José Luis Esteban ha vuelto, desde sus días en Marte, desde las luces doradas, personaje y persona, en su mejor libro hasta ahora. La vida, el comienzo, la novedad, destrozando pasiones, con ritmo de memoria. En este Palabras que no he gastado editado por Olifante, con su ritmo de máquina de escribir, de percusión beat, bongos y electricidad, vida y lluvia.
Religión y peplum, llega el miedo, “En el fondo de un Teruel ya inexistente/letárgico/poblado tan solo por escolares abandonados/durante las vacaciones de verano/junto a abuelos aturdidos”. Una Iglesia, un recodo, allí, entre esquinas, decoraciones, demonios, bien y mal.
Y yo estuve allí, lector y feo, aplaudí hasta que me hice sangre, beat como el que más, pasado de todo, encendido por la tormenta que caía a plomo: “Le dimos duro a aquellos días de fiebre y ceniza”. Recuerdo cómo ardía aquella guitarra de José Javier Gracia, cómo era tiempo de oscuridad y de cerveza. Aquellos tiempos de alimañas y páramos, de escuchar la vida. Ahora lo leo: “Hubo versos que se incendiaron tantas veces que/los bomberos no dieron abasto/durante once generaciones” El cuerpo de aquellas guitarras, desnudas, las velas encendidas, los manuscritos eran hogueras, los poemas cauterizaban: “Que limpió sus heridas al sol verídico de la medianoche/que ardió hasta las últimas consecuencias y luego se apagó/sin ruido y sin rencor”. Aquellas palabras, aquellas frases, se introducen en el libro, son tierra fértil para poemario volcánico. Es un libro que se abre, Como el agricultor, como el semillero, como el que corta hojas en las palabras o en las plantas. Escapar hacia la tierra, huir del algoritmo de lo digital, usar terruño. Ciudades falsas en fotos que se copian, vidas que son un fondo intercambiable.
La semana acude con el calendario, milimétrica. Hay lunes de polizones y “Que añoran el tránsito horizontal/de las rutas definidas por los mapas oficiales” y martes “Mordaza marciana de palabras muteadas/la más usada en las redes donde pescan/los fabricantes de silencios importantes/cortando las cuerdas que manejan/las vocales verdaderas”. Miércoles perdido y jueves de caldera, viernes donde en la letanía notas que “Hierven los volcanes/ y revientan los sismógrafos”. ¿Recuerdas, J, a John Giorno recitando aquello de “Di no a los valores familiares”?
Y el pánico de Fernando Arrabal, rey festivo del ajedrez, “El rey enemigo se inclina con la artrosis”. “Mañana será otro invierno”. Y recuerdo la última voz de Sergio Algora, gafas de sol, camisa de flores, las instrumentales de aquel monstruoso 2008. José Luis Esteban era una fuente de palabras. Otras palabras. Viejas palabras.
Aquel jugoso Leonard Cohen provisto de sensibilidad cuando quiere decir sexo y de speed cuando quiere decir meditación: “y porque he visto que muchos lo cantan/y yo también quiero participar en ese canto”. Belleza es canción y palabra, porque hay trashumancia tras cada letra: miren al poeta José Luis Esteban, en el final del viaje, Joseph Conrad llegando al corazón de las tinieblas, en el espacio de Franco Battiato, en la audiencia de una serie que da alimento (que no es nutrir), argonauta de serie Z, pirata con garrafa llena de ron, isleño de soledad.