‘La noche de Walpurgis’: Un hombre lobo llamado Paul Naschy

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La noche del 30 de abril al 1 de mayo es la Noche de Walpurgis, la de las brujas, una fiesta pagana que se celebra en países de la Europa central y del norte. El mito recoge que durante esta oscura jornada brujas y hechiceras aprovechan para campar a sus anchas, entre hogueras, ritos satánicos y escobas voladoras, en un aquelarre al que también se le suman los hombre lobo.

La noche de Walpurgis (1970) dirigida por León Klimovsky la invoca con una trama que enfrentará al hombre lobo con una vampira, la condesa Dárvula de Nadasdy (Patty Shepard), inspirada en el siniestro personaje histórico de la condesa Erzsébet Báthory de infausta leyenda negra a partir de inicios del siglo XVII, acusada de usar la sangre de vírgenes y muchachas como tratamiento para mantenerse bella y joven. En esos años 70, la condesa ficticia de la película de Klimovsky se proponía volver a la vida y aprovechar el enorme poder mágico de la noche de Walpurgis para invocar al mismísimo Diablo y dominar la Tierra. Pero la gran estrella de la función era el licántropo que inmortalizó Paul Naschy.

La noche de Walpurgis

( ©Divisa Red )

Es el nombre artístico anglosajón que adoptó el actor madrileño Jacinto Molina Álvarez (1934 – 2009). Encarnó al personaje de Waldemar Danisnky, marcado por la maldición del hombre lobo, destinado a matar solo por placer a todo aquel que se cruce en su camino durante las noches de luna llena, en una docena de largometrajes, desde La marca del hombre lobo (1968) a La tumba del hombre lobo (2004) estrenada directamente en vídeo.

La noche de Walpurgis (The Werewolf versus The Vampire Woman en su explícito título anglosajón) fue su cuarta película como Waldemar, una coproducción entre España y Alemania y la primera que se rodó, con reparto internacional y en inglés, pensando descaradamente en el mercado internacional; y con una de esas «dobles versiones» características de la época incluyendo escenas de desnudos, solo de sus féminas. La versión más recatada para su exhibición en los cines españoles, la más desinhibida para los mercados extranjeros. El sexo siempre vende, pero en esos últimos años del Franquismo su «venta» a través de las pantallas aún no estaba autorizada.

El arranque es inquietante, con dos forenses dispuestos a extraer las dos balas de plata que se alojan en el corazón del cadáver de Waldemar, en la morgue, para demostrar que la existencia de hombres lobo son supersticiones, cuentos de viejas. Y la excusa de la línea argumental eran dos universitarias, Elvira (Gaby Fuchs) y Genevieve (Bárbara Capell), estudiosas de la arqueología de las artes de la magia negra e intentando hallar en parajes franceses la tumba de la condesa.

También dos presencias para potenciar los elementos eróticos, en sugerentes camisones o sin ellos. La falta de prejuicios y su gozosa sinvergüencería recurría a ellas y a memorables planos al ralentí de la condesa Dárvula y su primera víctima revoloteando por allí, lesbianismo o generosos y gratuitos planos (la misma secuencia de los títulos de crédito de la «doble versión» es uno de ellos) de los pechos de las actrices.

¿Una cutre muestra del cine de fantaterror español de la época? Su guion avanza mediante giros forzados e inverosímiles, las interpretaciones no serían precisamente para nominarlas en los Goya (aunque entonces todavía no existían), sus efectos especiales (no especialmente abundantes) superados e incluso risibles vistos hoy en día, y las caras y gritos que procesa Naschy durante su transformación en un hombre lobo, muy peludo y baboso, son de ver para creer; pero mantiene un peculiar y añejo encanto y en su momento fue impactante, el no va más, pese a sus limitaciones de presupuestos, en el subgénero licántropo. Además, creó sus propios pequeños iconos como el de la Cruz de Mayenza, una daga de plata capaz de acabar con toda criatura maligna.

La noche de Walpurgis

( ©Divisa Red )

La noche de Walpurgis fue un éxito, dentro y especialmente fuera de nuestras fronteras, y todavía está considerado como un título de culto. Un aura que llegó incluso a Japón. Buena prueba de ello es que Paul Naschy fue requerido en el país del sol naciente para participar en un pastiche de géneros crepuscular La bestia y la espada mágica, estrenada en 1983, para interpretar naturalmente a Waldemar. El resultado fue otra «cutre joyita», nada despreciable.

En 1981 las referenciales Un hombre lobo americano en Londres de John Landis y Aullidos de Joe Dante marcaron un antes y después en el cine y los efectos especiales de licántropos; pero el de Naschy no tenía nada que envidiar a sus antecesores, la caracterización en blanco y negro de Lon Chaney jr. de los años 40 o, en color, la de La maldición del hombre lobo (The Curse of the Werewolf) de la mítica Hammer y protagonizada por Oliver Reed. En la misma Aullidos, uno de los personajes muy secundarios se llamaba Jack Molina (interpretado por Ivan Saric), un guiño al nombre real del actor.

En pleno siglo XXI, y por muchos avances en maquillaje y efectos digitales, ninguna ha estado a su nivel, ni de fascinación o impacto en la cultura popular. Y estoy pensando en El hombre lobo, con Benicio del Toro, de 2010, en la que también se le llegó a ofrecer, a modo de homenaje, un cameo a Paul Naschy (mordiendo a Benicio). Problemas de fechas lo impidieron.

Para aumentar las dosis de morbo, La noche de Walpurgis se rodó en parte en un antiguo hospital para tuberculosos en Navacerrada; y junto con la primera, La marca del hombre lobo y El retorno de Walpurgis (1973) y El retorno del hombre lobo (1980) formaría el cuarteto imprescindible de las películas que Naschy protagonizó como su querido Waldemar. Todas ellas ideales para una noche como esta, de brujas.

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