por María J. Mateomariajesus_mateo
En la escena, Woody Allen rasga y aparta el papel de un regalo. Descubre una cartulina cuadrada sobre la que descansan letras de diferentes colores y tamaños, recortes tomados de periódicos y revistas que conforman un collage de aspecto infantil. Emocionado, asegura en ese instante que el obsequio significa para él mucho más que cualquier estatuilla de oro. Un halago que parece exagerado, pero que no lo es tanto porque el regalo es obra de una de las mujeres que más le ha influido, la poeta Wislawa Szimborska, quien se lo envía desde lejos como muestra de afecto.
46858El momento forma parte del documental A veces la vida es soportable, de Katarzyna Kolenda, que estos días ha sido presentado en la Casa del Lector de Madrid para suerte de quienes admiramos a Szymborska.
Veo en él a una anciana casi nonagenaria, pizpireta y grácil en su aspecto y en su ánimo, cuya expresión favorita es simplemente «no sé». «No sé por qué escribo poesía», reconoce en un momento del filme a unos periodistas. Y no sabe, pienso yo, porque aceptar la confusión de estar vivo es el primer síntoma de honradez. Y Szymborska fue (es) honrada hasta el extremo.
En el documental, la poeta está cerca del final de su vida —falleció en febrero de 2012— pero parece más bien una adolescente temprana dispuesta a inventar una nueva ocurrencia, a completar un nuevo limerick —composición poética humorística formada por cinco versos— con el término más absurdo con el que desarmar al lector.
Incorregible, se la ve fumando compulsivamente y enorgulleciéndose de ello —«Las grandes obras fueron escritas por fumadores», asegura divertida en un momento de la película—. Y se mantiene fiel a sus pequeños placeres: las telenovelas, los paseos o las colecciones de objetos horrendos y absurdos, muchos de ellos souvenirs que coleccionaba y que solía regalar después a sus amigos en los llamados «sorteítos» que celebraba entre risas en su casa. Porque Wislawa amaba lo kitsch tanto como lo cotidiano. Y lo mezclaba todo tanto en su mundo ciertamente surrealista como en su poemario, donde el destello del genio emergía con una frecuencia pasmosa.
Afiliada a la «decencia», como dice a la cámara uno de los especialistas en su obra, Szymborska quiso «ser persona y no personalidad». De ahí quizá que se sintiera abrumada cuando en 1996 recibió en el Premio Nobel, la «tragedia de Estocolmo» que la mantuvo seca y paralizada ante una expectación que no supo vivir con naturalidad.

Pienso ahora, después de ver el documental y de haber contemplado los 25 collages que se exponen hasta el 17 de noviembre en la Casa del Lector, que su vida fue en realidad la negación de su poema Curriculum. Porque toda su riqueza (con todo su sarcasmo y su ingenio) no cabían ni caben en ese folio escurrido que hay que escribir, pero tampoco en los poemarios que nos dejó.

Se ruega ser conciso y seleccionar los datos, convertir paisajes en direcciones y recuerdos confusos en fechas concretas (…) Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia. Deja en blanco perros, gatos y pájaros, bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños. Importa el precio, no el valor. Interesa el título, no el contenido.

Pero lo cierto es que a Wislawa nunca le importaron los títulos sino el contenido, y antepuso siempre el valor al precio. Pienso en todo ello y me duele que en el mundo no haya más Wislawas Szymborskas… personas atentas al fondo y no tanto a la forma, de esas a las que no les interesa tanto saber «el número del calzado» sino hacia dónde van esos pasos. Y aun así celebro la suerte de su exclusividad y de su empeño en aferrarse a la poesía «como a un oportuno pasamanos».  Gracias, Wislawa, por tu diferencia, y por negarte a presentar una instancia y adjuntar el curriculum.

¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el curriculum.
Sea cual fuere el tiempo de una vida
el curriculum debe ser breve.
Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.
De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.
Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.
Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.
Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.
Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.

«Ponerle un bozal al corazón»: Belén Reyes

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Escribo estas letras el día que la poeta Belén Reyes cumple años (no diré cuántos aunque a ella le daría igual que lo dijera), 22 de octubre. Hace muchos años que somos amigas, pero no es por eso que me fascinan sus letras, de hecho fueron ellas las que me llevaron a conocerla.

El azar me regaló Ponerle un bozal al corazón (Celya), poemario que sigue llenando vacíos y dando voz a algunas heridas pese a haberlo leído tantas veces que las páginas empiezan a rasgarse.  

belenreyes«Tengo que entrevistarla» me dije cuando cerré esa primera lectura, y, satisfacciones de esta profesión, pude hacerlo. En persona resultó igual que en su poesía (y qué placer no decepcionarse ante el autor que te ha ‘pegado’ fuerte en ese lugar sensible): Belén Reyes era (es) ingenio y carne viva.

O lo que es lo mismo y hago mías sus palabras: «Un poema de carne y hueso«.

«Soy una mujer ni más ni menos
sin un hijo fuera
sin un hijo dentro.

Soy lo que leéis…
Este puto verso
Un bastón de tinta donde apoyo el miedo»

Después llegaron Desnatada y Ser mayor es un timo…, y sus poemas visuales en las camisetas de Cabrasola, pero aquel Ponerle un bozal al corazón siempre ocuparía y ocupará un primer puesto en mis preferencias. Porque fue el que me llevó hasta ella. Y con su poesía: la caída definitiva de algunos bozales malvados

Un corazón, un cartón de leche sin nata, una mayoría de edad desnutrida… todo es en esta poeta un canto al amor, al desamor y a la vida que nos tortura tanto como nos hace sentir únicos y a veces, un instante, hasta alegres.

Qué difícil hablar de Belén Reyes sin emocionarse. Quien no la haya leído aún… que lo haga. Porque no saldrá indemne pero habrá ganado lo mismo que cuando escucha la canción más hermosa del mundo.

 

 

 

 

El gigante Polifemo y Ulises

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

De niña mi padre inventaba fascinantes historias a las que muchas veces culpo de mi desarraigo a lo que era y sigue siendo la profesión de mi padre: la ciencia. Mi pasión por la literatura nació en aquellos años en los que no sabía leer pero conocía las historias más apasionantes del mundo. Las que me contaba mi padre, el físico que inventaba sin cesar cuentos larguísimos y siempre distintos.

No ha escrito ficción jamás, y sin embargo su capacidad para relatar es tan inmensa, tan mágica, tan atractiva que hasta mi hijo ha llegado. No era la memoria pues la que selectiva y algo mentirosa había agrandado sus dotes. No hay quien le haga la competencia a mi padre cuando empieza a narrar a mi hijo Nicolás de cuatro años, su único nieto, una nueva historia que yo jamás escuché en mi infancia de su boca. La ha creado a su medida.

nicopolifemoEs el libro no escrito del gigante Polifemo y Ulises que lleva una hormiga blanca en la mano. Claro que hay guiños, también en las que me contaba a mí. Sin imágenes, sin dibujos, sin música, sin ruidos, sólo la voz de su abuelo contando con ese tono que tan bien recuerdo aventuras y desventuras de esa pareja que Nicolás jamás olvidará y que le lleva a volar mucho más alto que cualquier atracción de feria.

Serán como mi gatita Miau o el ‘Gordon Flash’ (no se equivocaba, no) o el atrevido Lorenzo Villaverde de uno de mis hermanos. Serán. Serán la prueba de que estamos equivocados cuando creemos que al ser humano han dejado de importarle las historias orales, que prefiere la rapidez de una película o un videojuego.

A sus cuatro años, Nicolás coge de la mano a mi padre, se lo lleva a un lugar apartado y le dice: «Abuelo, ¿me cuentas la historia del gigante Polifemo?» 

 

De Ley Sinde a finalista Sinde: siempre polémico Premio Planeta

Por Paula Arenas M-Abril paula_arenas

Tras una semana en la que la alegría fundamental en cuestión de premios me la ha dado Mallorquí con el merecido Nacional Infantil y Juvenil, y de quien pretendía escribir en esta entrada, me veo obligada por mí misma que es al final la obligación más obligatoria de todas a hablar de Sinde y la novela que obviamente aún no he leído.

El buen hijo se llama la obra de la expresidenta de la Academia, que al parecer narra la historia de Vicente, un hombre que a los treinta y tantos decide terminar con una vida a la sombra de la madre viuda para comenzar a vivir algo propio. «Yo también he vuelto a empezar de cero», me decía la exministra al día siguiente de recibir el premio como finalista del Planeta de este año. Premio que por cierto ha ido muy bien dirigido en primer lugar a Clara Sánchez (de quien ansío leer su premiada novela).

sindeÁngeles González Sinde, a quien no le importa que se le siga preguntando y recordando por la ley que terminó llevando su nombre, eclipsó a la ganadora, y mucho me temo que desde ahora ya no será la de la Ley Sinde sino la polémica finalista del Planeta. Los periodistas (o muchos al menos) hemos ido directos a ella evidenciando nuestra condición de vampiros de titulares sangrientos. Como si el Planeta no tuviera ya bastante polémica en sí mismo y por sí solo. La propia Sinde se quedó bloqueada en la rueda de prensa.

«Es que ya no llevo la lección aprendida, ahora voy a pecho descubierto» me comentaba. Atacada por recibir y aceptar el dinero del premio estando aún en política (le quedan dos meses para salir) apenas ha sabido defenderse. Y, fíjate, que aunque yo misma la entrevisté y pregunté por cuestiones que no eran su premiado libro, tanto ataque ha terminado por convencerme de que lea esta primera novela para adultos que escribe. O al menos que publica.

Será eso que me decía mi padre de niña: «Eres la defensora del diablo». Conste, por favor, que no estoy llamando ni de lejos diablo a Sinde. Ni tenía ni tengo opinión formada sobre su persona. Y además estoy de acuerdo con ella en que, por muy feas que estén las cosas, no hay que condenar a todo el que alguna vez haya estado en política. Lo haya hecho como lo haya hecho. Y aún más, ¿quién habría rechazado este reconocimiento?

Seguramente mi padre se sorprendería si leyera lo que estoy escribiendo. Hace muchos años que escucha mis opiniones acerca de este Premio… Pero es que…, ¿y si es verdad que lo suyo es contar historias? En el cine hace muchos años que lo ha hecho, bastante antes de ser ministra.

Lo reconozco, no estaba entre mis prioridades leerla, pero eso era antes de los ataques que ha recibido.

 

La noche en que mis padres fueron atracadores en Montana

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Ya era de noche y estábamos sentados en los asientos traseros del Chevrolet Bel Air familiar que mi padre había aparcado junto a la puerta de aquel restaurante de carretera. Había estrellas en el cielo que se cubría sobre nosotros, sobre mi hermano y sobre mí, y sobre ese cubículo en el que me faltaba la respiración. Me sudaban las manos, y eso que no era la primera vez que vivía aquello.

fordIntentaba encontrar el oxígeno que no me alcanzaba cuando mi hermano puso en su boca justo lo que llevábamos tanto tiempo pensando y que no nos atrevíamos a decir: «¿Por qué no nos vamos? ¿Es que no estás cansada de esta mierda?».
Fue entonces cuando observé los ojos, ya viejos, de aquel adolescente que temblaba a mi lado. Y cuando reparé en la palidez de su piel, ya mustia, y pensé al fin en la posibilidad real de tomar el volante y de dejarlos tirados. De escapar de aquella miseria y abandonar para siempre nuestra condición de cómplices del nuevo atraco que iban a protagonizar mis padres. Esos seres, me dije, a los que maldecía y a los que en realidad nunca elegí.

Todo mi cuerpo ardía cuando desperté y comprendí lo ocurrido. Me había quedado dormida leyendo Canadá (Anagrama), la última novela del siempre magistral Richard Ford, y la escena que acababa de soñar bien podía intercalarse entre las descritas por el autor americano.

Su prosa, áspera, desnuda, soberbia… estaba calándome tanto, llegándome tan adentro, que había atrapado a mi subconsciente, donde sigo viajando estos días junto a Dell Parsons, el protagonista de esta historia en la que el creador de la Trilogía de Frank Bascombe vuelve a demostrar que es un autor esencial. Próximo firme candidato al Nobel, decía un amigo mío hace poco, y responsable de un paisaje por el que camino estos días, incluso en duermevela. Ford… culpable de una obsesión que, confío, siga siendo fuente de inspiración, despierta o no.

 

 

Nobel para Alice Munro, pero sobre todo para la importancia del mal considerado arte menor: el cuento

Por Paula Arenaspaula_arenas

Me ha costado siempre entender por qué el relato no tenía el mismo éxito que la novela. Pero ahora, que todo es velocidad y brevedad, Twitter es un ejemplo obvio, comprender que siga estando en nuestro país tan arrinconado me resulta imposible.

¿Es que al comprar un libro éste ha de ser muy gordo para que sintamos que el dinero invertido en él vale la pena? Luego vienen las sorpresas, claro. Las malas sorpresas.

alicemunroSeguramente exista algún motivo que se me escape y me haga ser tan radical en mi juicio y prejuicio para que el relato no cuaje. Pero también existen motivos de sobra para que me dé tanta rabia que el cuento no tenga más espacio que la infancia. Y entonces llega la gran noticia, el Premio Nobel de este año ha sido para Alice Munro y decir Alice Munro es decir ‘relato’.

Voy tarde, desde luego, hablar hoy de Munro debe de ser en esta vida tan veloz que hay tiempo para hablar de ella en el mismo momento en el que se anuncia el galardón pero ni de broma para leer uno de sus cuentos casi un agravio.

El cuento. La canadiense de 82 años no ha dejado de cultivarlo jamás. Empezó con él y se ha retirado, o eso dicen que ha dicho, con su última colección, Mi vida querida (Lumen, 2013). Con tal título queda clara la poca intención de esconderse de la autora. Muchos, generalmente los más inteligentes, ganan en la pérdida de pudores accesorios con los años, y ella es de ellos.

Es Mi vida querida ficción, ni la catarsis ni la vida tienen demasiado interés si no se elevan a arte, pero en Munro cualquier gesto, acto o escena cotidiana van con el debido filtro. No se esconde en esta obra, o se esconde menos que nunca, cuando saca a escena a ese personaje que no soporta a su madre, una niña, claro, las mujeres son pilares en todos sus libros. Igual que lo cotidiano, el amor y desamor, la soledad, la dificultad de elegir alejarse de la serena rutina, el dolor, el paso del tiempo.

Una obra con la que parecía haber dicho adiós a las letras. Armas que no protegieron a la autora de la lucha constante que ha sido su vida. Es importante recordar que sus tiempos de juventud (tiene, recordemos, 82 años) no tenían nada que ver con los nuestros y menos para una mujer. No sé si, la muy celosa de su intimidad Munro, acabará de creer que el Nobel es de ella y con ello Canadá tiene su primer premio de la Academia Sueca. Lo que está claro, al margen de si ella lo merecía más o menos que otros, es que el relato, y ya era hora, se lleva el premio gordo y eso es motivo de fiesta.

 

Tolstói, Nabokov o Borges fueron olvidados por la Academia Sueca pero… ¿realmente importó?

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Me ha dado por pensar en los ausentes. En los que nunca fueron reconocidos, ni siquiera favoritos, en Suecia y he entonado mi propio ‘Laissez faire et laissez passer’. León Tolstói, Virginia Woolf, Edith Wharton, Vladimir Nabokov o Jorge Luis Borges están entre los nunca fueron coronados con el Nobel y, sin embargo, qué poco importó. Qué poco dio que no les alcanzara el laurel para que llegaran hasta hoy como lo que son: autores cruciales, gigantes con obras que nos siguen alumbrando… clásicos que mantenemos para prevenir la caída, que dijo la propia Woolf.
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Yo he preferido no hacer demasiadas apuestas. En primer lugar, porque no me gustan y, en segundo, porque de poco sirven al final. Luego pasa como en la vida. Después de todo, ocurre lo último que pensábamos y volvemos a recordar la cadencia (lógica) del mundo. Su despreocupado y solitario caminar —»le monde va de lui même»— por más que lo retemos e intentemos —concediéndonos una importancia que no nos corresponde— arriesgar.

He disfrutado mucho con la literatura de Murakami pero la verdad es que no me llega a enamorar. Lejos está, en mi opinión, de la astucia narrativa de Philip Roth o de mi favorito particular, Milan Kundera… pero, ¿qué más da?

Hay estos días tres libros sobre mi escritorio y no sé por cuál empezar: Canadá, de Richard Ford; Operación dulce, de Ian McEwan; y La infancia de Jesús, J. M. Coetzee. De los tres autores, solo este último ha sido reconocido de momento con el Nobel y, será casualidad, pero creo que la lectura de su libro irá en último lugar. Porque puede que, después de todo, sí me importen los premios y que refuercen mi debilidad por los ausentes o por quienes se sientan en la penúltima fila. No falla: son siempre mucho más interesantes y tienen muchas más cosas que contar que los que se sitúan en primeras (o últimas) posiciones.