Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

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Ancianidad intolerante

El miércoles 29 de junio, Juan Carlos Arro, de 78 años de edad, sale a la terraza de su edificio, apunta a un transeúnte con una carabina calibre 22 y le dispara a la cabeza. Son las 10:15 de la mañana cuando comienzan los gritos y las sirenas de la ambulancia y los patrulleros invaden el lugar. Nadie ha visto al asesino. Al día siguiente, mientras los diarios muestran en la portada una mancha de sangre sobre la acera, Juan Carlos Arro, incapaz de poder dormir debido al molesto ruido de la calle, sube nuevamente a la terraza de su edificio. Son las 10:37 de la mañana cuando un segundo transeúnte cae muerto a unos pocos metros del primer desdichado. Resurge el concierto de gritos y sirenas. Al día siguiente, viernes 1 de julio, nadie osa transitar por esa vereda. Finalmente, Juan Carlos Arro aprovecha para dormir hasta el mediodía.

Después del bip

—Sé que estás ahí, atendé el teléfono por favor. Es importante.
—Por favor mi vida, no seas así. Dejame que te explique. Llamame. Besos.
—Hola, soy yo de nuevo. Si estás ahí… atendé. Hace tres horas que te estoy llamando.
—¿Llegaste? Todavía estoy esperando tu llamada.
—Bueno, si no me atendés… Patricia, ¿estás ahí?
—Te amo, te juro por lo que más quiero que te amo. No me hagas esto. Contestá el teléfono.
—Hola Patricia, ya pasaron 3 días desde que hablamos por última vez y hace 3 días que te estoy dejando mensajes. Me estás preocupando, al menos déjame que… llamame. Te extraño.
—Hola. Soy yo de nuevo. Entiendo que no quieras hablar conmigo, ¿pero hace falta que me preocupes tanto? Llamame por favor.
—Patricia, esta es la última vez que te llamo, si estás al lado del teléfono atendeme por favor. ¿Estás? ¿Patricia? ¿Estás?
—Patricia, contestá. ¿Estás ahí?

La combustión real

Las llamas del inmenso cuerpo ardiendo sobre la cama de troncos y ramas secas, parecen llegar al cielo. La columna de humo oculta las estrellas y la magnánima fogata oscurece la vida del príncipe, quien recordará de por vida el insoportable olor que desprende el cuerpo de su padre. Y pensar que nunca tuvo tiempo de aprender a resistir una guerra, a ganar una batalla, a blandir una espada, a portar una armadura, a sostener un escudo, a conquistar una dama. El orgulloso metro y medio de cenicienta y tupida experiencia que ahora ayuda a la combustión, no pudo ser transmitida y ya no habrá oportunidad para que el padre le enseñe a su hijo a moldear una barba. «Estoy en tu sangre», suspiró el rey segundos antes de que la gangrena diera el último bocado sobre sus labios. En ese instante, el príncipe sintió el peso de su herencia.

Desde la terraza

Siempre que podía me escapaba sin que nadie lo notase. Era bastante sencillo evadir al guardia del pasillo —con unos cuantos cigarrillos alcanzaba—, doblar a la derecha antes de llegar al patio y subir los cinco tramos de escaleras. Solo, alejado de todo y de todos, la terraza era en mi lugar preferido, principalmente en primavera. Se me aceleraba el corazón cada vez que me acercaba al borde del edificio y se me ponía la piel de gallina cuando me imaginaba saltando al vacío. Pero aquel día decidí dejar de dudar, de preguntarme si era o no posible. Tomé carrera, fui corriendo con toda velocidad hasta el precipicio y a medio metro del borde, afirmé mi pie derecho y me impulsé hacia delante. Estando en el aire me coloqué en posición horizontal y abrí las manos. Pensar que mi psiquiatra intentaba convencerme de que yo no tenía capacidades para volar.

Durante la noche

Las transformaciones duraban solo una noche y cada vez que volvía en sí, se encontraba con un cuchillo en la mano y una garganta degollada. Despertaba siempre al instante siguiente de haber matado a su víctima, cuando la aureola de sangre comenzaba a expandirse debajo del cuerpo. Pero aquella vez fue distinto. En vez de escapar y ocultarse en su casa, decidió alejarse del pueblo y vivir en el bosque. La única forma de no asesinar personas, era no poder encontrarlas. Fiel a su plan, se alejó lo suficiente como para que en el transcurso de una noche —tiempo que duraban sus transformaciones— no pudiera llegar hasta una zona poblada. Así lo hizo y logró su objetivo hasta que cierta noche, mientras sufría una de sus transformaciones, despertó con la garganta degollada. Ahogándose con su propia sangre, supo que la bestia que vivía en él había encontrado una nueva víctima.

Serie Comentarios Microrrelatados

En este segundo ciclo de 150xdía, los Comentarios Microrrelatados renacen con la intención de seguir compartiendo textos inspirados en los microrrelatos del blog. Sean nuevamente bienvenidos a la Serie «Comentarios Microrrelatados», donde se recopilan las más destacadas historias escritas por los lectores de las 150 diarias.

Comentario publicado en la entrada «Las mañas del tiempo».

En la pura obsesión por estancar el tiempo, además de congelar relojes, cuidar toda su alimentación y evitar que cualquier torpeza o incidente no controlado, se decidió por experimentar con el tiempo y, a modo de engañarlo, se propuso rotar a contra eje en un continuo viaje parte de su vida.
Preparado de todo tipo de vituallas y repuestos necesarios para un largo periodo de tiempo, se despidió de amigos y familia. En un prolongado tour, navegó, voló y rodó hasta un día en que ya pasados treinta años decidió dar por concluida su tesis temporal.
La duda que le quedaba era si tal vez la gente de su pueblo aún lo recordaba, los cambios físicos ya eran notables y el adulto estudioso ya era anciano, aunque sano y lustroso.
Todo parecía cambiado y nuevo en su pueblo, incluso el busto al que un día, otro en su honor sustituyó.

Autor: Enmascarado.

Comentario publicado en la entrada «Las mañas del tiempo».

Llegó Juan a un especialista,
de esos que te quitan años.
Eufórico y contento,
alguien se lo aconsejó
por ser, el mejor del gremio
que, casi hace milagros.
Fue honrado ese doctor,
al contemplar al paciente,
su cara, una pasita con dientes
ya que, está recién “protesiado”.
-Juan, poco puedo hacer yo por ti,
(le dijo el amable galeno)
y no vaya por ahí,
buscando el mismo remedio,
no malgaste su dinero.
Su reloj no hay quien lo pare
y retrasarlo, mucho menos.
-Doctor, a mi me han hablado
que si abandono los vicios:
Del tabaco, la bebida,
del comer lo no debido
y también dejar el sexo
No es que lo gaga a diario
pero si que, yo me doy
de vez en cuando un capricho.
Que si, los abandono todos
voy a rejuvenecer,
que viviré muchos años,
prolongando mi vejez
¿Dígame, si eso es cierto?
-Juan, te voy a ser sincero
¿Lo de rejuvenecer? No,
de eso nada de nada.
Lo de que vivas más años,
la verdad que no lo creo.
Pero lo que sí es más que cierto,
que los años que te quedan,
se te harán a ti tan largos,
que te parecerán eternos.

Autor: Al Sur de Gomaranto.

Comentario publicado en la entrada «Colección de mascotas».

Un amigo me regalo una lechuza disecada, y desde aquel día en mi familia no paraban de haber fallecimientos enfermedades y desgracias de toda índole. Menos mal que otro amigo cuando vio la lechuza sobre el televisor posada, me informó que tener animales disecados en una casa da mal fario, o sea muy mala suerte. Así que regalé la lechuza aun vecino odioso y al poco tiempo falleció asesinado. Desde aquel día en mi familia las cosas han transcurrido normal, se terminó aquella serié de catástrofes, pero me siento incómodo, como si hubiera asesinado yo mismo aquel vecino odioso.

Autor: Antonio Larrosa.

Comentario publicado en la entrada «Los límites de un don».

Como en el sueño su hijo aparecía solo al volante, él decidió acompañarle en su viaje. Tenía el corazón en un puño, pero no le advirtió de nada. Ni siquiera se despidió de su mujer de una forma especial. En el fondo pensaba que podía cambiar por una vez el destino. Si cambiaba un factor, cambiaría el resultado. Y si no lo conseguía, al menos moriría con su hijo y no sufriría su pérdida.
Se dirigieron sin prisa pero sin pausa hacia su destino. El sabía exactamente la curva, había visto el color del camíón que se cruzó. Si se esforzaba un poco, hasta podría recordar el nombre de la empresa a que pertenecía.
En el momento justo, es decir, segundos antes del choque, suspiró y le dijo a su hijo cuanto le quería, y le dijo adiós. Cerró los ojos y solo los abrió cuando su hijo giró bruscamente hacia el arcén y frenó en seco. Le preguntaba preocupado si se encontraba bien, si quería que le llevase a algún hospital. Miró el retrovisor a tiempo para ver que el camión frenaba, hacía la tijera y se tragaba al coche que les seguía.
Llorando de incredulidad le dijo a su hijo que sí, que le llevara a un hospital, pues su corazón se había detenido en aquel instante.
Desde aquel día supo como evitar la muerte de seres queridos. Sólo tenía que introducirse en el instante de la tragedia, ofrecer su vida a cambio, de todo corazón, y podía conseguirlo. Su descubrimiento tuvo otra consecuencia: se negaba a dormir, al menos durante muchas horas…

Autora: Metamorfosis.

Comentario publicado en la entrada «Los frutos del sauce mágico».

Yo también me embarqué en la nave que nos lleva al pasado. En el me encuentro y siento el viento en mi cara, veo los extensos campos de trigo amarillo, corro feliz entre ellos buscando amapolas, me pierdo entra tanta espiga, ¡soy feliz!
Soy un pájaro más saltando, subiendo y bajando por entre tanto oro.
Escucho la voz y la risa de mi abuelo. Los dos somos felices.
La nave me trajo de vuelta al presente y ahora en lugar de oro puro ondeando al son del viento hay un complejo habitacional.
No hay pájaros, no hay risa de abuelo, no hay abuelo.
¡No hay magia!

Autora: Ana.

Comentario publicado en la entrada «De la soledad a la compañía».

Pobre hombre. La depresión y la tristeza lo terminaron llevando a la locura, cosa que tiene mucho de real.
La depresión es una de las peores cosas en las que podemos caer. En mi caso menos mal que pude combatirla. No fue la mejor manera pero las circunstancias así lo quisieron. Así fue como llegó ella a mi vida, fue mi salvación, se convirtió en mi todo, solo pensaba en ella en todo momento y por las noches al llegar a casa ya no me sentía solo, porque ella estaba ahí, siempre esperándome, impaciente al igual que yo, lo nuestro se convirtió en una verdadera locura, no podíamos vivir el uno si el otro. Hasta que un día mi esposa nos encontró juntos, consumando nuestro amor, nuestro prohibido amor.
Le explique lo sucedido a mi esposa y ella lo comprendió. Desde esa noche, mi amor prohibido acabó.
Aunque confieso que a veces por las noches salgo en busca de ella, se donde encontrarla. Solo me basta con dirigirme a la farmacia mas cercana y pedir: ¿me da una cajita de esas pastillitas para dormir?

Autor: Buscandovengo.

La novela de la tarde

Mi mamá me recostó en la manta que estaba estirada sobre la mesa del comedor. Ella usa siempre la misma manta, repleta de patos amarillos, con la excusa de que a mí solo me gusta esa. En realidad, si tiene patitos, ositos o perritos, me da exactamente lo mismo. A mi espalda estaba la televisión emitiendo una de esas telenovelas que hipnotizan a mi mamá y la dejan perpleja durante horas delante de la pantalla. Yo estaba desnudo y el viento del ventilador me daba un poco de frío. Tuve que empezar a patalear y a quejarme un poco para que me prestara atención, pero ella seguía con la mirada fija en la pantalla. De repente, la sensación de orinar me vino como anillo al dedo. El líquido emergió descontrolado, salpicando por completo el rostro de mi mamá. Aunque interrumpí su novela, ninguno de los dos pudo aguantar la carcajada.

Desenmascarando sueños

Eran cerca de las 4 de la mañana y me desperté justo en el momento en que estaba por atraparme. Respiraba agitado y mi corazón golpeaba acelerado contra mi pecho. Tardé algunas horas en tranquilizarme. Las sabanas estaban completamente mojadas y el sudor era producto de haber corrido durante tanto tiempo tratando de escapar de mi verdugo: un desconocido con una máscara que simulaba mi rostro. Desde aquella noche la pesadilla continuó repitiéndose y me despertaba cada vez más agitado y cansado, tenso, con los puños cerrados. El excesivo ejercicio de la madrugada —al que me veía obligado a realizar para escapar de mí mismo— interrumpía mis sueños y me dejaba sin fuerzas durante todo el día, pero aquella noche fue la última noche. Decidí ponerle un punto final a la situación, dejar de correr y hacerme frente. Aquella noche, al despertar, lo hice con una máscara en mi mano.

La última cacería

Con ansiedad cerré fuertemente la mandíbula, clavé mis afilados colmillos en la carne dulce y tierna de su joven cuello y el dolor se sintió hasta en la bolita del ojo. La sangre caliente comenzó a emanar en grandes cantidades pero al no poder soportar la molestia, tuve que parar de beber y el espeso líquido comenzó a rebalsar desde mi boca. Dejé de ejercer presión y solté a mi víctima. La sensación de vacío y ausencia fue instantánea. La vergüenza, absoluta. Uno de mis colmillos había quedado enterrado en el cuello de aquella hermosa campesina que tanto me había costado hipnotizar. Decepcionado volé nuevamente hacia mi castillo, entré a mi habitación por la ventana, dejé el diente al costado del velador y medio enclenque me recosté en el ataúd y cerré la tapa. No tardé en darme cuenta de que ya estaba demasiado viejo para ese tipo de cacerías.

Los frutos del sauce mágico

Por aquella época mi abuelo vivía en el campo, lejos de casa, y nuestros padres nos llevaban a visitarlo siempre que podían. Mi hermano y yo sentíamos una increíble admiración por él. Además, por si fuera poco, en el patio de su casa tenía una inmensa planta de caramelos. «Tengo un sauce que comenzó a dar caramelos de chocolate», nos contó en una de nuestras visitas y luego nos condujo hasta el árbol que estaba detrás del galpón donde guardaba el tractor. Desde aquel día, cuando nuestros padres nos dejaban quedarnos a dormir, el abuelo nos levantaba a desayunar y al terminar nos daba permiso para juntar «los frutos del sauce mágico», como él lo llamaba. Lamentablemente, el día que el abuelo falleció, la planta de caramelos dulces perdió su magia para siempre. Todavía extraño estar sentado sobre sus hombros, cortando los hilos que ataban los frutos a las ramas.