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El mundo es insólito… cuando las diferencias se encuentran en los detalles

Por María J. Mateomariajesus_mateo
En la escena, una pareja, de viaje por Estados Unidos, se detiene a repostar junto a un asentamiento de caravanas en una carretera del estado de Nevada cuando oyen pasos a su espalda. El relato prosigue.

Un chico con pecas y tez muy blanca se acercó. Sostenía una pala con restos de tierra, vestía una camiseta que decía Nirvana, pero no se refería al grupo Nirvana. Nos preguntó qué mirábamos con tanto detenimiento, le dijimos que las montañas del fondo, que eran bonitas. Él las miró varias veces y dijo alegrarse de que nos gustaran, que él jamás se había fijado en ellas, y sonrió, lo que delató una eficiente higiene bucal.

138463 (1)La descripción es una de las tantas que Fernández Mallo (A Coruña, 1967) concentra en Limbo (Alfaguara), la obra con la que el autor regresa cinco años después de revolucionar la narrativa española con la trilogía Nocilla dream (2006), Nocilla experience (2008) y Nocilla lab (2009). En este regreso, las escenas dibujadas vuelven a tener el sello inconfundible del autor: una marca propia que surge del extrañamiento de estar vivo. De la admiración, al fin y al cabo, que los ojos de Fernández Mallo arrojan sobre los detalles y que devienen en una literatura distinta a todo lo que se cuece alrededor.

Son las diferencias que se hallan en los detalles las que van «agigantándose», asegura el narrador en un momento del texto. Pero también la lente que emplea el «hombre del Proyecto Nocilla» la que hace que los mundos que en sus libros se interconectan se conviertan en espacios insólitos. Mundos que no son sino éstos que pisamos todos los días cuando estamos en la cola del supermercado o vamos vestidos, a veces, de gris, al trabajo… pero sobre los que el autor manifiesta su asombro mediante las infinitas teorías que va construyendo.
Teorías en las que vuelve a conceptos ya recurrentes en su literatura, tales como la identidad y su constante transformación, las duplicidades o la reincidencia de algunos hechos a lo largo del tiempo. Y teorías que brotan a partir de detalles (a veces imágenes espléndidas, otras lynchianas e imposibles) como el logotipo de una cadena de comida 24 horas (muy parecido a una esvástica), un árbol que crece sobre el asfalto, la mariposa que se posa sobre el capó de un coche o el interruptor de luz en un baño americano.

Esos detalles en los que la pareja que viaja por Estados Unidos repara mientras pasan desapercibidos para el resto de personas que aparecen en la historia o las historias que de entrecruzan en Limbo: una mujer secuestrada en México D. F., dos músicos que buscan grabar el disco definitivo encerrados en un castillo del norte de Francia, y ese hombre y esa mujer que se dirigen hacia la costa Oeste de Estados Unidos en busca del llamado «Sonido del Fin».

Instantes desconcertantes que son poesía antes que otra cosa. Poesía que se entrecruza con una especie de narración muy caótica que dificulta la lectura a veces del mismo modo que esos pequeños detalles nos dificultan la vida. Detalles que no encajan en la narración que queremos elaborar para nuestra vida (con transcurso y final feliz) y que no llegamos a comprender. Detalles como el apéndice en el intestino ciego de un hombre, sin aparente función (y que el autor cita en la obra). O como esa pareja que nos abandona en el momento más inoportuno o esa enfermedad que llega injustamente y a deshora.

Un intento de aprehensión éste de Limbo, mucho más honesto y coherente con la realidad (caótica, no jerarquizada, cambiante…) que la mayoría de los que podamos encontrar en el panorama actual. Mis felicitaciones a Fernández Mallo.