De la estación fantasma a la estación del amor: mi vida siguiendo a Víctor Coyote (1ºparte)

Gracias a Santi Rex (por todo) y a José Vizcaíno (por todo). Santi hizo los regalos y José las fotografías. Un abrazo a Juanjo, Gonzalo, Lles y cía, mitos de mi adolescencia consumida. Y a la gente de Autsaider Cómics por recordarme todo lo que admiro a Víctor Coyote. Y a Javier Benito, crack.

Podría empezar con uno de mis primeros vinilos, el Golfo 2 (el Golfo uno lo tenía en casete doble, con Cadillac Solitario en directo, pero esa es otra historia). En Golfo 2 salía un tema de los Coyotes, los de Víctor Abundancia. “El típico español”. El siguiente tema en la recopilación era de Las Manos de Orlac. Estaba el hermano de Germán Coppini y algún canalla más, alguno de los que seguiría a Coyote en los años siguientes.


He comenzado por un vinilo. Ahora sigo con un directo. La sala Morrissey en Zaragoza era el LUGAR. Algún día se escribirá libros sobre el cambio de siglo en la ciudad y todos dirán que pasaron por allí. Yo recuerdo a Daniel Melero y Antonio Birabent, recuerdo a Babylon Chat con Igor Paskual antes de irse con Loquillo, los Joder Around destrozando “El Río” de Miguel Ríos.

Recuerdo a Víctor Coyote presentando “Lucha de migajas”. Era 1999. No sé el porqué, pero aluciné. Coyote llevaba una especie de peto vaquero a lo redneck, como listo para una matanza en un pantano o con la motosierra…y es que iba con ganas de electrónica ruidosa, con Jaime Muñárriz, hambriento de industria y bases electrónicas. Sí. Menuda sección rítmica, chavales.

Ya compraba la EFE EME por entonces. Y Bruno Galindo, que escribió sobre el disco, tampoco parecía entender mucho. Pero a mí me dejó tan alucinado que un lustro más tarde estuve a punto dejarme loco, estuve a punto de recibir un abrigo de hostias de Coyote por preguntar. Fue en Huesca, donde Poch gastó un curso entero, haciendo como que estudiaba medicina. Volveremos a Huesca, volveré a Huesca dos veces más.

En 1994 Víctor Coyote había dirigido el videoclip de “La milonga del marinero y el capitán” de Los Rodríguez, una verdadera maravilla. Si no lo han visto, aquí se lo dejo.

Compraba en la revista Tipo, todos comprábamos en la Tipo. Sobre todo en la sección de rebajas. Cuando había buenos saldos y contábamos el dinero en pesetas. Me hice con un tebeo. Un tebeo raro: Pop español en viñetas. Era de 1990 o 1991, no estoy seguro. Distintos dibujantes interpretaban canciones de grupos que habían sobrevivido con mayor o menor dignidad a la Movida. O, directamente, no habían sido parte de ella: el Supernova de Dunca Dhu, Javier Corcobado escribiendo para Esclarecidos, Max y Radio FuturaMalevaje y el corazón ensangrentado. Y, claro, Víctor Coyote que canta sus éxitos y, encima, es un visionario sobre la sociedad futura y el rock latino.

El primer Zona de Obras que me compro es uno que lleva un disco doble de DRO. El interior es una maravilla. Diego Vasallo resume el Madrid oscuro de la Movida, con boleros, ginebra y rockabilly. No necesita más que unas viñetas. Miqui Puig habla de viajes en tren y maxis de Derribos Arias. Están Lions in Love. Y el tema de Los Coyotes, el tema de Los Coyotes aparece en la carátula pero desaparece en el cedé.

Es el año 2007. Sé que tengo que montar un fanzine, una revista, yo también quiero escribir sobre música o bailar arquitectura.

En las revistas y periódicos gratuitos que se reparten por la ciudad (Insomnio, El Pez que todo lo ve, Planeta…) hay una crónica el concierto de Víctor Coyote y el Congo Linga en la Casa del Loco. Lo organiza Rubén Scaramuzzino y toda la gente de Zona de Obras. En la producción están Antípodas Producciones (Jose Lapuente y Chema Fernández).

Aquellos años veremos cada jueves, viernes y sábado a bandas como Chucho, Muy Poca Gente, La Habitación Roja, Bersuit, Cerati, Spinetta o Ariel Rot. Zaragoza era una fiesta y no teníamos ni idea.

Desde aquel número de Zona de Obras que celebra el decimoquinto aniversario de DRO hasta el del año siguiente dedicado a Galicia voy comprando todos los números. Aún no tengo fanzine, pero leo el Monográfico y estoy pensando seriamente en marcharme a vivir a Buenos Aires. Nos escaparemos a Vigo ese verano y conoceremos el Código de Barras y el Bola 8.

En el Bola 8 vemos a Silvia Superstar que canta con las Killer Barbies la sintonía de Spiderman en gallego. En la televisión autonómica de Galicia hay un programa que se llama A cantar con Xabarín. Es una especie de Bola de Cristal pero regionalista. El cedé de Galicia empieza fuerte con Antón Reixa haciendo spoken word. Nación Reixa será una de las influencias que me llevarán a montar años más tarde Experimentos in da notte. Cuando conocí a Reixa, el día que le presenté en Zaragoza “Algo raro pasa raro”. El tema de de Víctor Coyote se llamaba Pode ser.

Imagino que me compraría ¿A qué viene ahora silbar? En Linacero. O quizá también en la Tipo. Recuerdo que Munster no sacaba casi nunca novedades. Tenía muchas camisetas de grupos, camisetas negras de Burning y de los Cramps. Una de Flamin Groovies que llevé en Logroño el día que tocaba Roy Loney, en 2006. Dos años más tarde me dejaría una mujer de allí y dos años más tarde escribiría “Ciudad de Mármol” después de ver a los New York Dolls en el Actual. Sí, claro, de Víctor Coyote. En Logroño. Pero tranquilos, que Logroño volverá a aparecer en esta historia.

Munster no sacaba novedades, pero sacó a Coyote y sacaría unos años más tarde a Micky. Así que… lo que sacaba era calidad. El disco era, en realidad, un EP de cinco temas. Pero tenía “Azcona 16”, mi canción favorita de Víctor Coyote, no sé si la ha tocado alguna vez en directo, pero es, narrativamente, la más sugerente que tiene. Y hace unas semanas, preparando este artículo, me di cuenta que también estaba “Yo, que creo en el diablo”. No es solo el videoclip, es que es pantanosa, psicobílica, Lux y Poison. No sé por qué me emperraba en pinchar en el Bacharach “Azcona 16” CUANDO DEBERÍA HABER PINCHADO “Yo, que creo en el diablo”.

Lo mejor de la historia está llegando. El disco sale en 2004. Y en ese mismo año Víctor Coyote es invitado por la organización del festival Periferias. La noche del 23 de octubre de 2004 en Huesca. Cubro para Mondo Sonoro. Pero yo voy con mi fanzine, con mi Confesiones de Margot. Duermo en casa de mi ex-novia Silvia, que le ha tocado cuidar de Leopoldo María Panero (pero eso es también otra historia) y voy a ver la exposición sobre el Tránsito, el garito donde Luis Lles pinchaba músicas del mundo antes de que nadie supiera lo que era eso. Lo más importante era que Lles pinchaba con gabardina. Porque eso es actitud. Y Los Mestizos, que todavía no habían salido en esta historia, tocaron en día del cierre. Y lo hicieron por Peret y por las Grecas, porque Juanjo era el Rey del Bugalú, del corrido, del garaje… es el Rey de todo lo sea el baile. Hasta de la electrónica.

Esa noche en Periferias pinchaba Ludotech entre conciertos. Con máscaras de luchadores mexicanos. Si no sabes quién está tras esos disfraces lee las líneas anteriores con atención. Noche doble, sesión doble. Primero El Aviador Dro y luego Víctor Coyote. Entrevisté a Servando Carballar y fue amabilísimo. Un tipo divertido, se cambió delante de mí, hacía mucho calor en aquel octubre oscense. El traje futurista lo había dejado extenuado. He visto al ideólogo de la música independiente española en calzoncillos.

Luego, al acabar el concierto de Coyote, entré en el camerino. Llevaba corbata oscura y camisa clara. Él camisa oscura y corbata clara. Las fotos son de José Vizcaíno. Siempre serán fotos de José Vizcaíno. Era mi jefe y era mi amigo. El primer día que entré a trabajar en su laboratorio en una importante papelera nos dijo a los becarios que se podía poner música pero que había una selección previa. Yo llevaba encima, en mi discman -entonces era un discman-, un pirata de The Smiths y las demos del segundo disco de El Polaco. Resultaron ser dos de sus grupos favoritos. Nunca fui muy bueno como técnico de laboratorio, pero José me echó mil manos con la parte gráfica de mis fanzines.

La entrevista con Víctor Coyote fue, como poco, complicada. Iba muy fuerte, acababa de bajarse del escenario y, lo primero que le pregunté -no sé muy bien el porqué, quizá porque había sido mi primer concierto suyo-, por las programaciones que llevaba aquel día en la sala Morrissey. Se puso hecho un basilisco. Se acercó a una distancia mínima de mi rostro. Me dijo que él nunca había usado electrónica ni programaciones. Que él hacía rock. Me quedé blanco, como la camiseta. El tono iba subiendo. José Vizcaíno iba haciendo fotos y más fotos hasta que, en un momento dado, temiendo por mi integridad física -recuerden que, en ese momento, era mi jefe-, intervino diciendo que él también había estado en aquel concierto en la Morrissey y que, efectivamente había usado programaciones. Coyote no se bajó del carro. Yo me encabroné. Pero tampoco he de decir que me crecí: durante unos minutos seguimos con las preguntas, pero la cosa ya no eran pasivo-agresivas, eran cortamente agresivas. Yo era un puto crío con corbata mal anudada que tenía un fanzine (el último fanzine de la historia, no lo olviden). Hasta que me cabreé, me la jugué, le dije: “Hasta aquí hemos llegado, deja de gritarme. Deja de levantarme la voz”. Porque el volumen del Coyote era salvaje. Me levanté y me fui. Luego me vino el bajón claro. Podría. Debería. No sé por qué no. Haberme llevado un buen abrigo de hostias de Víctor Coyote.

«Al día siguiente, sin saber conducir, esperaba un autobús que me devolviera a Zaragoza. En la estación de Huesca coinciden los autobuses y los trenes. Es un lugar que con los cierres adecuados uno puede sobrevivir a un apocalipsis zombie durante meses. Los pocos taxis de la ciudad están siempre esperando en las puertas y nadie los reclama, así que podríamos cruzarlos frente a las entradas y alimentarnos de los bocadillos secos de la cafetería».

Sentado, con mi mochila, mi cuaderno de notas, una antología de Leopoldo María Panero firmado, el recuerdo de Servando en calzoncillos. Veo llegar a Juanjo Javierre acompañando a Víctor Coyote. Saludo a Juanjo. Coyote se me acerca, me ha reconocido. Chaval, perdona, me dice. Cuando bajo del escenario, con el sonido tan alto de las guitarras, creo que hablo muy alto, no oigo bien, me pillaste recién bajado y, bueno… lo siento… por cierto, tenías razón, joder. Aquella noche en la Morrissey tocábamos con programaciones. No me acordaba. Y se subió a un tren. Y comenzó mi propia leyenda sobre la leyenda del Coyote. Menos mal que estaba Juanjo Javierre, porque me habría cagado si me lo encuentro solo. Yo, al menos, con resaca. Como decían por ahí, si en una pelea te puede Pedro Almodóvar, imagina qué puede hacer contigo el Víctor Coyote de 2004.

Antes de que me echen del Rolde de Estudios Aragoneses escribo varios artículos sobre la historia del pop en Aragón. Uno de ellos cuando se cumplen treinta años de la publicación del LP fundacional de la música aragonesa y uno de los más importantes del pop español: “Por el día y por la noche” de los Mestizos. En un homenaje a Sergio Algora el título es: “Los mestizos intentan explicar a un simpatizante de Joy Division lo difícil que es dormir con la luna llena”. Es 2016. Ya sé que me estoy adelantando mucho en esta historia. Pero en breve lo entenderán. Escribo, después de entrevistas a Juanjo Javierre y demás inteligencia aragonesa: El aullido de los Coyotes: Uno de los momentos fundamentales en la trayectoria de la banda y que sirve además para entender el sonido de los Mestizos es el concierto que los Coyotes van a dar en Huesca aquel año. La banda de Víctor Abundancia presentaba su primer LP, Mujer y sentimiento (DRO/Tres Cipreses) en la sala Jai Alai. Habla Javierre: “Nuestra devoción por Coyotes era absoluta. Mujer y Sentimiento nos cambió la vida. Demostraba que se podía ser absolutamente vanguardista sin olvidarse de toda nuestra música popular. Se podía ser moderno y coherente con tu propia cultura. Cuando nos enteramos de que Coyotes iban a venir a Jai Alai, que está a unos metros de donde teníamos el local de ensayo, fuimos a la Peña Laurentina a suplicarles que nos dejaran telonearlos. Así comenzó una amistad que ha durado treinta años. Seguimos manteniendo el contacto con Víctor y con Ramón (Godes). Al cabo de un par de meses de conocerle le pedimos a Godes que nos produjera una maqueta. Pedimos un crédito de 250 mil pesetas con un aval de nuestros padres y nos fuimos a Madrid a grabar. Visto desde la perspectiva del tiempo, la verdad es que teníamos poder de convicción puesto que para unas familias de trabajadores era bastante pela y más para gastarla en rock&roll”.

Pronto volveremos a Huesca. (en la segunda parte)

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