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Ser Wislawa Szymborska, una cuestión de valor y no de precio

Por María J. Mateomariajesus_mateo
En la escena, Woody Allen rasga y aparta el papel de un regalo. Descubre una cartulina cuadrada sobre la que descansan letras de diferentes colores y tamaños, recortes tomados de periódicos y revistas que conforman un collage de aspecto infantil. Emocionado, asegura en ese instante que el obsequio significa para él mucho más que cualquier estatuilla de oro. Un halago que parece exagerado, pero que no lo es tanto porque el regalo es obra de una de las mujeres que más le ha influido, la poeta Wislawa Szimborska, quien se lo envía desde lejos como muestra de afecto.
46858El momento forma parte del documental A veces la vida es soportable, de Katarzyna Kolenda, que estos días ha sido presentado en la Casa del Lector de Madrid para suerte de quienes admiramos a Szymborska.
Veo en él a una anciana casi nonagenaria, pizpireta y grácil en su aspecto y en su ánimo, cuya expresión favorita es simplemente «no sé». «No sé por qué escribo poesía», reconoce en un momento del filme a unos periodistas. Y no sabe, pienso yo, porque aceptar la confusión de estar vivo es el primer síntoma de honradez. Y Szymborska fue (es) honrada hasta el extremo.
En el documental, la poeta está cerca del final de su vida —falleció en febrero de 2012— pero parece más bien una adolescente temprana dispuesta a inventar una nueva ocurrencia, a completar un nuevo limerick —composición poética humorística formada por cinco versos— con el término más absurdo con el que desarmar al lector.
Incorregible, se la ve fumando compulsivamente y enorgulleciéndose de ello —«Las grandes obras fueron escritas por fumadores», asegura divertida en un momento de la película—. Y se mantiene fiel a sus pequeños placeres: las telenovelas, los paseos o las colecciones de objetos horrendos y absurdos, muchos de ellos souvenirs que coleccionaba y que solía regalar después a sus amigos en los llamados «sorteítos» que celebraba entre risas en su casa. Porque Wislawa amaba lo kitsch tanto como lo cotidiano. Y lo mezclaba todo tanto en su mundo ciertamente surrealista como en su poemario, donde el destello del genio emergía con una frecuencia pasmosa.
Afiliada a la «decencia», como dice a la cámara uno de los especialistas en su obra, Szymborska quiso «ser persona y no personalidad». De ahí quizá que se sintiera abrumada cuando en 1996 recibió en el Premio Nobel, la «tragedia de Estocolmo» que la mantuvo seca y paralizada ante una expectación que no supo vivir con naturalidad.

Pienso ahora, después de ver el documental y de haber contemplado los 25 collages que se exponen hasta el 17 de noviembre en la Casa del Lector, que su vida fue en realidad la negación de su poema Curriculum. Porque toda su riqueza (con todo su sarcasmo y su ingenio) no cabían ni caben en ese folio escurrido que hay que escribir, pero tampoco en los poemarios que nos dejó.

Se ruega ser conciso y seleccionar los datos, convertir paisajes en direcciones y recuerdos confusos en fechas concretas (…) Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia. Deja en blanco perros, gatos y pájaros, bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños. Importa el precio, no el valor. Interesa el título, no el contenido.

Pero lo cierto es que a Wislawa nunca le importaron los títulos sino el contenido, y antepuso siempre el valor al precio. Pienso en todo ello y me duele que en el mundo no haya más Wislawas Szymborskas… personas atentas al fondo y no tanto a la forma, de esas a las que no les interesa tanto saber «el número del calzado» sino hacia dónde van esos pasos. Y aun así celebro la suerte de su exclusividad y de su empeño en aferrarse a la poesía «como a un oportuno pasamanos».  Gracias, Wislawa, por tu diferencia, y por negarte a presentar una instancia y adjuntar el curriculum.

¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el curriculum.
Sea cual fuere el tiempo de una vida
el curriculum debe ser breve.
Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.
De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.
Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.
Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.
Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.
Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.