Archivo de noviembre, 2023

Palabras que no he gastado de José Luis Esteban (Olifante, 2023)

José Luis Esteban ha vuelto, desde sus días en Marte, desde las luces doradas, personaje y persona, en su mejor libro hasta ahora. La vida, el comienzo, la novedad, destrozando pasiones, con ritmo de memoria. En este Palabras que no he gastado editado por Olifante, con su ritmo de máquina de escribir, de percusión beat, bongos y electricidad, vida y lluvia.

Religión y peplum, llega el miedo, “En el fondo de un Teruel ya inexistente/letárgico/poblado tan solo por escolares abandonados/durante las vacaciones de verano/junto a abuelos aturdidos”. Una Iglesia, un recodo, allí, entre esquinas, decoraciones, demonios, bien y mal.

Y yo estuve allí, lector y feo, aplaudí hasta que me hice sangre, beat como el que más, pasado de todo, encendido por la tormenta que caía a plomo: “Le dimos duro a aquellos días de fiebre y ceniza”. Recuerdo cómo ardía aquella guitarra de José Javier Gracia, cómo era tiempo de oscuridad y de cerveza. Aquellos tiempos de alimañas y páramos, de escuchar la vida. Ahora lo leo: “Hubo versos que se incendiaron tantas veces que/los bomberos no dieron abasto/durante once generaciones” El cuerpo de aquellas guitarras, desnudas, las velas encendidas, los manuscritos eran hogueras, los poemas cauterizaban: “Que limpió sus heridas al sol verídico de la medianoche/que ardió hasta las últimas consecuencias y luego se apagó/sin ruido y sin rencor”. Aquellas palabras, aquellas frases, se introducen en el libro, son tierra fértil para poemario volcánico. Es un libro que se abre, Como el agricultor, como el semillero, como el que corta hojas en las palabras o en las plantas. Escapar hacia la tierra, huir del algoritmo de lo digital, usar terruño. Ciudades falsas en fotos que se copian, vidas que son un fondo intercambiable.

La semana acude con el calendario, milimétrica. Hay lunes de polizones y “Que añoran el tránsito horizontal/de las rutas definidas por los mapas oficiales” y martes “Mordaza marciana de palabras muteadas/la más usada en las redes donde pescan/los fabricantes de silencios importantes/cortando las cuerdas que manejan/las vocales verdaderas”. Miércoles perdido y jueves de caldera, viernes donde en la letanía notas que “Hierven los volcanes/ y revientan los sismógrafos”. ¿Recuerdas, J, a John Giorno recitando aquello de “Di no a los valores familiares”?

Y el pánico de Fernando Arrabal, rey festivo del ajedrez, “El rey enemigo se inclina con la artrosis”. “Mañana será otro invierno”. Y recuerdo la última voz de Sergio Algora, gafas de sol, camisa de flores, las instrumentales de aquel monstruoso 2008. José Luis Esteban era una fuente de palabras. Otras palabras. Viejas palabras.

Aquel jugoso Leonard Cohen provisto de sensibilidad cuando quiere decir sexo y de speed cuando quiere decir meditación: “y porque he visto que muchos lo cantan/y yo también quiero participar en ese canto”. Belleza es canción y palabra, porque hay trashumancia tras cada letra: miren al poeta José Luis Esteban, en el final del viaje, Joseph Conrad llegando al corazón de las tinieblas, en el espacio de Franco Battiato, en la audiencia de una serie que da alimento (que no es nutrir), argonauta de serie Z, pirata con garrafa llena de ron, isleño de soledad.

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Algunas palabras sobre Un Ballet de Leprosos de Leonard Cohen (Lumen, 2023)

La primera novela de Cohen. Inédita durante años. No es necrofilia, es necesidad. Es leer a un Cohen joven, es leer Montreal y poder estar leyendo Madrid. La travesía de Madrid de Francisco Umbral. Pecado, a la hoguera, muera el loco. No, por favor. Umbral y Cohen, jóvenes dandis, sin más, hambrientos y abstemios. Pero poco. Poca comida, manzanas y poco más. Pero la tensión de la carne y el coñac, el alcohol antiguo, el que no se mezcla, el que cae como una bomba atómica en el estómago. Y hablo de bomba atómica porque hace poco que la guerra ha terminado y el olor a muerto y a posguerra conviven en estos primeros libros de Umbral y de Cohen. Y vuelves a Umbral. Vuelvo porque el deambular de pensión en pensión, en habitaciones pequeñas, sábanas que se cambian muy poco, mujeres extrañas -pero apetecibles, eso siempre-, en los pasillos, la leche y la manzana, el café con mucho azúcar para llenar el agujero de la vida. Todo está ahí.

Un ballet de leprosos es una novela corta donde ya se adivina lo que está por llegar. Un narrador cargado de poesía, simbolismo, sexo y minimalismo. En Montreal, una estación de tren donde acechan los desconocidos. El ausente y el presente, la familia como iteración primera de la soledad. Son fantasmas los que conviven con el protagonista en su habitación, en su trabajo, en sus calles. No hay discusión, Montreal o Valladolid exigen al protagonista y a lector un complejo mundo interior. Habitantes fantasmas, creo que ya lo he dicho, que saben lo que les puede llegar en breve, lo que se les acerca, la muerte es una novia a la que esperan en la esquina de las calles. Mientras son espíritus en la ciudad con el que el autor conversa. Bebe de su saber durante los instantes que se lo permite. Una consigna donde esconder los bártulos, la herencia del Holocausto.

Hoy, estos días, ayer y mañana, el judío errante, de guitarra y olivetti, cantando Who by fire? Con las tropas, tras la masacre. Él no sabe que habrá treinta y dos niños secuestrados. Él solo piensa en Marilyn visitándole cada noche, dándole cuerpo y sexo, que no es lo mismo, como no lo es compañía y conversación. Nadie pregunta por esas sombras que caminan por la ciudad, hay un ambiente de óxido primerizo, de electricidad a punto de escapar. Emigración, judíos, otomanos, nadie que hoy, hoy precisamente, llegará un nuevo episodio del terror.


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Miqui Puig vuelve: doble sencillo&vidas que marcaron la suya

No sé el porqué. No sé nada. Solo que no puedo dejar de escuchar la versión de Occhi Su Di Me de Miqui y aliados. Vi el vídeo. Escuché una llamada que no hubiera querido recibir. En esta canción mi amigo Rubén sigue vivo. En esta melodía Miqui y yo vivimos en la misma calle, en el lugar perfecto y él y Mariajo toman vino blanco y aceitunas conmigo y con Ana mientras vemos a Román jugar con su galgo. Escuchamos a Jorge Ben y ponemos los ojos en blanco mientras imaginamos sobre una servilleta el club perfecto para cuando ya no podamos bailar. Tenemos un sencillo, una galleta, alquitrán que es vida. Llama Ferrán y propone añadir unos metales, llama Luis y pone las voces. ¿Qué te parece esta nota, Octavio?

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Occhi su di me / Billy Idol (italian versión by Roberto Sandrini)

La del galgo viejo / Miqui Puig – Alexandre Remoue – Raul Juan

Producido por y en LAVLAB (miqui y raul)

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Coros en Ochii su di me (Lara Magrinyà – Anna Sala)

Coros en La del galgo viejo (Maria Del Rio Llovet – Naïma Ventura)

Guitars: Alexandre Remoue

Arte: Gemma Hierro

«Doble cara de Miqui Puig & ACP con ritmos sintéticos para pistas exigentes. Italo disco via Roberto Sandrini via Billy Idol para acabar en North Barcelona, «Occhi su di me» se convierte en una pista donde Miqui se viste de cantante de barco o de casino, según vean. Para la otra cara el house es la excusa de una canción de amor, «La del galgo viejo». Amor con ojos de galgo, mascota o tú. Pronto pieza de coleccionista. Bailar no es una opción».

Pienso que la vida podría ser todo vida, todo revival. Le copio títulos para mis libros. Con un sencillo de Derribos Arias pegado al pecho, con el dinero justo para una cocacola. Vamos con Mosketón hasta la calle de la Cera, con Aleix al Nitsa. Nos negamos a contar como cerrados los lugares hermosos. No vuelvo a Zaragoza sin que vengas conmigo, Miqui. Llama a Ángel, llama a los Puyuelo, llama a Jarvis. Vidas que marcaron la tuya. ¿La mía?

 

A Miqui Puig le pidió Rubén Scaramuzzino que inaugurara el Zona de Obras 3.0. Él era el que tenía que hablar primero. Y este fue el resultado (gracias a Silvia y Mauro por el permiso). Rubén me dijo que escribiera una entradilla. Y yo escribí esto:

«Vidas que moldearon la mía es una nueva sección de Zona de Obras. Aprendices de las vidas ajenas, cualquier personalidad creativa o artística se edifica sobre cimientos ignotos: familiares, amigos, maestros o mitos. Cada uno de los invitados a esta sección nos descubrirán cuáles fueron aquellas vidas que sirvieron como ejemplo y espejo o, que, simplemente, fueron parte del camino hacia la madurez como creadores. Una aproximación diferentes a las manidas listas de influencias o alas mil veces repetidos referentes. Todas las vidas interesantes han recibido la guía de otras vidas también interesantes. Sorpresas descubrimientos, afectos y referentes, todo junto nos permitirá conocer más al creador. Y hoy comenzamos con Miqui Puig».

Piensa que este sencillo es el primer sencillo después de todo, de la tristeza y de la vida. Y no es casualidad que sea Miqui el que diga: toca volver a bailar.

Miquel Fontanals, Moto Club l’Ametlla

Mi primer clan no fue musical, mi primer clan olía a gasolina al dos por ciento y se reunía en Motos Fontanals, el taller de mi amigo Miquel. Un taller donde convivían los diseños más llamativos del momento en adhesivos y llaveros, con una réplica del Guernica, un lámina de Miguel Ángel y parte del mural de la discoteca local Sirmac (en la que me colé a los 8 años). Una vieja radio Telefunken seleccionaba la FM de RKOR, donde todo eran joyas. Allí aprendí a brindar por la vida, por el día a día, aprendí de estética y de amistad. Hace poco heredamos la Lambretta de Miquel. Nos dejó demasiado pronto y fue él quien contrato a «Aullidos en el Garaje» en su debut.

Joe Dworniak – producer

En los libros de historia Los Sencillos quedamos por debajo, muy por debajo de muchos otros nombres que el gran Dworniak produjo en España. Pero para mí, el ver trabajar de cerca a este genio sigue siendo la referencia en mi manera de encerrarme en el estudio a la hora de hacer tunning con las canciones.

Joe me enseño, sonriendo siempre, como el beat y la melodía son la masa madre de lo nuestro. Luego vinieron noches y tertulias, y a cada pregunta mía un «yo trabaje con él» suyo. Era el Londres de 1997, y yo allí en medio de todo eso. Respeto máximo para «The Messenger«.

Gato Pérez – Rumbero

El bendito arte de regalar cintas solía cambiar vidas. Marc Vicens en el año de dios de 1991 dirigía un canal minúsculo de FM para la SER Catalunya, una prueba-error de lo que ahora podría ser nuestra iCAT (la casa donde a diario emito PISTA DE FUSTA) y un día llego con dos cintas. Por supuesto rotuladas a mano, en un color verde que veo en la estantería que esta a mi izquierda, una de Rubén Blades y otra de Gato Pérez. Prendió la llama, la del amor por estos dos, me metió de lleno casi sin oxígeno en el estanque de la lírica en castellano para la perfecta canción pop. Auserón, Lapido y estos dos. Pero con Gato hay algo en la tristeza que siento mía, muy mía.

Nick Logan – The Face – Revista

Cuando Nick Logan fundo la revista The Face (después de escribir para NME y Smash Hits) no sabia que años después dos jóvenes de un remoto lugar al norte de Barcelona quedarían tardes y tardes en las mesas de la Fonda Europa para devorar, diseccionar y anotar en cuadernos el contenido de su publicación. Una se convirtió en diseñadora de moda y el otro soy yo. El amor por la estética, el clubbing y el cambio constante me viene de aquí, de The Face: la revista de Nick Logan.

Mi amiga hace estos zapatos bellísimos.

La FM

El sonido FM, las palabras «frecuencia modulada» como magia sónica o vete a saber que. En medio de mi cabeza como una especie de Xanadu, de paraíso donde cada nueva canción era un descubrimiento. Antena de Catalunya en el comedor de casa de mis padres, Radio Pica en el patio, y el resto en mi habitación con el poster de Weller, el de Barry Sheene y uno de ETA antes de lo militar. Así crecí, y hoy soy parte de la FM. La vida da vueltas, sorpresas y de todos los medios la radio sigue intacta. Moldeada y adaptada a los tiempos. Mi FM.

«Dime que siempre estarás a mi lado, Miqui».

El single se puede adquirir en LAV y Buenritmo. Se edita hoy viernes 10 de noviembre.

Algunas palabras sobre El fuego de Daniela Krien (Vegueta ediciones,2023)

Una inmaculada sencillez. Una novela en tiempo real que se expande en la memoria rompiendo las leyes de la física. Narrativa pura, íntima, desbordante, nutricia. Un libro que conmueve, que se reparte como el pan recién cocinado, como una jarra de agua fresca, como la sonrisa del hola y la mueca del adiós. Eso es El fuego de Daniela Krien editado por Vegueta Ediciones de manera exquisita, como toda la producción de esta sobresaliente editorial de la que disfrutamos con menos frecuencia de lo que deberíamos en este Motel Margot.

Un matrimonio atrapado en la madurez. La sociedad, una presa infame que ahoga, el recuerdo de la unificación, la cultura de la cancelación. Treinta, cuarenta años entre medio y la duda constante de si las aspiraciones que uno tiene en su juventud se puede comprobar, mensurar, determinar, en definitiva, su cumplimiento. Pareja que utiliza tres semanas de sus vacaciones para vigilar la casa de unos amigos. La enfermedad, un ictus del artista Viktor, dueño de la casa, la tristeza de su pareja, más joven. Lejos, los otros dos, cincuentones con profesiones liberales, dos hijos, uno metódico, casi plano, la otra, cargada de sueños, hijos e impurezas. Uno aséptico en su aburrimiento, la otra egoístamente demente. Pero qué esperas, calcos formales o disruptivos de sus progenitores. Aprender a vivir mil veces, entender a los demás mil veces. El pasado se deshace como la nieve del norte en primavera. O nunca. O siempre. Por eso uno, al leer, duda de si el pasado es la nieve o lo que se oculta debajo: unas fotografías, unas notas a manos, dibujos, bocetos… un cigarrillo liado que ha esperado décadas.

Dresde. No es cualquier ciudad. Aparece en la lejanía y aparece en el pasado. Dresde es una vigilia continuada, como lo era la RDA, y sus habitantes, colmados de marcos y nata montada, sin tomar posiciones de ningún tipo, sin opinar porque nadie les había enseñado a hacerlo. Chillidos y gaviotas en la lejanía. Nadar en aguas limpias, esperar noticias, necesitar un trozo de madera y conservarlo porque es el proyecto de una obra de arte llena de belleza. Edith era la madre de la protagonista. Escapó del fuego de los bombardeos para acabar en el alcohol y el bando equivocado. O no. Nadie espera que Daniela Krien enumere todas las generaciones necesarias para olvidar el horror y caer en la desesperación. El tiempo no es algo que se utilice más allá que una formalidad en esta novela. Una novela lírica en su sencillez, bella en lo más elemental. Sostenida entre el recuerdo y la muerte, la familia y la soledad. Un simple análisis te dirá que eso es un resumen en cuatro palabras de la vida.

Dos personajes, dos protagonistas. Él, Peter, cansado de todo, fiel a unos principios que se desmontan, como una obra que permanecerá para siempre inacabada. Y ella, uno y uno. Uno porque se observa y es observada. Por nosotros, que la acompañamos, que bebemos directamente de la taza que nos ofrece. Ella también se busca en el espejo. Busca fuego y busca incendio. Pero acaba añorando la calma. Son tres semanas de ausencia. De lo urbano a lo salvaje. No tan salvaje, claro. Es la sociedad la que ha perdido la enésima pieza del rompecabezas y ahora, pandemia y senectud, sexo y egoísmo, muerte y enfermedad han dejado de ser posibilidades para convertirse en elecciones.

La ciudad de Dresde es algo más que una ciudad, como Aleluya es algo más que una canción. El Rey David y tres semanas de tragedia, de felicidad, de mezcla de ambas. Sin llegar a consumarse, todo lo que sea plenitud se ha perdido, solo queda la comida frugal, la elaborada, repostería casera, ensaladas y hortalizas, embutido y compota. Esperar la tarde y la noche, la mañana y el día siguiente. Esperar que la muerte no llame, que la cobertura se mantenga intacta. Es la voz de la vida, es ensamblar la existencia.

Uno de los libros más bellos que ha llegado a las manos de Motel Margot en los últimos años. Lo colocaremos en el cuarto de invitados, con el respeto que se merece y os animaremos a todos a echarle un vistazo. La sencillez es la mejor arma de seducción. Pero hay más, mucho más debajo, encima, entre las páginas. Ojos de vida en tiempos de sequedad. La historia de una vida, de dos vidas, de todas las vidas del mundo.

Desde flores y entrañas de Mujeres (Sonido Muchacho, 2023)

Son diecisiete canciones. Un órdago a la grande. Doble vinilo bellísimo editado por Sonido Muchacho. Un órgano casi religioso. Y de, pronto, el aullido básico de los Pegamoides. Sabías que algo así nos podría pasar, “Las mujeres y las derrotas”. Me acuerdo estar sentado en un centro cívico, en Huesca y escuchar a la banda revisar a Los Saicos. Fui feliz, como cuando encuentro una joya de pop; “Se avecina una herida” que nos lleva, en una especie de acólitos de Dick Dale, en una playa de interior, hasta “No puedo más”. Ya vamos avisados, esta noche pelea El Santo y todavía no hemos comprado las máscaras y no sabemos a quién engañaremos para que sea su rival. No os pondréis ahora a llorar, chavales, esos arpegios y esos ritmos de batería de “Cuando lágrimas arden” os los hubiera comprado Fernando Arbex a 60 euros el gramo. Un poco de electricidad para los acérrimos, no os comparo con Carolina ni con Carminha, porque yo sé que ya estabais antes, que todo es “Una consecuencia extraña”. Vuelve el órgano haciendo acorde y un teclado melodía, unas voces dobladas como cuando Fran y Sergio vivían un verano eterno en La Costa Brava, maravilloso “Si piensas en mí” y mucho mejor si sacamos uno poco de romanticismo en “Diciendo que me quieres”, sacado directamente de las radios libres de Europa, esas que llegaban por tierra, mar y aire, desde Athens.

Resultan nutricias unas buenas guitarras acústicas en “Solamente es brutal”, funcionando como la herencia de pop poderoso de cuando el mundo veía terminar la década de los noventa. Y bajamos un poco el acelerador, para un medio tiempo casi susurrante, Nick Drake pasado por Tachenko (algo que no estoy inventando, ya lo sé), pero es un punto más en el eclecticismo reinante: a dos voces “Como una bendición”. Abrimos el bajo a los sonidos más oscuros, se llama a Peter Hook y a su púa, se mete una guitarra, se mete otra guitarra y la banda usa la batería como un tanque. Se eleva la voz desde la más roja de las habitaciones para emocionar con “Estallido sin cambios”, una de mis canciones favoritas del disco.

Volvemos al hipermercado de Canut&Berlanga en 120 segundos de “La emoción y los sentidos” y, de pronto, una copa, un yate, un amago de bossa, esta fiesta era un muermo hasta que entró la base rítmica de “Por lo visto ya da igual”. Funciona para dejarnos en manos de un teclado cósmico, bailando con las acústicas, con las armonías, amor y apocalipsis en “Temporal sentimental”. Aviso a Paul Collins que, si necesita banda de compañía, estos chicos le pueden pasar “Se contempla una opción”.

Me obsesiona la versatilidad del bajo, de luz y oscuridad y todos los colores intermedios. Ya parece que no se levanta el acelerador, estamos en la ciudad, que va a toda velocidad, se mezcla noche y día, “Doblemente mal”, culpable de todo lo que soy capaz de recordar. Prometo que no volveré a caer. Pero más abajo del suelo solo está “Una pasión concreta”, de nuevo con ese teclado que parece imperturbable, avisando que la hora feliz ha comenzado, que si apretamos los dientes aguantaremos todas la noche sin desafinar las guitarras, es “Una pasión concreta”. Un volquete para hacer que la lava suba, como una turbina sin más, ahora es tiempo de arreglar lo que está estropeado o dejarlo así, hasta donde llegue la voz, la vida, la canción. Cierro el vinilo, levanto la aguja, me dices adiós con la mano desde la estación de autobuses. ¿Cuánto tiempo hasta llegar a casa? ¿Merece realmente la pena? Cómo se clava en el corazón el órgano de “Horizontal en llamas”.

Me hacéis feliz. Me recordaréis. Algún día estas canciones servirán. A los discos se les caen cubatas y a los diarios tazas de café.

Sra Batracio de Ryan Heshka (2023)

Ellos estaban allí mucho antes que nosotros. Ellos son Autsaidercomics y no hace falta que te vigilen, tú te ofreces a ellos. La siguiente mancha en la corbata de tu vida es Sra. Batracio, un tebeo de Ryan Heshka, serie B, mujeres fatales, pintor realista. Es un aliado en la destrucción atómica del mundo. Desde Canadá. Chicas malas. Chicas mutantes.

Monroe, rubia, periodo de semidesintegración de cuarenta años. Ciudad Cero. Donde crecen los monstruos. No nacen. Son esporas que se transmiten a través de las páginas de los tebeos. De los prohibidos, de los que había antes, durante y después de la Guerra Fría. Piensa en la serie de Mad Men y le pones uranio enriquecido al Lucky Strike del protagonista. De todos los protagonistas. Y tendrás un poco más de lo que esperas, un poco menos de lo que te mereces. Siempre es lo mismo. Si vas más allá de los cincuenta todo estará peor: el azúcar, las grasas, los precios, la gasolina, los tratamientos contra el cáncer. La bomba atómica, los extraterrestres ya no son hombrecillos verdes, ahora son babosas que entran en tu cuerpo. Antes los aliens se mantenían fuera.

Señora Batracio es parte de la graciosa historia mutante de los vengadores tóxicos, los geniecillos de Alderete, las elucubraciones de Borges pasado de mezcal, la ciudad nova, la ciudad desnuda, todas las ciudades de Ian Sinclair y William S. Burroughs. Ya hablamos de eso cuando preparabas la cena, cariño. Hoy toca asado y vino blanco. Llegaré y me quitaré los zapatos. Nada de comodidad, deberás vestir como un insecto sacado del Playboy. No existe mejor compañía que la proteína. La señora Batracio quiere estar delgada, así que cada vez que le apetece una mosca o una galleta se fuma un cigarrillo.

«Ha visto un anuncio en una revista, cuando estuvo alisándose las patas, de unas pastillas que quitan el apellido. No sabe que cincuenta años más tarde las venderán a cien duros en las calles de Madrid y que setenta años más tarde las tomarán mis alumnos para mantener la concentración. Y yo, si se descuidan, les quitaré un par para poder ser padre, escritor, marido y rebelde libertario ultra conservador».

Ojalá tu marido fuera Philip K. Dick, al menos habría anfetaminas para todos, pero igual está buscando a otra, a otro, a otre. Las razas han mutado, pero tú puedes ser una superheroína, formar tu propio grupo de enmascaradas, hacerte la toilette antes de vigilar al vigilante. Y si te prometiera una serie limitada solo para ti, ¿lo dejarías todo y vendrías conmigo? Seguro que sí. Señora Batracio es la imitación de los cincuenta, la pesadilla final, el pulmón de cobalto, el pastel enfriándose, el ketchup y la mostaza, las palomitas, el jarabe para la tos que dejaría muerto a un caballo. El niño está atontado, envenenado, Silvia y Archie, Silvia tiene mejor ropa interior, la mejor del mundo. Silvia es una mutante sin ropa interior. Peor tu lengua, señora Batracio, ay tu lengua. Modificada genéticamente para ser encumbrada entre los peligros que deben de ser ocultados bajo una cúpula de plomo.

Sopa de tomate caducada. Heroína para los beatniks. Habrá que callarlos a todos. Hazañas bélicas, de Japón hasta Corea. Las historias de Rodrigo Fresán. Hagamos algo antes de morir. Iker Jiménez tenía razón. Dame un theremin y moveré al mundo.

De la estación fantasma a la estación del amor: mi vida siguiendo a Víctor Coyote (2ºparte)

Gracias a Jose y Santi. Y a David Giménez y sus discos de El Imperdible.

En el año 2006 Víctor Coyote edita en Visual Books “Cruce de perras y otros relatos de los 80”. Normalmente uno se acerca con precaución a los libros escritos por músicos (aún no he superado los de Julián Hernández y Antonio Luque, he de admitirlo). Pero este volumen es una maravilla. Ironía y distopía sobre la paternidad, maternidad y el futuro del rock latino entre Santiago Auserón y Coyote. Lujuria de hotel y aburrimiento en la época que Víctor fue guitarrista de Dinarama (a Carlos Berlanga le daba mucha pereza todo), una época en la que, según mi amigo Santi Rex, es la que mejor ha sonado la banda de Alaska. Alaska y Coyote, interpretando los chicos y las chicas de las revistas guarras.

Y sobre todo Poch. En realidad el libro es un libro sobre Poch, el genio de la playa de Gros. El que vino y se marchó. El que estará siempre en Jurelandia. Pinzas y aceite en conserva. Me obsesioné con Poch por el libro de Víctor Coyote, por ese cariño inmenso que lo alimentaba. Mi amigo David Giménez me había regalado sus vinilos de los Coyotes, los que tenía en su bar de Remolinos. Auténticas joyas, incluyendo el Maxi-Single de El Mono. David fue generoso conmigo y me cedió el disco homenaje a Poch que hicieron algunos de sus amigos para ayudarle en sus últimos años de vida. El chico más pálido de la playa de Gros. En una feria del disco me pidieron 80 euros por él. En vinilo, claro. Al final, David, gracias… Los Coyotes de Víctor Abundancia revisan El Club de herpesviríticos.

Volviendo a Huesca un segundo. Hay una leyenda urbana que circula entre la inteligencia oscense que asegura que el saxo que suena al principio de Jurelandia es de Justo Bagüeste, pero Justo nunca lo ha corroborado. Poch por Huesca, con libros y gabardina. Poch en la portad del libro de Mariví Ibarrola, “Yo dispare en los 80”. Y dentro una fotografía de Víctor Coyote y Alaska, explosivos, como solo puede suceder en los ochenta. Despierta escuela. Víctor exponiendo sus cuadros, Coyote con pinta de estar pensando en los arreglos para un disco del Tío Toni.

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De la estación fantasma a la estación del amor: mi vida siguiendo a Víctor Coyote (1ºparte)

Gracias a Santi Rex (por todo) y a José Vizcaíno (por todo). Santi hizo los regalos y José las fotografías. Un abrazo a Juanjo, Gonzalo, Lles y cía, mitos de mi adolescencia consumida. Y a la gente de Autsaider Cómics por recordarme todo lo que admiro a Víctor Coyote. Y a Javier Benito, crack.

Podría empezar con uno de mis primeros vinilos, el Golfo 2 (el Golfo uno lo tenía en casete doble, con Cadillac Solitario en directo, pero esa es otra historia). En Golfo 2 salía un tema de los Coyotes, los de Víctor Abundancia. “El típico español”. El siguiente tema en la recopilación era de Las Manos de Orlac. Estaba el hermano de Germán Coppini y algún canalla más, alguno de los que seguiría a Coyote en los años siguientes.


He comenzado por un vinilo. Ahora sigo con un directo. La sala Morrissey en Zaragoza era el LUGAR. Algún día se escribirá libros sobre el cambio de siglo en la ciudad y todos dirán que pasaron por allí. Yo recuerdo a Daniel Melero y Antonio Birabent, recuerdo a Babylon Chat con Igor Paskual antes de irse con Loquillo, los Joder Around destrozando “El Río” de Miguel Ríos.

Recuerdo a Víctor Coyote presentando “Lucha de migajas”. Era 1999. No sé el porqué, pero aluciné. Coyote llevaba una especie de peto vaquero a lo redneck, como listo para una matanza en un pantano o con la motosierra…y es que iba con ganas de electrónica ruidosa, con Jaime Muñárriz, hambriento de industria y bases electrónicas. Sí. Menuda sección rítmica, chavales.

Ya compraba la EFE EME por entonces. Y Bruno Galindo, que escribió sobre el disco, tampoco parecía entender mucho. Pero a mí me dejó tan alucinado que un lustro más tarde estuve a punto dejarme loco, estuve a punto de recibir un abrigo de hostias de Coyote por preguntar. Fue en Huesca, donde Poch gastó un curso entero, haciendo como que estudiaba medicina. Volveremos a Huesca, volveré a Huesca dos veces más.

En 1994 Víctor Coyote había dirigido el videoclip de “La milonga del marinero y el capitán” de Los Rodríguez, una verdadera maravilla. Si no lo han visto, aquí se lo dejo.

Compraba en la revista Tipo, todos comprábamos en la Tipo. Sobre todo en la sección de rebajas. Cuando había buenos saldos y contábamos el dinero en pesetas. Me hice con un tebeo. Un tebeo raro: Pop español en viñetas. Era de 1990 o 1991, no estoy seguro. Distintos dibujantes interpretaban canciones de grupos que habían sobrevivido con mayor o menor dignidad a la Movida. O, directamente, no habían sido parte de ella: el Supernova de Dunca Dhu, Javier Corcobado escribiendo para Esclarecidos, Max y Radio FuturaMalevaje y el corazón ensangrentado. Y, claro, Víctor Coyote que canta sus éxitos y, encima, es un visionario sobre la sociedad futura y el rock latino.

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La última casa de apuestas de Marcelo Criminal (2023)

Veintidós canciones. No tengas miedo. Yo fui de la quinta que escuchó Honestidad Brutal y sobrevivió a Cajas de música difíciles de parar sin inmutarme. Pero Marcelo nos ofrece los dos patitos en cuarenta y dos minutos. No es un maratón. Es una revisión de la vida. Y nos la ofrecen desde Sonido Muchacho.

Abrimos con una pandereta y una voz doblada, una mezcla de placer culpable y contradicción, entre coleccionar y luchar contra el capitalismo. El vinilo no es parte del liberalismo, es la lucha negra, el alquitrán bien usado, te lo dice el diamante y la aguja del artista. Eso es “Como negociar en Quatar”. El punk acelerado en “Miedo a salir de noche”, casi como un karaoke de fondo como entre Los Ramones y los Nikis. Hablas de Karl Marx y sigues adelante, como si hubiera una sociedad que esperara algo más de ti. Guitarras acústicas limpias, cantautor de broma, tallas pequeñas, house del fino en las franquicias de ropa en “Nueva sinceridad”. Respeto al que se atreve a saltar y caer de mala manera. Lo fácil es ser un gimnasta. Asumo que tú sabes que España se ha mantenido unidas gracias a la jerarquía sexual de El Corte Inglés. Y llego a la caja de música de “Renovarse o morir”, un órgano de ambiente crepuscular, una batería mínima: nicotina en la cara de la sociedad, como si todavía hubiera gente que no sabe que siempre está prohibido fumar. Es una historia, la de la vida de Marcelo, en la que puedes dibujar diagramas de Venn con la tuya y disfrutar tanto los conjuntos de intersección como las regiones desconocidas. Yo necesité el “Café de máquina” para superar la Universidad. Eso y las cintas de los Planetas, los periódicos culturales gratuitos y el katovit. Así que esa tonada me suena. Igual soy muy mayor y ha mejorado la lavativa que ofrecen en la universidad, pero lo dudo. Por lo menos el recitado y la voz femenina me hacen volver a atender. Un poco de electrónica naif, de tecladillo bajado de internet o de una juguetería a punto de cerrar, para contar una muerte en “Himno de la avenida de Juan Carlos”. En la estatua de Fofó hay más misterio que en la mayor parte de los programas antiguos de Iker Jiménez. Si la sustancia viene en receta, si se lo has robado a tu suegra, ya lo dijo Calamaro, malo no puede ser, así que canta conmigo: “Bromazepan”. Algún día todo esto acabará y pensarás que la programación de la caja de ritmos ha quedado estupenda, volvemos a empezar, porque cuando algo acaba se despierta otra cosa para empezar. Cuanto infinitivo para hablar simplemente de la vida. Dale al play en “Música relajante para estudiar”. Ahora nos ponemos intensos, lágrimas que son como un gin-tonic aguado, de ese que te tomas a tres euros después de una cubeta de pipas, salado sin parar, sin mesura, una guitarra, un poco de batería y te queda “Canción para llorar”.

Pop ochentero, una canción terminada según los canones, el grimorio particular, eucaliptos para los koalas, bajos y batería, guitarra y voz, “Loterías y apuestas del estado”. No apuestes contra la estadística estatal. Siempre ganarán. Mira, unos pequeños arreglos para darle color al estribillo. El compositor denuncia las casas de apuestas. Es parte de la socialdemocracia bajo el radar. Llegamos a la mitad del disco, “El día que murió Pedro Sánchez”, con un fraseo dylaniano. Con perdón. De Marcelo y de Bob. Disparos contra Pedro, el presidente matemático, un fraseo con los coros de Nacho Vegas de fondo. No encaja el puente pero sí el estribillo. Es un sencillo de adelanto. Oswald y el que mató a Lennon. Claro, Michi, Nachete no te olvida. Seguro que Javier escucha a Federico. O lo escuchó una vez y se le quedó rebotando en los empastes mal hechos. No lo cubre la salud pública. Y en la canción 12 no hay música. Pero sí una melodía de voz. Pastillas y gimnasio. Tramadol y bicicleta estática. Comparando medicaciones en “Mi propio infierno”. Magnífico el encuentro lounge, tropicalismo en la percusión, con “Qué hacemos luego”, esa aceleración de sintonía de televisión, comer techo junto a Santisteban, antes de que se derritan los hielos de la vida.

Volvemos a “El corte inglés”. Hace tanto que no entro en uno. En mi pueblo no pasamos de dos mil habitantes. Podrías hablar con Loquillo. Con los intocables y sus vaqueros del espacio. Puedes encontrar novia entre las dependientas. “CAFD” qué será, será. Educación física es la manera elegante de llamar a la gimnasia. Suspendiste mientras pensabas en poemas y en canciones de La Costa Brava, en 2010 Sergio Algora ya llevaba dos años muerto. Lo digo porque la siguiente canción se llama “Fran Fernández Fan de Flash Master” con un sonido de ocho bits y una percusión preciosa. Será un homenaje a Queen y a Ming, a Fuxedo DeVito, no sé… la batería y las guitarras noventeras de “Examen de conciencia” verbalizan el primero de bachiller. Yo soy, hoy, profesor de primero de bachiller. Estoy al otro lado de todo. Menos de las guitarras y el abuso de sustancias. Un guiño, dos guiños. Tu vida y la de los demás siempre tendrán algo en común.

Me costaba 50 euros cada consulta y los ansiolíticos no eran baratos. Ahora miro películas de serie B que transcurren en habitación de hotel, sufro ansiedad anticipatoria y me enorgullezco de pasar la tarde de un domingo escuchando “Me quedé encerrado”. Han subido diez pavos la sesión. Se acerca el final y yo sigo en el rumor de las olas, sudokus y números, “Pudo ser campeón del mundo”. Yo vi fallar el penalty a Eloy en el 86 y perdí la fe. Más allá de la parte confesional, escucho temas como “Otra noche más”, así, sin más, formato estándar, letra chula, un pasillo, algo más, voces y coros, danzas de resaca, funciona en todas las direcciones. Hay un monstruo en el pasillo, lo verás cuando vuelvas borracho a casa. Programaciones a lo The Postal Service (qué antiguo te ha quedado esto, Octavio) y una manera elegante de buscarle las cosquillas al dream pop colocando las letras como si ellas tuvieran la culpa de tener tantas sílabas. Pero es que esto es así, la vida es atreverse, es lavarse los dientes al menos tres veces por día. Es “Labiodental”. Y, al final, canción 22. “Los últimos días”, palmas sintéticas, una bicicleta, ET, yo qué sé, 2002, los duros de franco, sintes y programaciones. Me escuchas, Marcelo. Yo escribí una vez sobre ti. Esta es la segunda. No sé qué te parecerá.

Tú dirás, ¿tantas canciones son necesarias? Yo digo sí. Yo digo que hay que escucharlo en orden, o en desorden, porque la cabeza de Marcelo no es la tuya. Yo, vuelvo a decir, soy de la generación de El Salmón y todos nos pasábamos cedés grabados con nuestra propia selección de veinte temas. Usa un número primo. Son los más incómodos, como el disco de Marcelo. Incómodo para el que escucha, pero pasional, como una telenovela bien escrita, como un narrador de la calle que no se cree Lou Reed. Y eso, hoy, es lo mejor que puedo decir de casi nadie.