Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de abril, 2008

La patente que mató a un satélite

Un satélite artificial es una de las piezas de maquinaria más sofisticadas, complejas y brillantes de la historia de la humanidad. En esencia se trata de un robot que opera en unas condiciones extremas: falta de aire, presencia de radiaciones, riesgo de colisión con micrometeoritos, temperaturas que pasan de lo glacial a lo tórrido en minutos, y todo ello sin posibilidad alguna de reparación. Y para colmo tiene que sobrevivir a ser colocado en su lugar por un lanzamiento espacial, básicamente una enorme y prolongada explosión apenas controlada que genera fuerzas titánicas. Es por eso que un satélite es caro, enormemente caro; centenares de millones de euros la unidad, dependiendo del tipo y sin contar los gastos de lanzamiento. Por eso resulta particularmente estúpido bordeando en lo criminal que un satélite geoestacionario privado de comunicaciones recién lanzado se haya convertido en basura espacial por una disputa sobre una patente. Una patente semiobsoleta y que muy probablemente carezca de validez ninguna ha derribado un satélite con tanta efectividad como un misil en una descarnada muestra de lo absurdo del actual sistema de protección de la ‘propiedad’ inmaterial.

El satélite es el AMC-14 [arriba], que puso en órbita el pasado marzo un cohete ruso Protón para cubrir los Estados Unidos; su precio, 95 millones de euros. Como ocurre en ocasiones, el lanzamiento no fue perfecto, y el satélite no llegó (por poco) al punto intermedio que necesitaba para poder llegar a su órbita definitiva. SES Americom, propietarios del AMC-14, estudiaron sus opciones y descubrieron una: utilizando los cohetes de maniobra del satélite es posible lanzarlo hacia la Luna para sobrevolarla. Usando ese cambio de órbita AMC-14 puede alcanzar una posición estable en la órbita geosincrónica y operar durante al menos cuatro años. Pero no va a ser así: el satélite artificial ha sido declarado basura espacial y el intento de rescate no se llevará a cabo. La causa: hay una patente sobre el procedimiento de sobrevuelo lunar, a nombre de Boeing. Boeing y SES Americom tienen una disputa legal, y Boeing ha aprovechado su patente para exigir a la otra empresa que ceda o pierda el AMC-14. ¿Consecuencia? El satélite muere.

No importa que para los expertos legales de SES Americom la patente carezca de valor, ya que esencialmente Boeing ha patentado las leyes de la física. Lo que importa es que echarla abajo ante un tribunal es un proceso lento, incluso cuando está claro, y el satélite no puede esperar. Una patente que probablemente no debió concederse jamás y una empresa que utiliza a su favor todas las bazas que tiene, por dudosas que sean, van a transformar en chatarra de alta tecnología un satélite perfectamente operativo. Este despropósito, este desperdicio absurdo de recursos e ingenio humanos demuestra a las claras que el sistema de protección de la llamada ‘propiedad’ intelectual e industrial está profundamente enfermo. Es hora de tirarlo por la borda y empezar de nuevo con algo un poco más razonable.

Corregido y aumentado el concepto de ‘propiedad’ inmaterial el 14/4/2008; gracias, aitor.

La Nube ataca

Se mire como se mire, hay una nube en nuestro futuro. Cada vez hay más servicios que ofrecen almacenar nuestra información en servidores ajenos pero de confianza, a cambio de una modesta cantidad o simplemente del privilegio de conocer nuestros movimientos y pensamientos, con el fin de enseñarnos publicidad. En el fondo nos cobran el servicio en la moneda más cara de la Era de Internet: nuestra atención, por la que los anunciantes están dispuestos a pagar cada vez más. Muchas empresas (casi toda la llamada Web 2.0, por ejemplo) ya han hecho la transición, y operan desde máquinas ajenas. Ahora empieza una feroz competencia por ese negocio, y dentro de muy poco tiempo las ofertas se dirigirán directamente a nosotros, los consumidores.

En el ámbito empresarial Google ha lanzado su App Engine, que permite a cualquier compañía o particular alojar aplicaciones en el superordenador mundial que Google lleva 9 años construyendo. El objetivo primario es Amazon, que ofrece algo similar desde hace tiempo, pero ya de paso Google apunta más arriba: si las aplicaciones en Red se extienden y cada vez pueden hacerse más cosas a través del navegador, el sistema operativo se hace menos valioso, y Microsoft pierde. Mientras esta guerra se libra en las alturas, otras empresas se preparan para desembarcar en el mercado del consumidor de a pie. Por ejemplo el banco estadounidense Wells&Fargo, que prepara una oferta de caja de caudales digital llamada vSafe que permitirá almacenar con seguridad nuestras propiedades digitales más valiosas. Lo cual tiene sentido: si cada vez una mayor parte de nuestra vida está en la Red, querremos asegurarnos de que no es destruida por accidente o descuido, y ¿quién mejor que un banco para tranquilizarnos a ese respecto? Habrá más de este tipo de servicios en el futuro, y ofrecidos por más compañías. La Nube está aquí para quedarse.

Una Internet a su medida

La SGAE, y en general el lobby de la ‘propiedad intelectual’ dura son como los Borg de Star Trek: No sólo no se dan por satisfechos con nada (¿sólo 120 millones de euros anuales? una miseria, dicen), sino que quieren convertirnos a los demás en algo similar a ellos. Como a los ciborgs más mecanicos de la galaxia, no les basta con que nos rindamos: quieren la asimilación. Porque la única manera de proporcionarles lo que piden sería tirar Internet y hacerla de nuevo, esta vez a su medida. Lo cual incluiría que todos los intenautas nos convirtiésemos en lo que ellos son. Sólo de esta forma obtendrían lo que desean: el control total sobre los contenidos de la Red, y la capacidad de decidir quién es autor y quién no. Si tan interesados estaban en las redes de ordenadores, que las hubiesen construido ellos en lugar de poner todos los palos en las ruedas que han podido. Pero además sus absurdas pretensiones se basan en un modelo retrógado, carente de lógica y falaz. Su propio modelo: el autor mercenario.

Teddy Bautista, horror, tiene razón cuando afirma que Internet es grande gracias a sus contenidos. Pero no dice la verdad cuando afirma que esos contenidos hay que pagarlos. Y su frase insinúa algo ridículo; que Internet es grande gracias a ‘sus’ contenidos, los de él y gente como él con el carné de ‘verdadero autor’ expedido por su institución. Internet es grande por sus contenidos, pero la inmensa mayoría de ellos no han sido creados por autores con carné ni con el objetivo de ganar dinero con ellos, sino que se han hecho por amor. Amor a la polémica, a escuchar la propia voz, a demostrar la superioridad, a la fama, a la justicia, a los animales, a la ciencia ficción o a la verdad. Los centenares de millones de blogs que se publican en el mundo no se hacen por dinero. Wikipedia no se hace por dinero. Los millones de vídeos de YouTube no se hacen por dinero. Amor a muchas cosas diferentes, una para cada autor, pero amor en fin. Los contenidos creados por autores ‘profesionales’, el tipo de autor que Teddy Bautista tiene en la cabeza, tan sólo son una parte mínima de lo que hace grande a Internet. Y los verdaderos responsables de su grandeza no quieren dinero por ella, sino otras cosas. Sobre todo, amor.

Es normal que Teddy Bautista y quienes son como él no entiendan ese curioso concepto de crear textos, imágenes, músicas o vídeos por amor, ya que al parecer ellos sólo conciben hacerlo por dinero. Y está bien que quieran seguir haciéndolo, mientras puedan. Lo que es inaceptable es que no sólo nos metan mano en la cartera, sino que además intenten convertirnos a todos en lo que ellos son. Y mucho más inaceptable aún es que nos exijan a todos los demás, a quienes de verdad hacemos grande la Red, que les construyamos para ello una Internet a su medida. Su tiempo ya ha pasado, tanto el de las fonográficas como el de las asociaciones gremiales de autores profesionales y editores predatorios. Son un puñado y su negocio se extingue, en buena parte porque no han sabido conservar la única moneda que de verdad vale en la Red, y que ellos tuvieron en abundancia y desperdiciaron: el amor del público. No vamos a rehacer Internet a medida del sector que menos ha hecho por la Red, que más ha maltratado y calumniado a los internautas, y que más méritos ha hecho para ganarse el olvido. Ojalá que les vaya bonito, pero parafraseando a Rumsfeld, tendrán que hacer la guerra con la Internet que tienen, y no con la que quisieran tener. Es lo que hay: no seremos asimilados.

Salvar a las telefónicas (de sí mismas)

En la historia de Internet destaca la falta de visión sobre sus posibilidades de futuro de las empresas más cercanas. Tanto los medios de comunicación como las telefónicas han luchado con vehemencia y sin éxito contra la Red, perdiendo con ello cualquier legitimidad que pudieran haber tenido. Y en ocasiones perjudicándose a sí mismos, o intentándolo. Una de las últimas manías de las telefónicas consiste en intentar violar la llamada neutralidad de Red, lo cual supondría en esencia que su proveedor de acceso a Internet le cobrara a Google, Amazon y otros servicios de éxito además de cobrarle a usted: dos pagos por el mismo servicio. Lo que las telefónicas no tienen en cuenta es que al cobrar por los contenidos que circulasen por sus redes tendrían que responsabilizarse de ellos, es decir, responder por cualquier violación de la ley o el buen gusto que ocurriese dentro de los accesos a Internet de millones de sus clientes. ¿Están preparadas las telefónicas para plantar cara a las fonográficas por la ‘piratería’? Lo cierto es que las telefónicas, que jamás creyeron en la Red, están ganando mucho dinero gracias a que Internet no es como a ellas les hubiese gustado. En este asunto hay que hacer como ya se hizo antes: ignorar sus opiniones, por su propio bien.

Rápida sí, Internet no

El bosón de Higgs, si existe, está escondido en el mismo centro de la materia. Y para sacarlo de allí hará falta una enorme capacidad de cálculo; muchos y enormes ordenadores para masticar, analizar y reprocesar las ingentes cantidades de datos que va a escupir el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés: Large Hadron Collider) cuando empiece a funcionar este verano. Tanto y tan grande ordenador que no ha sido posible reunir esa potencia en un solo lugar, y ha habido que repartirla en decenas de centros de investigación repartidos por el mundo. Para que estos lugares reciban sus datos a la debida velocidad, ha sido necesario construir un nuevo tipo de red informática: The Grid, 10.000 veces más rápida que Internet, que se está proponiendo como modelo para la futura red informática pública; al fin y al cabo la web nació en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear; las siglas son antiguas y del francés), dueño del LHC. Pero no conviene alegrarse en exceso ni arrojar el módem ADSL por la ventana, por muchas ganas que tengamos de ello. Desde luego, The Grid es una red informática potentísima dotada de avanzadas tecnologías de transmisión pero, si tenemos suerte, no será la ‘Próxima Internet’.

Y es ‘si tenemos suerte’ porque The Grid sin duda será rápida, pero no será tan abierta como Internet. Los protocolos de Internet son del dominio público, y por tanto están al alcance de cualquiera; y los sistemas tecnológicos y de gestión tienen una muy limitada capacidad para impedir la publicación de cualquier tipo de información. Esto hace que Internet sea un campo abonado para plagas diversas (desde la pornografía infantil a los gusanos informáticos, el ‘spam’ y la propaganda), pero también ha hecho posible la red rica, vibrante y vital que hoy conocemos. Cuando alguien con poder controla un canal de información necesariamente hay algunos tipos de datos cuya circulación se prohibe o limita; el carácter diferencial de Internet con respecto a otros tipos de redes es que nadie tiene la capacidad de prohibir por completo un producto, una idea, un modelo de negocio, una publicación. Ésta es la razón de que haya centenares de millones de blogs publicando sin cesar; de que surjan nuevos proyectos e ideas, incluso cuando pisan los callos a alguna empresa o gobierno con poder. La gran ventaja de Internet es su falta de estructura, su anárquico caos; porque sólo de la falta de estructura puede nacer la verdadera libertad. Algunas veces la velocidad no es lo más importante.

Corregido un exceso de corrección el 8/3/2008; gracias, Pepehillo.

Semántica de combate

Nosotros no matamos inocentes‘, dice en una declaración reciente el número 2 de Al Qaeda Ayman al-Zawahiri. ‘Todos los inocentes que han muerto en nuestros ataques han sido debido a errores involuntarios o porque estaban siendo usados por el enemigo como escudos humanos‘. Es una idea que bien podría firmar el líder de cualquier grupo terrorista de cualquier siglo: los luchadores por la libertad jamás matan inocentes, porque o es sin querer o los muertos son, por definición, culpables. Y es que para justificar las acciones propias no hay nada como redefinir los términos del discurso: la semántica de combate es una técnica tan poderosa que ya George Orwell la describió como la pavorosa ‘Neolengua‘ de su 1984, que dificultaba pensar fuera de la línea del Partido eliminando las palabras disidentes o redefiniendo su significado hacia algo inerte. Los profesionales de la información sabemos que las palabras matan, y que el terrorismo es una forma de infoguerra; por eso siempre hemos tenido mucho cuidado con lo que decíamos y cómo lo decíamos. Como contrapartida, hemos exigido (y en general obtenido) una cerrada defensa de la libertad de expresión sólo moderada por nuestra cautela y experiencia profesional. De ahí, por ejemplo, las agrias polémicas sobre el uso en algunos medios del término ‘terrorista’ frente a ‘guerrillero’: no estamos hablando de meras palabras, sino de profundas tomas de posición morales. De ejercicios de responsabilidad profesional y cívica.

Con la radical descentralización del poder de distribuir información que supone Internet esta responsabilidad es más importante que nunca y a la vez más dispersa que nunca. Si las palabras son armas es como si la Red hubiese repartido poderosos arsenales entre la ciudadanía toda; como si ahora cada hijo de vecino tuviese en sus manos un arma nuclear. Vamos a tener que aprender una de las realidades ocultas de la anarquía, que es que cuando todo el mundo está armado conviene ser extremadamente educado y tener mucho cuidado con lo que se dice. Porque las consecuencias de un pequeño error, de un ligero fallo de cálculo, pueden ser desproporcionadamente dolorosas. Es muy sencillo redefinir términos, insultar a millones y emborracharse luego de la propia virtud para después exigir a voces respaldo frente a las consecuencias de los actos propios en el nombre de los más sacrosantos ideales. No es tan sencillo, porque necesita de mayor inteligencia, la restricción; porque la cautela también es una forma de ejercer la libertad. Las palabras matan; la semántica es un arma, y ahora que está en manos de todos todos debemos tener cuidado sobre dónde la apuntamos. Porque las consecuencias las sufrimos todos.

¿Quién teme al lobo feroz?

La tremebunda campaña de propaganda y legislación de las industrias fonográfica y cinematográfica contra sus clientes siempre ha sido un tanto surrealista. Esas apocalípticas acusaciones de relación entre la ‘piratería’ y el terrorismo, la drogadicción y la trata de blancas y menores; esos torturantes anuncios de las penas del infierno y la penitenciaría que anteceden sin remisión a las películas que ya les hemos comprado (las ‘pirateadas’, me dicen, eliminan esos avisos); esas lacrimógenas invocaciones a los cantantes y músicos que se mueren de hambre por las esquinas y a la inminencia de la desaparición del arte, la literatura y cualquier otra forma de cultura que distinga a la Humanidad de los animales inferiores… hay que reconocer que los argumentos que emplean para defender su negocio puede que no sean muy convincentes, pero entretenidos sí que lo son. Aunque lo ocurrido en los últimos días supera cualquier antecedente, desde la defenestración de Napster a las demandas masivas por intercambiar ficheros.

En efecto; en esta semana han perdido, como es su costumbre, un juicio clave que deja agonizante su peculiar interpretación de las leyes que afirma que el P2P es delito. Además, alguacil alguacilado, han pillado a la feroz exaltadora de las más draconianas leyes Sony BMG defendiendo su ‘propiedad intelectual’ mediante la violación y el ‘pirateo’ de obras ajenas. Su nuevo plan para conseguir un canon a través de las líneas de acceso a Internet ha sido recibido con general rechifla y oposición. Y por si fuera poco, la industria ha conseguido lo que ni siguiera las temibles amenazas de unos cuantos miles de activistas islamistas enfurecidos habían sido capaces de obtener: que el diputado holandés de ultraderecha Geert Wilders elimine imágenes de su polémica película antiislamista ‘Fitna’. Porque una cosa es provocar a fanáticos con intenciones asesinas y muchas ganas de entrar en su paraíso llevándose a quien sea por delante, y muy otra es irritar a alguien realmente peligroso. La libertad de expresión tiene sus límites, y estos no están en la barrera del buen gusto, ni siquiera en el respeto a miles de millones de musulmanes o la provocación de unos cuantos fanáticos: están en el derecho de copia. Puede que resulten algo patéticos, pero al menos tienen muy claritas sus prioridades, oh sí.

Vulnerabilidad del cyborg

Los buenos escritores de ciencia ficción, como el recientemente fallecido Arthur C. Clarke, literalmente crean el futuro. Sus predicciones se fijan en las mentes de tanta gente que al final alguien las acaba por llevar a la práctica; no es casualidad que los comunicadores de Star Trek se parezcan tanto a los actuales móviles, si consideramos que sus diseñadores eran, con certeza, fans de la serie. Otro ejemplo, algo más ominoso, lo hemos tenido la pasada semana, cuando se ha cumplido una profecía de Neal Stephenson, uno de los más apabullantes talentos de la ciencia ficción reciente. En su novela ‘Snow Crash‘ el protagonista, que da título al libro, es un virus informático capaz no sólo de arrasar ordenadores, sino de afectar a determinadas personas expuestas. En la realidad unos gamberros informáticos han utilizado imágenes centelleantes para provocar ataques epilépticos a los visitantes de un foro de pacientes de esta enfermedad. Es la primera vez que desde un ordenador se ha infligido daño a humanos utilizando pura información. Pero no será la última.

El fallo del sistema nervioso que posibilita que personas sensibles sufran ataques expuestos a determinados parpadeos no es el único ‘bug‘ de nuestro cerebro. Es posible que otros fenómenos transmisibles vía pantalla sean capaces de provocar reacciones desagradables en nuestros cerebros; se sabe que hay armas de luz capaces de inmovilizar o incluso desmayar a personas simplemente exponiéndolas a poderosísimos focos, y los efectos de algunos sonidos son bien conocidos. Existe el riesgo de que bromistas sin escrúpulos o incluso gamberros violentos utilicen este tipo de trucos para dañar por dañar, o para obtener beneficios. Y esto en seres humanos sin modificar, porque el problema se complica enormemente cuando empezamos a utilizar prótesis, cada día más inteligentes. Ya sabemos que en teoría algunos marcapasos podrían ser vulnerables al ‘hackeo’, así que imaginemos lo que ocurrirá cuando se extiendan otro tipo de prótesis como miembros avanzados, o sistemas de ampliación de inteligencia. El camino del cyborg puede estar repleto de desastres si no prestamos tanta atención a la seguridad de nuestro cuerpo y nuestros anexos como le prestamos hoy a la de nuestro dinero. Será uno de los riesgos del ser posthumano: la vulnerabilidad a los errores y maldades del software. Y una de sus esclavitudes: la necesidad de tener al día un sistema inmunológico virtual que proteja a los cyborg de infecciones de software. El futuro será como el pasado, solo que más.