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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Calafell corre contra las enfermedades

Hola camarada,
Te iba a pedir un favor.

Las cosas, cuando se piden con elegancia y franqueza, son como son.

Paso sin más dilación a difundir esta nota de un conocido con cosas interesantes que contar.

Se está organizando con mucho esfuerzo y mucho trabajo una carrera en Calafell para el 11 de mayo a beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer. Es un memorial a una joven persona que murió el año pasado victima de esta enfermedad. La prima de mi camarada ha querido homenajearla y lograr así una ayuda para otros que puedan estar en su misma situación.

Si estás interesado, puedes ir  a la web  de las inscripciones: www.athleticevents.net

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Maratón de Barcelona: éxito conseguido

Los proyectiles de confeti absuelven a los corredores de la tensión, de la penitencia de esperar el momento la salida. Cada bloque de participantes recibe la bendición catártica pasados unos minutos. Diego, tinerfeño con quien me reencuentro cada año en un evento, se está dedicando a mirar al suelo, a mi lado, en uno de esos momentos previos a la salida de nuestro bloque, en el que siete u ocho mil maratonianos nos sumaremos a la oleada que bloquea la ciudad.

No es un buen día para ser taxista, como nos comentaría esa misma tarde un gremial por la zona de Sagrada Familia. Evidentemente el conductor entiende poco de la reflexión principal de Diego y de la cuestión última de los catorce mil llegados a la meta en la que han preferido dejar esos restos de color que adornaron la salida. Tanto Diego como Shinichi como yo contribuiremos a que todo se reduzca a ser felices durante unas horas. Sin sensiblerías por medio. No me gusta la floritura alrededor del «running«. Ser felices y expeler energía. El mundo mataría porque ese fuera su día a día.

Catorce mil personas desplazaron su energía por un recorrido en que se podía ver el progreso del motor modernista del país, el motor del paisanaje en pos de la modernidad y -finalmente- ese moderno concepto llamado ‘sinergia’. Y es que la prueba internacional de maratón de Barcelona ha logrado devolver las energías a los participantes desde las aceras, las vallas, los pretiles que clasifican el tráfico rodado. Por delante se recogían los aplausos boquiabiertos del público que ve deslizarse a corredores africanos a ritmos de gacela. Más atrás comenzaba la verdadera representación teatral de las carreras populares modernas.

En los evadidos años ochenta el público caía como goteando a las carreras populares. Dos centenares de familiares vitoreaban al héroe, al conocido. Entre cruce y cruce se habían caído metros de calle, licuados, en esa sombra vacía que algunos recordarán. En el siglo veintiuno esto va de diálogos. El corredor, más allá de unos cientos de rostros concentrados, charla con quien ha ido a verle pasar. Anónimo, circunstancial o conocido. La ciudad moderna lo ha terminado por entender y baja a la calle a dialogar.

Y empiezan a caer los vectores de ánimo, la palabra que rebota en la sonrisa de un corredor agotado y regresa. Los catorce mil llegados a meta de la Zurich Marató Barcelona comprenden esos gritos de ‘Som-hi’ o ‘Venga Jordi’ o ‘Go!’. Se convierten en miles de caras agradecidas. Es ahora el corredor el que se atreve a aplaudir al griterío. Es un paso más para que la fiesta se acomode definitivamente entre las más nombradas de Europa. La organización tendrá que explicar, si lo desea, sus políticas de precios o el retorno en material deportivo de una acción comercial extrema. Pero esa misma organización, recuérdenlo, consiguió rescatar una carrera que había caído al lodo. Hoy es la cuarta carrera de maratón por llegados a meta de toda Europa.

Sólo dialogando así se evita la derrota de unas aceras vacías. Barcelona y el maldito verano que tanto aborrecemos dos chalados y medio consiguen recrear el teatrillo épico de miles. Las cunetas de la prueba tenían una cifra nunca vista por mí en una carrera de maratón en España. Serpenteamos alrededor de los templos contemporáneos, y había gente animando. Nos hicieron cruzar por las zonas de paseo turístico y había una riada de público. Regresabas de las barriadas más escondidas del glamour y tenías que cerrarte contra el centro de la calzada porque se había colmatado la anchura de la avenida, como si la vegetación de un arroyo quisiera inclinarse sobre el caudal a beber, a refrescarse con nuestro paso, ya más rápido ya más lento.

Queda el postre, el dulce que todo organizador desea. Escribo estos párrafos con los pies en alto y dedos cruzados. La rúbrica de la perfección será la ausencia de noticias trágicas. Dejemos correr dos o tres días. Si por un casual estuviste viendo ese ejército de dolientes ayer domingo en Barcelona, ten en cuenta que no íbamos más exhaustos que felices. La Guardia Urbana, Cruz Roja y el ejército de voluntarios lanzaban las unidades de emergencia con rapidez y mitigaban lo único contra lo que no se puede luchar: la meteorología.

Dicen que ayer probablemente contribuyésemos al calentamiento de la ciudad. Yo vi mucha gente que lo agradeció. Ayer cada espectador, involuntario o relacionado con la carrera, hizo de sus manos y gritos unas mamparas refractarias y devolvió ese calor que irradiábamos.

Después de cuarenta y dos kilómetros en los que observé todos estos principios de la física humana, tenía que contároslo.

Tiempo final 3h55; Firmado el dorsal 10179.

 

Fotos: Zurich Marató Barcelona.

Maratón de la Haya: todo salió mal… o peor

Tras una primera edición llena de problemas, los palos recibidos se enfrentan a las ganas de hacerlo bien, de mantener la tradición de organizar bien las cosas en el país de los tulipanes. Es la historia -breve- de la II Maratón de La Haya (Países Bajos). El país presenta sondada solvencia con las pruebas de Egmond, Amsterdam, Rotterdam o las siete colinas y un buen trato general de la sociedad con el deporte.

Pues bien. Si algo podría salir mal en la primera edición de este pequeño evento, no salió mal. Efectivamente, salió peor. Corredores que siguieron rutas equivocadas y sin el tráfico cortado, la falta de voluntarios, la marimorena. Se han abierto las inscripciones para la prueba del próximo septiembre y aún se recuerdan las invectivas que se lanzaron sobre los organizadores.

El diario online Losseveter.nl recuerda entre los testimonios el de corredores de las distancias maratón y ultra. Hubo puntos marcados en el mapa como avituallamientos que no aparecieron. Un participante detalla «en principio teníamos un patinador que acompañaría a cada participante del ultra. Tras 16km, aparecieron ciclistas para acompañarnos pero tampoco había suficientes ciclistas».

La inicialmente descrita como bucólica ruta les llevó a través de una zona comercial. Aparentemente la organización no obtuvo el permiso ambiental necesario y esto no se comunicó en tiempo a los participantes. Confusiones en la ruta, en la zona de llegada, en los roperos. La reflexión que lanzaba Theo de Jong, de la website Ultraned (portal que engloba a lo más granado de las largas distancias en Países Bajos y Bélgica) era que se habían ido las cosas de las manos. «Allí estaban los roperos, abiertos y accesibles a todos, no había control . Mi bolsa estaba allí, afortunadamente».

Vincent Kalkman , un participante en el ultramaratón , tuvo que tirar de la navegación de su GPS. Camino a la meta, a la altura del Museo Louwmans , le desviaron a una sección de veintiocho kilómetros que tuvo que hacer a ciegas, navegando. De nuevo ni ciclistas acompañantes ni explicaciones, o voluntariosos acompañantes que confesaban posteriormente desconocer todos los detalles del recorrido.

 

Sin duda, un toque a los organizadores y quienes pretenden embarcarse en organizar una carrera. No se puede bajar la guardia. Parece que la organización aprendió y este año se borrarán esas malas sensaciones.

¿Les seguimos la pista, por si acaso?

Fuente: TheHaguePhotoJournal.com

Diario de un maratoniano (3): mirando al cielo

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Existen un montón de variables que hemos controlado durante semanas: entrenamiento, peso, relajación previa, lesiones… pero los cuatro días anteriores a un maratón solamente tememos una cosa, «que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas». Decir el cielo, evidentemente, es decir cualquier cosa que provenga del mismo el día de la carrera. Me estoy refiriendo a fenómenos meteorológicos, entiéndase. Estamos en el siglo XXI y ayuda celestial deberíamos esperar poca.

De cara a la carrera siempre buscamos entre lo aleatorio de la ciencia meteorológica (otro argumento que nos echarán a la cabeza los creacionistas), del mismo modo que buscamos ese médico que nos permita correr aún lesionados. Me refiero a que el maratoniano busca la previsión más favorable, incluso se adscribe fielmente a estaciones meteorológicas que le «funcionen». Por que ¿qué teme?

¿No tiene bastante con los cuarenta y dos kilómetros y pico? Pues no.

El calor

Quizá el gran enemigo. Unos somos más permeables a las altas temperaturas que otros. Tras decir adiós al invierno donde la constante era la queja por el frío, las noticias de «ola de frío» o de ciclogénesis (vecino de reciente instalación después de la mudanza de la vieja borrasca).

El sol castiga de manera proporcional al tiempo de exposición. Si estamos tres horas escasas corriendo, con salida a las ocho y media de la mañana, en Barcelona disfrutaremos de «una agradable matinal atlética». A partir de las once es más que previsible que el calor ascienda y los corredores más lentos pasarán a «un día más de playa que de asfalto». Esto es así desde el inicio de los tiempos atléticos.

La lluvia

Correr un maratón con la ropa mojada y pegada al cuerpo es una sensación peliaguda. En los días ventosos y fríos, perdemos calor rápidamente. No parece que sea este el caso para el próximo Domingo. Todo apunta a que no lloverá una gota. Las amables bolsitas que almacenan la lluvia, las nubes, pasarán a saludar pero predominará el aire del interior, seco, mientras al otro lado yacerán miles de toneladas de agua. Pero quietecita, en el mar.

Como mecanismo para insatisfechos que somos, el cuerpo humano genera una cantidad suficiente de sudor que hará que terminemos igual de mojados. Si no, nos tiramos el agua por encima o pasaremos por debajo de duchas si las hubiera.

Y el viento

El último jinete del apocalipsis maratoniano suele tener una incidencia menor para el 90% de los corredores. Es preciso señalar que una minoría sí verán mutiladas sus aspiraciones de conseguir un tiempo récord si el viento huracanado soplara de frente o de lado en el circuito. Pero Barcelona lleva a sus corredores arriba y abajo. Sería necesario un viento ciclotímico y oligofrénico que girase constantemente. Cosa que se podría dar si el día saliese revuelto, por el hecho de correr entre avenidas y bloques que generan cañones de viento.

Para la mayoría, el viento secará el sudor (cosa a vigilar y que obliga a beber más), refrescará la piel, templará las calenturas y pondrá los pezones como alcayatas. Poca cosa, comprended, comparado con el pastelón de correr más del doble de la distancia de entrenamiento habitual.

Como conclusión, aquella reflexión inicial. El problema del maratón es lo largo que es.

En efecto. Maratones de treinta y un kilómetros serían tan fáciles de terminar que no darían ni para escribir toda esta palabrería.

Si quieres ver el tiempo que hará en Barcelona el fin de semana del Maratón, haz clic en este enlace.

Pesadilla en la oficina (despistes del runner)

La rutina se rompe en ocasiones. Terribles ocasiones. La secuencia es sencilla: salgo esta mañana a correr con mis amigos Juan y Prado. Me traigo la mochila para una ducha en el trabajo. Llego, abro todo, toalla, champú, calcetines, todo.

¿Todo?

Todo menos los vaqueros. ¡Se me han olvidado los pantalones! ¡Y llevo mis piratas de topos Salomon Exo! La ropa menos casual ni apropiada. ¿Qué hacer? ¿Nunca os ha pasado?

Mi casa está a otros veinte minutos de coche, atravesar media ciudad… Menos mal que mis compañeros son deportistas -sí, los mismos que están ahora despiporrándose- Decido aguantar porque, afortunadamente, no hay atención al cliente prevista.

De todos modos creo que iré a mediodía a comprar unos pantalones de vestir o de chándal. Los dejaré en la oficina por si esto tiene todas de ser un despiste neuronal creciente.

Con afecto, desde la oficina.

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Comer y correr

Libro escrito por dos expertos en nutrición y que mi compañero de rellano, el Nutricionista de la general, ha reseñado con suficiente profundidad siendo, además, el punto de vista de la sensatez de los expertos en alimentación.

«Comer y correr» está enfocado desde las perspectivas de Julio Basulto(@JulioBasulto_DN) y Juanjo Cáceres (@juanjocaceresn). Ambos son expertos en desmontar muchas tonterías que tenemos en la vida privada sobre los alimentos. Ahora se han lanzado a desmontar otras pocas que haN ido recopilando, una vez que se metieron de bruces en el mundo del deporte. Juanjo Cáceres sabe, además, de qué va todo esto. Como corredor (o runner o ya no sé qué demonios escribir) está seguramente expuesto a miles de estímulos y lo que los británicos llaman hints. Come esto y tu rendimiento mejorará. Basándose en la sospecha constante, el libro te ayudará a añadir sentido común a esos trucos positivistas y que te dejan hecho un figurín, alto, guapo, rápido y resistente.

Poco más tengo yo que decir. Que, para colmo, soy un defensor de la supervivencia alimentaria. Esto es: come lo mejor que te dejen las circunstancias porque (1) no sabes cómo comerás mañana y (2) recuerda que otros matarían -y matan- por tener en su mesa la mitad de tus alimentos. Doy paso a los expertos mientras pienso en qué hacer con la cena de hoy.

Aquí está la reseña completa del blog de Juan Revenga.

La tensa situación política en Venezuela saca a miles de corredores a la calle

Bajo una sola bandera, según los convocantes, miles de participantes de la carrera a pie están ahora mismo tomando las calles de ciudades y distritos venezolanos para sumarse a un gesto pacífico. Si bien el pasado sábado la marea de corredores corrieron de luto (vestían de negro como simbólica protesta en unas calles tomadas por la Guardia Nacional), hoy primero de Marzo han salido todos de blanco en una repetición del gesto.

Correr como símbolo. Como un motor por la paz. El resto del mundo quizá mire y juzgue desde sus seguros hogares. Sólo los venezolanos saben hasta qué punto merece la pena combatir por la paz corriendo.

En síntesis, la plataforma de internet RunnersVenezuela.com ha pensado que llenar las avenidas de gente corriendo podría significar una manera diferente de protestar. Y está llenando las avenidas después de que las redes sociales se sumaran al hashtag #10kporlaPaz. El complejo momento social y político entre la oposición y el gobierno bolivariano ha llevado a enfrentamientos armados que han afectado al día a día de las ciudades de Venezuela. También están surgiendo, según su cuenta de twitter, marchas, caminadas y movimientos ciclistas con el mismo objetivo.

 

Sin ir más lejos, a finales de la pasada semana se canceló la próxima edición del maratón CAF, prevista para el próximo domingo 23 de febrero, que será suspendida hasta nuevo aviso, según aseguraba la página de runners venezolanos. En esta cita estaban ya inscritas unas 10 mil personas, pero los organizadores postponen la cita, que recorrería los  principales puntos de las ciudad, por las recientes manifestaciones estudiantiles en Caracas.

La respuesta de un sector de los corredores boricúas ha llevado a gente a correr esta mañana (hora venezolana) por Lechería, Parque del Este, Maracay, incluso algunos intentos en la ciudad de Valencia o San Cristóbal – donde a última hora de anoche no se sabia si las condiciones de seguridad lo permitirían.

La cita del filósofo Spinoza puede resumir un deseo por parte de los organizadores. Esta iniciativa llega de una sociedad fracturada que responde con un gesto. Para unos, será ridículo y burgués. Para otros, un clamor contra las armas. Decidan ustedes porque parece que los administradores del poder y la riqueza han perdido el norte en algunas latitudes.

Llega la Transgrancanaria, arranca el espectáculo mundial del trailrunning

En 2012 pude disfrutar de un viaje a la isla de GranCanaria, para participar en la TransGrancanaria 96k. Os inserto el post que escribí con la previa de este evento del correr por la montaña y que este fin de semana congregará al plantel más rumboso de la temporada. Así continúa el Ultra Trail World Tour, una auténtica copa del mundo combinada de pruebas de montaña.

¿Sangre?

No hay sangre. En la isla del polvillo negro la sangre queda absolutamente teñida de costra. Ni Sebastian Chaigneau aparece límpido en las fotos. Ni sé como definir la sensación -¿pena?- que me dieron dos superliebres de Salomon, con sus prendas blancas ‘a la Jornet’, sentados sobre un pedregal mortífero en el que soplaban los alisios levantando más polvillo. De ser blanco, nos lo esnifaríamos. Pero es negro y uno tiene en el subconsciente la memoria de los mineros y de la silicosis. No es racismo, es que en la crónica de esta Transgrancanaria no aparecerá nada sanguinolento ni casi rojo.

Porque de los participantes de la k42 no hablaremos. Su peto era rojo. El pe-to. Esta, para luego. Rojo. Color que además engorda. Pobres ellos, que tuvieron que mutar en anaranjado para no ser absorbidos por la reverberación caníbal de un sol de esos que dicen que hay dando envidiables temperaturas a las islas todo el año. Pobres, ellos y ellas. Que los pusieron de rojo y los colocaron para salir a trotar a las diez de la mañana.

Al menos nosotros, los pataliebre, bueno, ellos, los de los 123km y doce mil metros de desnivel por los barrancos arriba y abajo -nosotros nos achantamos con apenas 96km- salimos de noche desde el mismo orillón de la playa del Inglés. Rodeados de becerros con cubatas. De colgados -en la noche canariona hay mucho colgado- y hasta de una ilustrísima señora alcohólica en mallas largas y camiseta del… ¿Telde? que se entremezclaba con nosotros -vale, ellos- y nuestro ritual preparatorio, las mochilas, los frontales, los nervios y las piernas afeitada con mejor o peor mano. Decía la afectuosísima mujer que ‘venga cogledole, a pol ello muyayo’ o algo similar. Sergio Mayayo se dió dos o tres veces por aludido pero es que estaba perdiéndolo todo. Posteriormente perdería la voz por algún barranco y ahora está en llamadas a MRW para que se la traigan lo más rápido posible.

Groarrrrrr

Salimos por fin playa adelante, que a eso nos habíamos inscrito. Mis condiciones semisecretas incluían un plan para escribir sobre la inconveniencia de presentarse a estas pruebas homicidas con catarro, tendinitis en el peroneo largo, una semana entera tosiendo y sin correr, alusiones al jet-lag, lo que hiciera falta. Paré a hacer un pis en las dunas de Maspalomas, sueño que perseguía desde mi niñez, y me quedé el vigésimo por la cola. Allí no había corredores. Había chacales. Me prometí no mear más hasta yo que sé cuando.

Y nos metieron por un barranco. Ya leeréis las milimétricas descripciones de los barrancos en la crónica de Runner’s World, revista que os conmino a comprar el mes que viene. Aquello era ir por el fondo del mar después de que Bob Esponja hubiera absorbido los trillones de quintales de agua (sé que es capaz de hacerlo) y sólo quedasen pedrolos. Muy cementados, sí, como que ‘aquí no llueve nunca y la gente pasea por aquí’, pero un fondo de un río. Seco. Ahí estuvo el paso por la primera hora pero, como no había siquiera mirado cómo quedaban los parciales kilométricos, y casi ni los avituallamientos, iré adelante con mi foco luminoso preguntándose si-no-si e iluminando el terrario canario de aquella manera.

Subir, subir y subir no nos conducía a nada más que hacia arriba. Es pura geografía física. Acalorados, porque dista un abismo entre pasar un invierno en pantalón corto y salir en pantalón corto en invierno. Y venga a recomendar más ropa. Luego estaba la del peto. El petito. El día que lo vi por primera vez pensé que no era una buena idea. Marketing lo era. Pero era una capa más, caladita, sí, pero daba calor. En plena noche calculé que pudieron pasarme a lo sumo seis ráfagas de aire fresco. Contribuyó a que mantuve un tono de quema de sebo muy uniforme, y había menos zonas de ascenso de cabras de las que pensé. Bastante trotable, llanos, descensos en mitad de las fuertes subidas… era mi terreno si hubiera deseado salir a reventar.

Merodear el barranco.

La consigna había sido: “vosotros vais por donde os mandemos y, aquí paz, y después gloria”, instrucción más que precisa para el bóvido runner. Total te arreaban ladera arriba y abajo. De noche se intuía un abismo a nuestra izquierda, por la cabecera del arranco de los Ayagaures, advertido por Ser13gio en su día. “Te lo colocan de noche para que no te de miedo”. Esas horas fueron más las de controlar la hinchazón de los dedos, ajustar la correa del reloj… desde las 5am del día anterior llevaba viajando, en presentaciones de prensa, yendo y viniendo al hotel y, ahora, trotando y gateando monte arriba bajo el influjo de una luna insuficiente. Suficiente para morirse de placer mirándola. Pero no veníamos a morir de placer. Al menos, de placer.

Pero todo termina. A las ocho de la mañana peninsulares me llegan los primeros sms. Ha amanecido también en la Gran isla y a mis pies está uno de los fragmentos del fin del mundo, al que tengo que descender por un camino descarnado pero posible. En toda la prueba hemos discurrido por sendas aceptables y pistas. Los Chelis Valle y compañía han echado de menos más roca, menos pista. Yo no. Apago la luz del Led Lenser (ohsanna) y estiro los últimos chupetones a la boquilla antes del primer avituallamiento sólido. Puñetera autosuficiencia, nos hacen acarrear con todo hasta el km 42. A esa altura me he estomagado de un gel y dos barras turroneras, y me he espabilado medio paquete de jamón. Y tengo una úlcera en la lengua porque el sistema de beber en ultras es guarro y antihigiénico. Pero es el que hay y nos alegra los morros.

Ahí, en Tunte, bajo los farallones, se habían quedado algunos de los favoritos. Lizzy Hawker con un problema en la espalda. Zigor Iturrieta, vencedor de 2011, pedía cuenta de protección. Miré arriba y pedí auxilio a las rocas, las mismas que me triturarían las piernas al paso por el Camino de la Plata, el monumento civil más bello construido por la necesidad canaria. De ahí a la meta sería una repetición de correr, de trastabillarse. A eso íbamos, sin distinción de ritmo o capacidades.

La necesidad de ser normal.

En la rueda de prensa previa a la prueba, mientras el teatrillo de los medios grababa la presentación a dos idiomas y los ‘caranortes’ como Chaigneau (FRA), Maciel (BRA) e Iturrieta (ESP) mostraban su disposición como imagen de la marca, éste, Zigor, estaba a otra cosa. Un chavalín de apenas seis años y discapacidad motora se había acercado, avergonzado, quizá azuzado por el padre, a posar al lado de Zigor. Éste no se había dado cuenta hasta que le sonrió y el crío se tambaleó evidentemente, con una columna que pugnaba por ser una colección normal de vértebras, como las espaldas de otros niños. Zigor abandonó mentalmente la rueda de prensa y sentó al crío en sus piernas. El niño que trepa montañas y saca la lengua entendió a la primera qué busca la experiencia llamada TransCapacidad. Conseguir que discapacitados puedan participar de estas actividades normales. Los mayores, ciegos, con dificultades motoras, rodaban por barrancos que ni los deportistas con plenas capacidades podíamos torear con soltura. El peque que se asomó a la presentación de los corredores pudo participar como un crío más que se sube en las piernas de un deportista de élite. Zigor le regaló la gorra y la sobremesa entera. Ese crío ahora tiene un nuevo ídolo.

Quizá no seamos los más duros ni los más rápidos. Ni puros de mente, ni limpios, visto cómo dejaron el recorrido la tonelada de corredores guarros o sin educar en el respeto al medio ambiente. Quizá, como Zigor, apenas somos gente amable a la que le gusta correr.

Y todo porque me ofrecieron escribir la crónica desde la redacción de la archifamosa revista. Podían haberme encomendado escribir sobre Steinbeck. Ya digo.

Encierros+trail=trail extremo (Made in Spain)

¿Cavalls? ¿TransGrancanaria? ¿Transvulcania? ¿Gran Trail Peñalara?

Mozos, pasen y vean. Está ya todo inventado.

En los años veinte del siglo pasado comenzaron a subir a ver el paso del ganado por las escarpadas sendas. Bocadillo y vino en mano, cuentan, hasta que algunos decidieron echar la carrera delante de las vacas. Así surgió este hoy centenario sanfermín extremo. La unión del animal con el pueblo, que en nuestras latitudes se celebra de aquella manera.

Es Falces, Navarra. Fiesta declarada como de interés turístico y, a partir de ahora, de interés para el corredor-cabra, trailrunner para los amigos.


Fuente: Agencia Your Concept para Ayuntamiento de Falces. 2013.

Diario de un maratoniano: el recorrido del Maratón de Barcelona

Tres semanas enteras y estaremos conduciendo hacia la ciudad de Gaudí, de Eduardo Mendoza y de las chimeneas de Sant Adriá. Nos esperará el fin de semana del maratón barcelonés, al que las cifras siguen adornando (están ya rondándose los dieciséis mil inscritos).

Hoy quería repasar el recorrido del maratón, tarea que ya han glosado historiadores del correr por la ciudad, empleados de la organización y más de uno y más de dos internautas.

Lo habitual es seguir el recorrido. Vamos a ver. Lo habitual es permanecer leyendo un post así cuando la fidelidad al evento te premia con una visión global, incluso una visión romántica. Encontrar que la carrera «fue un acontecimiento deportivo de primer orden para la ciudad» nos deja fríos. Ya somos (a) curtidos lectores de JK Rowling o (b) ávidos analistas de lactatos e índices.

El público comienza a saborear mejor cosas del tipo «maldigo cien y mil veces al enajenado que tiró delante de mis narices aquella esponja empapada y que no pude esquivar, semiesquina a Urquinaona». Se pase o no por Urquinaona, que es que sí, vamos con ello.

1. Los comienzos

No se suelen desear hijos con buenos principios. Pero el recorrido diseñado tiene mucha miga desde el principio. Esa zona es pasto del pataleo fresco y de comienzos en la ciudad. No en vano estaremos por las avenidas que circundan la entrada de Sants Estación, que es por donde los de fuera solemos meter la nariz en la urbe. También se asciende muy ligeramente hacia el borde inexistente de Hospitalet, por territorios que hace veintitantos años me parecieron interesantes, cercanos al delirio. En aquellos días conocí el Parque de la España Industrial, oxímoron fabuloso al que llegaba el recorrido de mi «casi» primer maratón. Era 1988 y se negociaba el fichaje del exjugador Johan Cruyff como entrenador.

Ah, sí. Pasaremos cerca de esa meca del fútbol mundial que es el Camp Nou y esa meca de la natalidad que es la maternidad y el Hospital de San Ramón. Con esa aspiración a correr de los inicios de la vida a los de las patadas al cuero, cerramos un bucle y nos encaminamos a l’escorxador, magnífica escultura de mujer y pájaro del legado Miró cuya función ahora parece la de abrir ese envase modernista de la plaza de toros.

Fuente: Facebook de Marató Barcelona

2. Dadme un ángulo recto y moveré el mundo

En el lindero del kilómetro doce encaramos el ensanche. Esta figura urbanística pasó de la amplitud a la apretura. Se hizo para tener más espacio y consiguió apiñar barceloneses como si el espíritu de don Ildefonso Cerdá hubiera regresado de su tumba con botella y media de bilis. No lo notaremos mucho porque el domingo a esa hora se puede circular en masa enmarañada. Universidad a la derecha, un buen trozo de Gran Vía, a la izquierda al triángulo del escaparate arquitectónico del siglo XIX, y luego a la derecha para discurrir por los bulevares que lleven a visitar la Sagrada Familia.

A estas alturas nadie tiene pensado dejarse llevar por el pánico porque estaremos alrededor de la hora y media o dos horas de carrera. Quien más quien menos ha entrenado y probablemente todos miremos arriba pensando en cuánto talento hay concentrado en tan pocas cabezas.

Los «veintes» serán un entretenido ir y volver por avenidas en las que veremos regresar a los más rápidos. En esto se nos irá el pensamiento, sumado a esa fatalidad tan ibérica de preguntarnos si quedará una eternidad hasta que podamos ser los que vuelven. Cuando seamos de los que ya terminan estos momentos-espejo miraremos al suelo, siguiendo aquel principio no escrito de que es mejor pasar discretamente desapercibido. Otros aún vienen sufriendo.

Si no conoces los Encantes, por cierto, ya no los conocerás en su viejo esplendor. La plaza de las Glóries era algo similar a un paquidermo esparcido en hectáreas. Imagina la glorieta más grande que puedas y arroja un cargamento de rastrillos, casetas y mercadillos para que la aplasten y esparzan todavía más. Pues la renovación del segmento norte de la ciudad lo ha convertido en un mega-espacio comercial que saltará a tu atención en el kilómetro veintiocho.

Será el final de ese sector de la carrera dedicado a los supercontenedores. Entre pitos y flautas la Diagonal se cae al mar pasando por ese espacio del Fórum Universal de las Culturas y por otros entretenimientos de la renovación urbana moderna. Una vez visto uno, vistos todos. Posiblemente lo aprovechemos para sonreír hacia nuestro interior y alejar fantasmas del agotamiento.

3. Suicidas, exposiciones, y guiris.

Escribía Mendoza con ese tono que «la calle del Musgo era una vía tétrica y solitaria, adosada a la tapia de un cementerio civil destinado a los suicidas». Por ese cementerio discurriremos cuando la carrera se convierta en carrera con mayúsculas. Pero en una mayúscula gótica, floreada, sobre fondo negro y con todos oteando dos esquinas más allá. En las calles de la cuadrícula del viejo Pueblo Nuevo, de las que siempre he pensado que se parecían mucho a un Harlem con talleres de motos y artes gráficas, se intuirán los kilómetros del disfrute.

También los de la pesadez de piernas. Al igual que los suicidas acudían al Cementerio del Este de recién muertos, voluntariamente (¿hacen algo involuntario?), nosotros iremos por allí sin haber sido forzados a ello. Ahí reside la gracia de correr largas distancias, como decía uno el otro día. En que, si nos mandasen hacerlo por la fuerza, nos resistiríamos con uñas y dientes.

Con estas nimiedades en la cabeza veremos asomar la verja del parque de la Ciudadela cuartelaria, moderna y rancia a la vez. Espacio que fue -en ocasiones sucesivas- cuartel destinado a reprimir, apertura al mundo destinada a mostrar la entraña industriosa de Barcelona y recogedero de animales salvajes destinado a recoger animales salvajes y ponerlos fuera del alcance de nuestras manos. Y no al revés.

Se te llenarán los ojos de lágrimas cuando veas el kilómetro cuarenta y dos. Antes se te llenarán de guiris. No de modo literal, porque los guiris no caben por mucho que te hayan dicho eso de «tus ojos son como oscuros pozos». No caben y ya.

Pero el paso por los últimos estertores del domingo barcelonés te llevarán a la Puerta del Ángel, a la Rambla, vamos, a todo lo florido, contemporáneo, canalético y visitable de la ciudad del Cobi. Unos van a Canaletas a celebrar los títulos deportivos. Pues nosotros posiblemente nos sintamos aún lejos de esa victoria deportiva que en el kilómetro treinta y nueve aún no se ve. De ese pequeño momento de la épica personal. De la consecución del reto personal.

Que es parar y dejarlo ya.

Por que, ¿qué otro sentido tiene que corramos un maratón? En efecto. No hay otro sentido que el de parar cuando llegamos a meta. Una meta muy bonita y con sus globos y momentos emotivos.