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¿Soy anti español si voto al PSOE? ¡Sosegaos!

¿Soy anti español si voto al PSOE?

El eslogan maquiavélico y perverso “Sanchismo o España” de Feijóo, el derogador, (“que le vote el del bote”, digo yo) es enemigo de la España que construimos entre todos con la Constitución del 78. Dudo que alguien de la derecha me gane a patriotismo. Sin embargo, por sentirme socialista a fuer de liberal, la derecha dura me coloca en la anti España, junto a los heterodoxos de Menéndez Pelayo. Desentierran el hacha de la dos Españas. Ya veo por qué. Todo le vale y el fin justifica los medios. A algunos les resulta rentable la tierra quemada con tal de alcanzar el poder. A mí no. Y a muchos amigos y conocidos de derechas, tampoco. ¿Qué hacer?

Lo primero, escuchar a los que no piensan o juegan como yo. Si pierdo al tenis es porque he jugado peor que mi adversario. ¿Qué hice mal y qué hizo bien el vencedor?

Mensaje de Manuel Saco que hago mío.

El coste de pacificar la parte sediciosa de Cataluña, de arreglar los platos rotos por los separadores Rajoy y Aznar, antes de la declaración de independencia de los separatistas del Parlament, ha sido muy alto. Quizás no había alternativa, pero en el resto de España el acercamiento de Sánchez a ERC (quitar la sedición, reducir la malversación, etc.) ha tenido un coste electoral muy alto en municipales y autonómicas. Lo entiendo. No hay mal que por bien no venga. Cataluña se separa hoy de España mucho menos que en tiempos de Rajoy.

No digamos el gran error de la Ley del “sí es sí” y el empecinamiento de Podemos para no remediar inmediatamente el desaguisado. Ahí creo que murió la coalición PSOE-Podemos. El PP tuvo el acierto genial de votar con el PSOE contra Ione Bellara e Irene Montero, dos nombres quemados y que serán disuasorios en cualquier lista electoral. Con el “sí es sí” acertó el PP y erró el PSOE.

A mi juicio, acierta el PSOE cuando vota con el PNV para cerrar el paso a Bildu en Álava, por ejemplo. Aunque el eslogan le fue muy rentable, a fuer de hipócrita, se equivocó el PP con eso de “que te vote Chapote”. Iba dirigido, con mala fe, a las tripas, no al cerebro ni al corazón de los españoles. Las emociones (y las tripas) son traicioneras. ¿Acaso no negoció Aznar con ETA a la que definió como Movimiento Vasco de Liberación y autorizó cientos de traslados de etarras al País Vasco? ¿A qué viene ahora eso de “que te vote Chapote” contra el partido que acabó, de verdad, con el terrorismo de ETA?

El PSOE acertó con sus medidas de fondo de carácter social (subida del salario mínimo, pensiones, reforma laboral, etc.). Muy oportuno el artículo sobre “¿Qué hicieron los romanos por nosotros?” Se equivocó al vender chuches de última hora (cine más barato, inter rail para jóvenes, etc.). Ir del brazo del populismo de Podemos (que critica a los empresarios con nombres y apellidos, que se emperra en dividir al feminismo con minucias de la ley Trans, etc.) ha tenido un coste electoral muy alto para el PSOE. Dime con quien andas y te diré quien eres.

Para mí el error más gordo del PSOE es no haber sumado a los socialistas liberales que, aunque ya van rozando la ancianidad, adelantaron la civilización y cambiaron España durante 14 años: Felipe González no puede faltar en la foto con Pedro Sánchez. Y algo habrá que hacer para que Alfonso Guerra, artífice principal en la sombra de la Constitución del 78, junto con mi amigo y maestro Fernando Abril Martorell, no vuelva a recomendar nunca más que votemos en blanco.

Muchos vecinos de mi pueblo (Villanueva de la Cañada) nos seguimos queriendo después de votar al centro derecha o al centro izquierda, y me pregunto ¿qué les pasa a nuestros dos grandes líderes políticos emperrados en radicalizar y tirar de nosotros hacia los extremos?

Ni Feijóo es un narco ni Sánchez un etarra. ¿A qué esperamos para luchar decentemente por el centro? Y que gane el mejor. Tengo envidia por las grandes coaliciones derecha/izquierda que los alemanes hacen en caso de apuro. Imaginemos un debate en televisión sobre el futuro de la economía española entre las dos cabezas más singulares del PP y del PSOE, Luis Garicano (ex Ciudadanos) y Nadia Calviño (nº 2 del PSOE en el Gobierno). Sus márgenes de maniobra serían pequeños y sus discrepancias no tendrían nada que ver con las “gamarradas” de Cuca, la rabiosa monja alférez del PP, o los golpes bajos que MAR (Miguel Ángel Rodríguez, el Rasputín de Aznar y Ayuso) dirige, sin pudor, a las tripas de los españoles más ignorantes o apáticos.»¿Comunismo o libertad?» ¡Vamos, hombre!

Falta alguien como Adolfo Suárez, Felipe González, Fraga Iribarne o, incluso, Santiago Carrillo (padres de la Democracia) que les diga a los suyos, a voz en grito: ¡Sosegaos!

Amén.

 

 

El día que sentí llorar a mi padre me hice mayor

«El día que sentí llorar a mi padre me hice mayor». Este es el artículo 14 de la serie «Almería, quién te viera…» publicado hoy en el diario La Voz de Almería y en mi blog de 20minutos.es. Copio y pego el texto en word para que puedan leerlo los jubilados incluso sin gafas.

Artículo 14 de la serie «Almería, quién te viera…» publicado hoy en La Voz de Almería

Almería, quién te viera… (14)

El día que sentí llorar a mi padre

J.A. Martínez Soler

Había cumplido yo los quince años cuando, por primera vez, oí llorar a mi padre. Mi héroe hundido. Mis padres no sabían que yo sabía. Les escuché la noche anterior desde la escalera. Quería saber más detalles de su pena. ¿Por qué no preguntar a mi abuela para resolver algunas dudas que me consumían por dentro?

Antes de comprar el cortijo de La Rumina, un secano de Mojacar, con el dinero del boom de la venta de cemento, mi padre amplió nuestra casa con una media segunda planta. Yo debía de tener seis o siete años, porque lo recuerdo bien. La terraza, su lugar favorito, tenía una barandilla de hierro con filigranas de adorno para sujetar las macetas de geranios, de jazmines, una gran buganvilla y un par de tiestos con tomateras. Solo las flores, envidia del barrio, podían caer a la acera. Los geranios y la buganvilla de mi padre daban la nota de color en aquel tramo de nuestra calle Juan del Olmo.

En aquella terraza, mi padre construyó un gallinero y una pocilga, donde criábamos un cerdo cada año. En la puerta de casa, tuvimos varias matanzas por San Martín. Esa era la costumbre cruel y divertida.

Al cruzar la calle Restoy, que va del Quemadero a la Plaza Toros, y tomar la última cuesta arriba de mi calle, con el cerro de los gitanos al fondo, comprobé que, contra toda costumbre, esta vez, mi madre no estaba cantado flamenco ni copla. No había nadie parado en nuestra puerta para escucharla. Era normal que, cuando ella cantaba, mientras cocinaba o limpiaba la casa, los peatones que iban de paso, sin prisa, se paraban, formando un corro, para oírla. Cuando terminaba el cante, se disolvía el grupo de curiosos. Echaban a andar calle abajo o calle arriba. Mi madre. ¡Qué artista!A veces, para no interrumpirla, también yo me detenía en la puerta de mi casa, con los vecinos aficionados al cante de mi madre, hasta que terminara su canción. Algunos me decían: “Anda y dile a tu madre que cante “El día que nací yo” o “Échale guindas al pavo”, etc. En el barrio era conocida como “Morena Clara”. Había interpretado ese papel en Nacimiento, su pueblo, con el fin de recaudar fondos para reconstruir la iglesia tras la guerra. Al concluir la representación, mi padre saltó al escenario y le dio un beso a mi madre ante todas las autoridades locales (el cura, el sargento, el maestro y el médico). Entonces, solo eran novios. Antes de morir, mi madre sufrió algo de Alzheimer o demencia senil. Apenas me reconocía. Sin embargo, nunca olvidó aquel beso de mi padre que ella recordaba con una risita pícara.

Al atardecer, era costumbre tomar el fresquito en la puerta de las casas de mi barrio. Las calles eran de tierra con algunas moreras. Moras dulces, riquísimas, cuyos atracones nos daban indigestiones. Si las dejabas madurar demasiado caían y manchaban las aceras. Las vecinas rociaban agua en sus puertas para refrescar el ambiente en la hora de las ánimas. El crepúsculo anunciaba el comienzo de las tertulias al fresco.

Igual que salen los caracoles después de la lluvia, así salían mis vecinos, silla en mano, a la puesta del sol, para dar rienda suelta a la sin hueso. Se hacían grupos. Los cuentos de la mili, los partos y los progresos de sus niños pequeños, naturalmente todos más listos y guapos que la media, se llevaban la palma. Agotados los rumores, los chismes o las historias, siempre repetidas y exageradas, se cambiaban de corro o se recogían para cenar.

Algunas puertas eran más populares que otras. En cierto modo, competían entre sí. Si venía algún familiar de Cataluña, esa puerta tenía un corrillo más concurrido. No digamos si el pariente venía del extranjero. Verdaderas o falsas, las historias de éxito de los emigrantes de nuestra calle eran muy apreciadas. También había rencillas pasajeras o eternas entre algunos vecinos. Esos iban a corros distintos.

Celos cruzados, noviazgos rotos, envidias o roces no disimulados dibujaban los perfiles de los corrillos callejeros. Tomar el fresco en la calle era solo la excusa. Lo importante era hablar. O sea, presumir. Para otros, escuchar. La vida social se hacía en las aceras, con sillas plegables o costureras, incluso con tumbonas, y en los trancos de las casas de planta baja. Si había algo que celebrar, no faltaban la sangría ni la limonada. En “El callejón de los milagros”, del premio Nobel egipcio Naguid Mahfouz, vi reflejada mi calle almeriense.

Ni que decir tiene que la de mi casa era de las puertas más atractivas. Los vecinos acudían a compartir las risas que provocaban los chistes y payasadas de mi padre, un hombre casi siempre alegre. Pero, sobre todo, por la eventualidad de que mi madre cantara algo en voz baja. Lo hacia a menudo para el corrillo de vecinos fijos, cautivados por su arte. Aunque tímida en apariencia, era muy vanidosa. Y presumida. ¡Vaya si lo era! Se moría por un aplauso. Noto esa herencia en mi ADN.

Los santos desnudos de don Andrés

En mi calle no había coches. Solo un viejo camión y el automóvil negro de don Andrés, el cura, en cuyo garaje, siempre oscuro, se guardaban pasos desnudos de Semana Santa. Los esqueletos de cristos, santos y vírgenes estaban sin vestir. Maniquíes de madera y hojalata. Entrar en aquel almacén fantasmal disolvía la fe en las imágenes que, un día al año, parecían divinas. No sabe don Andrés el daño que hizo su garaje a mi devoción por la Semana Santa.

Al principio, aquellas santísimas piezas ortopédicas, unos palos humanoides unidos por tornillos y coronados por caras de escayola, me daban miedo. ¿Idolatría? En procesión, vestidas de oropel, con mantos brillantes, bajo palio, entre flores, luces y velas, y acompañadas por la banda municipal, provocaban lágrimas y vítores en los feligreses más devotos. Cuando flaqueó mi fe, fenómeno que vino a coincidir con la subida de mis hormonas y el mejor uso de mi razón, tales imágenes, aparcadas en el sótano del cura, me parecieron ridículas.

Cuando veo desnudos los maniquíes de los escaparates de las tiendas de ropa, listos para ser revestidos con la última moda de la nueva temporada, no puedo remediar pensar en las imágenes ortopédicas de los santos, cristos y vírgenes de madera y hojalata de mi parroquia. Dicen que “el hábito no hace al monje”. Quien inventó ese dicho no comparó nunca a los santos desnudos con los vestidos. Vestir santos tiene su arte. Su intríngulis.

Mi abuela me recibió así en el portal de casa: “No está el horno para bollos, hijo mío”. Mi madre no cantaba y no había vecinos en la puerta. Mi abuela Isabel selló sus labios con el dedo índice y abrió todo lo que pudo sus ojos, tan llamativos. Por esa advertencia, supuse que ella sabía algo más que yo.

La noche anterior supe que mi padre, un soñador del agua, se había arruinado construyendo un pozo para el cortijo de secano de La Rumina. De golpe, esa experiencia dramática me hizo mayor. Mi padre lloraba y mi madre no cantaba. Menudo desastre. A la hora de comer (ese día, gurullos, su plato favorito), mi padre nos contó la historia de su fracaso como agricultor y la venta urgente del cortijo para pagar deudas. Cerró su relato -cómo no- citando a don Quijote:

– “Desnudo nací y desnudo me hallo. Ni pierdo ni gano”.

Mi madre era de regadío, de Nacimiento. Mi padre era de secano, de Tabernas. Buena mezcla. Una artista casi analfabeta y un filósofo autodidacta. Tuve mucha suerte.

Con mi pandilla del centro en una fiesta de carnaval. Almería, 1963

 

 

Juan Marsé, él solo, redime a Cataluña

El 18 de julio (¡menuda fecha!) se cumplirá un año de la muerte del escritor catalán más universal desde los años sesenta del siglo pasado. La vida y la obra de Juan Marsé basta para redimir a toda Cataluña de los desastres morales y políticos del nacionalismo supremacista. Y me quedo corto. Lo supe cuando leí algunas de sus obras (desde «Últimas tardes con Teresa» hasta «Esa puta tan distinguida»).

Un vuelo de Madrid a Santa Fe, N.M., bien aprovechado, da para mucho.

Lo he confirmado al leer de un tirón, en vuelo transatlántico, «Notas para unas memorias que nunca escribiré», su diario intimo publicado por Lumen hace tres meses. Desde que descubrí, en los años sesenta, al Pijoaparte, «el charnego irreductible», siempre quise saber más de Juan Marsé. Sobre todo, después de haber sido yo mismo un charnego feliz en Barcelona. Con su obra póstuma lo he conseguido. ¡Qué personaje! Aquí tienes a un hombre, Diógenes, No busques más.

Contraportada de su último libro.

Hace 11 años, estaba a punto de entrar en un parking subterráneo cuando Marsé comenzó su discurso como Premio Cervantes. Quedé tan enganchado a su prosa que, para no perder la conexión con Radio 5, me quedé todo el rato aparcado en la calle en doble fila. Su discurso bien valía una multa de tráfico. Ese mismo sentimiento he tenido ahora al leer estas notas que Ignacio Echevarría define como «el más íntegro y despiadado autorretrato del  escritor».  Marsé no se muerde la lengua y aquí mezcla joyas literarias, hasta filosóficas, con barbaridades e insultos a diestra y siniestra. Se muestra desnudo, crítico y fiero, sobre todo con él. «Un día prácticamente sin lectura. ¿Seré imbécil!». «¡Qué agudo a veces, qué intenso el sentimiento de haber malgastado mi vida».

Dos páginas de su agenda íntima.

Apenas deja algunos títeres con cabeza, pero sus críticas tienen sentido. También resuma ternura, «en la antesala del olvido», cuando recuerda a su amigo Jaime Gil de Biedma o juega con su nieto Guille o huele el limonero de Calafell bajo «el sol de la infancia» machadiano: «La infancia -escribe- es el campo nutricional de los escritores de ficción que más aprecio».

Nació un 8 de enero, como yo, pero en los años 30, y, también como yo, creció marcado por la postguerra de los vencidos. «Por la mañana, cuando me afeito, veo asomar en el espejo el frío y el hambre del niño que fui en la postguerra». Su cumpleaños quedó marcado por la muerte, ese mismo día, de su amigo Gil de Biedma: «El día 8, mi cumpleaños, hará quince años de la muerte de Jaime. Nunca pensé sobrevivir quince años a Jaime. Mi terco cumpleaños y su muerte unidos extrañamente».

Portada de su último libro.

Es despiadado con el ex presidente Aznar , con las «plumas más babosas del país», con el periodismo basura y con el nacionalismo en todas las direcciones. «Me he cagado en todos ellos y me seguiré cagando en público y en privado» (2017). «Sigue apestando la mierda del PP con Aznar despidiéndose de lo que él cree un legado político imperecedero». «Armas de destrucción masiva,I, y el rostro de Urdaci, el lacayo de Aznar. ¿Qué vergonzosa entrevista hoy en TVE» (19 de enero de 2004). «Aznar («marrullero y mediocre, siniestro, sin escrúpulos, de talante realmente miserable») vivirá su descrédito hasta el fin de sus días». «Ese ‘eje del mal’ del que tanto habla Bush se le ha metido a Aznar en el culo y se ve que le da gusto».

Sus notas de abuelo de Guille no tienen desperdicio: «Debería enfadarme conmigo mismo por esa indolencia, por dejar que mi nieto me ocupe tantas horas. Pero me gusta estar con él, me divierte y me descansa. Sé que debería trabajar más, pero en fin bueno, y además qué importa, que el arte es largo y la vida es corta…» » Lo malo del día: no ha venido Guille. A ver mañana».

¡Cómo le comprendo! Por cierto, ¿que hago yo regodeándome aquí con su ultimo libro cuando descubro que se ha despertado mi nieta? Siguiendo lo que aprendí es las notas del maestro, cierro el portátil ahora mismo y vuelvo a jugar con Ana Isabel, de 9 meses. Por la pandemia, la conocí (vacunado) hace seis días en su casa de Santa Fe, N.M. Su sonrisa alegra mi vida, por corta o larga que sea. Adiós.

El lunes pasado pude dar el primer abrazo a mi nieta Ana Isabel. Ya me reconoce.

 

 

 

Los indultos no me gustan, pero…

Los indultos a los presos independentistas catalanes, condenados por el delito de sedición, no me gustan nada. En realidad, tampoco me gustan los nacionalistas fanáticos, ya sean catalanistas de derechas como Jordi Pujol o españolistas de derechas como el dictador Francisco Franco. Claro que yo no asumo ningún coste con esta opinión. Me sale gratis. Felipe González y Alfonso Guerra, jubilados, también están en contra… y gratis. La oposición de derechas (Ciudadanos, PP y Vox) apenas asumen coste alguno por oponerse a los indultos que pretende aprobar el Gobierno. Muy al contrario, las derechas creen que obtienen un gran beneficio.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno

En cambio, Pedro Sánchez asume un alto riesgo al ser partidario de los indultos. Puede romper el PSOE y perder las próximas elecciones. No es un «autoindulto» pues no necesita ganar votos de los independentistas del Congreso para acabar la legislatura. No le hacen falta ya que puede prorrogar los Presupuestos. ¿Por qué asume ese alto riesgo?

Equivocado o no, Sánchez (no olvidemos que es un superviviente de mil crisis) toma una decisión difícil, muy valiente, casi temeraria, pero en el caso de que sirva para aliviar algo la crisis de convivencia entre catalanes y la de Cataluña con el resto de España podría obtener un beneficio histórico.

En todo caso, si los indultos no le sirven para aliviar la actual crisis separatista, estará armado de razón, y más que legitimado, para responder con la máxima dureza a los eventuales retos anticonstitucionales de los supremacistas catalanes. Y no me refiero a las razones del conde duque de Olivares…

Donde no hay riesgo no hay beneficio. Ojalá acierte.

Me permito compartir con vosotros dos artículos me han llamado la atención: uno es de analytiks y el otro, de El País