Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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¿Son suficientes 1.000 fans?

Andy Warhol se equivocó; en Internet no tenemos 15 minutos de fama, sino que somos famosos para 15 personas. Kevin Kelly, director de Wired, piensa que con que un artista obtenga 1.000 Verdaderos Fans podrá ganar para vivir, definiendo Verdadero Fan como aquel que viaja horas para ir a tu concierto o ver tu exposición, compra la edición especial del disco o la camiseta conmemorativa; en suma, compra todo lo que produces. 1.000 fans deberían bastar para que cualquier cantante, pintor, ilustrador, animador, videoartista o ‘performer’ se gane la vida, gracias a la Larga Cola; porque si uno tiene 1.000 Verdaderos Fans, tendrá muchos más compradores ocasionales. La idea encaja con los postulados básicos de la Economía de la Atención y con la desaparición de los intermediarios de la cultura gracias a Internet, ya que el dinero pasa directamente del comprador al artista. Algunos artistas que ya utilizan la Red de esta forma discuten los números de Kelly; quizá 1.000 no basten y el mínimo para no morirse de hambre sea más alto (¿5.000 quizá?). Lo que pocos atacan es el principio básico; en el futuro los artistas prescindirán de la intermediación y podrán vivir de su trabajo con unos pocos seguidores fieles. Se acabó el superventas; llega la era de la variación y el microhit, y todos ganamos. Excepto los intermediarios.

10.000 wikipedias al año

Hablamos de que Internet representa el triunfo de la ‘Economía de la Atención‘, del inmenso y creciente valor de esta nueva y preciosa materia prima que es atraer miradas, pero no nos preguntamos de dónde sale la atención; dónde están las minas que la producen. A esta pregunta se ha enfrentado Clay Shirky con su característico ingenio y una respuesta contundente: el más generoso productor de atención para Internet es la televisión, que ha tenido y tiene acaparadas ingentes cantidades de este valioso producto. Unos cuantos cálculos muy a ojo de buen cubero le permiten crear una nueva unidad de medida de atención, la wikipedia, que mide la cantidad de atención necesaria para crear la enciclopedia más democrática; Shirky estima su valor en el equivalente de 100 millones de horas de pensamiento humano. Según esta medida es perfectamente factible un desplazamiento de 10.000 wikipedias desde la televisión a Internet en el inmediato futuro: una enorme cantidad de atención y pensamiento. Se trata de una estimación baja, ya que anualmente la gente con acceso a Internet ve en total al menos un billón de horas de televisión al año; un simple 1% del tiempo de televisión traspasado a Internet y se obtiene esa ingente cifra. ¿Y qué puede hacer la Humanidad con 10.000 wikipedias anuales?

Naturalmente, no se trata de que vayamos a tener ese número de proyectos equivalentes, sino que el producto mental necesario para construirlos se va a derramar cada año en la Red, y Shirky no puede por menos que preguntarse qué podremos hacer con semejante cantidad de pensamiento. Pensándolo bien, en realidad se trata de un retorno a nuestras raíces evolutivas, del regreso a una etapa anterior al neolítico, a la era de los cazadores recolectores. Las tribus que cambiaban de paisaje con las estaciones y las migraciones de los animales disponían, curiosamente, de mucho tiempo libre para la artesanía, los cuentos y otras actividades culturales de gran importancia que el duro trabajo agrícola, y más tarde el industrial, nos han arrebatado. Cuando las condiciones de vida mejoraron y ese tesoro de pensamiento estuvo a punto de volcarse en la lectura, llegó la televisión y se encargó de absorberlo. Hoy las cifras de horas de televisión por persona aterran, cuando se piensa en todo lo que podría hacerse con ese tiempo pasado ante la ‘caja tonta’. Y con lo que se está haciendo ya con sólo una fracción. Viendo lo que es la Wikipedia hoy, ¿hasta dónde podremos llegar con ese tesoro en atención y cerebro? ¿Y qué le pasará a las industrias que venden esa atención hoy, como la propia televisión, cuando pierdan su principal producto?

Gracias, BoingBoing. Corregida una errata el 2/5/2008; gracias, JuanPi.

Cuando la Internet reviente

Las compañías telefónicas están preocupadas por el futuro de Internet. Temen que el desmesurado crecimiento de aplicaciones hambrientas de capacidad como YouTube provoque en pocos años una avalancha salvaje que arrase con una Red incapaz de sobrevivir a la inundación. Un ejecutivo de AT&T incluso ha puesto fecha: sin un fuerte esfuerzo inversor, Internet reventará por las costuras en 2010. Es una predicción curiosa, sobre todo cuando viene de parte de una empresa y de una industria que jamás han mostrado gran interés por la Red, que son los responsables de esa falta de inversiones en infraestructura que denuncian, que están solicitando subvenciones y, lo más interesante, que quieren convencer al gobierno EE UU de que les permita cobrar dos veces por proporcionar el mismo servicio. Todo para resolver un problema que no está claro que exista, puesto que la tasa de crecimiento del uso de capacidad en la Red está disminuyendo: el reventón de Internet se aleja en el tiempo. Pero no hay como exagerar el riesgo cuando se trata de pedir.

La Nube ataca

Se mire como se mire, hay una nube en nuestro futuro. Cada vez hay más servicios que ofrecen almacenar nuestra información en servidores ajenos pero de confianza, a cambio de una modesta cantidad o simplemente del privilegio de conocer nuestros movimientos y pensamientos, con el fin de enseñarnos publicidad. En el fondo nos cobran el servicio en la moneda más cara de la Era de Internet: nuestra atención, por la que los anunciantes están dispuestos a pagar cada vez más. Muchas empresas (casi toda la llamada Web 2.0, por ejemplo) ya han hecho la transición, y operan desde máquinas ajenas. Ahora empieza una feroz competencia por ese negocio, y dentro de muy poco tiempo las ofertas se dirigirán directamente a nosotros, los consumidores.

En el ámbito empresarial Google ha lanzado su App Engine, que permite a cualquier compañía o particular alojar aplicaciones en el superordenador mundial que Google lleva 9 años construyendo. El objetivo primario es Amazon, que ofrece algo similar desde hace tiempo, pero ya de paso Google apunta más arriba: si las aplicaciones en Red se extienden y cada vez pueden hacerse más cosas a través del navegador, el sistema operativo se hace menos valioso, y Microsoft pierde. Mientras esta guerra se libra en las alturas, otras empresas se preparan para desembarcar en el mercado del consumidor de a pie. Por ejemplo el banco estadounidense Wells&Fargo, que prepara una oferta de caja de caudales digital llamada vSafe que permitirá almacenar con seguridad nuestras propiedades digitales más valiosas. Lo cual tiene sentido: si cada vez una mayor parte de nuestra vida está en la Red, querremos asegurarnos de que no es destruida por accidente o descuido, y ¿quién mejor que un banco para tranquilizarnos a ese respecto? Habrá más de este tipo de servicios en el futuro, y ofrecidos por más compañías. La Nube está aquí para quedarse.

Una Internet a su medida

La SGAE, y en general el lobby de la ‘propiedad intelectual’ dura son como los Borg de Star Trek: No sólo no se dan por satisfechos con nada (¿sólo 120 millones de euros anuales? una miseria, dicen), sino que quieren convertirnos a los demás en algo similar a ellos. Como a los ciborgs más mecanicos de la galaxia, no les basta con que nos rindamos: quieren la asimilación. Porque la única manera de proporcionarles lo que piden sería tirar Internet y hacerla de nuevo, esta vez a su medida. Lo cual incluiría que todos los intenautas nos convirtiésemos en lo que ellos son. Sólo de esta forma obtendrían lo que desean: el control total sobre los contenidos de la Red, y la capacidad de decidir quién es autor y quién no. Si tan interesados estaban en las redes de ordenadores, que las hubiesen construido ellos en lugar de poner todos los palos en las ruedas que han podido. Pero además sus absurdas pretensiones se basan en un modelo retrógado, carente de lógica y falaz. Su propio modelo: el autor mercenario.

Teddy Bautista, horror, tiene razón cuando afirma que Internet es grande gracias a sus contenidos. Pero no dice la verdad cuando afirma que esos contenidos hay que pagarlos. Y su frase insinúa algo ridículo; que Internet es grande gracias a ‘sus’ contenidos, los de él y gente como él con el carné de ‘verdadero autor’ expedido por su institución. Internet es grande por sus contenidos, pero la inmensa mayoría de ellos no han sido creados por autores con carné ni con el objetivo de ganar dinero con ellos, sino que se han hecho por amor. Amor a la polémica, a escuchar la propia voz, a demostrar la superioridad, a la fama, a la justicia, a los animales, a la ciencia ficción o a la verdad. Los centenares de millones de blogs que se publican en el mundo no se hacen por dinero. Wikipedia no se hace por dinero. Los millones de vídeos de YouTube no se hacen por dinero. Amor a muchas cosas diferentes, una para cada autor, pero amor en fin. Los contenidos creados por autores ‘profesionales’, el tipo de autor que Teddy Bautista tiene en la cabeza, tan sólo son una parte mínima de lo que hace grande a Internet. Y los verdaderos responsables de su grandeza no quieren dinero por ella, sino otras cosas. Sobre todo, amor.

Es normal que Teddy Bautista y quienes son como él no entiendan ese curioso concepto de crear textos, imágenes, músicas o vídeos por amor, ya que al parecer ellos sólo conciben hacerlo por dinero. Y está bien que quieran seguir haciéndolo, mientras puedan. Lo que es inaceptable es que no sólo nos metan mano en la cartera, sino que además intenten convertirnos a todos en lo que ellos son. Y mucho más inaceptable aún es que nos exijan a todos los demás, a quienes de verdad hacemos grande la Red, que les construyamos para ello una Internet a su medida. Su tiempo ya ha pasado, tanto el de las fonográficas como el de las asociaciones gremiales de autores profesionales y editores predatorios. Son un puñado y su negocio se extingue, en buena parte porque no han sabido conservar la única moneda que de verdad vale en la Red, y que ellos tuvieron en abundancia y desperdiciaron: el amor del público. No vamos a rehacer Internet a medida del sector que menos ha hecho por la Red, que más ha maltratado y calumniado a los internautas, y que más méritos ha hecho para ganarse el olvido. Ojalá que les vaya bonito, pero parafraseando a Rumsfeld, tendrán que hacer la guerra con la Internet que tienen, y no con la que quisieran tener. Es lo que hay: no seremos asimilados.

Rápida sí, Internet no

El bosón de Higgs, si existe, está escondido en el mismo centro de la materia. Y para sacarlo de allí hará falta una enorme capacidad de cálculo; muchos y enormes ordenadores para masticar, analizar y reprocesar las ingentes cantidades de datos que va a escupir el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés: Large Hadron Collider) cuando empiece a funcionar este verano. Tanto y tan grande ordenador que no ha sido posible reunir esa potencia en un solo lugar, y ha habido que repartirla en decenas de centros de investigación repartidos por el mundo. Para que estos lugares reciban sus datos a la debida velocidad, ha sido necesario construir un nuevo tipo de red informática: The Grid, 10.000 veces más rápida que Internet, que se está proponiendo como modelo para la futura red informática pública; al fin y al cabo la web nació en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear; las siglas son antiguas y del francés), dueño del LHC. Pero no conviene alegrarse en exceso ni arrojar el módem ADSL por la ventana, por muchas ganas que tengamos de ello. Desde luego, The Grid es una red informática potentísima dotada de avanzadas tecnologías de transmisión pero, si tenemos suerte, no será la ‘Próxima Internet’.

Y es ‘si tenemos suerte’ porque The Grid sin duda será rápida, pero no será tan abierta como Internet. Los protocolos de Internet son del dominio público, y por tanto están al alcance de cualquiera; y los sistemas tecnológicos y de gestión tienen una muy limitada capacidad para impedir la publicación de cualquier tipo de información. Esto hace que Internet sea un campo abonado para plagas diversas (desde la pornografía infantil a los gusanos informáticos, el ‘spam’ y la propaganda), pero también ha hecho posible la red rica, vibrante y vital que hoy conocemos. Cuando alguien con poder controla un canal de información necesariamente hay algunos tipos de datos cuya circulación se prohibe o limita; el carácter diferencial de Internet con respecto a otros tipos de redes es que nadie tiene la capacidad de prohibir por completo un producto, una idea, un modelo de negocio, una publicación. Ésta es la razón de que haya centenares de millones de blogs publicando sin cesar; de que surjan nuevos proyectos e ideas, incluso cuando pisan los callos a alguna empresa o gobierno con poder. La gran ventaja de Internet es su falta de estructura, su anárquico caos; porque sólo de la falta de estructura puede nacer la verdadera libertad. Algunas veces la velocidad no es lo más importante.

Corregido un exceso de corrección el 8/3/2008; gracias, Pepehillo.

Salvar a las telefónicas (de sí mismas)

En la historia de Internet destaca la falta de visión sobre sus posibilidades de futuro de las empresas más cercanas. Tanto los medios de comunicación como las telefónicas han luchado con vehemencia y sin éxito contra la Red, perdiendo con ello cualquier legitimidad que pudieran haber tenido. Y en ocasiones perjudicándose a sí mismos, o intentándolo. Una de las últimas manías de las telefónicas consiste en intentar violar la llamada neutralidad de Red, lo cual supondría en esencia que su proveedor de acceso a Internet le cobrara a Google, Amazon y otros servicios de éxito además de cobrarle a usted: dos pagos por el mismo servicio. Lo que las telefónicas no tienen en cuenta es que al cobrar por los contenidos que circulasen por sus redes tendrían que responsabilizarse de ellos, es decir, responder por cualquier violación de la ley o el buen gusto que ocurriese dentro de los accesos a Internet de millones de sus clientes. ¿Están preparadas las telefónicas para plantar cara a las fonográficas por la ‘piratería’? Lo cierto es que las telefónicas, que jamás creyeron en la Red, están ganando mucho dinero gracias a que Internet no es como a ellas les hubiese gustado. En este asunto hay que hacer como ya se hizo antes: ignorar sus opiniones, por su propio bien.

Semántica de combate

Nosotros no matamos inocentes‘, dice en una declaración reciente el número 2 de Al Qaeda Ayman al-Zawahiri. ‘Todos los inocentes que han muerto en nuestros ataques han sido debido a errores involuntarios o porque estaban siendo usados por el enemigo como escudos humanos‘. Es una idea que bien podría firmar el líder de cualquier grupo terrorista de cualquier siglo: los luchadores por la libertad jamás matan inocentes, porque o es sin querer o los muertos son, por definición, culpables. Y es que para justificar las acciones propias no hay nada como redefinir los términos del discurso: la semántica de combate es una técnica tan poderosa que ya George Orwell la describió como la pavorosa ‘Neolengua‘ de su 1984, que dificultaba pensar fuera de la línea del Partido eliminando las palabras disidentes o redefiniendo su significado hacia algo inerte. Los profesionales de la información sabemos que las palabras matan, y que el terrorismo es una forma de infoguerra; por eso siempre hemos tenido mucho cuidado con lo que decíamos y cómo lo decíamos. Como contrapartida, hemos exigido (y en general obtenido) una cerrada defensa de la libertad de expresión sólo moderada por nuestra cautela y experiencia profesional. De ahí, por ejemplo, las agrias polémicas sobre el uso en algunos medios del término ‘terrorista’ frente a ‘guerrillero’: no estamos hablando de meras palabras, sino de profundas tomas de posición morales. De ejercicios de responsabilidad profesional y cívica.

Con la radical descentralización del poder de distribuir información que supone Internet esta responsabilidad es más importante que nunca y a la vez más dispersa que nunca. Si las palabras son armas es como si la Red hubiese repartido poderosos arsenales entre la ciudadanía toda; como si ahora cada hijo de vecino tuviese en sus manos un arma nuclear. Vamos a tener que aprender una de las realidades ocultas de la anarquía, que es que cuando todo el mundo está armado conviene ser extremadamente educado y tener mucho cuidado con lo que se dice. Porque las consecuencias de un pequeño error, de un ligero fallo de cálculo, pueden ser desproporcionadamente dolorosas. Es muy sencillo redefinir términos, insultar a millones y emborracharse luego de la propia virtud para después exigir a voces respaldo frente a las consecuencias de los actos propios en el nombre de los más sacrosantos ideales. No es tan sencillo, porque necesita de mayor inteligencia, la restricción; porque la cautela también es una forma de ejercer la libertad. Las palabras matan; la semántica es un arma, y ahora que está en manos de todos todos debemos tener cuidado sobre dónde la apuntamos. Porque las consecuencias las sufrimos todos.

Desliz freudiano

Cuando uno realiza una acción o dice una palabra que sin querer revela lo que se piensa de modo inconsciente, se habla de ‘Desliz freudiano o parapraxis. Justo esto es lo que le ha pasado a la industria fonográfica estadounidense, que con una simple propuesta ha traicionado lo que en el fondo le gustaría que ocurriese en el futuro. Que es simple: quieren que todos les paguemos un impuesto, a través de los proveedores de acceso a Internet. Según este esquema, su telefónica le cobraría a usted unos euros al mes que luego le entregaría a las fonográficas, y a cambio tendría derecho a toda la música que quisiera escuchar. O que no quisiera, porque todo el mundo pagaría la tasa en cuestión. Si a alguien le suena esta idea, es por algo: es una traslación estadounidense del canon digital español, pero a favor de las empresas fonográficas y no de los artistas. Así que habría que ir apilando nuevos impuestos para satisfacer a todos los escalones de implicados en una industria agonizante. Si la idea se concreta, luego habría que ir preparando un canon para compensar a los fabricantes de agua embotellada por el agua corriente en las casas. Y después para los bares de oxígeno, y que todo ese aire gratis no les arruine el negocio. La industria fonográfica lo que quiere es un impuesto privado, como todos. Bueno, como todo el que tiene mucho morro.

¿Qué es una noticia?

Estos días se celebra en Huesca el noveno Congreso de Periodismo Digital y cientos de profesionales discutimos sobre medios, sobre el viejo oficio de la prensa, sobre la eterna crisis de la profesión y su inminente desaparición a manos del monstruo de Internet. Entre un suave y perpetuo susurro de teclas (más de 100 ordenadores conectados al mismo tiempo) directores, redactores, becarios y analistas intentan inventar el periodismo de mañana y para ello mastican ideas como la organización de las redacciones, la publicidad en la Red, la adecuada formación del periodista digital, la rentabilidad (o la falta de ella) de los nuevos medios… Como en cualquier reunión gremial, los cotilleos y las novedades de empleos y proyectos ocupan los tiempos de pasillo. Y ahora la negra nube de una sensación de crisis inminente ayuda a centrar el discurso y el debate. Los periodistas más implicados en el mundo digital están (estamos) preocupados por el futuro de la profesión. Vehementemente preocupados.

Lo que está ocurriendo en el mundo de la publicidad, una de las principales fuentes de ingresos de las empresas periodísticas, es una revolución. Las empresas necesitan conectar con su público potencial para ofrecerle productos y servicios, y los medios tradicionales (prensa, radio, televisión) se muestran cada vez menos capaces de cumplir ese papel vital. La parte más interesante de ese público, la gente más joven y con mayor poder adquisitivo, ha desaparecido de las audiencias. Los anunciantes recurren cada vez más Internet como canal, pero sus inversiones van a buscadores como Google o a otros sistemas de publicidad contextual, más económicos y rentables, y no a las páginas web de los medios. Los blogs, las redes sociales y otros sistemas de autopublicación del estilo de YouTube abren la puerta a que millones de personas se expresen, democratizando la difusión de información. La Red crece vertiginosamente y el público de los medios digitales también, pero más despacio; la vanguardia del avance de Internet no está ocupada por la prensa profesional. El hueco entre los medios profesionales y el futuro parece aumentar, y no reducirse. Los periodistas temen por sus empresas, por sus productos, por su profesión, y buscan soluciones. Está en duda saber qué es un medio, cuál es el trabajo del periodista, de qué forma se financia la información, cómo se relaciona el periodismo y los nuevos fenómenos de la Red. Y no hay muchos avances. El problema, tal vez, es que no somos lo bastante radicales. Porque cuando los problemas son tan graves como los que tiene esta profesión, hay que resolver las crisis desde la raíz.

Y la raíz del periodismo, lo que nos funda y define, es la noticia: el elemento básico que constituye los medios, la unidad mínima e irreductible de información cuya construcción es la esencia de la profesión periodística. Solo que ni siquiera tenemos demasiado claro lo que es o no es una noticia en el nuevo entorno digital.

Hay muchas formas de definir lo que es una noticia. Una de las clásicas, proveniente del periodismo de investigación, define noticia como algo que alguien quiere ocultar; otra sería considerar noticia cualquier sucedido lo bastante interesante, aunque eso nos pone ante otro problema, que es el de la selección; ¿qué significa ‘lo bastante interesante’?. El cómico estadounidense Seinfeld se maravillaba en una de sus bromas de que en el mundo ocurra cada día el número exacto de noticias para llenar The New York Times: la cuestión, claro está, es la selección. Pero los criterios de selección están basados, al menos en parte, en el espacio disponible en un periódico o informativo de radio y televisión, un problema que Internet (en principio ilimitada) no tiene. La voz de los blogs (¿son noticias los ‘posts’?) y de sistemas de clasificación como Menéame o Barrapunto nos indican que nuestros criterios profesionales no siempre encajan con lo que los lectores quieren. La estructura misma de la noticia se basa en la llamada ‘pirámide invertida’, un concepto con raíces en la época de las linotipias y la impresión con plomo. El modo de contar las noticias ha dependido siempre de los límites de sus diversos soportes: el papel no podía usar vídeo o audio, la radio no podía usar fotos ni aguanta textos largos, como le ocurre a la televisión. La limitación de la competencia, derivada del enorme coste de la impresión y distribución de los periódicos impresos (o de las redes de repetidores electrónicos de radio y televisión) forzó la aparición de un cómodo oligopolio en el que diferentes empresas en competencia no innovaban en exceso para evitar complicar las cosas al sector entero. La esencia de lo que es o no es noticia y cómo se construye ha dependido hasta ahora de la estructura física de los medios. Y hoy ese sustrato ha cambiado, con la Red.

En Internet, por primera vez, tenemos capacidad infinita y la posibilidad de utilizar todos los medios (audio, vídeo, foto, texto) para contar una historia. Es posible ampliar hasta el infinito la información relacionada mediante enlaces; podemos utilizar bases de datos y hacerlas cantar, y podemos reutilizar y volver a poner en valor información del pasado. Tenemos la posibilidad de construir noticias en las que estén integrados todos los formatos según las necesidades de la historia a contar; en la que el contexto esté integrado mediante enlaces; en la que la información complementaria esté buscada y valorada por el periodista, para ahorrar al lector el trabajo de buscarla; en la que sea el usuario el que decida hasta qué profundidad desea navegar, y sea el trabajo del periodista el que ofrezca todas esas posibilidades. Hablamos de periodismo de enlaces, de pirámides infinitas, de noticias vivas que no son productos finales, sino que van evolucionando con el tiempo y con la aparición de nueva información. Hablamos de información sin noticias, de bases de datos noticiosas, de infografías y animaciones diseñadas para facilitar la comprensión de información. Hablamos de una noticia diseñada no sólo para comunicar lo nuevo, sino para ofrecer toda la ayuda posible a la comprensión.

La infinita competencia de blogs, páginas web empresariales, proyectos de conocimiento libres como Wikipedia, chats, foros y redes sociales ofrece un variadísimo ecosistema rico en posibilidades de enriquecimiento de la información. Nunca en la historia ha habido un potencial tan grande para la innovación y la mejora de los productos informativos. los límites que nos ataban han desaparecido. Los periodistas, los medios, podemos contar lo que queramos y como queramos. Y sin embargo seguimos contando todos lo mismo de la misma forma. Atados a un concepto de noticia que tiene sus orígenes en limitaciones tecnológicas del siglo XIX, la profesión entera parece incapaz de superar los estrechos muros que empequeñecen nuestros productos, y en última instancia nuestras empresas y nuestra profesión. Si no somos capaces de reinventar la noticia misma, si no sabemos adaptar a la nueva realidad la unidad básica de nuestra profesión, nos habremos merecido lo que nos ocurra. Que será primero la quiebra, y más tarde la irrelevancia.